Felipe González recibió en Moncloa a Joaquín Leguina para tratar de
un nuevo impuesto a la Comunidad de Madrid. Como solía le hizo pasear entre los
pinos y el jardín de los bonsáis, y, parándole, le espetó: ”Joaquín, ¿tu
follas?”. El primer dirigente madrileño salió rápidamente de su estupefacción contestando
inteligentemente:” Presidente, se me ha olvidado hasta la postura”. ¿En que
estaría pensando Felipe?. El carácter es subyacente, pero emergente como un
submarino. No es característico de Rajoy preguntár por una ilustración del
“Kamasutra” al ministro del Interior, Fernández Díaz. González tenía carácter
poliédrico, y bajo su aparente suavidad (que solo era buena educación) sufría
arrebatos de abroncador. En un desayuno en la Embajada española en Uruguay
desdeñó por infantil a Julio Feo, el jefe de su gabinete, que no entendía un
chiste local, y a renglón seguido puso a parir panteras a Eduardo Sotillos, su
Secretario de Estado de Comunicación, instándole a aprender algo en el Cono
Sur. En público y a las voces. En mi timidez creí alguna vez que me sacaba del
despacho pero siempre fue generoso y cordial, igual que el tronante Alfonso
Guerra. En su entrevista con Gloria Lomana hay quien reprocha a Rajoy
ambigüedad y divagación, pero no se recuerdan palabras tan contundentes sobre
la secesión en España ni tan prudentes sobre la recuperación económica, con lo
fácil que le hubiera sido armar un castillo de fuegos de artificio. Mariano
Rajoy siempre ha sido así, y su aparente imperturbabilidad aporta confianza.
Zapatero, sin embargo, era impasible, y en el barrio húmedo de León un chalán
le arrojó una cerveza por encima y no movió las facciones ni las cejas
circunflejas goteantes. El carácter es la energía sorda y constante de la
voluntad, pero sobre todo silente y poco vocinglera. Parecemos las ranas
pidiendo rey, quejosas de que Dios las tirara un tablón a la charca y aterradas
cuando las envió un dragón. Carácter el de Teodoro Roosevelt: “Habla bajito y
lleva un buen garrote”.
23/3/14
3/3/14
BANALIZAR EL TALENTO DE ORSON WELLES (3-3-2014)
Dos desdichas acompañaron a
Orson Welles: su cociente intelectual y su cultura. Hasta su matrimonio con
Margarita Carmen Cansinos (Rita Hayworth), sobrina del poliglota y polígrafo judío
español Rafael Cansinos Assens, traductor íntegro y literal del Corán, del
árabe al español, fracasó por el abismo mental que se daba en la pareja. La amó
porque “…es el ser más desgraciado que he conocido en mi vida”. Violada por su
padre, sus aparatosos maridos no evitaron la dipsomanía ni frenaron el Alzheimer.
Orson tenía interiorizado Shakespeare, y
pretendía interpretarlo, representarlo y filmarlo, lo que aterraba a
productores analfabetos. No era un extravagante sino un genio, y por ello el
sistema de Estudios le condenó al ostracismo pese a haber escrito, dirigido e
interpretado “Ciudadano Kane”, a los 24 años, quizá la mejor película de la
filmografía. Tuvo que ir y venir de Estados Unidos a Europa buscando lo que
llamaba “trabajos alimenticios” (llegó a publicitar un brandy español) que le
permitían rodar a bajo precio entre nosotros (“Campanadas a medianoche”) y
apasionarse por los toros y España. Previendo su muerte pidió que sus cenizas
descansaran en la finca rondeña de su amigo Antonio Ordoñez, y creo recordar
que Alfonso Ussía relató la ceremonia de rondar su descanso. No triunfo por
casualidad o efectísmo: “Sed de mal”, es un hito del cine negro con una
apertura secuencial que nadie ha sabido repetir. Su adaptación, dirección e
interpretación de “La guerra de los mundos”, de H.G. Welles, para la CBS, le
dio inmerecida fama de oportunista porque antes de abrir la emisión se advirtió
explícitamente a los oyentes que era una dramatización de la conocida obra del
británico. No hubo engaño alguno: pero miles de escuchas no oyeron el exordio y
cuando ardió el pánico se cortó la emisión para repetir la advertencia de que
estaban emitiendo un radioteatro y no un
informativo. Falsificar a Welles es patético. Eludir su honestidad intelectual
resulta infame.
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