11/12/81

El "topo" (11-10-1981)



Para muchos periodistas, Fernando Castedo, director general de RTVE, es un sosias de Woody Allen que se cree Julio César. Presumiblemente es una apreciación incorrecta. Fernando Castedo es en realidad el «topo», el calderero, sastre, soldado, espía, traidor de esta nueva serie de la política española que nos está deparando la rebatiña partidista por mayores parcelas de influencia en televisión. Es evidente que Calvo Sotelo le ha retirado su estimación. Vaya en descargo de Castedo el hecho de que el presidente del Gobierno apenas estima a sus ministros y existe una sesuda controversia sobre si acaso aprecia a alguno de los españoles. Rodríguez Sahagún, presidente de UCD, le acaba de negar públicamente su confianza política. Pero bien se puede suponer que este hombre, esforzado e inteligente, que asistió como ministro de Defensa a dos intentos de asonada sin detectarlos, el discernimiento de la confianza se encuentra levemente deteriorado.

El caso es que quienes no elevaron sus quejas por la gestión inflacionista de Rafael Ansón o por la errática de nuestro actual embajador en Londres, Fernando Arias Salgado, han abierto ahora una pertinaz campaña de descrédito contra el primer director general democrático de RTVE. Así las cosas, ni dimitirán ni cesarán los ministros «réprobos» relacionados administrativamente con el envenenamiento por aceite tóxico, pero para la buena marcha de este país Fernando Castelo se verá obligado a dimitir apenas iniciado su mandato.

Decía Azaña a sus radicales que había que acostumbrar a la nación a que la República durase. Todos deberíamos ahora acostumbrarnos a que la democracia sea duradera; a que duren los Gobiernos, el director de la Radiotelevisión del Estado y hasta los «ministros de la colza», si no queda otro remedio. Y en este caso todavía más si levantamos un pico de la alfombra de intereses que encubre los ataques contra Fernando Castedo y descubrimos el propósito de regresar a una televisión meramente gubernamental o la moralina de evitar a los españoles la zooderastia de Padre, padrone, el apenas insinuado incesto en De carne y hueso o la dispersión afectiva de Enredo, esa serie tonta y relajante de los domingos por la noche.

Bien es cierto, que en tanto Radio Nacional ha mejorado sensiblemente, la programación de Televisión sigue siendo deficiente. Sus informativos son evanescentes, los Antigua Fábrica espacios lúdicos, paradójicamente, aburridos tan pronto aparece en un coloquio de La clave un Nosferatu de la política disertando sobre el libelo como se aplaza medrosamente un programa, como el dedicado al PSOE en vísperas de su congreso. Se suprimen programas culturales de la calidad de Revista de cine, Imágenes o Encuentros con las letras sin sustitutos de su categoría. Se destituye errónea e innecesariamente a Gabilondo y se tolera un tonto ataque contra Mauro Muñiz, mientras el entramado opusdeístico y reaccionario del tinglado de la antigua farsa prosigue su roe-roe por los pasillos de Prado del Rey.

Pero una cosa es criticar los pasos en falso que la dirección de RTVE pueda dar en su tanteo para encontrar una ley de compensaciones y una programación de calidad y otra echar a trotar por las calles, de la mano de Le Carré, este síndrome del «topo», del infiltrado, del traidor que, aupado a la dirección de RTVE, devora las entrañas del Estado para mayor provecho de las izquierdas y la disolución de las costumbres. Es un síndrome estúpido y cainita, casi un regüeldo maccarthysta de la anterior guerra fría. Si empezamos a ver infiltraciones izquierdísticas en los entes públicos, mañana la advertiremos en la Renfe y alguien pedirá que detengan los trenes.

De derechas de toda la vida

Por lo demás, Fernando Castedo es un señor bajito, militante de UCD, de derechas de toda la vida, católico, apostólico y romano, padre de familia, de costumbres templadas, ex subsecretario de Pío Cabanillas, miembro brillante de uno de los cuerpos de élite del Estado y en absoluto un desconocido para su partido o el Gobierno. Se ha rodeado de un buen equipo de profesionales, no tiene un sentido patrimonial sobre la RTVE, ha heredado una situación administrativa caótica y venal y, hasta ahora -con todos los errores que le sean imputables-, parece querer enderezar las cosas hacia una Radiotelevisión que sirva a todos los ciudadanos, y no sólo a los grupos organizados de poder. Este es el monstruo de maquiavelismo que se nos quiere presentar.

En cualquier caso, Televisión Española nunca distrajo tanto como ahora la conveniencia de ingresar o no en la Alianza Atlántica, la imparable y macabra riada de la colza, el enfrentamiento de la gran patronal con el Gobierno, la descomposición interna de nuestros tres grandes partidos; todo parece haber quedado estos días entre paréntesis ante el gran problema nacional: el descabalgamiento del «topo» como director general.

La broma del destino llegará de la mano del revés que tiene toda trama; al final, cuando destituyan a Castedo, sus debeladores descubrirán toda la verdad: el auténtico «topo» era Senillosa.

17/9/81

Del homicidio considerado como una de las bellas artes (17-9-1981)



Una modesta proposición destinada a evitar que los niños de IIrlanda sean una carga para sus padres, el país es el título de un remoto y poco conocido opúsculo en el que Swift sugería una solución bastante drástica al exceso de población irlandesa: cocinar a los niños y comérselos. Thomas de Quincey, en sus conferencias sobre el asesinato considerado como una de las bellas artes, afinaba aún más su percepción de la moralidad; bien en uno de sus parlamentos ante la Sociedadpara el Fomento del Vicio, bien ante la Sociedad para la Supresión de la Virtud, afirmaba que «...si uno empieza por permitirse un asesinato. pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y, a la inobservancia del día del Señor y, se acaba por faltar a la buena educación y, por dejar las cosas para el día siguiente».Por lo que respecta al tratamiento parlamentario del envenenamiento de más de 15.000 españoles, el Gobierno y su oposición no están dejando las cosas para el día siguiente. Las formas y, la buena crianza han quedado salvadas. Pero en pocas ocasiones como ésta quedará tan patente la doble moralidad de algiuna parte de nuestra clase política. así como el erróneo entendimiento de que la razón de Estado es una piedra sacrificial sobre la que es lícito inmolar los más elementales derechos ciudadanos: la salud la vida.

En ocasiones como ésta. conversar con los señores diputados conlleva una importante lección de humildad, así, cuando algún diputado centrista argumenta en los pasillos del Congreso, con dulzura franclscana, sobre la responsabilidad que atañe a los consumidores por ingerir productos de dudosa procedencia -«claro que esto no se puede decir en público»-. No menos edificante es la actitud del Gobiemo, que, ante toda esta historia de sórdido tercermuiidisnio que desfila ante el Congreso, como si la carrera de San Jerónimo fuera un aduar, se defiende poco menos que argumentando que ellos -el Gobierno- ni han vendido ni han adulterado el aceite. Descartes hubiera quedado anonadado. Y el doblemente envenenado desvío de responsabilidades hacia ayuntamientos y comunidades autónomas evidencia hasta el hueso todas las posibilidades que pueden extraerse de la recámara gubernamental.

Por lo demás -sépase-, un eran número de diputados colocan el listón de la colza en los quinientos muertos; asienten gravemente a los pesimistas pronósticos de Grande Covián, y coinciden -parlamentarios del partido del Gobierno y de la oposición- en que hasta que se vea el juicio por los sucesos del 23 de febrero aquí no se puede levantar la voz, ni aunque medien 15.000 envenenados. Diputados socialistas admiten que este 15 de septiembre había más argumentos para presentar una moción de censura contra el Gobierno, que el 2 de mayo del pasado año contra el Gabinete de Adolfo Suárez.-Pero, a lo que parece, Tejero sigue echando gente al suelo. Que existe un pacto soterrado entre el Gobierno y la oposición para no extraer del Pleno de la colza todas sus posibilidades sociales y políticas (la ausencia de una exacta medida del Estado, la ineficacia administrativa, la permanencia de hábitos de corrupción fraguados en el anterior réimen. etcétera) es evidente y hasta vergonzante: llenas a rebosar las tribunas de Prensa y público y, no más allá de media entrada en el peluche de los diputados; sugerencias franquistas a la radio y lá televisión para poner sordina al debate y hasta una insólita retransmisión deportiva en el primer día del Pleno. Por una vez, el Congreso se asemejaba a aquellas Cortes, para satisfaccíón de todos los que las añoran. Y así, entre acusaciones sectoriales hacia el Gobierno y el yo no he sido que ,e emana del banco azul, se está arrojando por la borda el gran debate que los ingenuos ciudadanos esperaban.

Todo, en suma, resulta tolerable mientras primen los valores convenclontles y entendidos de la buena educación, la rnesura, la prudencia política y eso que tanto se usa en las conversaciones de café y que pasa por estrategia de Estado. Los muertos, los enfermos, los lisiados, los preocupados no son más que sumandos de ese medio millóii de votos que se supone que pueden trasladirse de partido en función de este debate, presumiblemente perdido para la democracia. Porque, aunque la ironía de Swift y de Quincey se nutra de la utopía del cambio social que persigue gran parte de la oposición al Gobierno, esta semana se ha producido la constelación de los astros que permite que el homicidio -ya que no el asesinato- pueda una vez más, ser considerado como una de las bellas artes. Por lo menos en este país es judicialmente barato y políticamente negociable.