16/11/88

Un empecinado (16-11-1988)

El teniente coronel Aldo Rico -quien, siendo rebelde, perdió su grado, recuperándolo después por gracia de la extraña justicia militar argentina- es un empecinado de entre los muchos que integran aquellas fuerzas armadas. Hijo de emigrantes asturianos, llegó a hacer célebre, antes de los sucesos ahora comentados, el empecinamiento de su raza. Se encuentra limpio de sangre, y ni desde el Informe Sábato sobre la desaparición de personas ni desde las causas instruidas por los juzgados federales se le reclama por nada.Fue un oficial querido por sus subordinados, que-soportaron su bárbara pero amigable instrucción de comandos, y un pequeño mito en el desastre profesional militar que supuso para las fuerzas armadas argentinas el desastre en la guerra por los archipiélagos australes.

Típico macho militar, se desempeñó heroicamente durante la batalla por las Malvinas, peleando tras las líneas del general británico Jeremy Moore con alguna pericia y más voluntarismo. Eljefe de los comandos británicos durante aquellas batallas redactó posteriormente un libro de memorias bélicas sobre aquellos sucesos, titulado No picnic. No fue ciertamente un paseo militar.

Rico se desempeñó con briHantez en aquella pelea de gallos, determinada de antemano, hasta el punto de ser multicondecorado por su valor en combate y de serle aparcadas las medallas en tanto en cuanto sugirió públicamente el fusilamiento en campaña del general Benjamín Menéndez, a la sazón gobernador militar de las Malvinas, por aceptar la rendición incondicional ante la fuerza de tareas británica.

De los pasados sucesos de Semana Santa fue el inspirador y su sostén principal. Utilizó como detonante al teniente coronel Barreiro, un hijo de gallegos, que malamente se había distinguido como oficial de espionaje en el III Cuerpo de Ejército -Córdoba- y como jefe de interrogatorios en él chupadero La Perla.

El general Héctor Ríos Ereñú; éntonces jefe del Estado Mayor del Ejército, llamó a Barreiro y vino a decirle que era imposible librarle de su procesamiento, pero que debía aceptarlo con paciencia, por cuanto el tiempo político le libraría de males penitenciarios.

Barreiro, ya conspirativo, dijo a todo que sí y marchó a Córdoba, al III Regimiento de Infantería Aerotransportada de La Calera, donde, acuartelado y rebelde, recibió su citación judicial por delitos contra, la humanidad, que se negó a acatar.

Aldo Rico estaba esperando esta señal. Jefe de un regimiento de comandos acantonado en la provincia de Misiones, en la frontera con Brasil y Paraguay, ordenó a sus tropas marchar .sobre Buenos Aires para apoyar el cuartelazo de Barreiro. El grueso de sus fuerzas fue interceptado por tropas leales al Gobierno mientras pretendía alcanzar por carretera la cap¡tal federal; pero Rico, para nada tonto, ya había previsto la contingencia. Junto a su estado mayor y un grupo de leales había tomado el avión de la línea de cabotaje e Austral, aterrizando en el aeroparque metropolitano de Buenos Aires, y, cruzando la capital, se aprestó a ocupar la Escuela de Aplicación de Infantería de Campo de Mayo -Cuartel General del Ejército argentino-, colocando en jaque al poder civil.
Durapte aquella Semana Santa, Rico y sus comandos pusieron al Gobierno radical contra la pared, exigiendo el final de los procesamientos mil¡tares y la reivindicación del Ejército en su guerra sucia contra la subversión. Aquella asonada tuvo que resolverla personalmente Raúl Alfonsín presentándose en Campo de Mayo y exigiendo ver a Rico, mientras las masas esperaban histéricas en la plaza de Mayo.

"Muy nervioso"

Alfonsín relataba posteriormente cómo Rico y sus edecanes tuvieron la delicadeza de presentarse ante él sin armas a la vista y cuadrándose. Sentados a la mesa, Rico hablé de negociar, y Alfonsín le replicó que con su jefe supremo de las fuerzas armadas nada tenía que negociar, lo que asumió. Muy nervioso, Rico expresó el malestar de los jefes intermedios ante la conducción del arma de Tierra y reivindicó el valor mil¡tar de esos mismos cuadros durante la guerra de las Malvinas. Hecho lo cual se rindió, a lo que se ve, Provisionalmente.

Su rebeldía precipitó una malhadada ley de obediencia debida que desprocesó a numerosos jefes y oficiales presuntos responsables de violación de 'los derechos-humanos y dinamita al contemporizador Héctor Ríus Ereñú como jefe del Ejército. Los infantes, especialmente los más jóvenes, encontraron así un nuevo líder: el macho asturiano que, pese a todo, reivindicaba la dignidad del oficio militar. Miseria sobre miseria.

Rico cumplió prisión militar rigurosa en Campo de Mayo por presunta rebelión. Fue en el comienzo de su penúltima historia de insubordinaciones -siempre fue un gallo peleador ante sus superiores- bastante bien tratado por el Gobierno radical. No sólo se había insubordinado, sino que. había abandonado su residencia, su mando y desplazado a parte de su tropa sin órdenes superiores, haciendo plantes de fuerza al Gobierno de la nación. Sólo el hecho de que Argentina es un país abolicionista impidió la caridad de fusilarle.

De nada sirvió. Antes de rendirse a Alfonsín rechazó la intimidación de un juez federal, y por ello fue preso y procesado por rebelión y sujeto a prisión rigurosa ante la justicia civil. Apeló y logré que se calificara su supuesto delito como motín -había exhibido armas-, con lo que obtuvo el pase de su causa a la justicia castrense y, sorprendentemente, una calificación de prisión atenuada.

Su guerra personal no eis exactamente con la democracia -por más que no se pueda ignorar que continuamente la coloca en precario-, sino con José Dante Caridi, el solterón general de Artilleflá, actual jefe del Estado Mayor del Ejército, que sólo procura restablecer la cadena de mando. Preso en Campo de Mayo, Rico recibía todos los fines de semana multitudinarias visitas de jefes y oficiales. Sus fieles elaboraron un vídeo, Operativo Dignidad, sobre los sucesos de Semana Santa, que se ha proyectado en los cuartos de banderas.

Rico y su gente -y en esto radica su peligro- no reivindican las viejas juntas militares de la dictadura, de las que abominan, sino que enarbolan una nueva bandera castrense que utiliza ese monstruo jurídico denominado obediencia debida como lavadero de Pilatos: hicimos lo que hicimos -vienen a decir- porque nos lo mandaron, pero para nada somos responsables ni de la guerra sucia ni del resultado de la guerra en las Malvinas; -somos el nuevo ejército. Un movimiento que se embosca falsamente en cierto nasserismo a la suramericana y del que sólo cabe esperar mayores desastres y quebrantos para la frágil democracia argentina.

1/2/88

Juan Carlos Pallarols (1-2-1988)

En su horas más bajas, al presidente argentino, Raúl Alfonsín, se le ha visto dando zancadas por los pasillos de la residencia de Olivos, en pijama, dando órdenes a altas horas de la madrugada y con su bastón de mando aferrado en su mano derecha. El orfebre que hizo el bastón es su amigo y el mejor platero de Argentina: Juan Carlos Pallarols, hijo de orfebres catalanes, que ahora está descubriendo España.

Cuando el general Bignone, último presidente de la Junta Militar argentina, supo que el triunfador de las elecciones democráticas de 1983 era Raúl Ricardo Alfonsín, ordenó confeccionar el bastón de mando que tradicionalmente se obsequia, como distinción de su dignidad, a los presidentes de la república. Se buscó a Pallarols, el más brillante orfebre del país, y se le encargó un bastón de ceremonia de estilo francés labrado en malaca, oro y con esmaltes.El orfebre se rebeló y acudió al propio Alfonsín, entonces presidente electo: "Mire usted, la nación esta quebrada, y este bastón afrancesado no representa lo nuestro". Alfonsín le dio carta blanca y el descendiente de orfebres catalanes recabó madera de tala proveniente de la rueda de un carro, con la que labró el alma del bastón. Fundió plata de objetos de uso campesino y talló la guarda con 22 flores de cardo y tres pimpollos, que no son sujetos de comercio y que se encuentran desde la Tierra del Fuego hasta Jujuy: 22 por otras tantas provincias argentinas y tres pimpollos sin florecer por los archipiélagos australes irredentos, que todo buen argentino tiene como propios.

Sólo en oro grabó el escudo republicano, y los pesos sobrantes del diseño original de la dictadura se destinaron a socorrer al hospital de Niños de Buenos Aires. La pieza quedó exhibida en una joyería del centro porteño para que los argentinos pudieran contemplar el símbolo de su libertad recobrada.

Los primeros Pallarols arribaron a Argentina en el siglo XVIII, y mantuvieron talleres artesanales en Barcelona y Buenos Aires. Los hijos volvían a Cataluña, generación tras generación, para casarse, hasta que 1936 cortó el flujo amoroso de la familia. El abuelo y el padre del orfebre de Alfonsín quedaron anclados en la reina del Plata, donde ya el nieto nació argentino y casó con argentina.

Juan Carlos Pallarols continúa trabajando por encargo en un increíble taller del barrio porteño de San Telmo, casi una rebotica de alquimista, resistiéndose fieramente a cualquier tentación de industrializarse. Dos de sus hijos varones ya trabajan con él, y entre los tres han restaurado la custodia de la catedral de Buenos Aires, que el abuelo José y el padre Carlos confeccionaron (170 kilos de plata) en 1934; cuatro generaciones trabajando sobre la misma pieza.

Labró para el Rey de España un facón de plata y una pipa en plata y oro, a más de otro espejo de plata para la Reina. Ahora ha labrado para Felipe González un mate con salvilla en el que se representa un cóndor y los escudos de Argentina, España y Sevilla.

Sus trabajos han sido los regalos de Alfonsín al Papa, a Reagan, a Mitterrand, a Gorbachov. Pallarols, a sus 45 años, jamás había visitado la tierra de sus mayores. Estos días está visitando Toledo, El Escorial, Granada, Sevilla. Y retrasa su viaje a Barcelona, lleno de miedo ante la tierra de sus mayores que le enseñaron casi biológicamente la amorosidad de la orfebrería.