Los colaboradores del
escritor Ernesto Sábato en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas, patrocinada por el Gobierno argentino y elaboradora del informe Nunca más, declararon en su día que los militares
argentinos habían desarrollado formas de tortura inéditas en la historia de la
infamia universal. Los testimonios del juicio de Buenos Aires lo han
probado.Novecientos testigos y toda la prueba documental acumulada evidencian
que la guerra contrainsurgente se desarrolló desde la cúpula del Estado como un
trabajo de Estado Mayor tendente a sembrar el terror entre la población.
Operativos nocturnos a cargo de tropas o de grupos de tareas paramilitares o
parapoliciales cercaban manzanas enteras deteniendo a los moradores que
tuvieran un mero libro de psicología en su biblioteca. Junto a la detención -en
ocasiones de familias enteras- se producían saqueos de la vivienda allanada.
El así desaparecido, el chupado, era sometido inmediatamente a sesiones
de tortura, generalmente con picana eléctrica, desnudo y encapuchado, sin
interrogatorios previos.
Una vez ablandado se le inquiría sobre un temario, que
se aplicó en diferentes provincias del país y en distintos chupaderos de las tres armas, que comprendía
preguntas sobre la ideología del desaparecido, sus contactos políticos, su
trabajo sindical y hasta sus opiniones acerca de las diferentes soluciones
hipotéticas que hubiera tenido la II Guerra Mundial.
Unas 30.000 personas, según
las organizaciones defensoras de los derechos humanos, desaparecieron en estas
circunstancias en Argentina bajo la dictadura militar, entre 1976 y 1982. La
cifra es, obviamente, discutible y difíicilmente verificable, pero no puede
hallarse muy descaminada cuando la última junta militar, la que Presidida por
el general Fignone organizó las elecciones democráticas, admitió jurídica y
públicamente la existencia de más de 8.000 desaparecidos, que dio por muertos.
El desaparecido permanecía
durante semanas en condiciones in frahumanas, siempre desnudo y encapuchado,
sometido periódica mente a sesiones de tortura para las que en ocasiones era
revisado médicamente. Un menor de edad secuestrado y torturado en La Plata,
capital de la provincia de Buenos Aires, relataba cómo una doctora le
aconsejaba amablemente no comer o tomar agua. "porque ahora tienes tortura".
La tortura, simplemente, quedó institucionalizada e industrializada. Así, el
ingeniero electrónico que también cayó en las simas de la desaparición
testificó en el juicio de Buenos Aires cómo fue obligado a re parar picanas
eléctricas y como accedió a ello por cuanto en esta do defectuoso ocasionaban
mayo res suplicios a los atormentados.
Violencias diversas
La aplicación de tormentos a
los desaparecidos tuvo demostradamente amplias connotaciones sexuales. La
violación de hombres y mujeres fue la norma, así como la penetración vaginal o
rectal con estacas 'y hasta con cápsulas de munición naval. La aplicación de la
picana fue normalen
clítoris, vagina, ano, glande, testículos, pezones y encías. Se ha testificado
ampliamente sobre mujeres cuyos pechos fueron quemados al soplete de acetileno
o cuyos serios fueron cortados a cuchillo en cruz para abrirlos como un flan.
La desaparición no implicaba
la muerte inmediata tras las torturas; se podía desaparecer por años y acabar
encontrando la libertad. La desaparición tenía múltiples objetivos: obtener
información sobre los movimientos subversivos, contrastarla en el tiempo,
acumular rehenes, guardar delatores, amedrentar a la población, mostrar el
poder omnímodo de las fuerzas represoras, etcétera. Numerosos desaparecidos,
tanto de entre los que volvieron con vida como los que no aparecieron jamás,
estuvieron durante meses y hasta durante años en contacto telefónico periódico
con sus familias hasta su posterior liberación o muerte.
Particularmente en la Escuela
Mecánica de la Armada, y bajo el triunvirato del almirante Massera, se percibió
dar la vuelta a los desaparecidos, integrándolos en
el accionar represivo; quebrados por la tortura, bastantes militantes
montoneros salieron a la calle con sus verdugos para hacer seguimientos y
señalamientos de camaradas. Se tiene la certeza de que alguno de ésos '
desaparecieron para siempre, pero volvían con una nueva identidad facilitada
por los militares.
Los destinados al matadero por su escasa importancia, su indomabilidad
o sencillamente por la irreversibilidad de las lesiones sufridas en el tormento
eran asesinados en grupo con cargas de dinamita o arrojados al Río de la Plata
o al Atlántico sur desde el aire, previamente drogados. Centenares de barriles
metálicos con cadáveres y cemento fueron encontrados por las dragas en los
canales del Tigre, en el delta del Paraná. El Ejército de Tierra, menos
cuidadoso que la Marina con sus residuos delictivos, abrió fosas NN (ningún
nombre) por todos los cementerios del país.
Fue moneda corriente el síndrome de Estocolmo, descubierto por psiquiatras suecos
entre torturados, que refleja la atracción del supliciado por su verdugo. La
dirigente montonera Marta Bazán, tras entregar a su familia política, se
enamoró del contralmirante Chamorro, el bestial director de la Escuela de
Mecánica de la Armada, que la había torturado y vejado. Con él vivió libremente
y con él marchó voluntariamente a Suráfrica, donde el homicida desempeñó el
cargo de agregado naval. Se tiene noticia cierta y documentada de matrimonios
entre oficiales de las tres armas y muchachas torturadas por quienes luego
serían sus maridos.
Los niños de corta edad
cuyos padres se hundieron en el pozo de la desaparición fueron en muchos casos
adoptados ilegalmente por los asesinos de sus padres y ahora litigan contra las
abuelas de Plaza de Mayo, encargadas trabajosamente del difícil rescate. En
otros casos los niños fueron dados en adopción o vendidos a matrimonios
extranjeros. El Gobierno de Alfonsín ordenó una recisión de todas las
adopciones llevadas a cabo entre 1976 y 1982 para intentar reubicar a
centenares de niños desaparecidos. Genetistas estadounidenses han ensayado en
Argentina, y con éxito, sus técnicas de abuelismo para identificar la ascendencia física
de una persona a través de los padres de sus padres. Las abuelas de Plaza de
Mayo y sus maridos, conscientes de que la recuperación de sus nietos será
larga, han depositado notarialmente sus datos genéticos para que la búsqueda
pueda continuar después de que ellos mueran.
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