A siete años del golpe que instauró un régimen
militar en Argentina, ninguno de los propósitos enunciados por los golpistas
como pretextos del golpe se ha logrado. El nuevo corresponsal de EL PAIS en
Buenos Aires traza hoy el semblante patológico de una Argentina desorientada
por siete años de errores incompetencias y desaciertos.
"Destruida la clase media, alcanzada la tasa
de inflación más alta del mundo, acumulada una deuda. exterior imposible de
pagar, aniquilada la moral civil, consumado un genocidio sobre 30.000
ciudadanos y perdida muy poco gloriosamente la guerra de las Malvinas, el proceso
de reconstrucción nacional ha alcanzado sus últimos objetivos nacionales.
La intervención, militar en Argentina ha terminado".Este hubiera sido el
parte bélico de la Junta Militar argentina sí el pasado jueves, séptirmo
aniversario de su golpe de Estado, hubiera decidido devolver a los oficiales a
los cuarteles y el poder político a la sociedad civil. No -ha sido así, y la
Junta festejó su cumpleaños con el estilo que la caracteriza: no con un desfile
militar ni con una proclama patriótica, sino con una misa y el secuestro de la
revista La Semana.
Los vendedores de Prensa te vocean por las
calles: "Compre la revista Humor, que está a punto de ser
secuestrada", y el Gobierno militar promulga una ley que prohíbe a las
agencias y periódicos la transmisión de noticias por medio electrónico,
condenando al subdesarrollo a la Prensa argentina. Acaba de decirlo bien claro
el teniente general Nicolaides, jefe del Ejército que es quien manda aquí:
"No. vamos a tolerar ataques a las fuerzas armadas ni acusaciones
infundadas de que hemos violado los derechos humanos. Si es necesario, el
Ejército actuará".
Una sociedad
desmoralizada
En los lujosos hoteles del barrio Norte te
advierten en cartelito que no abras nunca la puerta de tu habitación sin antes
observar por la mirilla y que tengas siempre echada la cadena de seguridad. Los
empleados de la city, trajeados y con corbata, almuerzan entristecidos
bocadillos de fortuna en los bancos de las plazas próximas. El 95% de los pisos
de alquiler del Gran Buenos Aires ha sido retirado del mercado inmobiliario por
sus propietarios, temerosos de una futura ley de arrendamientos tras las
elecciones.
Ex ministros de Economía y analistas financieros
estiman que la deuda exterior (48.000 millones de dólares, más de cinco
billones de pesetas) no podrá ser pagada jamás, y aquí no hay negocio posible
sin pagar la coima (porcentaje) a un funcionario del Gobierno.
Este es el clima. En siete años, los militares
argentinos han arrasado a su país, un país inmensamente rico que se
autoabastece de petróleo, puntero en el subcontinente en energía nuclear, con
la primera cabaña ganadera del mundo y con el grano a la intemperie por falta
de silos, ante ingentes cosechas.
Pero acaso lo peor es que la dictadura militar ha
quebrado el espinazo moral de esta sociedad. No es una apreciación subjetiva.
Hasta el obispo Quarracino, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano,
decía ayer al llegar a Buenos Aires que "Argentina necesita un gran lavado
de moralidad". El esquema es muy simple: si en una sociedad de hechura
europea como ésta pueden desaparecer 30.000 hombres, mujeres y niños en menos
de dos años sin que pase, nada, es que vale todo, menos el aborto y el
divorcio, poco gratos para la oligarquía militar.
Los expertos en el intervencionismo militar en el
Cono Sur se llevan las manos a la cabeza ante el balance de la Junta Militar
argentina.
En este país hay jefes y oficiales de las tres
armas (siempre peleándose entre sí) dirigiendo emisoras de *radio, los canales
de la abominable televisión, gestionando petroquímicas,haciendo de gerentes de
líneas de transporte público o mataderos industriales;. todo lo han llevado
directamente, hasta lograr apoyar al país sobre las tres patas de la crisis mis
grave de su historia: la deuda exterior, los desaparecidos y,las Malvinas.
La deuda es otro de los estragos producidos por
la literatura económica de Milton Friedman sobre países en vías de desarrollo.
Un monetarismo feroz, un entendimiento de que no hace falta trabajar, ni
producir, ni invertir porque el dinero trabaja por sí sólo ha hecho saltar por
los aires los cimientos de la economía argentina.
En las agencias de cambio te cotizan el dólar a
su valor real delante del uniformado policía federal encargado de velar por la
cotización legal. El peso argentino cae cada mañana. La inflación de diciembre
de 1976 al mismo mes de 1982 ascendió al 22.544,7%, y el índice de precios al
consumo en el mismo período subió del 2.379,6% al 538.852,2%. El pueblo
argentino, en suma, está pasando hambre. Hay incluso datos que revelan la
situación económica de este pueblo. El 50% de la población es colar no asiste a
la escuela, ni siquiera a la pública, por falta de dinero para adquirir ropa,
libros, útiles de enseñanza y pagar el transporte. Muchos padres solicitan
créditos bancarios para mandar a sus hijos al colegio, como afirman los propios
argentinos. El proceso militar habrá conseguido una nación de analfabetos y
desaparecidos.
La deuda
es evasión
Los asesores económicos de los partidos estiman
que al menos un tercio de la deuda exterior es, lisa y llanamente, evasión de
capitales. Lo que aquí se llama meter la mano en la lata ha distraído
cientos de miles de millones de dólares en créditos extranjeros otorgados a
empresas argentinas y que nunca llegaron a este país. Esta es otra de las desapariciones
que, depara el militarismo-monetarismo, y que el humor depresivo de los
argentinos resume en las páginas que se leen por doquier: "El último que
se marcha que pague la deuda".
Como todos los jueves (y el último era el
aniversario de la toma del poder por los militares), las Madres de la Plaza de
Mayo empezaron a dar vueltas en torno al obelisco de la plaza de Mayo, frente a
la Casa Rosada donde Juan de Garay fundó la ciudad de Buenos Aires y plantó la
picota de la justicia.
Humildes ancianas, desgastadas bajo el bochorno
húmedo del otoño porteño, con sus pañuelos blancos en la cabeza, claman por sus
hijos en su espectáculo patético: "Es como si nuestros hijos desaparecidos
nos hubieran parido a nosotras", dicen; "esa es nuestra fuerza",
el drama de los dramas y el problema insoluble de este país. Un genocidio sin
haber mediado una guerra abierta y con pocas posibilidades de un segundo
Nuremberg. Y, desde el cinismo, se aduce que además es un genocidio mal
administrado: hay pruebas por doquier. Los propios militares levantaban actas
de sus cementerios clandestinos, que ahora van apareciendo lentamente. Debieron
pensar que estarían, mil años en el poder.
Las fuerzas armadas preparan una ley de amnistía
(que ellos prefieren llamar de reconciliación nacional) que,
curiosamente, no afectará a los presos o exiliados por razones políticas, sino
sólo a quien pueda estar comprometido en excesos durante la represión de la
guerrilla y el terrorismo (y no debe olvidarse que entre los desaparecidos
figuran niños de meses).
Los partidos políticos hacen blandas
declaraciones de orden moral y se alejan del fondo de un asunto que molesta y
que quema; nadie tiene una solución, y se estima que en este escalón puede
tropezar el restablecimiento de la democracia en Argentina. Para muchos
políticos, olvidar definitivamente a 30.000 conciudadanos es el precio a pagar
por la democracia; para algunos militares es incomprensible que se les juzgue
por lo único que. han hecha bien (en Argentina ni estalla una bomba ni se
produce un solo atentado político).
Otros oficiales preparan ya su exilio y, con un
Ejército comprometido masivamente en la tortura y el asesinato, se busca
afanosamente la fórmula para encontrar a .10 o a 100 cabezas de turco que
puedan pagar el pato por todos. Va a ser muy dificil. El Ejército, ya ha
esgrimido la eximente de la obediencia debida, y ha recordado tajantemente que
sólo los tribunales militares juzgarán a los militares; pero hasta el más
modesto argentino reconoce en la intimidad que, si los 30.000 desaparecidos
(que, están muertos) se echan al caldo del olvido, la democracia en ciernes se
habrá cimentado sobre un osario. Otra grieta en la esquizofrenia moral de este
país.
Adiós a
la victoria y al prestigio
Y, finalmente, la guerra de las Malvinas es el
colofón grotesco de este ensayo militar, y ha dado al traste con el orgullo
nacional argentino además de con la Junta Militar. Alguna revista bonaerense ya
empieza a publicar por entregas el clásico del científico británico Norman
Dixon (Sobre la psicología de la incompetencia militar), porque se puede
perder una guerra salvando el prestigio, pero en las Malvinas las fuerzas
armadas argentinas perdieron ambas cosas.
La única explicación al desastre es la que
ofrecen algunos oficiales jóvenes, deseosos ya de volver a sus cuarteles y
hartos de generales bien situados en consejos de administración: nunca se pensó
en la ocupación permanente de las islas, sino en dar el golpe y entregar la
soberanía de hecho a las Naciones Unidas antes de que se acercara la flota
británica. Las Malvinas no es el tema clave del Ejército argentino; su enemigo
natural es Chile, y, de hecho, durante el conflicto no se sacó un soldado de
las fronteras andinas, sino que se mandaron a Puerto Argentino conscriptos de
las provincias del Norte, tropicales, a morirse de frío en el confin del mundo
austral.
Pero Galtieri, entre los vapores de su cerebro
(aquí siempre se le representa con un vaso en la mano), decidió que la plaza de
Mayo la ocupaba él y no las centrales sindicales, y convenció a todo el mundo
de que EE UU frenaría al Reino Unido, que a éste, a la postre, le interesaban
poco las islas y que Londres no se atrevería a retirar su flota de Europa.
Mientras, los argentinos, abandonados por
Occidente, del que se reclaman, se descubren en su condición tercermundista y
latinoamericana; el presidente Bignono. abraza en Nueva Delhi a Castro y a
Arafat. Sin embargo, Nicolaidesi censura en televisión tales imágenes y nadie
entiende nada, y los viejos y crueles chistes sobre los argentinos ya no causan
dolor a quien aquello de que un argentino es un italiano que se cree inglés o
que el mejor negocio de¡ mundo es comprar a un argentino por lo que vale y
venderle por lo que cree va-, ler es agua pasada. Taxistas, inédicos,
empresarios, políticos, economistas te repiten una cantilena monocorde:
"Lo peor de Argentina somos los argentinos". Preguntas a un exiliado
naturalizado español: "¿Cambiaste de nacionalidad por razones políticas o
económicas?". "No, sólo por asco".
Corrientes abajo, abriéndose paso por entre el
endemoniado tráfico de la ciudad, un Ford Falcon de color verde, sin
identificaciones, hace aullar sus neumáticos a toda velocidad, y se te encoge
el corazón.