El recuento de los votos de
las elecciones legislativas, municipales y departamentales que dieron el
triunfo por amplia mayoría al liberalismo oficialista de Colombia, comenzaba en
las primeras horas de la noche del pasado 9 de marzo. De una de las céntricas
avenidas de la capital del país, Bogotá, ya bajo la lluvia clemente típica del
comienzo del invierno en las zonas tropicales, con la ciudad bajo estado de sitio,
ante la vigilancia de los hombres y mujeres de la policía militar que llevaban
sus airosos sombreros de ala ancha, decenas de obreros comenzaron a desmantelas
innumerables quiosquitos electorales.
Eran quiosquitos como
tenderetes de feria -apenas cuatro palos, dos tablones y un tensado de panel
corrugado-, en los que durante la jornada habían estadovotando los colombianos.
Aquella misma noche, algunos de los políticos de los dos grandes partidos -el
conservador y el liberalismo oficialistacomentaban por televisión, cierto que
con alguna timidez, que acaso -fuera conveniente instaurar en el país la
costumbre electoral del cuarto oscuro para preservar el secreto de las
votaciones y reducir en Jo posible una de las enfermedades crónicas de la
política colombiana: el clientelismo.En Colombia, en efecto, hasta los jefes
del más modesto negociado público o privado acuden a votar a los quiosquitos
abiertos, de fortuna, seguidos por sus subordinados, cuyo voto, previamente
adquirido en pesos oro o mediante la garantía del empleo o el cargo, es
observado y controlado por quien desee hacerlo.
En la noche del 9 de marzo,
los obreros colombianos desmantelaban los quiosquitos electorales con bastante
desprecio y hasta al guna violencia, sin que a nadie le sorprendiera la
continuada -elevada y sostenida- abstención electoral del país. Pero la
ausencia de colegios electorales y cuartos oscuros, el clientelismo, no es el
más grave de los defectos de la po lítica colombiana; lo que devora al país es
el bipartidismo perfecto.
En 1948, el líder de la
izquierda del liberalismo, Jorge Eleizer Gaitán, fue asesinado en el centro
bogotano. Fue el comienzo del bogotazo: a la violencia política se sumó la de
la delincuencia común se abrieron indiscriminadamente las cárceles, se desbordó
una riada de locura colectiva y miles de cadáveres sembraban la capital
colombiana en una semana.
Dentro de la doble lectura
de cordura y corrupción que domina la política de este país, liberales y
conservadores consumaron un pacto tácito para turnarse y repartirse el poder.
La aparición en escena del general Rojas Pinilla, presidente entre 1953 y 1957,
una suerte de Perón colombiano, no hizo otra cosa sino reforzar el pacto
interesado del bipartidismo perfecto. Tan perfecto que liberales y
conservadores se han ido alternando en el poder hasta intercambiándose
ministros.
El bipartidismo ha generado
en el país tanta corrupción como la cocaína, la marihuana o el tráfico de
esmeraldas. Y buena parte del guerrillerismo, particularmente el del M-19,
obedece a esta necesidad de romper la negociada esquízofrenia política
colombiana. Así, como ya lo intentara hace casi 20 años el asesinado Eleizer
Gaitán, otro liberal de izquierdas, Luis Carlos Galán Sarmiento, intenta sin
éxito romper el esquema De 42 años, líder del nuevo liberalismo, ha renunciado,
tras las legislativas de marzo, a su candidatura presidencial.
Su fracaso electoral fue
relativo, en tanto que no perdió votos en relación con comicios anteriores pero
no ganó nuevos adherentes y optó por retirarse de la campaña electoral de las
presidenciales de mayo" admitiendo de antemano su previsible derrota y
denunciando a los otros candidatos como incom petentes para resolver los
problemas de la política colombiaria. Luis Carlos Galán, abogado, fue ministro
de Educación en el Gobierno de Misael Pastrana a los 27 años. Habiendo perdido
años universitarios por su dedicación a la política, se recibió tarde como
jurista, y como ministro firmó su propio título como letrado. A los 28 años fue
embajador en Italia, senador a los 35, fundador de su partido -una disidencia
por la izquierda del oficialismo liberal- a los 37 y candidato presidencial a
los 39. Periodista, durante años editorialista deEl Tiempo, casado con otra periodista, es padre
de tres hijos. Un hombre del que se hablará en el futuro de la política
colombiana, pero en este momento al margen de la carrera.
El obligado relevo
El 25 de mayo, con mayor o
menor abstención, con los empleados públicos y privados llevados de la mano por
sus jefes a los quiosquitos electorales abiertos y sin.cámara oscura, bajo el
obligado y negociado relevo de poder tras una presidencia conservadora -la de
Belisario Betancur-, será electo nuevo presidente de Colombia Virgilio Barco
Vargas, un ingeniero de 65 años graduado en Estados Unidos, ex ministro de
Correos y Telégrafos, de Obras Públicas y de Agricultura, ex embajador en
Londres y Washington, ex alcalde de Bogotá y director del Banco Mundial entre
1968 y 1974. Casado con una norteamericana, es padre de cuatro hijos.
Inteligente y con una gran
preparación intelectual, o cuando menos administrativa, habla como los perros.
Su incapacidad expresiva en un país donde la oratoria es un valor cotizable ha
llegado a poner en peligro su ya inevitable presidencia. Su última conferencia
de prensa televisiva antes de las legislativas fue tan desmayante, confusa,
profusa y difusa que obligó a otros dirigentes del oficialismo liberal a
plantearse seriamente la posible sustitución de Barco como candidato, por más
que haga lo que haga y diga lo que diga tiene su elección asegurada.
Obviamente, y por su
historial político y hasta personal y familiar, será un presidente liberal más
conservador que hasta el conservador Betancur, y, al margen de los desastres de
su fluidez verbal, no se espera preeisamente de él que mejore, o al menos
sostenga, toda la política de pacificación nacional mantenida con las
guerrillas por el que dentro de un mes será su antecesor.
¿Qué se espera de él? Lo que
se deduce de su currículo. Una gestión económica y administrativa eficaz y una
excelente relación con EE UU, cuyos mejores frutos podrían florecer en la pelea
-siempre como fueran las cosas perdida de antemano- contra el narcotráfico, que
está afectando alarmantemente a la sociedad norteamericana.
Álvaro Gómez Hurtado, un
bogotano de 69 años, es el candidato presidencial por el conservadurismo.
Abogado, periodista de El Siglo, confeccionador, jefe de redacción, subdirector
y hasta caricaturista de su periódico, es un excelente profesional un candidato
de paja, tal como Jaime Pardo Leal.
Jaime Pardo, abogado, de 46
años, es el líder y candidato presidencial déla Unión Patriótica, respaldada
por el Partido Comunista Colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), la más numerosa y potente -aunque no la más espectacular- columna
guerrillera de la república, a la que Betancur ha logrado hasta ahora mantener
en el redil del alto el fuego.
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