Una multitud incalculable se
autovomitó sobre el obelisco de Buenos Aires, cortando dos de las principales
arterias de la ciudad, para rendir homenaje a Diego Maradona. Durante horas fue
imposible cruzar la capital desde los barrios emigrantes-de La Boca y la calle
de Caminito hasta las elegantes construcciones de los Bosques de Palermo.
La avenida más ancha del
mundo es la central de Brasilia, embocada por los edificios ministeriales y que
se abre sobre la plaza de los Tres Poderes. La segunda en anchura es la avenida
del Nueve de Julio, que divide longitudinalmente el microcentro de Buenos Aires
y corta en perpendicular la calle de Corrientes a pocas cuadras (manzanas) del
348, refugio tanguero de amores clandestinos con "un gato de porcelana
para que no maulle el amor..." (el bidé ahora convertido en garaje). La
avenida del Nueve de Julio fue abierta pensando en los Campos Elíseos, diseñada
con unos metros más de anchura hasta tal punto que para cruzarla los miopes
tienen algunas dificultades para advertir el color del semáforo de la otra
acera a la que se quiere llegar. En su intersección con Corriente! se alza el
gran obelisco, siempre emborronado de pintadas, símbolo fálico de esta
metrópoli. 'Allí se congregan las multitudes para los mítines finales de los
partidos en campaña, rodeados por la city bancaria y financiera y toda la
saturación imaginable de teatros y cinematógrafos. Allí se congregaron también
para vitorear a Maradona. Emponchados con banderas argentinas, con vinchas
-cintas que ciñen la frente- azules y blancas, miles de - argentinos -no
exactamente la simple hinchada ni las barras bravas que amenizan las canchas
porteñas, sino una representación generalizada del país, gentes entusiasmadas-
saltaron durante horas y sin el menor incidente al son de sus cánticos y sus
pícaras estrofas sincopadas. Las calles y avenidas donde la circulación era
posible, desiertas durante el partido, se vieron repletas de automóviles
lanzados a toda velocidad, como siempre sin respetar los semáforos, enarbolando
banderas argentinas, haciendo sonar rítmicamente las bocinas y encendiendo
intermitentemente los faros. Las multitudes paseaban la ciudad batiendo grandes
bombos con caños de goma.Las sirenas de las patrulleras de los comandos
radioeléctricos de la Policía Federal ulularon jugando con sus distintos tonos,
y toda la ciudad empobrecida y amargada fue nuevamente una fiesta. El
presidente, Raúl Alfonsín, se había retirado pronto a la quinta oficial de
Olivos para ver el partido, y desde allí telegrafió su segunda felicitación a
la selección de Bilardo, tan contestada y discutida antes del comienzo del
Mundial. Todas las emisoras de televisión de la capital federal retransmitieron
en directo el encuentro, que se siguió según la técnica habitual: apagando el
sonido del televisor, silenciando a los tranquilos comentaristas televisivos y
poniendo a todo volumen la radio para escuchar a los encendidos relatores
futbolísticos de las emisoras.
Dignidad recuperada
La colonia española -600.000
gallegos sólo en el Gran Buenos Aires, la primera capital gallega del mundo-
asistió enfervorizada al ajusticiamiento de la selección belga y vivirá el
domingo su gran jornada en procura del triunfo argentino sobre Alernania
Occidental. La casa de los padres y hermanos de Maradona es inaccesible ante
las manifestaciones de entusiasmo que la cercan.
Se ha descartado que el
presidente Raúl Alfonsín acuda a México para la final, dados sus compromisos de
trabajo. Pero el partida será algo más que un encuentro de fútbol y algo más
que un posible trofeo deportivo. Es el Mundial de 1978, el Mundial de la
dictadura en el que los goles a Perú se tasaron en un millón de dólares cada
uno, contra el Mundial de la democracia y la dignidad recuperadas. En esta
sociedad devastada por los problemas, la iniquidad, la inseguridad y la mala
suerte, sólo existe ahora una consigna: "¡Adelante, Argentina,
todavía".