17/4/86

Muerte en el Palacio de Justicia 817-4-1986)

Un cáncer óseo saldó el 6 de noviembre de 1985 la vida de Umberto Murcia Ballen, magistrado de la Corte Suprema dé Justicia colombiana, rehén en la ocupación del Palacio de Justicia de Bogotá por el M-19 y uno de los escasos supervivientes a la carnicería organizada por el Ejército. Cohetería y fuego de ametralladoras pesadas comenzaron a penetrar por las ventanas del despacho del magistrado y un infierno de esquirlas destruyó su pierna derecha. El magistrado se desprendió de los restos astillados de su pierna de madera y, a merced sólo de la izquierda, empleó aquellas horas de terror en arrastrarse por los pisos e incluso fingirse muerto, escapando así a la degollina militar.

Aún la visión del palacio es patética y mueve a compasión por toda la sangre allí inútilmente derramada. El Palacio -Corte Suprema de Justicia y Consejo de Estado- se levanta en la Plaza Bolívar frente al Congreso de la nación y junto a la catedral y la alcaldía mayor bogotana. Tardaron 15 años en construirlo, en medio de una fuerte polémica sobre si sus líneas destruían o no la armonía colonial de la bella plaza. Ahora, sin un solo policía que vigile sus puestos, con cuatro tablones despintados colocados con desgana en la reventada puerta del edificio, el edificio exhibe sus llagas en pleno centro histórico y comercial de la capital, renegrido por el incendio definitivo que, muertas ya las personas, se encargó de destruir importantes archivos judiciales. Aquella ocupación del Palacio de Justicia y la solución militar dada al problema no son una historia más del guerrillerismo: es la piedra blanca que señala el abandono definitivo de la tregua por parte del M-19 y la abierta, sincerísima, desacomplejada decisión del Ejército de que las treguas, las negociaciones" el regateo político no son otra cosa que evoluciones mentales sobre el alambre, peligrosas y a la postre estériles. Además, la ocupación y recuperación del Palacio aún es tán llenas de sórdidos misterios.

¿Un ataque esperado?

El 17 de octubre de 1985 fueron detenidos dos hombres en el Palacio levantando subrepticiamente planos del edificio. El Palacio quedó inmediatamente bajo condición militar hasta primeros de noviembre en que ésta fue levantada y sustituida por vigilantes de una empresa privada deseguridad. Escasos días antes de la toma del edificio, se almacenaron en la cafetería del Palacio 1.500 pollos. El tribunal era concurrido y poblado por centenares de personas, pero parecen muchos pollos para otra cosa que no sea una resistencia prolongada con numerosos rehenes.

Éstos y muchos otros indicios permitían sospechar -más la información que quisiera obtener la inteligencia militar- que el palacio corría peligro de ser objeto de un ataque armado. Ahora, la sospecha que se permite es la de que el Ejército podría tener algún interés en que el M-19 se introdujera en la ratonera para poner aún más en precario la política pacificadora del presidente Belisario Betancur y tomar, además, su propia venganza.

Los esperaran o no, sea como fuere, a las 11.40 de la mañana del 6 de noviembre de 1985 la compañía del M-19 Ivan Marino Ospina, integrada por 35 hombres y mujeres comandados por Luis Otero, Andrés Almarales, Alfonso Jacquin, Guillermo Elvecio Ruiz y Ariel Sánchez, hombres todos de primera fila en el movimiento, entró al Palacio por la puerta principal, y alguno, como Almarales, casi desfilando y vistiendo un inmaculado uniforme de combate recién planchado. Sellaron el Palacio en la medida de sus posibilidades, ocupándose prioritariamente de la retención de jueces y magistrados, pero manteniendo encerrado un cosmos de cientos de secretarios, funcionarios judiciales, camareros, limpiadoras, abogados, ordenanzas, estudiosos, peticionarios, reos y hasta visitantes, ocasionales. Nunca se conocerá el número de rehenes y jamás se sabrá el número de muertos durante el asalto militar.

Los hechos iniciales de aquella ocupación son conocidos. Sólo ahora comienzan a darse a la publicidad detalles posteriores, nuevos, aportados por sobrevivientes, como el magistrado de la pierna de madera. Toda la operación era un delirio que no podía tener otro objetivo que la negociación con el Gobierno después de haberle dado tan espectacular bofetada. En un documento de 30 folios y con la armas en la mano, el M-19 pretendía ejercer el derecho de petición sobre los magistrados de la República para que éstos enjuiciaran al presidente Betancur por conducta dolosa para el país, al haber firmado con las guerrillas unos acuerdos de paz que no pensaba cumplir ni ejecutar.

Los pobres jueces y magistrados no tuvieron tiempo ni posibilidades de considerar la insólita petición o de rechazarla modestamente aunque sólo fuera por defecto de forma: dos horas después de la toma del Palacio llegaba a la Plaza Bolívar el primer tanque. La compañía guerrillera, según los testimonios de los pocos que pueden hacerlos, se comportó con cortesía y hasta elegancia, dentro de la cortesía y la elegancia que puedan ser atribuibles a quienes toman rehenes; pero hasta en la violencia política cabe la gracia.

Impedidos, por supuesto, de abandonar el palacio, no tuvieron jueces y magistrados ninguna sensación intelectual de que la compañía guerrillera tuviera la menor intención de ejecutarles. Sí tuvieron desde el comienzo de la pesadilla la seguridad de que el M-19, tras la espectacularidad publicitaria de su golpe de mano sólo buscaba alguna negociación. El comandante Andrés Almarales, casi vestido para una parada, con maneras refinadas tranquilizaba a los rehenes, buscaba su mejor ubicación en baños interiores para liberarles del fuego que pronto comenzó a entrar por los grandes ventanales verticales de las fachadas: fuego de cañón y cohetería.

Todos los esfuerzos de los je fes guerrilleros se orientaron a entablar un contacto, por mínimo y frágil que fuera, con un representante de un Gobierno que llevaba tres años negociándolo todo incluso bajo presión armada. No pudo negociarse ni una posibilidad de rendición o incluso de salida de los rehenes con las tropas que cercaban el Palacio.

El general Vega, ministro de Defensa, y el general Cabrales, comandante de la 13ª Brigada de Infantería acantonada en Bogotá, decidieron proceder a un holocausto al que no pudo oponerse el presidente Betancur, ya debilitado por el fracaso parcial de su política de pacificación nacional y la proximidad del fin de su mandato electoral. El Ejército, humillado y ofendido por los acuerdos de paz, estimando que el Gobierno daba así un triunfo moral político al guerrillerismo, viendo que las columnas insurgentes ni siquiera se veían obligadas a entregar sus armas de inmediato y que,devenían así en fuerzas militares y regulares en alguna manera legalizadas, frustrado por la inutilidad de sus esfuerzos estratégicos y hasta tácticos, se cobró todos sus recibos atrasados en el Palacio de Justicia de Bogotá.

Desprecio de los rehenes

No dieron cuartel ni albergaron la menor preocupación por preservar la vida de los rehenes. Podría afirmarse, dentro de la imprecisión de un combate de estas características, que todas las víctimas inocentes de aquellas 28 horas de pesadilla lo fueron bajo el fuego indiscriminado y a discrección de las tropas. El propio magistrado Umberto Murcia resultó seriamente herido, y esta vez no en la pierna de madera, cuando los soldados volaron parte de la pared de un gran lavabo público donde los guerrilleros habían refugiado a parte de los rehenes, arrojaron granadas por los boquetes y barrieron los suelos cubiertos de cuerpos con fuego de ametralladora. Allí, el magistrado vio morir abyectamente a la mayoría de sus compañeros y, aprovechando sus heridas visibles y la ausencia de una de sus piernas, fingió su propia muerte para evitar ser rematado.

La antaño gran Prensa colombiana, también destruida por la corrupción y el mangoneo bipartidista, puso sordina a estos hechos y hasta a la indignación de los familiares de las víctimas.

Al día siguiente, había 100 cadáveres en la morgue bogotana, todos del Palacio de Justicia, algunos de los cuales aún no han podido ser identificados.

El presidente Betancur asumió toda la responsabilidad por lo ocurrido y por la decisión de asaltar sin negociaciones. Algunos estiman que es así y que ese será el baldón de su carrera política. Los más y acaso los más imparciales, aprecian que en este caso los militares no le pidieron a Betancur ni órdenes, ni consejo, ni la hora. El presidenté careció de tiempo para reunir un Consejo de Ministros y evaluar la situación: cuando quiso hacerlo el Palacio ya había empezado a arder.

Y así ahora, frente al Congreso colombiano, junto a la catedral y el Ayuntamiento bogotanos, como un símbolo de la complicada solución al guerrillerismo, del malestar castrense y del fracaso relativo y parcial de una de las políticas de paz con movimientos insurgentes más imaginativas del mundo -la de Betancur- se yergue, el esqueleto de un Palacio de Justicia que ya solo recuerda la muerte y la barbarie.

15/4/86

'Caballo Loco' quiere entrar en Cali (15-4-1986)

Carlos Pizarro, alias Caballo Loco, comandante del Batallón América, militarista, nuevo jefe del M-19 tras la extraña muerte del político Álvaro Fayad a manos de la policía de choque colombiana en un piso bogotano, intenta el cerco de Cali desde hace ya más de un mes.Cali es la tercera ciudad del país, con 1.600.000 habitantes, y el Batallón América es una brigada internacional suramericana integrada por colombianos, ecuatorianos y peruanos cuyos efectivos se evalúan en unos 500 hombres y mujeres. Dos semanas antes de las legislativas del pasado mes de marzo, antes ya de la muerte de Fayad, Caballo Locointentó la penetración de la ciudad en autobuses.

El Ejército rechazó el insensato ataque con un despliegue revelador de su complejo de inferioridad ante la guerrilla: obuses autopropulsados, helicópteros artillados y los caracoles, los blindados de fabricación nacional. Además del consiguiente empleo de infantería. Actualmente es el único frente operativo en Colombia llevado adelante por el M-19, segunda fuerza guerrillera colombiana, y en abierta ruptura con las sucesivas treguas negociadas por el presidente Betancur.

En estos más de 30 días de combates, ambas partes han sufrido severas pérdidas: no es extraño que el Batallón América tenga 20 muertos cuando se aproximan a los primeros asfaltos de Cali y no es nada raro que el Ejército pierda 20 hombres en cuanto pretende trepar por las estribaciones andinas que circulan la ciudad.

Matar a los pobres

Por otra parte, la presión guerrillera sobre Cali no es casual. En Cali han comenzado a matar a los pobres. En el último mes los escuadrones de la muerte parapoliciales y paramilitares han asesinado a 40 homosexuales, travestidos, supuestos delincuentes comunes y mendigos que pernoctaban en las aceras de las calles.

En ocasiones, reuniones de homosexuales en el barrio caliente de Cali fueron dispersadas en operativos violentísimos mediante gases lacrimógenos y sus participantes fusilados en las puertas de las casas. El último escalón de violencia en la ciudad por parte de los escuadrones, como Muerte a los Secuestradores (MAS), que por otra parte son legión en Colombia, está consistiendo en la muerte organizada de los mendicantes.

Por supuesto que morir en Colombia es fácil y, por ejemplo, el secuestro forma parte de la industria nacional Hace tres semanas la policía, matando a los secuestradores liberó en una chabola de un arrabal a un industrial italiano que llevaba cinco meses secuestrado con una cadena de hierro en los tobillos. Las televisoras colombianas además de ofrecer atroces imágenes de los delincuentes abatidos, se ocuparon esencialmente de explicar cómo el pobre italiano había amaestrado a un ratoncito durante su cautiverio premiándolo con granos de arroz. Los periodistas de las televisiones entendieron adecuadamente que ésta era la noticia y no el hecho corriente de que alguien permanezca cinco meses bajo secuestro.

Y hay que entender también que por estas cosas un hombre como Caballo Loco pretenda entrar en Cali y pueda aspirar a que la población le reciba con entusiasmo.

Un bipartidismo generador de corrupción (15-4-1986)

El recuento de los votos de las elecciones legislativas, municipales y departamentales que dieron el triunfo por amplia mayoría al liberalismo oficialista de Colombia, comenzaba en las primeras horas de la noche del pasado 9 de marzo. De una de las céntricas avenidas de la capital del país, Bogotá, ya bajo la lluvia clemente típica del comienzo del invierno en las zonas tropicales, con la ciudad bajo estado de sitio, ante la vigilancia de los hombres y mujeres de la policía militar que llevaban sus airosos sombreros de ala ancha, decenas de obreros comenzaron a desmantelas innumerables quiosquitos electorales.

Eran quiosquitos como tenderetes de feria -apenas cuatro palos, dos tablones y un tensado de panel corrugado-, en los que durante la jornada habían estadovotando los colombianos. Aquella misma noche, algunos de los políticos de los dos grandes partidos -el conservador y el liberalismo oficialistacomentaban por televisión, cierto que con alguna timidez, que acaso -fuera conveniente instaurar en el país la costumbre electoral del cuarto oscuro para preservar el secreto de las votaciones y reducir en Jo posible una de las enfermedades crónicas de la política colombiana: el clientelismo.En Colombia, en efecto, hasta los jefes del más modesto negociado público o privado acuden a votar a los quiosquitos abiertos, de fortuna, seguidos por sus subordinados, cuyo voto, previamente adquirido en pesos oro o mediante la garantía del empleo o el cargo, es observado y controlado por quien desee hacerlo.

En la noche del 9 de marzo, los obreros colombianos desmantelaban los quiosquitos electorales con bastante desprecio y hasta al guna violencia, sin que a nadie le sorprendiera la continuada -elevada y sostenida- abstención electoral del país. Pero la ausencia de colegios electorales y cuartos oscuros, el clientelismo, no es el más grave de los defectos de la po lítica colombiana; lo que devora al país es el bipartidismo perfecto.

En 1948, el líder de la izquierda del liberalismo, Jorge Eleizer Gaitán, fue asesinado en el centro bogotano. Fue el comienzo del bogotazo: a la violencia política se sumó la de la delincuencia común se abrieron indiscriminadamente las cárceles, se desbordó una riada de locura colectiva y miles de cadáveres sembraban la capital colombiana en una semana.

Dentro de la doble lectura de cordura y corrupción que domina la política de este país, liberales y conservadores consumaron un pacto tácito para turnarse y repartirse el poder. La aparición en escena del general Rojas Pinilla, presidente entre 1953 y 1957, una suerte de Perón colombiano, no hizo otra cosa sino reforzar el pacto interesado del bipartidismo perfecto. Tan perfecto que liberales y conservadores se han ido alternando en el poder hasta intercambiándose ministros.

El bipartidismo ha generado en el país tanta corrupción como la cocaína, la marihuana o el tráfico de esmeraldas. Y buena parte del guerrillerismo, particularmente el del M-19, obedece a esta necesidad de romper la negociada esquízofrenia política colombiana. Así, como ya lo intentara hace casi 20 años el asesinado Eleizer Gaitán, otro liberal de izquierdas, Luis Carlos Galán Sarmiento, intenta sin éxito romper el esquema De 42 años, líder del nuevo liberalismo, ha renunciado, tras las legislativas de marzo, a su candidatura presidencial.

Su fracaso electoral fue relativo, en tanto que no perdió votos en relación con comicios anteriores pero no ganó nuevos adherentes y optó por retirarse de la campaña electoral de las presidenciales de mayo" admitiendo de antemano su previsible derrota y denunciando a los otros candidatos como incom petentes para resolver los problemas de la política colombiaria. Luis Carlos Galán, abogado, fue ministro de Educación en el Gobierno de Misael Pastrana a los 27 años. Habiendo perdido años universitarios por su dedicación a la política, se recibió tarde como jurista, y como ministro firmó su propio título como letrado. A los 28 años fue embajador en Italia, senador a los 35, fundador de su partido -una disidencia por la izquierda del oficialismo liberal- a los 37 y candidato presidencial a los 39. Periodista, durante años editorialista deEl Tiempo, casado con otra periodista, es padre de tres hijos. Un hombre del que se hablará en el futuro de la política colombiana, pero en este momento al margen de la carrera.

El obligado relevo

El 25 de mayo, con mayor o menor abstención, con los empleados públicos y privados llevados de la mano por sus jefes a los quiosquitos electorales abiertos y sin.cámara oscura, bajo el obligado y negociado relevo de poder tras una presidencia conservadora -la de Belisario Betancur-, será electo nuevo presidente de Colombia Virgilio Barco Vargas, un ingeniero de 65 años graduado en Estados Unidos, ex ministro de Correos y Telégrafos, de Obras Públicas y de Agricultura, ex embajador en Londres y Washington, ex alcalde de Bogotá y director del Banco Mundial entre 1968 y 1974. Casado con una norteamericana, es padre de cuatro hijos.

Inteligente y con una gran preparación intelectual, o cuando menos administrativa, habla como los perros. Su incapacidad expresiva en un país donde la oratoria es un valor cotizable ha llegado a poner en peligro su ya inevitable presidencia. Su última conferencia de prensa televisiva antes de las legislativas fue tan desmayante, confusa, profusa y difusa que obligó a otros dirigentes del oficialismo liberal a plantearse seriamente la posible sustitución de Barco como candidato, por más que haga lo que haga y diga lo que diga tiene su elección asegurada.

Obviamente, y por su historial político y hasta personal y familiar, será un presidente liberal más conservador que hasta el conservador Betancur, y, al margen de los desastres de su fluidez verbal, no se espera preeisamente de él que mejore, o al menos sostenga, toda la política de pacificación nacional mantenida con las guerrillas por el que dentro de un mes será su antecesor.

¿Qué se espera de él? Lo que se deduce de su currículo. Una gestión económica y administrativa eficaz y una excelente relación con EE UU, cuyos mejores frutos podrían florecer en la pelea -siempre como fueran las cosas perdida de antemano- contra el narcotráfico, que está afectando alarmantemente a la sociedad norteamericana.

Álvaro Gómez Hurtado, un bogotano de 69 años, es el candidato presidencial por el conservadurismo. Abogado, periodista de El Siglo, confeccionador, jefe de redacción, subdirector y hasta caricaturista de su periódico, es un excelente profesional un candidato de paja, tal como Jaime Pardo Leal.

Jaime Pardo, abogado, de 46 años, es el líder y candidato presidencial déla Unión Patriótica, respaldada por el Partido Comunista Colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la más numerosa y potente -aunque no la más espectacular- columna guerrillera de la república, a la que Betancur ha logrado hasta ahora mantener en el redil del alto el fuego.


14/4/86

Café, esmeraldas, flores, droga y mucha violencia (14-4-1986)

Los colombianos votaron el pasado 9 de marzo sus nuevas autoridades legislativas, municipales y departamentales. El partido conservador, en el Gobierno, resultó abiertamente derrotado, y el oficialismo liberal barrió en los comicios, desplazando a su vez al nuevo liberalismo, su izquierda disidente. El 25 de mayo se celebrarán las elecciones presidenciales, en las que será electo Virgilio Barco, líder del oficialismo liberal. Gran parte de la política de pacificación nacional desarrollada por el presidente conservador Betancur ha quedado arruinada, y, tras la muerte de su último, comandante, Alvaró Fayad, el movimiento guerrillero M-19 ha inclementado su agresividad militar bajo la dirección de un militarista. Las perspectivas del país, arrasado por la violencia- y la corrupción, son inquietantes.

En el mes de octubre de 1983, Iván Marino. Ospina, Álvaro Fayad'y otros dirigentes del movimiento colombiano guerrillero Diecinueve de Abril (M-19), una amalgama de populistas, cristianos amargados con la Iglesia católica, comunistas aburridos de su partido, marxistas empachados de ortodoxia y otras gentes de buena voluntad, arribaron a Madrid clandestinamente, pero por vuelos internacionales regulares, para mantener una primera entrevista secreta con el presidente Belisario Betancur.

Tras más de un año de sinceras ofertas de paz desde el Gobierno de Betancur a la guerrilla, resultaba inevitable la aceptación del encuentro. A instancias del premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, Jaime Bateman, el mítico, inteligente, divertido, salsero líder del M-19, había volado desde el norte colombiano a Panamá para encontrarse con un representante de Betancur: su avioneta, como ocurre con decenas de ellas cada año, desapareció en la peste verde de la selva para nunca jamás, por más que columnas del M-19 buscaron a su jefe durante semanas abriéndose paso a machetazos entre el cáncer vegetal panameño, golpeando las bases de los árboles más altos, para enviar su lánguido y prolongadísimo son-son-son de esperanza a kilómetros de distancia sin obtener respuesta alguna.

Gracias también a la mediación incansable de García Márquez pudo organizarse después el encuentro de Madrid: el presidente español, Felipe González, garantizaba personalmente la seguridad de los dirigentes guerrilleros colombianos. Ospina, Fayad y sus acompañantes fueron trasladados a un chalecito de dos plantas en los fondos de Arturo Soria, entonces vivienda personal de Julio Feo, secretario personal del presidente González. Allí fueron socialmente atendidos -según relató el propio Fayad- por la escolta del presidente español. Primero, con no pocas reservas y, tras algunas explicaciones y otros tantos tragos, hasta con cortesía e interés profesional.

De madrugada llegó Betancur, solo, escapado de mala manera de un banquete oficial. Julio Feo los dejó solos en el segundo piso de su casa y el presidente colombiano y los cabecillas de una de las más eficaces y molestas guerrillas de su nación se vieron las caras... Y, se tomaron unos whiskies. Ya se había acumulado mucha discusión previa entre las partes y la euforia por la posibilidad de la paz civil dominaba entonces en Colombia.

Reunión en casa de Julio Feo

Ospina y Fayad asegurardn a Betancur que, si cumplía sólo un 30% de su programa electoral, le acompañarían por las plazas de los poblados para apoyar su gestión. Betancur, exultante, llamó a Julio Feo y requirió una camara para fotografiarse con los jefes del M- 19. La historia. le perdonará muchas cosas a Julio Feo menos no haber dispuesto aquella noche en su casa de una máquina de fotografiar cargada.

Menos de tres años después de aquella reunión sin fotografia en la madrugada madrileña, Ospina, radicalizado hasta la rabia y el despropósito, defendiendo a los narcotraficantes que atentaran contra la vida de diplomáticos estadounidenses, moría en Cali en combate con el Ejército colombiano.

El pasado mes de noviembre, el M-19 ocupó el palacio de Justicia bogotano, recuperado en 48 horas por el Ejército sin atender la menor posibilidad de negociación o rendición, en una orgía de sangre y fuego. Hace menos de cuatro semanas, Álvaro Fayad era muerto por las tropas de choque de la policía colombiana en un piso del centro bogotano, junto a la esposa, madre de cuatro hijos y encinta de un mes, de Rosero, uno de los más populares compositores de música ligera del país, autor de los fondos musicales de inn merables y exitosos telenovelones suramericanos.

Aquel espíritu de Madrid yace ahora en los innumerables osarios colombianos. Betancur, al día siguiente de la muerte de Fayad, cuando las tropas en la Bogotá bajo estado de sitio cortaban el tráfico buscando a otros dirigentes de la Coordinadora Nacional Guerrillera, tomó antes del amanecer su avión presidencial y remontó las nubes que en este comienzo del invierno acechan el altiplano, sobrevoló las sabanas de su país y contempló, en los claroscuros de la muerte de la noche, la aproximación del cometa Halley.

Colombia: uno de los grandes países de América del Sur, con la doble extensión de Francia, multifacético -la costa, la cordillera, sus sabanas-, millones de habitantes, muy rico, ganadería, café, Aores, esmeraldas, notable industria siderúrgica y textil, suficiente petróleo como para el autoabastecimiento energético y expectativas de mayores y mejores yacimientos; estabilidad básica o literal de sus instituciones políticas, elevado nivel cultural de sus clases dirigentes. Con sólo 8.000 millones de dólares de deuda externa bastante bien estructurada, sin elevadas necesidades financieras, devuelve créditos internacionales cuando sube el precio del café; 16% de inflación anual bajo control.
Colombia: la confirmación einsteniana en la Tierra de que el universo es un caos perfectamente ordenado que permite su equilibrio y su existencia. Miles de guerrilleros en las montañas y en las ciudades, pertenecientes a diversas columnas, fracciones y partidos; la guerrilla más vieja de América Latina -en su sentido moderno-, contra la que las fuerzas armadas han demostrado sobradamente su ¡inpotencia; 15% de analfabetismo; 60% de mortalidad infantil, entre 15.000 y 18.000 gamines -niños abandonados o explotados- en Bogotá. Cocaína (tercer productor mundial). La mejor marihuana del mundo.

Un bipartidismo perfecto liberal-conservador que ha corrompido la política del país, un clientelismo aún más perfecto -el voto compra un empleo público-, una corrupción extendida como una metástasis y qije alimenta tanto el narcotráfico como las oligarquías de los dos grandes partidos, y violencia, mucha violencia, una violencia profundamente entrañada en el alma del colombiano -un sujeto, por lo demás, dotado naturalmente para la cortesía y hasta para el refinamiento social, incluidos, y hasta preferentemente, sus estamentos más humildes-.

Es difícil e inevitable intentar explicar las raíces de la violencia en Colombia; difícil, porque son los propios colombianos quienes encuentran dificultoso el análisis y lo distribuyen entre, una herencia de la guerra por la independencia y las guerras civiles entre conservadores y liberales, e inevitable, porque poco tiene que ver la guerrilla colombiana con sus hermanas del subcontinente.

Enmontonarse es un verbo de fácil conjugación en Colombia: echarse al monte, acumularse en él. Allí, toda la familia, armada, se refugiaba para defenderse del bandolero que asolaba el poblado, o de las partidas liberales o conservadoras, según la filiación de cada casa. La guerrilla nació sola hace 60 años y, pese a Tirofyo, al padre Camilo Torres, a Bateman, carece de padre, no tiene su Castro, o su Che, o su Firmenich. La guerrilla en Colombia creció como el café. Y, como el café, es enérgica y buena.

Buena en el doble sentido de que en Colombia hay que tener muchos años y achaques, poco corazón o demasiado cinismo político para no intentar romper el esquema bipartidista que ha consolidado la lenta decadencia del país y en el que la guerrilla colombiana,por tradición, es un elemento más del mapa político.

La guerrilla en Colombia se enmontona para negociar, y sólo en sus más extremados extremos pretende la. derrota absoluta de sus adversarios , -incluido, el Ejército-, juicios populares en los estadios de fútbol o paredones de fusilamiento. De otra manera, resultaría incomprensible que un presidente conservador, aunque fuera de la alteza de miras de Belisario Betancur, pudiera fraguar un alto el fuego con las guerrillas.

Los insurgentes colombianos, con todos los problemas inherentes a este tipo de organizaciones, querían y siguen queriendo hacer política y no hacer la guerra, aunque para algunas de ellas, como para el M- 19, hacer la guerra sigue siendo tina garantía de que no serán estafados políticamente, a más de una autodefensa contra los grupos paramilitares y escuadrones de la muerte que operan impunemente en todo el país.

Esperanzas frustradas

Cierto es que las grandes esperanzas depositadas en el acuerdo de alto el fuego de 1984 entre la presidencia de Betancur y las principales organizaciones guerrilleras -basado en una amnistía previa, y promesas fracasadas de reformas constitucionales y administrativas que desbloquearan la esclerótica vida política del país- se han venido al suelo; pero todavía queda mucho en pie.

El pasado 3 de marzo, la noche del cierre de la campaña electoral para las; elecciones legislativas que han dado el triunfo al liberalismo oficialista de la oposición, Betancur firmaba una prórroga de la tregua con organizaciones guerrilleras corno las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Movimiento de Autodefensa, Obrera (ADO) y un sector del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en su palacio presidencial, públicamente, ante los dirigentes guerrilleros, y, para innecesario sarcasmo de sus enemigos, vestido informal, pero elegantísimamente, con suéter de cuello de cisne y chaqueta deportiva.

La FARC, guerrilla, comunista capitaneada por Jacobo Arenas y, el legendario Manuel Marulanda, alías Tirofijo, han concurrido a las elecciones legislativas respaldando a la Unión Patriótica, cuyo candidato presidencial es Jaime Pardo Leal, y parecen plenamente integradas en el procese, democrático. Ello, pese a que continúan sufriendo hostigamientos por parte del Ejército y a que sus resultados legislativos no han superado los tradicionales del PC colombiano.

Pero el guerrillerismo en el país, pese a los fracasos relativos de la política. pacificadora del conservador Betancur, continuará indefectiblemente. Virgilio Barco Vargas, candidato presidencial del oficialismo liberal, ingeniero, por el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts, destacado funcionario internacional, desastroso orador en un país rico en ellos, antes administrador que político, será en mayo nuevo presidente colombiano.

Y tras la muerte (¿asesinato?) de Fayad, el M-19 ha quedado en manos de Carlos Pizarro, Caballo Loco, un militarista que pelea ahora mismo en la insensata locura del cerco de ocupación de la ciudad de Cafi, al frente del Batallón América. Como siempre y como siempre será, con Radio Macondo emitiendo los comunicados del M-19, con su violencia congénita y asumida, no peligran las instituciones políticas colombianas, tan podridas como sólidas.

La galaxia guerrillera (14-4-1986)

Evaluar el número de hombres y mujeres alzados en armas en Colombia es tarea vana; podrían ser 8.000, obteniendo una media a la baja de lo que afirma cada organización guerrillera, o muchos más, si se atiende al desbordamiento de las fuerzas armadas colombianas.Como en todo el guerrillerismo andino, su desliegue es elemental: sobre el eje de la gran cordillera, que permite prolongados desplazamientos por sus crestas, para atacar distintos departamentos y siempre con las alturas como retaguardia y refugio. En Colombia esta suerte de Sierra Maestra, último espolón del sistema andino, corre del suroeste al noroeste por entre las principales ciudades del país.

La principal y más antigua columna guerrillera son las Fuerzas Armadas Revolución arias de Colombia (FARC), dirigidas por Jacobo Arenas y Manuel Marulanda, Tirofijo, las primeras, pese a su fuerza e implantación campesina, o quizá precisamente por la seguridad que ello les otorga, en entablar negociaciones de paz con la Administración del presidente Belisario Betancur. Respetan la tregua, se han presentado a las pasadas legislativas y lo harán a las presidenciales de mayo respaldando al partido Unión Patriótica, encabezado por Jaime Pardo Leal.

El segundo frente guerrillero en importancia corresponde al Movimiento 19 de Abril (M-19), bestia negra de los militares colombianos.

Las fuerzas armadas, y en particular el Ejército, jamás aceptaron los acuerdos de paz de Betancur y se tomaron escasas molestias en fingir acatarlos. En 1984 el ministro de Defensa, general Fernando Lanzadábal, tuvo que ser elevado de una suave patada a embajador de Colombia en los Países Bajos, donde empleó su ocio en redactar un vitriólÍco volumen, El precio de la paz, contra la política apaciguadora de Betancur.

Su sucesor, el general Vega, para nada mejoró la situación, como dejó demostrado en la solució¡i dada a la toma, en noviembre, del Palacio de Justicia de Bogotá por parte del M-19.

Bien es verdad que el M-19 reaccionó mal e impulsivamente y llegó a replicar a las provocaciones militares intentando secuestrar al comandante del Ejército general Rafael Samudio.

Ahora mismo, a poco más de un mes de las elecciones presidenciales de mayo, prácticamente la única actividad guerrillera es la mantenida en las serranías del departamento de Valle del Cauca y en los mismos arrabales de la ciudad de Cali (la tercera capital del país, con 1.600.000 habitantes) por el Batallón América, una brigada internacional americana del M-19 integrada por unos 500- combatientes colombianos, peruanos y ecuatorianos.

Carlos Pizarro, comandante del Batallón América, ha sustituido en la dirección del M- 19 al fallecido -(¿asesinado?)- Álvaro Fayad. Un militarista que sueña con entrar encolumnado en Cali y desfilando sustituye a uno de los artífices de la naufragada paz con Betancur. Los militares, obviamente, están exultantes.

Otras agrupaciones guerrilleras de menor importancia son el Ejército Popular de Liberación (EPL, maoístas), el Ejército de Liberación Nacional (ELN, casltristas), el Movimiento de Autodefensa Obrera (ADO) y Patria Libre, de dificil identificación para un observador exiranjero. Sea comofuere, son todos movimientos guerrilleros que procw ran forzar desde la izquierda -la guerrilla de la derecha, los escuadrones de la muerte, son otros y operañ en las capitalestransformaciones profundas de las estructuras políticas decimonónicas del país.

Cabría, finalmente, interrogarse por el fracaso de las fuerzas armadas colombianas y su amargada y rencorosa resignación a la existencia de una guerrilla crónica allí donde. triunfaron de una, manera expeditiva sus colegas argentinos, peruanos, chilenos, bolivianos, brasileños y paraguayos. Entender este. fracaso obliga a una reflexión principal- y a otras consideraciones secundarias. Primero, que el clima institucional colombiano, pese a toda la violencia que impregna a su sociedad, no invita a la barbarie generalizada y organizada cometida en otras repúblicas suramericanas.

La multidivisión de guerrillas en un país ipmenso como éste y orográficamente retorcido ha sido también un elemento coadyuvante para la insurgencia. Y -¡faltaría más!- la corrupción que aquí todo lo roe -la de la política, la del narcotráfico y la económica- ha penetrado también en las fuerzas armadas.