25/5/09

Felipe González (25-5-2009)

Entre trajes, Jaguar, bodas y bautizos, y toda la chalanería de los tratantes de ambos partidos, aparece de vez en cuando un hombre que aparenta haber alcanzado la tranquilidad después de haber sido símbolo de la corrupción del Partido Socialista. Aun en plena campaña electoral le hace dulces objeciones a José Luis Rodríguez Zapatero, reprochándole su pasividad ante la que nos está cayendo, y a Caldera (ese tanque de pensamiento) le recuerda que no hay energías alternativas baratas y de larga duración para la sustitución de las centrales nucleares. Pero el viejo patrón de la moratoria nuclear advierte al fin que es de zonzos depender de la energía atómica francesa instalada detrás de los Pirineos.

Tuve amores pro-natura con este hombre y me temo que nos desengañamos mutuamente. Fue más sujeto de poder que socialista utópico y quizá eso nos viniera bien cuando el Estado estaba en el chamarilero. No me extraña que conectara tan bien con el desaparecido Enrique Sarasola. En el fondo siempre he tenido a Felipe González como a un político iberoamericano. Admiraba al general panameño Omar Torrijos y al caudillo venezolano Carlos Andrés Pérez de quienes siempre escuchó sus lecciones. La admiración que despertaba en esos pueblos donde la prensa le llamaba Felipillo con admiración contribuyó sin duda a que Felipe González se sintiera tan cómodo en esas tierras. Si llega a decir en España que él no está en condiciones de recomendar el voto para el PSOE es que se coloca fuera de la vida política. Resultaba inevitable que dadas sus dotes personales, se fuera a trabajar con Cisneros en Venezuela o con Slim en México.

Nunca se ha llevado bien con Zapatero, del que esperaba mayor atención y consulta y sólo ha recibido desdenes y vacío político. Una vez FG le pidió una charla al presidente sobre asuntos de Estado que le tenían preocupado. Lo recibió en Doñana y la mesa para comer parecía la de una boda. Felipe comentó: «Sólo faltaban los guardabosques del parque». Es la forma que tiene Zapatero de ofender sin que se le note demasiado.

Jesús de Polanco me dijo en una ocasión puntual: «He cambiado de mujer, de casa y de trabajo». Estas cosas tan injustas rejuvenecen mucho a los hombres y a Felipe se le nota que ha cambiado las tres cosas. José María Aznar le gana en que escribe libros y habla inglés. Pena que FG deje sus memorias ad calendas graecas. Entonces quizás podríamos reconciliarnos…

4/5/09

De la huelga general (4-5-2009)

Recien llegado a Argentina, la cadena ATC (del Estado) me invitó a un coloquio sobre la anunciada huelga general con la que los sindicatos peronistas saludaban el nacimiento de la nueva democracia. Aduje modestamente, como extranjero, que era la bomba atómica de los trabajadores y que debía ser utilizada en ocasiones excepcionales. Uno de los líderes de la central justicialista me tachó, xenófobamente, de «gallego de mierda desconocedor de Argentina». Aquello era en directo y me salvó de la quema una mujer esplendorosa que permaneció a mi lado, medio actriz medio buscona de altos vuelos, Graciela Alfano, en cuyo cruce de piernas me encontraba yo embebido. Al Gobierno de Alfonsín no le hicieron una, sino 13 huelgas generales, hasta consumar un golpe de Estado sindical.

Llamé a Graciela, pasados los años, para cenar en casa con muy pocos amigos para discutir la utilidad de las huelgas generales en sociedades democráticas. Quino (Mafalda), largos años exiliado en Italia, me dijo que no asistía por razones de principio. Le pregunté cuál era éste, siempre respetando su voluntad, y me contestó que Graciela era amante del almirante Massera, máximo representante de los torturadores de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA). Yo entonces era tan pardillo que hasta tenía de mucama a la que lo fue del almirante hasta su detención por un crimen sexual. Aquella cena hubiera acabado a bofetadas, así que decidí suspenderla.

Hoy, el único motivo en España de declarar una huelga general es la necesidad que tienen los ciudadanos que se sienten excluidos del sistema. El despido en España siempre ha sido barato y se entiende a los magistrados de Trabajo que siempre dan razón al despedido. ZP se equivoca haciendo de Buster Keaton ante la crisis, pero no yerra negándose a patrocinar el despido libre, gratis y obligatorio como el aborto que viene. Desde el franquismo, la Patronal viene sosteniendo que poner en la calle a un ciudadano genera riqueza y empleo, argumento cuya eficacia nadie ha podido demostrar. De todas formas ése no es el problema porque este Gobierno antes cometerá un sepuko -la desventración ritual con un asistente que te corta la cabeza-, antes que poner en saldo los despidos.

La huelga general debería pagarla el aparato sindical subvencionado por el Estado: liberados y esa mandanga de exaciones sobre inacabables deudas históricas, de las que, sobre todo vive el sindicato socialista, y su chamán, el dulce osito Cándido Méndez. La huelga general es un placebo para las enfermedades de los españoles, que desconocen el cruce de piernas con atisbo de bragas de Graciela Alfano.