Los colombianos votaron el
pasado 9 de marzo sus nuevas autoridades legislativas, municipales y
departamentales. El partido conservador, en el Gobierno, resultó abiertamente
derrotado, y el oficialismo liberal barrió en los comicios, desplazando a su
vez al nuevo liberalismo, su izquierda disidente. El 25 de mayo se celebrarán
las elecciones presidenciales, en las que será electo Virgilio Barco, líder del
oficialismo liberal. Gran parte de la política de pacificación nacional
desarrollada por el presidente conservador Betancur ha quedado arruinada, y,
tras la muerte de su último, comandante, Alvaró Fayad, el movimiento
guerrillero M-19 ha inclementado su agresividad militar bajo la dirección de un
militarista. Las perspectivas del país, arrasado por la violencia- y la
corrupción, son inquietantes.
En el mes de octubre de
1983, Iván Marino. Ospina, Álvaro Fayad'y otros dirigentes del movimiento
colombiano guerrillero Diecinueve de Abril (M-19), una amalgama de populistas,
cristianos amargados con la Iglesia católica, comunistas aburridos de su
partido, marxistas empachados de ortodoxia y otras gentes de buena voluntad,
arribaron a Madrid clandestinamente, pero por vuelos internacionales regulares,
para mantener una primera entrevista secreta con el presidente Belisario
Betancur.
Tras más de un año de
sinceras ofertas de paz desde el Gobierno de Betancur a la guerrilla, resultaba
inevitable la aceptación del encuentro. A instancias del premio Nobel de
Literatura Gabriel García Márquez, Jaime Bateman, el mítico, inteligente,
divertido, salsero líder del M-19, había volado desde el norte colombiano a
Panamá para encontrarse con un representante de Betancur: su avioneta, como
ocurre con decenas de ellas cada año, desapareció en la peste verde de la selva
para nunca jamás, por más que columnas del M-19 buscaron a su jefe durante
semanas abriéndose paso a machetazos entre el cáncer vegetal panameño,
golpeando las bases de los árboles más altos, para enviar su lánguido y
prolongadísimo son-son-son de esperanza a kilómetros de distancia sin obtener
respuesta alguna.
Gracias también a la
mediación incansable de García Márquez pudo organizarse después el encuentro de
Madrid: el presidente español, Felipe González, garantizaba personalmente la
seguridad de los dirigentes guerrilleros colombianos. Ospina, Fayad y sus
acompañantes fueron trasladados a un chalecito de dos plantas en los fondos de
Arturo Soria, entonces vivienda personal de Julio Feo, secretario personal del
presidente González. Allí fueron socialmente atendidos -según relató el propio
Fayad- por la escolta del presidente español. Primero, con no pocas reservas y,
tras algunas explicaciones y otros tantos tragos, hasta con cortesía e interés
profesional.
De madrugada llegó Betancur,
solo, escapado de mala manera de un banquete oficial. Julio Feo los dejó solos
en el segundo piso de su casa y el presidente colombiano y los cabecillas de
una de las más eficaces y molestas guerrillas de su nación se vieron las
caras... Y, se tomaron unos whiskies. Ya se había acumulado mucha discusión
previa entre las partes y la euforia por la posibilidad de la paz civil dominaba
entonces en Colombia.
Reunión en casa de Julio Feo
Ospina y Fayad asegurardn a
Betancur que, si cumplía sólo un 30% de su programa electoral, le acompañarían
por las plazas de los poblados para apoyar su gestión. Betancur, exultante,
llamó a Julio Feo y requirió una camara para fotografiarse con los jefes del M-
19. La historia. le perdonará muchas cosas a Julio Feo menos no haber dispuesto
aquella noche en su casa de una máquina de fotografiar cargada.
Menos de tres años después
de aquella reunión sin fotografia en la madrugada madrileña, Ospina,
radicalizado hasta la rabia y el despropósito, defendiendo a los
narcotraficantes que atentaran contra la vida de diplomáticos estadounidenses,
moría en Cali en combate con el Ejército colombiano.
El pasado mes de noviembre,
el M-19 ocupó el palacio de Justicia bogotano, recuperado en 48 horas por el
Ejército sin atender la menor posibilidad de negociación o rendición, en una
orgía de sangre y fuego. Hace menos de cuatro semanas, Álvaro Fayad era muerto
por las tropas de choque de la policía colombiana en un piso del centro
bogotano, junto a la esposa, madre de cuatro hijos y encinta de un mes, de
Rosero, uno de los más populares compositores de música ligera del país, autor
de los fondos musicales de inn merables y exitosos telenovelones suramericanos.
Aquel espíritu de Madrid
yace ahora en los innumerables osarios colombianos. Betancur, al día siguiente
de la muerte de Fayad, cuando las tropas en la Bogotá bajo estado de sitio
cortaban el tráfico buscando a otros dirigentes de la Coordinadora Nacional
Guerrillera, tomó antes del amanecer su avión presidencial y remontó las nubes
que en este comienzo del invierno acechan el altiplano, sobrevoló las sabanas
de su país y contempló, en los claroscuros de la muerte de la noche, la
aproximación del cometa Halley.
Colombia: uno de los grandes
países de América del Sur, con la doble extensión de Francia, multifacético -la
costa, la cordillera, sus sabanas-, millones de habitantes, muy rico,
ganadería, café, Aores, esmeraldas, notable industria siderúrgica y textil,
suficiente petróleo como para el autoabastecimiento energético y expectativas
de mayores y mejores yacimientos; estabilidad básica o literal de sus
instituciones políticas, elevado nivel cultural de sus clases dirigentes. Con
sólo 8.000 millones de dólares de deuda externa bastante bien estructurada, sin
elevadas necesidades financieras, devuelve créditos internacionales cuando sube
el precio del café; 16% de inflación anual bajo control.
Colombia: la confirmación
einsteniana en la Tierra de que el universo es un caos perfectamente ordenado
que permite su equilibrio y su existencia. Miles de guerrilleros en las
montañas y en las ciudades, pertenecientes a diversas columnas, fracciones y
partidos; la guerrilla más vieja de América Latina -en su sentido moderno-,
contra la que las fuerzas armadas han demostrado sobradamente su ¡inpotencia;
15% de analfabetismo; 60% de mortalidad infantil, entre 15.000 y 18.000 gamines
-niños abandonados o explotados- en Bogotá. Cocaína (tercer productor mundial).
La mejor marihuana del mundo.
Un bipartidismo perfecto
liberal-conservador que ha corrompido la política del país, un clientelismo aún
más perfecto -el voto compra un empleo público-, una corrupción extendida como
una metástasis y qije alimenta tanto el narcotráfico como las oligarquías de
los dos grandes partidos, y violencia, mucha violencia, una violencia
profundamente entrañada en el alma del colombiano -un sujeto, por lo demás,
dotado naturalmente para la cortesía y hasta para el refinamiento social,
incluidos, y hasta preferentemente, sus estamentos más humildes-.
Es difícil e inevitable
intentar explicar las raíces de la violencia en Colombia; difícil, porque son
los propios colombianos quienes encuentran dificultoso el análisis y lo
distribuyen entre, una herencia de la guerra por la independencia y las guerras
civiles entre conservadores y liberales, e inevitable, porque poco tiene que
ver la guerrilla colombiana con sus hermanas del subcontinente.
Enmontonarse es un verbo de
fácil conjugación en Colombia: echarse al monte, acumularse en él. Allí, toda
la familia, armada, se refugiaba para defenderse del bandolero que asolaba el
poblado, o de las partidas liberales o conservadoras, según la filiación de
cada casa. La guerrilla nació sola hace 60 años y, pese a Tirofyo, al padre
Camilo Torres, a Bateman, carece de padre, no tiene su Castro, o su Che, o su
Firmenich. La guerrilla en Colombia creció como el café. Y, como el café, es
enérgica y buena.
Buena en el doble sentido de
que en Colombia hay que tener muchos años y achaques, poco corazón o demasiado
cinismo político para no intentar romper el esquema bipartidista que ha
consolidado la lenta decadencia del país y en el que la guerrilla
colombiana,por tradición, es un elemento más del mapa político.
La guerrilla en Colombia se enmontona para negociar, y sólo en sus más
extremados extremos pretende la. derrota absoluta de sus adversarios ,
-incluido, el Ejército-, juicios populares en los estadios de fútbol o
paredones de fusilamiento. De otra manera, resultaría incomprensible que un
presidente conservador, aunque fuera de la alteza de miras de Belisario
Betancur, pudiera fraguar un alto el fuego con las guerrillas.
Los insurgentes colombianos,
con todos los problemas inherentes a este tipo de organizaciones, querían y
siguen queriendo hacer política y no hacer la guerra, aunque para algunas de
ellas, como para el M- 19, hacer la guerra sigue siendo tina garantía de que no
serán estafados políticamente, a más de una autodefensa contra los grupos
paramilitares y escuadrones de
la muerte que operan
impunemente en todo el país.
Esperanzas frustradas
Cierto es que las grandes
esperanzas depositadas en el acuerdo de alto el fuego de 1984 entre la
presidencia de Betancur y las principales organizaciones guerrilleras -basado
en una amnistía previa, y promesas fracasadas de reformas constitucionales y administrativas
que desbloquearan la esclerótica vida política del país- se han venido al
suelo; pero todavía queda mucho en pie.
El pasado 3 de marzo, la
noche del cierre de la campaña electoral para las; elecciones legislativas que
han dado el triunfo al liberalismo oficialista de la oposición, Betancur
firmaba una prórroga de la tregua con organizaciones guerrilleras corno las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Movimiento de
Autodefensa, Obrera (ADO) y un sector del Ejército de Liberación Nacional (ELN)
en su palacio presidencial, públicamente, ante los dirigentes guerrilleros, y,
para innecesario sarcasmo de sus enemigos, vestido informal, pero
elegantísimamente, con suéter de cuello de cisne y chaqueta deportiva.
La FARC, guerrilla, comunista
capitaneada por Jacobo Arenas y, el legendario Manuel Marulanda, alías Tirofijo, han concurrido a
las elecciones legislativas respaldando a la Unión Patriótica, cuyo candidato
presidencial es Jaime Pardo Leal, y parecen plenamente integradas en el procese,
democrático. Ello, pese a que continúan sufriendo hostigamientos por parte del
Ejército y a que sus resultados legislativos no han superado los tradicionales
del PC colombiano.
Pero el guerrillerismo en el
país, pese a los fracasos relativos de la política. pacificadora del
conservador Betancur, continuará indefectiblemente. Virgilio Barco Vargas,
candidato presidencial del oficialismo liberal, ingeniero, por el prestigioso
Instituto de Tecnología de Massachusetts, destacado funcionario internacional,
desastroso orador en un país rico en ellos, antes administrador que político,
será en mayo nuevo presidente colombiano.
Y tras la muerte
(¿asesinato?) de Fayad, el M-19 ha quedado en manos de Carlos Pizarro, Caballo Loco, un militarista que pelea ahora mismo
en la insensata locura del cerco de ocupación de la ciudad de Cafi, al frente
del Batallón América. Como siempre y como siempre será, con Radio Macondo emitiendo los comunicados del M-19,
con su violencia congénita y asumida, no peligran las instituciones políticas
colombianas, tan podridas como sólidas.
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