“¿Y cuándo comenzó a joderse el país?”. Exactamente en el mes de
septiembre de 1.930 cuando el general José Félix Uriburu dio un golpe de Estado
contra el Presidente democrático Hipólito
Irigoyen. “El peludo”, por su aspecto entonces tenido por desaliñado,
había sido electo como líder de la Unión Cívica Radical (UCR), reformistas,
krausistas, y no teniendo pesos ni propiedades, dejó la Casa Rosada camino del
domicilio de su hija donde vivió hasta su muerte, en la austeridad higienista
que le placía con su biblioteca como único patrimonio. Dos años después su
verdugo militar fallecía en París del cáncer de estómago que había ido a
tratarse, dejando en herencia la primera asonada argentina, vicio político que
perduró hasta 1.983 en que Raúl Ricardo Alfonsín, también jefe de la UCR, ganó
a los peronistas en elecciones plenas y libres por el 52% de los votos. La
machada militarista de Uriburu no solo carecía de precedentes sino de justificación.
Acabados 60 años de guerras civiles entre federales y unitarios, Domingo
Faustino Sarmiento (básicamente un maestro de escuela) mezcló cal con la sangre
de los mataderos porteños pintando la Casa del Gobierno con la precipitación
rosada del rojo federal y el blanco unitario. Bajo el lema de “las ideas no se
matan” sembró el país de escuelas con niños en batitas azules unificadoras que
ante de entrar a clase izaban la bandera argentina y cantaban el himno
nacional. Lo único serio que perturbó la nación fue la matanza de anarquistas,
la mayoría españoles, en la Patagonia. Alzados en armas contra los estancieros
ingleses en obrajes de semi esclavitud el Ejército les fusiló
indiscriminadamente, pecando Irigoyen por mala información u órdenes imprecisas.
Entonces las comunicaciones con la Patagonia eran aleatorias. Pero Uriburu no
precisaba pretextos. Había viajado por Europa como comisionado de estudios y
trajo a Argentina el fascismo mussoliniano, que llegó para quedarse. Años
después, el general Perón, que había servido en Roma como agregado militar ante
el Duce, reestableció el corporativismo nacionalista en un movimiento
Justicialista que sigue gobernando el país. Una Pampa Húmeda con metro y medio
de humus donde escupes y crece un ombú, dos y tres cosechas al año de trigo,
maíz, soja para alimentación vacuna o biomasa, ingenios azucareros en Tucumán
que producen alcoholnafta, buen sucedáneo de la gasolina, yacimientos
explotados y por detectar de petróleo y gas, en mar y tierra firme, 80 millones
de cabezas de ganado, y todo para cuarenta millones de habitantes perdidos en
una inmensidad continental, antaño bastante cultos y que pese a la degradación
nacional conservan cierto vigor
intelectual que les ha dado cinco premios Nobel. Ni aberrantes teorías racistas
justificarían la decadencia: los indios y los negros fueron exterminados por
los criollos, y la actual emigración boliviana y paraguaya es una gota en
la masa de italianos, españoles y judíos
centroeuropeos.
El declive argentino es político y se llama peronismo. El general
Juan Domingo Perón, era antimarxista,
antigringo, nacionalista y un fascista consciente de que Mussolini había
acabado colgado de una gasolinera de Milán. Pero sobre todo era, como su tercera
mujer, Eva Duarte, un rencoroso social por ser hijo de soltera y haber sufrido
los desdenes de las estrechas clases altas de su país. Evita, además, era una
acreditada asaltacamas castrense en busca de un general que la protegiera y la encumbrara. El dio
derechos legales a masas desposeídas de descamisados, y ella el voto a las
mujeres, aportando al “Gran Macho” (presuroso y menorero) un populismo
inconfundible de analfabeta funcional. Perón no creó un partido overo de corte
occidental sino un Movimiento en el que
con el tiempo cupo todo: desde la extrema izquierda montonera y terrorista a la
ultraderechista y asesina Alianza Anticomunista Argentina o Triple A. La UCR quedó como partido
secundario, los anarquistas desaparecieron entre la legislación social y la
policía, los comunistas quedaron como club intelectual (“Vuelan bajo”, decía de
ellos el general), una socialdemocracia que se hubiera podido desarrollar fue
abortada por el peronismo, y las derechas, incluidas las democráticas, se
dedicaron a golpetear las puertas de los cuarteles, que consiguieron abrir
durante todo el siglo XX. Quizá porque Perón nunca sopesó su ausencia el
caótico sistema se mantiene. La bienintencionada y nacional UCR ha pasado a
partido residual mientras ha florecido una metástasis de partiditos (muchos,
provinciales) cuyas asambleas pueden celebrarse en un colectivo, o autobús. El
peronismo sigue siendo un elefante descuartizado y recompuesto con el pegamento
del más burdo clientelismo. Los chanchullos de la Junta de Andalucía y su UGT
nos escandalizan, pero yo he visto al Secretario General de la CGT, repartir
fajos de pesos que extraía de un cajón sin reparar siquiera en el periodista de
visita. Estoy convencido de que le pido, me da, y sin recibos de por medio. El
mismo método para encontrar un empleo o al menos una changa (chapuza). Nada
extraño cuando la idealizada Evita regalaba dentaduras usadas. Los sindicatos
peronistas pagan a sus manifestantes, y un poco más a los “piqueteros” que
cortan las rutas, o a los sicarios que escrachan la Prensa opositora. De las 26 provincias solo una está gobernada
por un moderado socialista, la Capital Federal por el derechista Macri, y el
resto por microformaciones locales o peronistas aliados con ellas. La masa
crítica peronista se encuentra tan dividida que Ernesto Kirchner fue elegido
presidente por solo el 24% de los votos, pero los justicialistas (que tienen un
concepto patrimonial de la democracia y el poder) siempre cierran filas en
torno al caudillo emergente con la otra cara del clientelismo: la corrupción
como forma de Gobierno.
La corrupción es inherente al ser humano, y la nuestra nos molesta,
pero la coima, el soborno, el tener que pagar para obtener aquello a lo que
tienes derecho, en Argentina es una Institución ante la que la Sala del Crímen
hace décadas arrojó la toga. No se han librado ni las Madres de Plaza de Mayo
animadas por el Kirchnerísmo a estafar a los pobres vendiendo el humo de unas
viviendas sociales que no se construyeron. Manda hoy “ la Cámpora “ un
ectoplasma de los montoneros que cayeron frente a la dictadura militar.
Kirchner, marido, ejercía algún control sobre la cleptocracia, pero la viuda
está secuestrada por los camporistas que capitanea su hijo Máximo, solo
capacitado para contar las monedas de la familia. No sé si Broufau llegó a entender
que a la banda peronista tanto le daba la valoración de REPSOL como el actual
índice de inflación que cifran sin pudor en el 4% oficial cuando realmente está alrededor del 35%. Sostienen al peso artificialmente
secuestrando la posesión de divisas y el único cambio real es el de los
arbolitos, señores impávidos en las aceras comprando de tapadillo dólares
estadounidenses y euros. Dentro de dos años el peronismo volverá a gobernar y
todo continuará igual aunque con otros matices. El tango fue un baile de
hombres en los arrabales portuarios, por falta de mujeres, y hay que aferrar a
la pareja con toda la musculatura. Si lo bailas suelto, te caes. En Argentina,
fuera del sentimentalismo, la necrofilia y la corrupción, no hay vida.