Un año antes de la muerte de Franco, en la localidad francesa de Suresnes,
lindera con París, se celebraron en un baño de sangre las primeras primarias
socialistas. Se trataba de descabalgar a Rodolfo Llopis, un pedagogo masón, de
su eternizada secretaría general del PSOE conducida, además desde el
extranjero. Los militantes del interior querían traer la dirección a España, y
sevillanos como Felipe González y Alfonso Guerra, y vascos como Nicolás Redondo
y Enrique Múgica, firmaron “el pacto del Bétis” para dejar a Llopis en su
definitivo exilio. El manejo de los delegados les dio el triunfo y el histórico
socialista fundó un efímero PSOE-histórico antes de regresar a morir a Francia.
Solo quedó el fleco de quien iba a mandar, concitándose una mayoría en torno a
Redondo, respetadísimo como persona, sindicalista y sufriente de las cárceles
franquistas. Pero se negó, dando paso a un segundón Felipe con el que estando
en el Gobierno no podría entenderse, siendo acuchillado Redondo con el
escándalo de la Promotora Social de Viviendas. De coincidir, no creo que se
saludaran. Sentados en el suelo de mi casa porteña, en una velada amable,
intenté sin éxito hacerle un tercer grado al hombre llamado a dirigir el PSOE
durante la transición política, no obteniendo otra explicación que una modesta
alusión a sus capacidades políticas, lo que a todas luces era incierto. Lo de
Suresnes, largamente urdido, tuvo más de golpe de Estado partidario que de
congreso democrático.
Desde entonces, durante la
larga égira de Felipe, a nadie se le ocurrió hablar seriamente de elecciones
internas, llegando a decir con acierto Alfonso Guerra que las primarias las
cargaba el diablo. Tal es así que cuando en 1.996 el PSOE perdió las
elecciones, la búsqueda de un sustituto al carismático González, se convirtió
en un vodevil. Se designó secretario general a Joaquín Almunia, hoy comisario
europeo y que como ministro de Trabajo había chocado con la UGT de Nicolás
Redondo, por el democrático dedazo del jefe indiscutible aunque derrotado, y
aquel quiso darse un baño de multitudes convocando unas internas para
respaldarse a si mismo como candidato a la Presidencia del Gobierno. Contra
todo pronóstico, José Borrell, un ingeniero aeronaútico que había llevado la
Hacienda y Fomento, dijo:” Me voy a tirar a esa piscina a ver si hay agua”. Un
hombre brillante, un catalán estatísta que en las vías de Cataluña instalaba
los carteles “Red de carreteras del Estado”, para que nadie lo olvidara. Pese a
la retorcida elección por delegaciones, sujetas a presión, Borrell se
impuso a Almunia y se instaló la
bicefalia socialista. Vendieron la idea de que Almunia, como secretario,
fabricaba elss programa, y Borrel lo vendía y lo aplicaba llegado el caso,
pobre argucia en la que no creía ni la sufrida militancia, entre otra razones
porque las ruedas de aquella extraña bicicleta no tenían las mismas
dimensiones. En los aledaños de Alfonso Guerra, siempre fiel a su entendimiento
del partido, pese a su distanciamiento personal de Felipe, comenzó a rodar una
máquina infernal de picar carne humana. Se filtró a la Prensa amiguísima y
agradecida (la que no publicó en día los documentos incriminatorios de FILESA)
que Borrell era íntimo amigo de dos inspectores de Hacienda, catalanes, con
dudosas adquisiciones de bienes inmuebles. Ya se sabe que hay adversarios,
enemigos a secas, enemigos a muerte, y compañeros de partido. Borrell es
un jacobino, incapaz de lucrarse en
política, pero dimitió tras una breve lucha, entendiendo que las puñaladas que
recibía eran socialistas. El candidato se tiró a una piscina sin agua y se
rompió la crísma. El PSOE cerró el asunto atribuyéndolo a una sucia
conspiración de la derecha.
En la convención de delegaciones socialístas de 2.002 Zapatero fue
la visita que no tocó el timbre. Pocos le conocían y, tras varias legislaturas
por León era uno de esos diputados que Víctor Márquez Reviriego denomina
“culiparlantes”, consistiendo su parlamento en asentar las posaderas en el
escaño. Su desconocimiento le blindaba ante adversarios y su talante neutro le
hacía inasequible a la discusión con nadie. En casa de Trinidad Jiménez se
habían reunido otros jóvenes ignotos para urdir una “tercera vía”, sin pagar
derechos de autor a Tony Blair(“nueva vía”) y Gerhard Schröder (“nuevo centro”). Sobre aquel
concilio hay varias tésis sobre la escasa diferencia de nueve votos que dio la victoria a ZP sobre
José Bono. La suposición menos conspirativa consiste en que la concurrencia,
meramente testimonial de Rosa Díez y Matilde Fernández restó votos a Bono en
favor del novedoso de León. A la postre aquellas primarias del desconcierto
fueron el camino del Mago de Oz al lado del duelo en OK Corral, en Tombstone,
Arizona, actualizado en Madrid entre Pérez Rubalcaba y Carmen Chacón. Rubalcaba
se plantó ante Zapatero negándose a concurrir contra la dama y amenazándole con
convocar un congreso extraordinario en el que, inevitablemente, se analizaría
el descalabro presidencial. ZP llamó a Chacón, su ungida, forzando su retirada.
Otra muestra magistral de primarias socialistas, de las que pocos salen con
vida.
Las últimas primarias autonómicas que seguí con atención fueron las
del dividido y fracasado socialismo valenciano donde quería poner órden y
modernidad Antonio Asunción, exdirector general de Prisiones con Enrique Múgica
de ministro (ambos dispersaron a los presos etarras) y breve ministro del
Interior hasta que vió los reptiles poblando los despachos. Trabaron su
candidatura hasta el absurdo de negarle el censo de afiliados. Probablemente
por verguenza propia acabaron por expulsarle del partido para no tener que
darle explicaciones. Abocamos un año de
primarias entre la eutrapelia y el cine “gore” por el empeño socialista en
creerse dotados de un plus inexistente de legitimidad moral. A su derecha e
izquierda otros partidos resuelven congresualmente sus nomenclaturas, sin
engañar a nadie, con trenzamientos políticos y democráticos. El PSOE tiene que
ser más democrático que nadie enredándose en unas primarias restrictivas, o que
no son, o imperativas y hasta sanguinarias. Las que se avecinan serán menos
restrictivas, y alardean de ello. ¿Sabe la dirigencia socialista eso de un
hombre un voto?. ¿Se desestabilizaría el PSOE como gran partido nacional si su
secretariado lo eligieran sus militantes?. Con un uso inteligente, voluntariado
y mucho menos dinero, Obama se impuso en la convención Demócrata. Por avales se
votaba en Atapuerca. Sea como fuere la lista de presumibles aspirantes no se
compadece con los trabajos que tendremos en dos años. Y la que cuenta con
mayores posibilidades es Carmen Chacón con peligrosísimo marido como asesor
adosado. Casi mejor que siga lo malo conocido; al menos Rubalcaba se lo lleva trabajando toda la vida.