Felipe González recibió en Moncloa a Joaquín Leguina para tratar de
un nuevo impuesto a la Comunidad de Madrid. Como solía le hizo pasear entre los
pinos y el jardín de los bonsáis, y, parándole, le espetó: ”Joaquín, ¿tu
follas?”. El primer dirigente madrileño salió rápidamente de su estupefacción contestando
inteligentemente:” Presidente, se me ha olvidado hasta la postura”. ¿En que
estaría pensando Felipe?. El carácter es subyacente, pero emergente como un
submarino. No es característico de Rajoy preguntár por una ilustración del
“Kamasutra” al ministro del Interior, Fernández Díaz. González tenía carácter
poliédrico, y bajo su aparente suavidad (que solo era buena educación) sufría
arrebatos de abroncador. En un desayuno en la Embajada española en Uruguay
desdeñó por infantil a Julio Feo, el jefe de su gabinete, que no entendía un
chiste local, y a renglón seguido puso a parir panteras a Eduardo Sotillos, su
Secretario de Estado de Comunicación, instándole a aprender algo en el Cono
Sur. En público y a las voces. En mi timidez creí alguna vez que me sacaba del
despacho pero siempre fue generoso y cordial, igual que el tronante Alfonso
Guerra. En su entrevista con Gloria Lomana hay quien reprocha a Rajoy
ambigüedad y divagación, pero no se recuerdan palabras tan contundentes sobre
la secesión en España ni tan prudentes sobre la recuperación económica, con lo
fácil que le hubiera sido armar un castillo de fuegos de artificio. Mariano
Rajoy siempre ha sido así, y su aparente imperturbabilidad aporta confianza.
Zapatero, sin embargo, era impasible, y en el barrio húmedo de León un chalán
le arrojó una cerveza por encima y no movió las facciones ni las cejas
circunflejas goteantes. El carácter es la energía sorda y constante de la
voluntad, pero sobre todo silente y poco vocinglera. Parecemos las ranas
pidiendo rey, quejosas de que Dios las tirara un tablón a la charca y aterradas
cuando las envió un dragón. Carácter el de Teodoro Roosevelt: “Habla bajito y
lleva un buen garrote”.
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