26/1/86

Éxito de la huelga general del viernes en Argentina (26-1-1986)

La huelga general decretada en Argentina por la Confederación General del Trabajo (CGT) contra el plan de economía de guerra del Gobierno y por la moratoria unilateral en el pago de la deuda externa fue un éxito completo: el pasado viernes el país quedó paralizado. La CGT afirmó ayer que el 97,3% de los asalariados secundó la huelga; el Gobierno, por su parte, renunció a dar cifras oficiales sobre el absentismo laboral, limitándose a declarar que las huelgas no son el mecanismo adecuado para solucionar los problemas nacionales.

La paralización del país -ya de por sí detenido por el veraneo y las huelgas sectoriales- se llevó a cabo sin incidentes reseñables, fuera de pequeñas peleas y apedreamiento de algunas vidrieras. Los argentinos compensaron su paulatino empobrecimiento con un buen y prolongado fin de semana. En Buenos Aires, durante el viernes, se pudo adquirir comida preparada, tomar café, adquirir periódicos y revistas, cenar en la costanera fluvial y hasta asistir a una proyección cinematográfica. En los hipódromos de Palermo y San Isidro se corrieron las pollas (premios) de 10 y 11 carreras, pese a la huelga general; los burreros (fanáticos delturf decidieron que una huelga general no tenía por qué privarles de una buena y apasionante llegada cabeza a cabeza. En suma: desolación urbana veraniega, lúdica, apacible y nada crispada. Sólo que los taxistas autopatronos hacían subir delante al cliente para fingir, innecesariamente -no hubo violencia sindical-, un transporte familiar o amical.Saúl Ubaldini, secretario general de la CGT, declaró: "La huelga fue un triunfo contra los enemigos externos de nuestra vida plena y libre; preferimos la victoria con el pueblo y no con el Fondo Monetario Internacional". Ubaldini sostuvo que el pueblo ha asumido la propuesta nacional de la CGT en una medida de fuerza pacífica y serena "que no deja dudas sobre la coincidencia total en el rechazo a la política del Gobierno".

El Gobierno declaró, a través del Ministerio de Trabajo, que "el trabajador ha perdido un día de su trabajo, y el país, un día de su producción. ( ... ) Muchos se adhirieron a la huelga, pero otros tantos se vieron forzados a no concurrir a sus ocupaciones por falta de medios de transporte, y otros se encuentran en su período oficial de vacaciones. ( ... ) No se conoce país en el mundo que haya superado una crisis a fuerza de paros sino, por el contrario, las naciones que lograron estabilidad social hoy lucen altos niveles de empleo de salarios y la consolidación de sus instituciones políticas".

La resaca de esta cuarta huelga general en dos años de democracia deja al Gobierno visiblemente irritado y amargado, sujeto a un peligroso síndrome de in comprensión, y a la CGT satisfecha de recuperar, aun cuando sea con trucos estacionales y demagogias nacionalistas, su extraño papel preponderante como primer interlocutor de la oposición frente a la Administración.

No obstante, el Gobierno parece continuar decidido a desarrollar el Plan Austral. Tal es así que el ministro de Economía, Juan Ital Sorrouille, rechazó, al filo de la huelga del viernes, un acuerdo de principio entre la gerencia de Correos y sus empleados sobre aumentos salariales por encima de los permitidos. El correo argentino, naufragado entre 18 millones de cartas sin repartir, puede reemprender una huelga, que ya sería caótica, ante la firmeza del Gobierno.

De este round el Gobierno ha salido dolorido, pero no noqueado. Las espadas siguen levantadas hasta el declive del verano y el obligado anuncio gubernamental de la segunda fase del plan de economía de guerra. Entonces se habrá dado el momento de la inflexión.

25/1/86

Éxito 'veraniego' de la huelga general argentina (25-1-1986)

La huelga general argentina ordenada por la peronista Confederación General del Trabajo (CGT) había alcanzado a primera hora de la tarde de ayer, y aún a falta de datos oficiales, un notable éxito en las primeras provincias del país.

Desde las cero horas del viernes, la concurrida noche de la capital federal comenzó a despoblarse ante el temor de los noctámbulos de no encontrar transporte de regreso a casa, y algunas vidrieras de confiterías y restaurantes que permanecían abiertos fueron apedreadas por piquetes de exaltados. Incidentes análogos se produjeron en Mar del Plata, principal balneario veraniego de la provincia de Buenos Aires, y en Córdoba, la segunda ciudad del país.En la capital federal funcionaron precariamente las cinco líneas del tren subterráneo atendidas por personal jerárquico. El transporte de superficie quedó paralizado, excepción hecha de algunos taxis manejados por sus propietarios, y en toda la capital fue autorizado el aparcamiento indiscriminado de vehículos particulares; la paralización de los ferrocarriles fue prácticamente completa. El aeropuerto internacional de Ezeiza se mantuvo operativo para las llegadas internacionales -en Argentina los aeropuertos están controlados por el Ejército del Aire- aunque la mayoría de las compañías cancelaron sus vuelos al exterior.

Los diarios salieron en ediciones reducidas y sin publicidad, y las radios y televisiones emitieron programas enlatados y breves espacios informativos elaborados por los jefes de redacción. El absentismo en las oficinas públicas fue superior al de las anteriores tres huelgas generales desde la recuperación de la democracia hace poco más de dos años. La huelga de correos, teléfonos y médicos apenas se notó, dado que dura desde hace días.

Exito predecible

No obstante el predecible éxito de esta cuarta huelga general contra la política económica del Gobierno radical, debe rebajarse con las características del día y la temporada de su convocatoria. Un viernes de enero en Argentina es como un viernes de agosto en España, y la CGT, tras tres fracasos parciales, escogió con tino la fecha de su cuarta medida de fuerza. La mayoría de los argentinos se regaló un puente laboral hasta el lunes. El jueves, en Buenos Aires se agotó el boletaje de aviones, ferrocarriles y autobuses hacia los balnearios atlánticos o las serranías cordobesas, y el Automóvil Club argentino garantizó la venta de nafta en las rutas de salida veraniegas de la capital federal.Puede afirmarse que la mayoría del pueblo argentino entiende que el plan económico del Gobierno es el único y viable mal menor, que la huelga general nada va a solucionar, y hasta que la CGT está procurando antes el debilitamiento político del Gobierno que la solución de los gravísimos problemas de subsistencia de los más desposeídos. Pero el cansancio, la resignación y la impotencia que distinguen ahora a los argentinos invitan a quedarse en casa un viernes del mes más tórrido del verano.

Por lo demás, el Plan Austral, perfectamente explicado en sus comienzos por el Gobierno, ha carecido de un adecuado seguimiento informativo y publicitario, y sus rigores han sido adecuadamente explotados por la CGT. Uno de los carteles convocantes de la huelga que han empapelado Buenos Aires reproduce el recibo mensual de un obrero metalúrgico con ocho años de antigüedad en su empleo: 68 australes; menos de 10.000 pesetas.

Para los más, la jornada sólo podía ser otra matera, para quedarse en casa sorbiendo mate de la bombilla cebada, despatarrados frente al ventilador y el televisor.

24/1/86

El Gobierno radical argentino se enfrenta hoy a la cuarta huelga general peronista (24-1-1986)

Con renovadas acusaciones mutuas entre el Gobierno radical y la Confederación General del Trabajo (CGT) peronista, Argentina afronta hoy la primera huelga general del año (y cuarta desde que Raúl Alfonsín fue elegido presidente) en reclamo de aumentos salariales más altos que los decretados por la economía de guerra del llamado Plan Austral.

La CGT ha ordenado la paralización del país desde las cero horas de hoy hasta las doce de la noche, tras una cascada de huelgas sectoriales por diferentes reclamos: correos -ocho millones de piezas postales sin repartir-, teléfonos, pilotos de Aerolíneas Argentinas, bancarios, basureros, chóferes de autobuses colectivos, maquinistas del tren subterráneo de Buenos Aires y médicos de hospitales, entre otros, llevan ya semanas convirtiendo las vacaciones veraniegas en un pandemónium.El Gobierno no ha declarado ilegal la huelga, pero rechaza su legitimidad y descontará un día de haberes a los empleados públicos que la secunden. Igualmente se ha negado a que la televisión aún administrada por el Estado -tres canales en la capital federal- difunda un vídeo sobre la huelga elaborado por la CGT. Asimismo, el Gobierno ha anunciado que garantizará policialmente la seguridad de los servicios públicos de transporte de pasajeros.

La CGT pretende violentar el congelamiento de salarios impuesto por el Plan Austral aduciendo que el sacrificio de la clase trabajadora está siendo destinado a pagar los.intereses de la deuda externa argentina (alrededor de 50.000 millones de dólares); a este respecto, la central obrera propicia un referéndum para que la ciudadanía se pronuncie sobre si la deuda debe o no ser pagada.

El Gobierno del presidente Alfonsín ha afirmado sin la menor sombra de duda su intención de mantener a toda costa su plan de economía de guerra -que a finales del verano, entre febrero y marzo, entrará en su segunda etapa-, estimando que aumentos nominales de salarios superiores al 5% despertarían nuevamente la dormida inflación y para nada mejorarían la capacidad adquisitiva de los ciudadanos.

Silencio patronal

La patronal argentina guarda un escandaloso silencio sobre la huelga de hoy, molesta por los controles bancarios y financieros del Plan Austral y por el ahorro obligatorio que inmobiliza parte de sus ganancias y dividendos. Un sondeo de opinión encargado por el diario La Naciónrevela que el 52% de los argentinos cree que la huelga general no servirá para nada, contra un 25% que opina que es el único camino para mejorar la situación de los asalariados.Ésta es la cuarta huelga general decretada por la CGT contra el Gobierno radical desde la restauración de la democracia en diciembre de 1983; las tres huelgas anteriores sólo fueron acatadas parcialmente en el país y alcanzaron el éxito solamente en el cinturón industrial del Gran Buenos Aires.

La nueva huelga general, el advertible embroncamiento entre la Casa Rosada y la CGT, y hasta el deterioro de las relaciones personales entre el presidente Alfonsín y el líder sindical Saúl Ubaldini, colocan aún más en precario a la Conferencia Económica y Social auspiciada por el Gobierno para intentar encontrar algún tipo de pacto social que permita reflotar la zozobrada economía argentina.


21/1/86

La izquierda reacciona contra Alfonsín con una huelga general (21-1-1986)

El picado del presidente Raúl Alfonsín sobre la cúpula de la Confederación General de Trabajadores (CGT), el partido comunista y sus aliados trotskistas ha levantado un sarpullido de ronchas entre la izquierda. Saúl Ubaldini, secretario de la CGT, citó para hoy a los delegados gremiales de la capital federal y el Gran Buenos Aires para impartir instrucciones antes de la huelga general del viernes y dictarles un discurso de réplica a la bronca presidencial. El Gobierno ha ratificado su intención de no declarar ilegal esta enésima huelga de 24 horas.

Pero el debate político deja de lado la querella Gobierno-CGT (o, si se prefiere, el continuado enfrentamiento Raúl Alfonsín-Saúl Ubaldini) para centrarse en el aún misterioso ataque presidencial contra la izquierda clásica. Las reacciones de los partidos han sido dispares: la Unión Cívica Radical ha cerrado filas en torno a su líder, la derecha economicista -Álvaro Alsogaray y su Unión de Centro Democrático, próxima a las tesis de Manuel Fraga- ha guardado un interesado silencio, y la izquierda (Partido Comunista de Argentina, Movimiento al Socialismo, Partido Intransigente) ha acusado a Alfonsín, con todas las palabras, de "macartista".El peronismo, débil y divididamente, ha reaccionado desde la satisfacción del caudillo fascista bonaerense Herminio Iglesias -"Alfonsín ha encontrado al fin una línea nacional"- hasta el reproche de la izquierda partidaria, que aduce que el presidente de la República no puede vapulear a la clase obrera y a la izquierda política sin haber caído en algún tipo de paranoia.

Alfonsín no ha atacado jamás a la clase obrera, sino a la dirección sindical, elegida por cooptación, burocrática y ultraconservadora. Y sus embates contra ella el pasado viernes no tienen otra lectura que la de reafirmar que el plan austral antiinflacionario no tiene marcha atrás. La doble lectura debe buscarse en el súbito enfrentamiento de Alfonsín con su izquierda.

El PCA, fuertemente leal a la Embajada soviética en Buenos Aires, evitó la colaboración con los peronistas cuando éstos controlaban la mayoría electoral y, en un alarde de lucidez histórica, sumaron sus esfuerzos a los del justicialismo cuando éste resultó derrotado por los radicales en las elecciones de octubre de 1983.

19/1/86

Ataque de Alfonsín contra la CGT y los comunistas (19-1-1986)

El presidente argentino, Raúl Alfonsín, arremetió duramente el pasado viernes contra la peronista Confederación General del Trabajo (CGT), único sindicalismo argentino, y contra el Partido Comunista Argentino (PCA), acusando a ambos de "agitar y herir a la democracia". Alfonsín pronunció su filípica en la provincia de Río Negro, adonde acudió a rehabilitar una fábrica de maquinaria, paralizada desde 1980.

Alfonsín, que ha suspendido las vacaciones veraniegas presidenciales, salió así de un largo silencio, poblado por los últimos errores de su Gobierno. La oposición, por su derecha y por su izquierda, había metido en la máquina de picar carne la liberación y posterior fuga de Raúl Guglielminetti (el ex miembro de los servicios secretos entregado por España), los ascensos de dos oficiales implicados en la conspiración antidemocrática que obligó a dictar el estado de sitio, el inexorable deterioro del plan antiinflacionario austral y la exigua subida lineal de salarios del 5% decretada por el Gabinete.Pese a la obligada tregua del verano austral, una rociada de huelgas ha caído sobre la capital federal, de bancarios, de basureros, del ferrocarril subterráneo, con la culminación de paros parciales y trabajo lento de los empleados telefónicos y telepostales, que han incomunicado el país con el exterior y suspendido la telefonía interior por operadora, cercenando los servicios de télex nacional e internacional y acumulando en Buenos Aires cinco millones de cartas sin repartir. El día 24, y en reclamación de mayor aumento salarial, la CGT ha llamado a la huelga general por 24 horas: el 24 por 24.

Al tiempo, las juventudes peronistas han empapelado las paredes de la capital con la efigie de un niño mirando ensoñadoramente al cielo y la leyenda siguiente: "Patria querida, dame un presidente como Alan García". Desde Río Negro, Alfonsín ha retomado el contraataque en uno de sus clásicos discursos admonitorios y coléricos, de joven abuelo regañón, en los que resulta maestro.

Con la CGT careció de piedad, recordándole las palabras y los esfuerzos del general Perón durante su último Gobierno para evitar la persecución mutua de los salarios y los precios, que abocó finalmente en la hiperinflación ahora yugulada. Vino a acusar a la dirección sindical de demagogia y de anteponer intereses políticos y de prestigio personal a las necesidades reales de la clase trabajadora.

Cruel e irónico

Fue cruel e irónico con quienes patrocinan moratorias unilaterales en el pago de la deuda externa, aseguró haber roto la ortodoxia del Fondo Monetario Internacional con el Plan Austral y denunció a la CGT como autora de un plan político de desprestigio contra el Gobierno democrático: "... Se va a un paro; van a parar el país. Por lo menos, que sirva para la meditación. No importa tanto el 24, lo que importa es el 25".Tras fustigar por su derecha -el sindicalismo argentino es una poderosa fuerza objetivamente reaccionaria, en excelentes términos con la Iglesia católica, las fuerzas armadas y la gran patronal-, el presidente de la República se enfrentó por primera vez con el PCA.

Las querellas, mejor o peor llevadas, de Alfonsín con la CGT para nada mueven a asombro, pero el ataque abierto y explícito contra los comunistas es una bomba política que precisa de alguna explicación.

El PCA fue reclamado por Perán en 1945 para sumarse a su proyecto revolucionario. Los comunistas declinaron la oferta -"vuelan bajo", comentó el general-, enajenándose al proletariado argentino. A finales de diciembre, el PCA publicó en los diarios un sorprendente documento autocrítico reconociendo haber errado en su valoración de los movimientos guerrilleros argentinos del decenio de los setenta y admitiendo que una de las vías de lucha contra la oligarquía nacional e internacional de Argentina podía ser la subversion armada. Así, quienes prohibieron a sus miembros resistir a la barbarie de la dictadura militar sugieren ahora que podría llegar a ser bueno levantarse en armas contra la democracia liberal.

La incomprensible pirueta acabó redondeándose con una inusitada luna de miel entre el PCA y el Movimiento Al Socialismo (MAS), de inspiración trotskista, cuyo primer fruto consistió en los desórdenes públicos, de gran violencia, protagonizados el pasado lunes por juventudes de ambos partidos en pleno centro porteño con ocasión de la visita a Buenos Aires del banquero estadounidense David Rockefeller.