El teniente coronel Tejero fue expulsado ayer de la Sala en la
última sesión del juicio oral contra los 33 procesados por el intento de golpe
de Estado del 23-F, después de haber manifestado su desprecio "a gran parte
de los mandos, por su cobardía". El presidente del Tribunal declaró vista
para sentencia la causa, tras una sesión pródiga en incidentes protagonizados
por el público. El presidente del Tribunal ordenó la expulsión de la Sala de un
grupo de familiares de los procesados. En el turno de alegaciones de los
procesados, el teniente general Milans del Bosch afirmó: "Muchos militares
pensaban en 1981 que, bajo el mando del jefe supremo de las Fuerzas Armadas,
podíamos propiciar un golpe de timón. Esta es la verdad de esta causa y lo
demás son detalles. En idénticas circunstancias volvería a actuar como aquel 23
de febrero".
Ha sido su jornada. Se les
debe tras estos tres meses de proceso librementre tratados por la opinión pública.
Se han levantado y han hablado. Con quince minutos de retraso comenzó la
jornada de ayer -última de esta causa- para depararnos lo ya intuido: que el
ministerio fiscal no tenía intención alguna de replicar. Por lo demás, cada
encausado ha hecho uso de su derecho a la palabra, para hacer o no uso de
ella.La función apenas ha durado la sesión de la mañana, siempre presidida por
la pregunta de Gómez de Salazar de "¿Tiene algo que exponer ante este
Tribunal?", expuesta en tono amable. Bastantes se han levantado y han
dicho que "sí". Quienes han deseado replicar se han levantado y han
avanzado unos pasos hasta alcanzar un micrófono de pie, pocos metros antes de
la izquierda del Tribunal. Desde ahí, y sin sentarse, han leído o improvisado
sus últimas deposiciones en esta causa.
Milans, usando un texto,
estima que siempre ha amado a España, alude a que siempre ha adaptado su vida a
pensamientos básicos sobre el honor, el deber, etcétera y que aquella larga paz
propiciada por una guerra de liberación, hoy escarnecida y vilependiada, le
empujó para prepararse civilmente. Vista la desmembración de la patria (crisis
autonómica, crisis económica, crisis de valores morales), estimó que la
situación era tan grave como la de 1.936. Y el 23 de febrero de 1.981 actuó por
indénticos ideales. Creen el 23 de febrero que se les llama por salvar a la
patria, por dar un golpe de timón, por salvar al país en función del artículo
octavo de la Constitución y obedeciendo órdenes del Rey, cuyo confidente era el
general Armada. No se afirma si se jugó con dos barajas o si se vaciló. Relevo
de toda responsabilidad a quienes me siguieron, junto con mi mayor desprecio
por quienes no asumen sus responsabilidades. Tono neutro, tranquilo,
respetuoso.
El general Armada estima que
no puede aportar nada nuevo y que es innecesario un nuevo alegato. No tiene
nada que acusar, nada que ocultar y nada que agregar. Se reafirma en su
espíritu de servicio, en que siempre ha asumido sus responsabilidades, pero no
las que no son suyas. Y un canto final, noble en su factura, por la felicidad y
la concordia de los españoles. Leyó un papel, como Milans.
El general Torres Rojas
habló ante el Tribunal: que siempre creyó obedecer órdenes del mando supremo de
las Fuerzas Armadas. Pide a Dios que este sufrimiento tan enorme sea el último
que padezca esta sociedad por la unidad indisoluble de España, su prosperidad y
su paz.
Camilo Menéndez movió a la
lágrima aludiendo a la Marina oficial, por la que se sentía maltratado, y a la
real, de la que sólo tenía elogios. Critica a Enrique Múgica y al general Santa
María por sus declaraciones como testigos y, tras ser llamado al orden, estima
que él y hombres como él jamás eludieron sus responsabilidad. Se le quiebra la
voz y afirma, como sus compañeros requetés, que "la victoria es de Dios y
que a nosotros sólo nos queda la gracia del combate". Breves aplausos por
parte de la Sala, que son obviados por el presidente.
Alegato del coronel San Martin
El coronel San Martín leyó
tembloroso su alegato, acaso más indignado que nervioso. Hizo una defensa como
jefe de filas de los encausados de la División Acorazada y extendió su perdón a
quienes presuntamente le han agraviado e injuriado. En uno de los alegatos más
prolongados y, sin pretender involucrar a nadie, según confesión propia,
insiste en que hizo lo que hizo por estimar que el Rey lo deseaba y por tener a
la patria al borde de la destrucción. Sale la DAC, afirma, porque lo manda su
jefe y vuelve a sus acuartelamientos por lo mismo. ¿Dónde está la rebelión?.
Alguna maldad se les escapa. Que mandos militares que no cita conocían el 23 de
febrero con antelación y no están encausados, que se pudo evitar
institucionalmente el 23 de febrero o que la orden de acuartelamiento -Alerta 2- dada por el Rey no significaba que
éste hubiera cambiado de opinión. Asume la responsabilidad de sus hombres y los
exonera. Resume lo que ha sido en estos tres meses: un hombre desesperado ante
una carrera prometedora y destruida.
Ibáñez Inglés, el jefe
interino del Estado Mayor de Milans, "hombre fuerte" entre los
encausados, niega haber imputado al Rey responsabilidad alguna; después se
deshace en elogios hacia Milans, niega la calificación fiscal de rebelión
militar y acaba citando a Unamuno para llorar finalmente un entrecortado
"¡Viva por siempre España!".
El coronel Manchado recuerda
sus años de lucha en la sierra contra el maquis, los sacrificios y su papel
como oficial de una generación puente entre la oficialidad de la guerra civil y
la posterior. "Que Dios no me encuentre con las manos vacías". Casi
mueve a pena.
Tejero monta su número
menor. "Ante la gran mayoría de los mandos de las Fuerzas Armadas siento
un profundo desprecio por su cobardía y por su traición a la patria". El
presidente no le deja terminar la arenga y le insta a que se retire.
Retirada entre aplausos
Lo hace entre aplausos de
muchachas jóvenes, que ni siquiera son familiares de encausados (han entrado a
la Sala como visitantes) y que están acompañadas por la esposa de Camilo
Menéndez y otras damas. Ante el altercado, el presidente ordena desalojar. La
Policía Militar duda, mientras extrae sus porras. El presidente clarifica su
orden: "Desalojen a los alborotadores, nada más". Van abandonando la
Sala sin que la P.M., prácticamente, tenga que intervenir. Tejero, vomitado su
despropósito, se ha retirado de la Sala. Incidente tenso y molesto, pero menor.
Un grito aislado de
"¡Traidores!" precedió a la declaración del teniente coronel Pedro
Mas: muy duro, defensor a ultranza de Milans y debelador (lo quiera o no) dé La
Zarzuela. Estima que días antes del 23 de febrero un general de la III Región
Militar (Valencia) fue recibido por el Rey quien le dijo que la situación
política del país se aprestaba a cambiar. Tal recado le fue transmitido a
Milans, quien se hizo su cuadro de situación. Y después insiste en lo tardío de
la primera llamada del Rey a Milans aquella noche. Este es el hombre que cuando
Milans abandona el juicio (asqueado) le sigue contraviniendo las órdenes del
Presidente de la causa. Más que un ayudante se asemeja a un criado.
Pardo Zancada recuerda que
habla acaso vistiendo por última vez su uniforme, que siempre ha dicho verdad y
que la cambiante conducta de otros (abierta alusión al general Armada) les ha
llevado a sus banquillos. Alusión de gratitud a sus capitanes de la Acorazada,
a quienes exime de responsabilidad, a quienes como maestros le enseñaron las
virtudes militares (varios miembros del Tribunal) y otras gracias varias.
El comandante Cortina
recuerda que no puede hablar por ser miembro del CESID (Inteligencia de la
Defensa) lo que puede aportar a su caso cierto grado de indefensión por más que
no se queje. Alude a razonamientos viciados de error en su origen y llega a
hacer un punto de poesía esotérica a cuenta del vuelo errático del águila que
no puede ser seguido (todos pensamos en esa águila bicéfala cuya cabeza
"más gorda" -según Pardo Zancada- es la de Armada). Que es ajeno a la
conspiración y que el CESID nada tiene que ver en esta historia. Y que él ha
trabajado por la seguridad y la libertad de los españoles, al margen de
represalias insidiosas de otros servicios secretos extranjeros. (La CIA le
denunció en su día como presunto oficial golpista. También es cierto que
Cortina, entonces, pretendía descubrir una estación de escucha de tal agencia
estadounidense en Madrid).
De ahí para abajo, en la
escalilla jerárquica de los justiciables, o silencios, o dobletes sobre lo
dicho por sus superiores o la tontería final del ruidoso y voluminoso único
civil de la causa, Juan García Carrés. Este casi nos hace llorar a cuenta de
sus sufrimientos en Carabanchel y estima que no pudo producirse ninguna
rebelión militar el 23 de febrero, en tanto en cuanto este delito atenta contra
la seguridad del Estado y entonces el Estado carecía, como ahora, de seguridad.
Acabó su deposición con un "¡Viva España!" coreado por el público.
Los demás oficiales no
citados abundaron, lógicamente, en su amor a España, a la disciplina, a sus
jefes naturales (los obedecieran o no) y a su carrera; a más de grandes dosis
lacrimógenas, y comprensibles, de recuerdos y agradecimientos sobre sus
abogados, sus mujeres, sus hijos, hasta sus padres o abuelos ya fallecidos, y
amigos en general.
Es su día y, su ocasión.
Sería mezquino, tras tres meses de batalla legal, restarles ahora su turno aún
so capa de comentario. Algo de patético ha tenido esta última jornada. Todos esperábamos
alguna barbaridad final, y la realidad es que al márgen de la salida de Tejero
esta última sesión ha resultado breve y tranquila. Lágrimas en los rostros de
muchas mujeres, un punto mínimo de tensión ambiental y una emoción lógica y
generalizada.
El veneno de un anónimo
El veneno vino de la mano de
un panfleto, anónimamente atribuido a las comisiones militares,
"aparecido" en los lavabos de señoras del Servicio Geográfico y,
también, abiertamente distribuido por un comisionado teniente coronel del
Ejército del Aire; en el se pone a caldo a casi todos los jefes y oficiales que
han pasado por la causa. Ascensos y prebendas supuestamente indignos,
señalamiento de posibles concubinas, alusión a hipotéticos asesinatos por
venganza, enfermedades de la mente, falsedad en los testimonios, etcétera.
Personas escasamente reflexivas tienen a algunos periodistas por debeladores de
las instituciones castrenses. Este panfleto -que indudablemente "sale
desde dentro"- destroza el oficio. Mal comienzo del final. Pero, sean como
fueren las cosas, hemos llegado a este punto y aparte. El juicio está visto
para sentencia.