Los premios Nobel de la Paz son una atrabiliaria caja de sorpresas
no siempre agradables. Le hurtaron reiteradamente el galardón a Ghandi y se lo
otorgaron entre otros sospechosos a Theodore Roosevelt, Henry Kissinger,
Menachen Begin, Yasir Arafat e Isaac Rabin. Lo más sensato del premio es que se
suspendio durante las dos matanzas mundiales y que se ha entregado a dieciséis
mujeres, la más alta cuota femenina sobre las demás categorías. Tal puede ser
el extravío del Parlamento Noruego que intentaron dárselo a Winston Churchill
(podían haber pensado en Franklin Roosevelt, o Truman o el propio Stalin),
impidiéndolo una biografía demasiado ligada al belicismo. Tras tratativas poco
edificantes con la Academia Sueca hicieron a Sir Winston Nobel de Literatura,
algo chirriante en el mundo de las letras. Churchill escribía y hablaba un
excelente inglés muy retórico y tardaba
semanas en preparar una improvisación parlamentaria, pero ni sus voluminosas
memorias le dan acceso al Parnaso de escritores y poetas. El Comité noruego ha acertado
doblemente con la designación de la joven y mártir pakistaní Malala y el indio
Kailash Satyarthi por su peripecia personal y su dedicación a los niños
apartados de las escuelas por el fanatismo religioso o la bestial esclavitud
infantil.
Finlandia, no sobrada de recursos, es el país mejor educado del
mundo y su secreto es conocido: centran su atención desde la guardería a los
diez años. La clase en más alta estima es la de los maestros, muy bien
remunerados, y cursado el Magisterio hay que contar con notas muy altas para
aprobar una oposición que les permita trabajar con esa franja de edad.La élite
educativa. Si has recibido una educación deficiente a los 10 años abocarás al
fracaso escolar o a una Universidad dificultosa. Un niño puede identificar el
alfabeto o asimilar los fonemas de un segundo idioma antes de lanzarse a
hablar. Malala y Kailash serán olvidados, pero no la convicción finlandesa de
que la forja de hombres y mujeres está en su infancia.