En el mercado de las Brujas,
de La Paz, se venden por centenares repugnantes fetos de llama, como grandes
aves aplastadas y momificadas, para ser enterrados en los pisos de las casas
conjurando la buena suerte y espantando los malos designios; y las cholas
quechuas y aimarás, sentadas en el suelo bajo, con su sempiterno borsalino, que
se fabrica en Cataluña, impasibles e inescrutables, auguran el futuro leyendo
los livianísimos posos de las tazas de té de hojas de coca. Mientras, un tío
-Víctor Paz Estenssoro-, su sobrino -Jaime Paz Zamora- y un general -Hugo
Bánzer- se jugaban en las urnas el mando de la nación
La Paz está erigida en el
fondo de un estrecho callejón descendente a los pies del Illimani, de nieves
eternas, segunda cumbre andina del país: en los altos del callejón y sus
laderas habitan los pobres, y en los barrios
bajos, los ricos, los
diplomáticos y los gerentes de las empresas multinacionales. Las diferencias
sociales, en mayor brutalidad que en ninguna otra parte del mundo, las
establece el mayor o menor nivel de oxígeno en el delgadísimo aire paceño, que
obliga al viajero a dormir abrazado a la botella de oxígeno que facilitan los
hoteles.Trepando las laderas de la hendidura en la que se encuentra La Paz, se
accede a El Alto, la ciudad gemela y aún más pobre y poblada, donde se
encuentra el aeropuerto del mismo nombre, en el que se estrellaban hace 50 años
los aeroplanos que contrataba Simón Patiño, el rey del estaño, para la guerra
del Saco Boreal con Paraguay, por falta de sustentación. En El Alto -como
también en La Paz-, decenas de camiones con una barra de madera longitudinal
para agarrarse en sus cajas abiertas, transportan como ganado a las personas,
que parecen sufrir un frenesí locomotivo.
La naturaleza es sabia, y
llamas alpacas, vicuñas, quechuas, aimarás y hasta los guaraníes precolombinos
que subieron a estas alturas a pelear en las fronteras del Incanato, tienen una
composición sanguínea diferente y los glóbulos rojos en forma de hoz; su
sangre, así, puede arrastrar hasta la última molécula de oxígeno, conformando
unas razas fuertes y nervudas, y anchas cajas torácicas, anchas caderas y
fuertes piernas, pero de pequeña estatura, adaptadas a una atmósfera enrarecida
por sobre los 4.000 metros de -altitud.
Pasado y presente
En el altiplano, en la cuna
brava, extendido entre las dos crestas gemelas de la cordillera de los Andes,
junto al lago Titicaca, en el borde de las ruinas, no ya precolombínas sino
preincaicas, de la misteriosa y extinguida civilización del Tiaguanaco, las
gentes viven, a 56 kilómetros de La Paz y dentro del área de mayor
concentración urbana de Bolivia, igual o peor que antes de la esforzada y
sanguinaria llegada de Francisco Pizarro. Poblados sin nombre, sin agua
corriente, sin luz eléctrica, sin teléfono, sin sanidad, edificados en adobe
con techos de paja y sin ventanas para defenderse de las gélidas arremetidas de
los vientos nocturnos del altiplano. Las mujeres, con su sempiterno borsalino
negro, blanco, manufacturado en Cataluña, siguen a sus hombres en fila india
tres pasos atrás, hasta cuando conversan entre sí durante el camino, con el
fardo a la espalda, en el que siempre bambolea un niño con la carita redonda y
achinada de los quechuas y aimarás o se esconde un pobre alijo de contrabando.
Con el alba, las mujeres con
su borsalino, su fardo, su niño a la espalda, sus bamboleantes bolleras
recamadas y sus zapatitos planos de colores infantiles, sacan a las ovejas, los
perros y las llamas a triscar la rala vegetación, siempre con la llama, animal
antiguo donde los haya y el único que escupe al hombre cuando se enoja con él,
al frente de la heterogénea tropilla.
Luego acopian y preparan,
para su congelamiento en la tierra -que perdura por años-, las 200 especies de
papas que aporta la tierra boliviana: papas para puré, para freír, para cocer,
para guardar, para consumir de inmediato, para acompañar las gigantes y
asalmonadas truchas del Titicaca, para asar... Y lo revelador para el viajero
es que tales subespecies de papas existen realmente, para sorpresa del europeo
que descubrió las facultades alimenticias de este tubérculo -que históricamente
arrojaba a los cochinos- en el siglo XVI.
Luego, las miriadas de
cholas toman por asalto en los caminos de tierra los camiones de caja abierta y
barra de madera longitudinal para descender desde el altiplano a La Paz y
vender su modesta y hermosa artesanía; traficar con la cerámica, la verdadera y
la falsa, desenterrada de entre las ruinas del Tiaguanaco; expender cigarrillos
americanos de contrabando y objetos de llama en el mercado de Las Brujas;
excrutar los fondillos de las cajas de las bebidas y comprar bolsones de hojas
de coca para dar realmente de mascar a su familia.
El mundo de la coca
Caído el sol frente a las
cumbres blancas y encendidas del Illimani, las pobres cholas regresan a sus
chabolas de adobe del altiplano, con sus críos y sus fardos sujetos a la
espalda, para esperar en los chamizos sin ventanas el viento cortante de la
cuna brava, sus bajas temperaturas, el aire delgado, abrazadas en el suelo a
sus hombres, sus llamas, sus corderos y sus perros. Si Colón, que jamás visitó
estas tierras, revivido, las recorriera no se movería a sorpresa. En el
altiplano boliviano -no así en las fértiles yungas que descienden desde la
cordillera hasta las tierras feraces de Cochabamba o Santa Cruz- las cosas no
han variado excesivairnente desde que Pizarro se dio satisfacción haciendo
estrangular a Atahualpa, otorgándole la gracia de no quemarlo vivo por haberse
dejado bautizar.
El cultivo de la coca
continúa siendo la industria agrícola nacional, que no van a erradicar los
Gobiemos extranjeros con sus protestas por su alimentación del narcotráfico. La
coca se ha cultivado siempre y aún se discute sobre si los
dignatarios del incanato la reservaban para sí o permitían su consumo
generalizado al pueblo. Esto último parece lo más verosímil dada su utilidad
social. Masticadas blandamente de tal forma que del polo escupido pueda
reconocerse cada hoja -el acullico-,
junto con cal y mediante una prolija ensalivación y toma de aire por la boca,
surte unos efectos beneficios sobre el organismo y alivia la tensión, el
hambre, el cansancio y el acunamiento o el soroche debido a la escasez de
oxígeno en la cuna brava. La bola de coca y cal, colocada entre la mandíbula y
la mejilla, debe ser elaborada sabiamente, con más o menos salivación, con más
o menos aspiración de aire, siempre sin llegar a una masticación dura y en un
ejercicio bucal que, mal llevado, puede provocar el abrasamiento del paladar,
las encías y la lengua o el simple vómito irresistible.
Prosiguen las polémicas
entre las clases ilustradas bolivianas sobre si la masticación de coca ha embrutecido al pueblo, degenerándolo
genéticamente, o sobre si la maleficencia de la coca estriba sólo en su
transformación industrial en clorhidrato de cocaína y en pasta básica para que
los ricos occidentales con posibles la esnifen por las narices para dar
potencia social a sus saraos. Pero intentar erradicar en Bolivia el cultivo de
la coca sería tanto como pretender impedir en España el cultivo del ajo o del
perejil. El narcotráfico ha conseguido que zonas de tradición agrícola como
Cochabamba hayan caído en el monocultivo de la coca; que en las haciendas del
Beri, en la selva amazónica, solo se pueda acceder con revólver al cinto y con
permiso expreso de los reyes de la droga, o que se sugiera a los más
arriesgados o adinerados aventureros volar en helicóptero -es el único acceso-
hasta los remotos y fertilísimos valles secretos, en la frontera brasileña,
entre quebradas y precipicios que los hacen inaccesibles por tierra, donde se
está cultivando la mejor hoja de coca del mundo.El negocio de la coca para su
elaboración posterior con destino al extranjero trastoca el mercado agrícola
boliviano y genera tan descomunales ingresos, sin relación alguna con el
sistema de producción-consumo del país, que es en buena parte el principal
responsable de una inflación de caballo, que ya precisa de billetes de cinco
millones de pesos bolivianos, que no alcanzan para pagar la estadía diaria en
un modesto hotel. El narcotráfico, además cuenta con sus emperadores
prepotentes, que desafían abiertamente de tú a tú a los Gobiernos y que han
tejido una red de corrupción administrativa imposible de reventar: cobran los
honestos agricultores de la coca vendiendo sus hojas a los narcos, ,que las adquieren con soltura a doble precio; cobran los policías, los
funcionarios de asuntos campesinos, los de salud pública, los intendentes y
hasta las tropas de comandos encargadas explícitamente de arrasar las
plantaciones clandestinas. Si se tiene por buena la palabra del actual
presidente, Paz Estenssoro, hasta su antecesor, Siles Zuazo -a través de su
secretario privado-, estaba implicado en el tráfico de la coca elaborada.
Pero de la misma forma, que
la sexualidad no tiene la culpa de la prostitución, el cultivo tradicional de
la coca no es reponsable de su transformación ulterior con destino a los
mercados de la decadencia adinerada occidental. Estados Unidos, principal receptor
de la cocaína boliviana, ha ofrecido millones de dólares a fondo perdido y en
auxilio de sus Rangers para destruir en las selvas bolivianas las
ciudadelas industriales de la coca. Un sencillo repaso a los mapas topográficos
de Bolivia evidencia que una solución militar contra la coca sería tan acertada
como lo fue una solución militar contra el Vietcong en Vietnam.
Sólo cabe -y no existe un
entendimiento cabal del problema- que los países occidentales y, ricos
recipiendarios de clorhidrato y pasta básica de cocaína compren a precio de
traficante los excedentes de hoja de coca de los plantadores bolivianos y les
aporten ayudas científicas y tecnológicas para encontrar variantes más
provechosas a sus cultivos. Cualquier otra medida será arar en la mar.
Sobre este contexto -pobreza
generalizada, desvertebracion social, mayoría poblacional arnerindia
desconectada de las instituciones de su país, narcotráfico establecido sobre
una de las instituciones sólidas de esta población (la coca), corrupción,
increíble prepotencia de las multinacionales, que, por ejemplo, prospeccionan y
extraen petróleo en Bolivia sin pagar impuestos, como ocurría en el Perú hasta
la reciente asunción de Alan García, evolucionan impotentes viejos líderes
revolucionarios, más o menos desencantados, como Siles Zuazo, Paz Estenssoro o
Juan Lechín; generales bien machos como Hugo Bánzer, que promete a su pueblo
una cirugía sin anestesia -la misma que aplicó en sus siete años de dictadura-,
y líderes moderados como Jaime Paz Zamora, del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria, que buscan una salida modernizada y socialdemócrata a los
problemas históricos de la nación.
Pero el atraso del país
boliviano no es, por desgracia, soluble en las urnas, como una vez más se acaba
de demostrar en éstas elecciones, que han deparado un presidente minoritario
apoyado por sus enemigos, para evitar la entronización de un ex dictador como
Bánzer y un presidente del Congreso de los Diputados y senadores que ni
siquiera habla correctamente el castellano.
Alguna mano de hierro, por
la derecha o por la izquierda, pero auténticamente nacionalista, deberá en el
futuro de ocuparse de integrar a la nación con la mirada puesta en esas pobres
cholas que cada noche regresan, farfullando un español tan empobrecido como el del
presidente de su Congreso, desde La Paz hasta su altiplano, con sus hijos o sus
fardos a la espalda, pavoneándose dentro de sus polleras recamadas, hacia la
soledad, el frío atroz, los chamizos de adobe sin ventanas, las llamas, los
corderos, los perros, los fetos de llama no vendidos, los bolsones de hoja de
coca, los maridos, en la espantosa desolación de la cordíllera Andina.