25/6/82

Su turno (25-5-1982)

El teniente coronel Tejero fue expulsado ayer de la Sala en la última sesión del juicio oral contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado del 23-F, después de haber manifestado su desprecio "a gran parte de los mandos, por su cobardía". El presidente del Tribunal declaró vista para sentencia la causa, tras una sesión pródiga en incidentes protagonizados por el público. El presidente del Tribunal ordenó la expulsión de la Sala de un grupo de familiares de los procesados. En el turno de alegaciones de los procesados, el teniente general Milans del Bosch afirmó: "Muchos militares pensaban en 1981 que, bajo el mando del jefe supremo de las Fuerzas Armadas, podíamos propiciar un golpe de timón. Esta es la verdad de esta causa y lo demás son detalles. En idénticas circunstancias volvería a actuar como aquel 23 de febrero".

Ha sido su jornada. Se les debe tras estos tres meses de proceso librementre tratados por la opinión pública. Se han levantado y han hablado. Con quince minutos de retraso comenzó la jornada de ayer -última de esta causa- para depararnos lo ya intuido: que el ministerio fiscal no tenía intención alguna de replicar. Por lo demás, cada encausado ha hecho uso de su derecho a la palabra, para hacer o no uso de ella.La función apenas ha durado la sesión de la mañana, siempre presidida por la pregunta de Gómez de Salazar de "¿Tiene algo que exponer ante este Tribunal?", expuesta en tono amable. Bastantes se han levantado y han dicho que "sí". Quienes han deseado replicar se han levantado y han avanzado unos pasos hasta alcanzar un micrófono de pie, pocos metros antes de la izquierda del Tribunal. Desde ahí, y sin sentarse, han leído o improvisado sus últimas deposiciones en esta causa.

Milans, usando un texto, estima que siempre ha amado a España, alude a que siempre ha adaptado su vida a pensamientos básicos sobre el honor, el deber, etcétera y que aquella larga paz propiciada por una guerra de liberación, hoy escarnecida y vilependiada, le empujó para prepararse civilmente. Vista la desmembración de la patria (crisis autonómica, crisis económica, crisis de valores morales), estimó que la situación era tan grave como la de 1.936. Y el 23 de febrero de 1.981 actuó por indénticos ideales. Creen el 23 de febrero que se les llama por salvar a la patria, por dar un golpe de timón, por salvar al país en función del artículo octavo de la Constitución y obedeciendo órdenes del Rey, cuyo confidente era el general Armada. No se afirma si se jugó con dos barajas o si se vaciló. Relevo de toda responsabilidad a quienes me siguieron, junto con mi mayor desprecio por quienes no asumen sus responsabilidades. Tono neutro, tranquilo, respetuoso.

El general Armada estima que no puede aportar nada nuevo y que es innecesario un nuevo alegato. No tiene nada que acusar, nada que ocultar y nada que agregar. Se reafirma en su espíritu de servicio, en que siempre ha asumido sus responsabilidades, pero no las que no son suyas. Y un canto final, noble en su factura, por la felicidad y la concordia de los españoles. Leyó un papel, como Milans.

El general Torres Rojas habló ante el Tribunal: que siempre creyó obedecer órdenes del mando supremo de las Fuerzas Armadas. Pide a Dios que este sufrimiento tan enorme sea el último que padezca esta sociedad por la unidad indisoluble de España, su prosperidad y su paz.

Camilo Menéndez movió a la lágrima aludiendo a la Marina oficial, por la que se sentía maltratado, y a la real, de la que sólo tenía elogios. Critica a Enrique Múgica y al general Santa María por sus declaraciones como testigos y, tras ser llamado al orden, estima que él y hombres como él jamás eludieron sus responsabilidad. Se le quiebra la voz y afirma, como sus compañeros requetés, que "la victoria es de Dios y que a nosotros sólo nos queda la gracia del combate". Breves aplausos por parte de la Sala, que son obviados por el presidente.

Alegato del coronel San Martin

El coronel San Martín leyó tembloroso su alegato, acaso más indignado que nervioso. Hizo una defensa como jefe de filas de los encausados de la División Acorazada y extendió su perdón a quienes presuntamente le han agraviado e injuriado. En uno de los alegatos más prolongados y, sin pretender involucrar a nadie, según confesión propia, insiste en que hizo lo que hizo por estimar que el Rey lo deseaba y por tener a la patria al borde de la destrucción. Sale la DAC, afirma, porque lo manda su jefe y vuelve a sus acuartelamientos por lo mismo. ¿Dónde está la rebelión?. Alguna maldad se les escapa. Que mandos militares que no cita conocían el 23 de febrero con antelación y no están encausados, que se pudo evitar institucionalmente el 23 de febrero o que la orden de acuartelamiento -Alerta 2- dada por el Rey no significaba que éste hubiera cambiado de opinión. Asume la responsabilidad de sus hombres y los exonera. Resume lo que ha sido en estos tres meses: un hombre desesperado ante una carrera prometedora y destruida.

Ibáñez Inglés, el jefe interino del Estado Mayor de Milans, "hombre fuerte" entre los encausados, niega haber imputado al Rey responsabilidad alguna; después se deshace en elogios hacia Milans, niega la calificación fiscal de rebelión militar y acaba citando a Unamuno para llorar finalmente un entrecortado "¡Viva por siempre España!".

El coronel Manchado recuerda sus años de lucha en la sierra contra el maquis, los sacrificios y su papel como oficial de una generación puente entre la oficialidad de la guerra civil y la posterior. "Que Dios no me encuentre con las manos vacías". Casi mueve a pena.

Tejero monta su número menor. "Ante la gran mayoría de los mandos de las Fuerzas Armadas siento un profundo desprecio por su cobardía y por su traición a la patria". El presidente no le deja terminar la arenga y le insta a que se retire.

Retirada entre aplausos

Lo hace entre aplausos de muchachas jóvenes, que ni siquiera son familiares de encausados (han entrado a la Sala como visitantes) y que están acompañadas por la esposa de Camilo Menéndez y otras damas. Ante el altercado, el presidente ordena desalojar. La Policía Militar duda, mientras extrae sus porras. El presidente clarifica su orden: "Desalojen a los alborotadores, nada más". Van abandonando la Sala sin que la P.M., prácticamente, tenga que intervenir. Tejero, vomitado su despropósito, se ha retirado de la Sala. Incidente tenso y molesto, pero menor.

Un grito aislado de "¡Traidores!" precedió a la declaración del teniente coronel Pedro Mas: muy duro, defensor a ultranza de Milans y debelador (lo quiera o no) dé La Zarzuela. Estima que días antes del 23 de febrero un general de la III Región Militar (Valencia) fue recibido por el Rey quien le dijo que la situación política del país se aprestaba a cambiar. Tal recado le fue transmitido a Milans, quien se hizo su cuadro de situación. Y después insiste en lo tardío de la primera llamada del Rey a Milans aquella noche. Este es el hombre que cuando Milans abandona el juicio (asqueado) le sigue contraviniendo las órdenes del Presidente de la causa. Más que un ayudante se asemeja a un criado.

Pardo Zancada recuerda que habla acaso vistiendo por última vez su uniforme, que siempre ha dicho verdad y que la cambiante conducta de otros (abierta alusión al general Armada) les ha llevado a sus banquillos. Alusión de gratitud a sus capitanes de la Acorazada, a quienes exime de responsabilidad, a quienes como maestros le enseñaron las virtudes militares (varios miembros del Tribunal) y otras gracias varias.

El comandante Cortina recuerda que no puede hablar por ser miembro del CESID (Inteligencia de la Defensa) lo que puede aportar a su caso cierto grado de indefensión por más que no se queje. Alude a razonamientos viciados de error en su origen y llega a hacer un punto de poesía esotérica a cuenta del vuelo errático del águila que no puede ser seguido (todos pensamos en esa águila bicéfala cuya cabeza "más gorda" -según Pardo Zancada- es la de Armada). Que es ajeno a la conspiración y que el CESID nada tiene que ver en esta historia. Y que él ha trabajado por la seguridad y la libertad de los españoles, al margen de represalias insidiosas de otros servicios secretos extranjeros. (La CIA le denunció en su día como presunto oficial golpista. También es cierto que Cortina, entonces, pretendía descubrir una estación de escucha de tal agencia estadounidense en Madrid).

De ahí para abajo, en la escalilla jerárquica de los justiciables, o silencios, o dobletes sobre lo dicho por sus superiores o la tontería final del ruidoso y voluminoso único civil de la causa, Juan García Carrés. Este casi nos hace llorar a cuenta de sus sufrimientos en Carabanchel y estima que no pudo producirse ninguna rebelión militar el 23 de febrero, en tanto en cuanto este delito atenta contra la seguridad del Estado y entonces el Estado carecía, como ahora, de seguridad. Acabó su deposición con un "¡Viva España!" coreado por el público.

Los demás oficiales no citados abundaron, lógicamente, en su amor a España, a la disciplina, a sus jefes naturales (los obedecieran o no) y a su carrera; a más de grandes dosis lacrimógenas, y comprensibles, de recuerdos y agradecimientos sobre sus abogados, sus mujeres, sus hijos, hasta sus padres o abuelos ya fallecidos, y amigos en general.

Es su día y, su ocasión. Sería mezquino, tras tres meses de batalla legal, restarles ahora su turno aún so capa de comentario. Algo de patético ha tenido esta última jornada. Todos esperábamos alguna barbaridad final, y la realidad es que al márgen de la salida de Tejero esta última sesión ha resultado breve y tranquila. Lágrimas en los rostros de muchas mujeres, un punto mínimo de tensión ambiental y una emoción lógica y generalizada.

El veneno de un anónimo

El veneno vino de la mano de un panfleto, anónimamente atribuido a las comisiones militares, "aparecido" en los lavabos de señoras del Servicio Geográfico y, también, abiertamente distribuido por un comisionado teniente coronel del Ejército del Aire; en el se pone a caldo a casi todos los jefes y oficiales que han pasado por la causa. Ascensos y prebendas supuestamente indignos, señalamiento de posibles concubinas, alusión a hipotéticos asesinatos por venganza, enfermedades de la mente, falsedad en los testimonios, etcétera. Personas escasamente reflexivas tienen a algunos periodistas por debeladores de las instituciones castrenses. Este panfleto -que indudablemente "sale desde dentro"- destroza el oficio. Mal comienzo del final. Pero, sean como fueren las cosas, hemos llegado a este punto y aparte. El juicio está visto para sentencia.

6/6/82

Ante la botella mediada (6-6-1982)

El pasado 23 de febrero, primer aniversario de su felonía, los procesados por aquellos sucesos se negaban a bajar desde sus aposentos a la sala del Servicio Geográfico del Ejército donde estaban siendo juzgados. Exigían para reintegrarse a sus nada incómodos banquillos de peluche la expulsión y el procesamiento de Pedro J. Ramírez, director de Diario-16, a más de un apercibimiento del Tribunal a la Prensa; algunos abogados defensores ronroneaban amenazantes una hipotética retirada. El teniente general Luis Alvarez Rodríguez, Presidente del Tribunal, anonadado y con la úlcera en la mano, accedíó a expulsar al periodista pero se resistía a acatar más órdenes y albergaba serias dudas de que la Policía Militar arreara hacia la Sala a una tropa doblemente rebelde pero presidida por un teniente general galoneado por heridas en campaña y con la medalla militar individual.Antonio Pedrol, decano de los abogados madrileños, acepto el papel de mediador y hombre bueno; subió a hablar con ellos, desplegó esa astucia mediadora, cargada de matices que, según los entendidos, es imposible encontrar fuera de la circunscripción comarcal de Reus, y aceptaron volver a comparecer ante su propio juicio. Revestido con la toga y las magnificiencias de su decanato, pequeño de estatura, socarrón, con la mirada vivaz de un crío picarón, descendía Pedrol las escaleras camino de la Sala, delante de los encausados, casi (una de las muchas cosas que se le deben agradecer en esta causa) como uncabestro con puñetas, cuando escuchó a sus espaldas un estentóreo "¡¡¡Soy valiente y leal legionario!!!". Y así, con Pedrol abriendo marcha, Milans detrás y cantando a voz en cuello el himno de la Legión bajaron aquel día los encausados hasta los aledaños de la Sala de Justicia. Vivir para ver.

Ahora, cuando la Sala Segunda del Tribunal Supremo no tiene peor problema que encontrar una habitación -que no la tiene- lo suficientemente segura como para guardar los autos que le remitirá el Consejo Supremo de Justicia Militar, hay que recordar lo que han sido para este país los últimos quince meses y toda la agotada capacidad de sorpresa de quienes han seguido atentamente el juicio. Las sentencias remiten a la desolación y a la amargura, es cierto; y para todos. Acaso nunca una decisión judicial haya encontrado tan pocos valedores y tantos descontentos de tan distinta laya. Es cierto que para los ciudadanos demócratas, para no pocos militares y hasta para el sentido común, se han producido absoluciones que la razón no admite y penas harto benevolentes cuando quienes las imparten y quienes las reciben se reclaman orgullosamente de mejores ciudadanos por el rigor que voluntariamente han impuesto a sus vidas. Pero tampoco sería muy sensato que este país, admirable por las visicitudes que es capaz de soportar, cayera ahora del guindo como si no se reconociera en su historia contemporánea y palpara por primera vez los perfiles de la improvisación, la arbitrariedad, lo atrabiliario, el sentimentalismo, la irracionalidad, que distinguen a algunas de sus instituciones.

Hace quince meses, todavía al dudoso calor de los hechos de febrero, podía estimarse que lo mejor que podían hacer Tejero y Milans era suicidarse "aún cuando los suicidaran", tal como el general Silvestre en la carrera vergonzante desde Annual hasta Melilla. Volvió a la memoria la desconfianza de Franco hacia la Guardia Civil, el decreto de disolución del cuerpo que llegó a estar sobre su mesa a falta de la firma y el castigo final de rebaja de haberes (devengaban un 150% del salario militar y quedaron equiparados). Y abocados a conducir a los rebeldes ante un Tribunal ya hemos echado en el olvido los unánimes comentarios de café de tantos meses de zozobra: "El juicio no se celebrará jamás". Los abogados políticos de los golpistas y los militares involucionistas jugaron abiertamente esa carta de escepticismo y amedrantamiento civil. Pues el juicio se celebró. Iniciada la vista ¿quién daba un ardite porque aquello acabara con bien?. Pues con farífarrias, baladronadas, juicio paralelo (el único, el que han hecho los acusados contra las personas y las instituciones de la democracia), desacatos y hasta con el decano Pedrol presidiendo a su pesar una marcha legionaria de encausados sobre la Sala, el juicio más prolongado de nuestra historia y el tercero en duración en todo el mundo, terminó y se dictó sentencia.

Milans, sin uniforme

¿Quién apostaba un adarme -no ya hace meses sino hace cuatro días- a que Milans sería expulsado del Ejército por sus propios conmilitones?: Seamos sinceros con nosotros mismos y admitamos que muy pocos. La opinión pública, ahorajustamente indignada, debe conocer que el Tribunal de esta causa alcanzó por dos veces mayoría absoluta respecto al delito de Milans, sancionándolo primero con doce años (sin pérdida del empleo) y posteriormente con quince años. Fue necesario retrasar la firma de la sentencia para que los militares del Tribunal reflexionaran sobre las consecuencias que podría acarrear su comprensible inclinación a ser antes clementes que justos con un compañero.

Bien es verdad que la disparidad de criterios de dos bebedores ante la botella mediada solo deja opción -paradójicamente- a una conclusión a medias. El bebedor optimista estimará que la botella esta medio llena y el depresivo que se encuentra medio vacía La botella de las sentencias admite también las dos contemplaciones por más que los ciudadai,os estén en su derecho de quererla llena. Y tampoco es cosa de dar una fiesta a los amigos por cuanto después de recibir una paliza el agresor ha tenido el detalle de dejarnos con vida, pero sea poco o mucho hay que admitir el esfuerzo y la violencia que el Ejército se ha hecho a sí mismo. Ante la pena única, de treinta años, sustitutiva de la de muerte, dictada por generales y almirantes contra don Jaime,Milans del Bosch y Ussía, teniente general, hijo, nieto y biznieto de generales, combatiente de Franco contra la II República Española y de Hifier contra la Unión Soviética, multicondecorado y apreciado por sus camaradas de armas, no cabe hablar de provocación militar al poder civil. Por rebelde a su Rey y a la libre voluntad de su pueblo los militares han expulsado de sus filas a uno de sus primeros. Y dentro de un año, firmes las sentencias, Milans afrontará ese minuto insondable de existencia: se despojará del uniforme, vestirá un atuendo civil y devolverá sus medallas al Ministerio de Defensa.

çAntes de su muerte física será cerrada su hoja de servicios (leída con satisfacción durante horas en Campamento) y será enterrado militarmente con una nota, siempre infamante, de expulsión. Antes de cuatro años (las normas penitenciarias militares liberan a los reclusos de 70 años si carecen de antecedentes y observan buena conducta) le encontraremos de paisano, sorbiendo un café en un bar, y diremos: "Mira, Milans...". El temido gallo militar, el general perdido, no será más que un jubilado sin aspiraciones a la mortaja castrense. Este es el símbolo que hay que contemplar; desdeñarlo es desconocer la caracteriología de los militares españoles o hacer abstracción del juicio y sus sentencias como si habitáramos el mejor de los países posibles y no gravitara sobre España un problema militar desde 1.808.

Fanatismo y bravuconería

El juicio, además de por el mero hecho de haberse celebrado y terminado, ofrece otros aspectos positivos. El Ejército y, en particular, la Guardia Civil han comprendido abochornados el rídiculo y el descrédito que un oficial como Tejero ha arrojado sobre ellos. Si cabía alguna duda, sus exabruptos finales han dado la medida de la limpieza de su espíritu. Tras su paso por el juicio ya no es esta la hora jaquetona de las coplillas elogiosas o de la recepción de gónadas masculinas labradas en oro. Sus propios compañeros han entendido el fanatismo irracional que atormenta a este hombre.

Por lo demás, el resto de jefes y oficiales encausados han mostrado públicamente sus miserias. Si alguno era mitificable ha caído estrepitosamente de la peana. No hubo gallardía sino bravuconería de taberna, faltó grandeza de ánimo y se repartieron dosis sobradas demás eres tú, se nos privó de conocer el valor moral del hombre que pierde y afronta su destino y nos empachamos de una dispersión de responsabilidades por la rosa de los vientos. ¿Y éstos eran los grandes santones del involucionismo militar español? El juicio ha evidenciado a unos hombres enredados en disputas, vanidades, ambiciones personales, mentiras, muchas mentiras, temores egoístas, todo un muestrario de los más villanos defectos de la pequeña burguesía española. Y esta desmitificación también hay que colocarla en la mitad de la botella.

Y después de todo lo anterior caben las quejas razonadas de la sociedad civil. Es obvia la inconvencia de que permanezcan en el Ejército los encausados absueltos o sentenciados hasta penas de tres años. Aun caben los recursos (el general Armada con los siete votos disidentes de la sentencia en contra suya se encontrará en dificultades muy serias ante el Supremo) y la acción administrativa que: complete con su rigor lo que la clemencia corporativa no ha sabido terminar. Pero no es exacto que con estas sentencias el poder civil haya quedado poco menos que a los pies de la fuerza militar; el Ejército se ha sancionado a sí mismo -mal- pero subordinándose, con todas las retícencias que se quieran, al poder civil de toda la sociedad. Lo que pasa es que en las relaciones políticas nunca se debe ganar por diez a cero.

1/6/82

El sueño de la razón (12-5-1982)

En la sesión de ayer del juicio por los hechos del 23 de febrero, 44ª de las celebradas, se realizó la defensa del capitán José Luis Abad y el teniente Vicente Carricondo, ambos de la Guardia Civil, por el abogado Jaime Tent. El defensor militar de Abad, general Felicísimo Agudo, dijo que el Ejército español no es heredero de una democracia liberal y parlamentaria, sino de aquél que en una gloriosa cruzada derrotó al comunismo internacional, y que su defendido se había formado al calor de ese Ejército. El coronel Carlos de Meer defendió después al capitán Francisco Dusmet, que en la noche de los hechos entró en el Congreso con el comandante Pardo Zancada, al mando de una columna de la División Acorazada Brunete número 1. Entre otras cosas, justificó la situación de estado de necesidad en el peligro de un nueve, frente popular.

Día y tarde de perros. Al menos, Pedro V. García, cronista de Televisión Española, se reincorpora a este carnaval de contraacusaciones, tras ser zarandeado por la izquierda y la derecha y reposar una crisis cardiaca. La noticia de la jornada reside por lo demás en la intervención del abogado Santiago Segura; periodistas largo tiempo ausentes de Campamento se han reintegrado a esta tribu sólo para escucharle, en el convencimiento de que de él podía esperarse una barbaridad procesal o política: pues la noticia es que no; ha hecho su defensa, con todas las aristas que ha estimado precisas, y nada más. Un hombre proteico y visceral que no tiene una cana de tonto. Y a más de este antisuceso, la desolación en que a cualquier espíritu sensible deja sumido el coronel De Meer tras su alegato de ayer, acaso el más arriscado de los escuchados contra el orden democrático establecido.Con rumores previos sobre supuestas suspensiones de jornadas vespertinas abrió el día Jaime Tent, defensor del capitán José Luis Abad. Otra defensatécnica (lo que es de agradecer) pero acaso obligatoriamente remitida a la vieja historia de la obediencia debida a órdenes superiores, a la creencia del mandato real, etcétera. Como otros letrados que le han precedido y otros que le continuarán ha removido la herida que puede dar resultados: en el Ejército o se obedece o no se obedece, pero no caben términos medios. Alude también a que nuestra Constitución no matiza el código de la. Guardia Civil en cuanto a cumplimiento de órdenes (no ya estricto sino taxativo en este cuerpo), con lo cual termina por hacer un flaco favor a una Benémerita, ejemplar, pero ya muy castigada en esta causa y con perspectivas inmediatas de serlo más en un inmediato futuro y en otros juicios. Almería.

Pero sea como fuere son los propios militares quienes estiman que desde los puntos de vista jurídico y castrense son los guardias civiles procesados quienes peor lo tienen. En el cuerpo, y de Tejero para abajo, no hay forma de encontrar en la causa alguien que en verdad obedezca a un mando natural o que no pudiera tener atisbos mínimos de que, con la excusa real o sin ella, estaban procediendo a una barbaridad. Se diga lo que se quiera la culpa reside en ese sentido de la disciplina elaborado para los tiempos en los que no se había inventado el telégrafo. Solo así puede explicarse que el teniente coronel Tejero, sin mando sobre nada ni nadie, arrample con una cohorte de guardias que ahora aducen órdenes superiores.

El codefensor del capitán Abad, general de brigada Felicísimo Agudo, intervino a continuación recordando que hay una verdadera mayoría que desea que se haga justicia, por encima de los ojos puestos sobre este tribunal: ojos revanchistas, rencorosos, que piden injusticia y una sentencia que incluya un castigo desmesurado. Este general no se ha enterado de que los ojos puestos sobre el tribunal están velados antes por el temor que por el revanchismo. Ni de que el patio campamental ha vuelto a ronronear con rumores de nuevo golpe militar -a raiz de las sentencias- o con consignas arteras, de remembranza, como Sadat, torpemente echadas al vuelo con el único y tonto interés de influir en el ánimo de los consejeros.

Por dos veces el presidente en funciones de este tribunal tuvo que llamarle la atención. Primero al aducir que se ha perdido la fe en el mando -caballo de batalla de una cierta defensa-, después al aludir alpacto del capó, pretendido documento de capitulación que no ha sido respetado. Después que el Ejército español, a tenor de este prohombre, no es heredero de una democracia liberal y parlamentaria, sino de aquel que en una cruzada derrotó al comunismo internacional. Algunos apocados de ánimo estimábamos que el Ejército español venía de más lejos. El general Agudo nos lo deja en el 36.

El abogado Segura era la vedette. Pues defraudó. Sobrino del Cardenal Segura, palo de tal astilla, exhuberante, vehemente, antaño oficial de complemento, con las medallas en la toga, convencido de la máxima de que es preciso que se hable de uno aunque se hable bien, ha hecho contra todo pronóstico una defensa honrada carente de fáciles maldades políticas. Lleva dos: el teniente Carricondo y el capitán Muñecas, "ambos de la Guardia Civil". El primero lo tiene fácil: a los siete meses de servicio se ve envuelto en esta historia. El segundo -Muñecas- tiene otros esqueletos en el armario y será más dificil convencer al tribunal de que este oficial de lo que llamaríamos estilo inglés se limitó humildemente a ejecutar un mandado.

Acusaciones de mentiroso para el general Gabeiras y el detalle que lustra el alegato de Segura Ferns: que él mismo no cree en la autoría real de las órdenes perdidas dadas el 23 de febrero, aunque sus defendidos sí las creyeran. "Si aquí hemos sacado a colación el nombre del Rey, respetándole y queriéndole, ha sido para señalar que nuestros defendidos actuaron en la creencia -errónea, por cierto- de que la ocupación del Congreso era deseada por su Majestad..." Después mucho estado de necesidad y mucha obediencia debida. El cardenal Segura era bestia cargada de fe, el sobrino lleva las alforjas cargadas de bonhomía.

Continuó el general de brigada Fernando de Sandoval, defensor militar del capitán Muñecas, ese presunto suscriptor de Amnesty International.Más estado de necesidad, ultrajes a la bandera, aspiraciones independentistas de algunos partidos y, (después de panorama tan dramático, proposición de que el capitán Muñecas no pretendía subvertir nada ni se rebeló contra nada. O lo uno o lo otro. Pero con ambas barajas es imposible jugar a este juego imposible de la verdad. Ataques a Areilza (verdaderamente el capitán Muñecas tiene algo personal con el conde de Motrico) y más agravios comparativos por no haber sido procesados los tres capitanes de la Acorazada que acudieron a tomar RTVE o los doce que salieron a la calle en Valencia al mando de unidades tácticas.

El coronel De Meer nos dio el día. Acaba de ascender. Formado en varias disciplinas no es precisamente lerdo. Fue gobernador de Baleares y casi acaba con el turismo de la zona por su moralina. La noche de autos era el segundo del Pavía, acantonado en Aranjuez y que con tanta insistencia se le prometía y esperaba Tejero en el Congreso. Ibáñez Inglés, el coronel segundo jefe de Estado Mayor de Milans habla dos veces con él aquella noche. De Meer llega a hacer sugerencias extrañas, cortadas de raíz por su coronel Teijeiro. Finalmente el Pavía no sale y se salva Madrid. Pues este jefe que nada sabe de la reunión golpista presidida por Milans en la calle de general Cabrera nos ha. ilustrado en la siguiente forma:

Dusmet se suma a la asonada por honor, lealtad y amor a la patria.

El estado de necesidad era tal que cabían posibilidades de que Calvo Sotelo no resultara elegido en la segunda votación y nuevas elecciones dieran el triunfo a un frente popular.

En aquellas tierras -por el País Vasco- sólo el Ejército y las Fuerzas de Seguridad mantienen el vínculo con España.

Existen artículos de la Constitución española que son verdadero ejemplo de nacionalismo disgregador. Y en concreto el artículo segundo está redactado de tal forma que resulta similar al artículo 70 de la Constitución soviética (artículos referidos a las nacionalidades).

Acaso sea así, pero, desde luego, si la Constitución española es tan liberal en materia de nacionalidades como la soviética, se ignora por qué se lamentan los legítimos defensores de la unidad de la patria; si así son las cosas, aquella es indisoluble para siempre jamás.

El Pavía. Una de las esperanzas de Tejero que no llegó aquella noche.

De Meer da un ¡Viva a España! y se levanta la sesión.

Addenda.- Guardias Civiles destinados en el Servicio Geográfico del Ejército se sienten dolidos, y hasta humillados, por una crónica de este periódico. Mi padre es hijo de ese Cuerpo. Y ya no reescribo más.

Aguanto mi vela y allá los demás con la suya. La Guardia Civil puede seguir escuchando las sirenas de una adulación estúpida o transformarse en el mejor cuerpo de seguridad de este país.

De este proceso está saliendo malparada y peor saldrá de los que se avecinan. Pues algunos periodistas estaremos al quite de una Guardia Civil, tan ingenua, que no se sabe guardar de sus propios amigos.