Evaluar el número de hombres
y mujeres alzados en armas en Colombia es tarea vana; podrían ser 8.000,
obteniendo una media a la baja de lo que afirma cada organización guerrillera,
o muchos más, si se atiende al desbordamiento de las fuerzas armadas colombianas.Como
en todo el guerrillerismo andino, su desliegue es elemental: sobre el eje de la
gran cordillera, que permite prolongados desplazamientos por sus crestas, para
atacar distintos departamentos y siempre con las alturas como retaguardia y refugio.
En Colombia esta suerte de Sierra Maestra, último espolón del sistema andino,
corre del suroeste al noroeste por entre las principales ciudades del país.
La principal y más antigua
columna guerrillera son las Fuerzas Armadas Revolución arias de Colombia
(FARC), dirigidas por Jacobo Arenas y Manuel Marulanda, Tirofijo, las primeras, pese
a su fuerza e implantación campesina, o quizá precisamente por la seguridad que
ello les otorga, en entablar negociaciones de paz con la Administración del
presidente Belisario Betancur. Respetan la tregua, se han presentado a las
pasadas legislativas y lo harán a las presidenciales de mayo respaldando al
partido Unión Patriótica, encabezado por Jaime Pardo Leal.
El segundo frente
guerrillero en importancia corresponde al Movimiento 19 de Abril (M-19), bestia negra de los militares colombianos.
Las fuerzas armadas, y en particular
el Ejército, jamás aceptaron los acuerdos de paz de Betancur y se tomaron
escasas molestias en fingir acatarlos. En 1984 el ministro de Defensa, general
Fernando Lanzadábal, tuvo que ser elevado de una suave patada a embajador de
Colombia en los Países Bajos, donde empleó su ocio en redactar un vitriólÍco
volumen, El precio de la paz, contra la política apaciguadora de
Betancur.
Su sucesor, el general Vega,
para nada mejoró la situación, como dejó demostrado en la solució¡i dada a la
toma, en noviembre, del Palacio de Justicia de Bogotá por parte del M-19.
Bien es verdad que el M-19
reaccionó mal e impulsivamente y llegó a replicar a las provocaciones militares
intentando secuestrar al comandante del Ejército general Rafael Samudio.
Ahora mismo, a poco más de
un mes de las elecciones presidenciales de mayo, prácticamente la única
actividad guerrillera es la mantenida en las serranías del departamento de
Valle del Cauca y en los mismos arrabales de la ciudad de Cali (la tercera
capital del país, con 1.600.000 habitantes) por el Batallón América, una
brigada internacional americana del M-19 integrada por unos 500- combatientes
colombianos, peruanos y ecuatorianos.
Carlos Pizarro, comandante
del Batallón América, ha sustituido en la dirección del M- 19 al fallecido
-(¿asesinado?)- Álvaro Fayad. Un militarista que sueña con entrar encolumnado
en Cali y desfilando sustituye a uno de los artífices de la naufragada paz con
Betancur. Los militares, obviamente, están exultantes.
Otras agrupaciones
guerrilleras de menor importancia son el Ejército Popular de Liberación (EPL,
maoístas), el Ejército de Liberación Nacional (ELN, casltristas), el Movimiento
de Autodefensa Obrera (ADO) y Patria Libre, de dificil identificación para un
observador exiranjero. Sea comofuere, son todos movimientos guerrilleros que
procw ran forzar desde la izquierda -la guerrilla de la derecha, los
escuadrones de la muerte, son otros y operañ en las capitalestransformaciones
profundas de las estructuras políticas decimonónicas del país.
Cabría, finalmente,
interrogarse por el fracaso de las fuerzas armadas colombianas y su amargada y
rencorosa resignación a la existencia de una guerrilla crónica allí donde.
triunfaron de una, manera expeditiva sus colegas argentinos, peruanos,
chilenos, bolivianos, brasileños y paraguayos. Entender este. fracaso obliga a
una reflexión principal- y a otras consideraciones secundarias. Primero, que el clima institucional colombiano, pese a toda
la violencia que impregna a su sociedad, no invita a la barbarie generalizada y
organizada cometida en otras repúblicas suramericanas.
La multidivisión de
guerrillas en un país ipmenso como éste y orográficamente retorcido ha sido
también un elemento coadyuvante para la insurgencia. Y -¡faltaría más!- la
corrupción que aquí todo lo roe -la de la política, la del narcotráfico y la
económica- ha penetrado también en las fuerzas armadas.
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