25/4/87

Raúl Alfonsín no amnistiara a los militares acusados de violar los derechos humanos durante la dictadura (25-4-1987)

El general José Segundo Dante Caridi se estrenó ayer como jefe del Estado Mayor argentino en sustitución del general Héctor Ríos Ereñú. Caridi, soltero, de 56 años, es un hombre notablemente introvertido y tímido. El pasado jueves juró su cargo por la Constitución y no por Dios y por la patria, respetando el nuevo protocolo instaurado por la democracia. Desde 48 horas antes, el general Caridi se encontraba de hecho al mando de la fuerza armada de Argentina. El ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, aprovechó la ocasión para reafirmar que el Gobierno que preside Raúl Alfonsín no firmará una ley de amnistía que ampare a los militares acusados do violentar los derechos humanos durante la pasada dictadura castrense.

Tras jurar su cargo, Caridi afirmó que el Ejército de Tierra .continuará dando testimonio y consolidando el sistema democrático". Ya con mayor fortuna intelectual advirtió que "el estrecho cumplimiento de las leyes y reglamentos militares deben constituir los carriles por donde transite el desempeño del personal de esta fuerza".El ministro de Defensa estimó la designación de Caridi como jefe del Ejército de Tierra como "una reafirmación de la autoridad de la Presidencia de la Nación y como una ratificación evidente de que no existió ningún tipo de negociación con los hombres que se habían amotinado". Caridi, en efecto, y pese a su involucración judicial en supuestas violaciones de los derechos del hombre, no es precisamente el jefe más querido por la extrema derecha militar.

La mejor noticia de ayer era que ningún fanático con gorra de plato ha sublevado algún regimiento. Sólo el prestigio y la credibilidad personal del presidente Alfonsín y su apelación a las movilizaciones populares mantienen el control sobre esta tembladera militar.

Toda la crisis, por supuesto, ha sido protagonizada por la fuerza terrestre y en particular por el Tercer Cuerpo de Ejército inspirado intelectualmente por el general Luciano Benjamín Menéndez, su ex comandante y ahora en prisión militar esperando su juicio por delitos aberrantes contra las personas. Olvidar la soterrada crisis naval sería un error de información y apreciación. El sumario abierto ante la Cámara Federal de Apelaciones de lo Criminal y Correccional de Buenos Aires por los sucesos acecidos en la Escuela de Mecánica de la Armada es aterrador. Y la Marina sabe que saldrá despiezada de este juicio oral y público. En Córdoba, en Buenos Aires y en Rosario, los principales centros de población, se erigieron los más crueles chupaderos centros clandestinos de detención en los que desaparecían las personas de las tres Armas. Ninguno fue tan cruel como el gran chupadero de la Escuela de Mecánica de la Armada. La ausencia de piedad se dobló con la ambición política. El almirante Emilio Eduardo Massera, alias el Negro, la personalidad más siniestra y más fascinante de la primera Junta Militar (1976) deseaba ser presidente de la República. Dotado de magnetismo personal pretendió desarrollar una suerte de populismo que le permitiera presentarse a unas elecciones tras la dictadura como un nuevo Perón, él, tan gardeliano, con su sonrisa abarrotada de dientes, muy viril, gran amador de las mujeres, asesino -presunto y seguro del marido de su amante Marta Rodríguez MacCormack, hombre muy peligroso pero con tirón social, sabía que jamás un almirante podía acceder ni por las urnas ni por un golpe de Estado a la presidencia de la nación.

El infierno de Dante

Tomó la decisión de que la Marina se llevaría la palma en la lucha contra la subversión de izquierdas. Convirtió la ESMA en el último círculo del infierno de Dante, dio la vuelta a numerosos montoneros, pactó con ellos y acabó engordando y con cadena perpetua en el penal militar de Magdalena. Pero su Arma quedó manchada. Por otra parte, los marinos incluso los argentinos que se reclaman de las tradiciones británicas- no parecen los uniformados más proclives a los sistemas democráticos. Los marinos argentinos, por medio del almirante Jorge Isaac Anaya, miembro de la penúltima junta militar, fueron los que sacaron del cajón el plan -el juego de la guerra- sobre la invasión de las Malvinas. Margaret Thatcher tuvo razón: "si les hundimos un barco se los hundimos todos". Torpedeado el crucero General Belgrano decidieron que lo correcto era no sacar la flota de mar de sus fondeaderos hasta la rendición del general Menéndez, el sobrino de ese animal con galones que comandó el III Cuerpo de Ejército en Córdoba.La Corte Suprema de Justicia ha secuestrado por tiempo indeterminado todas las causas seguidas contra militares por la guerra sucia contra la subversión. De entre ellas las más importantes son las seguidas por los sucesos de la ESMA y por las atrocidades presuntamente cometidas desde el III Cuerpo de Ejército. El procurador general de la nación, doctor Gauna, trabajando desde hace semanas en un dictamen sobre lo que es o debe ser laobediencia debida ha preferido rendir su pluma jurídica y dejar que el Parlamento se sumerja en la cuestión. Se puede afirmar desde aquí, como ha dicho el ministro de Defensa, que no habrá amnistía para los militares rebeldes ni para los que le dieron corriente a la picana bajo la dictadura.

Finalmente parece que el Gobierno socialista español ha despertado de su profundo sopor en lo que atañe a sus abandonadas relaciones con América del Sur. Es muy valorado aquí el gesto del vicepresidente del Gobierno español, Alfonso Guerra, dispuesto a visitar la Argentina sin otra excusa mejor que la de respaldar con su presencia las instituciones de la democracia republicana.


24/4/87

Alfonsín solventa la crisis retirando a 15 generales (24-4-1987)

La crisis militar argentina se ha solventado con el paso a la situación de retiro de 15 generales obligados a ello por la juventud en el mando del nuevo jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra, general José Dante Caridi, de 56 años, del Arma de Artillería, un solterón involucrado judicialmente en la guerra sucia contra la subversión ante los tribunales de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, ante los que deberá presentarse en los primeros días de junio.

Los aplastados por esta crisis son Héctor Ríos Ereñú, ya ex jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra; Mario Sánchez, subjefe del Estado Mayor; Julián Pérez Dorrego, director general de Apoyo; Naldo Dasso, director general de Institutos Militares; Enrique Miguel Bonifacino, comandante del VCuerpo de Ejército; Ernesto Arturo Alais, comandante del II Cuerpo y encargado de reprimir la sublevación del ex teniente coronel Aldo Rico en la Escuela de Infantería de Campo de Mayo; Juan Carlos Medrano Caro, comandante del IV Cuerpo de Ejército; Antonino Fichera, comandante del III Cuerpo de Ejército, acantonado en Córdoba, núcleo de la rebelión y pasado al retiro a petición propia, y Roberto Atilio Bocalandro, director de Institutos de Estudios Superiores.Igualmente dejaron la actividad, pero ya por decisión del comando de la fuerza de Tierra, los generales Augusto José Vidal, director del Instituto de Perfeccionamiento del Ejército, quien acompañó al presidente Alfonsín en Campo de Mayo en sus tratativas con el rebelde Aldo Rico y firme candidato a la jefatura del Estado Mayor del Ejército; Mario Antonio Martino, subdirector general de Apoyo; Luis Lategana, comandante de la X Brigada de Infantería; Raimundo Pineiro, comandante de la Escuela Militar de la Nación; Juan Manuel Tito, comandante de la I Brigada de Caballería Blindada; y Faustino José Svencionis, jefe de Doctrina e Instrucción del Estado Mayor Conjunto.

Lealtades probadas

Toda esta lista de nombres podrá no decir nada, pero es ilustrativa de la sacudida que ha recibido el Ejército de Tierra argentino. Pero no todo es motivo de festejo: ocho de los 15 generales retirados estaban considerados como muy fieles -particularmente Vidal- al Gobierno democrático de la República. La lealtad de quienes ascienden está por probar.Este terremoto militar se ha activado haciendo política y sopesando cada nombre al máximo. Los rebeldes -el estado de ánimo militar de la fuerza- logran la salida de los generales Alais y Vidal, que trabajaron directamente con Alfonsín para desactivar la rebelión de la Semana Santa.

Vidal es la mayor pérdida para la democracia: se trata del general más solvente, intelectual y comprometido con las exigencias y necesidades de la democracia argentina. Un Gutiérrez Mellado [vicepresidente del Gobierno español para asuntos de Defensa cuando el intento golpista del 23 de febrero de 1981] que se sacrificó para que Alfonsín lograra la rendición incondicional de Aldo Rico en Campo de Mayo aconsejándole (Alfonsín quería ir directamente a la sublevada Escuela de Infantería) y amparándolo en todo momento.

Alais es otra historia. Más macho que nadie, se excedió en sus declaraciones a los periodistas sorbiendo mate de su bombilla, desplegando mapas espectaculares sobre el capó de su jeep de mando, rogando "por el amor de Dios" a los ciudadanos que despejaran la entrada de la Escuela de Infantería, levantando los pulgares en actitud de éxito y asegurando a diestro y siniestro que entraría en Campo de Mayo a sangre y fuego. Con su caballería blindada de Gualeguaychú acantonada en Zárate, a 100 kilómetros de Buenos Aires, hizo todos los esfuerzos posibles por quedar en ridículo. La Escuela de Infantería de Campo de Mayo terminó tomándola Raúl Alfonsín sin necesidad de vestirse un uniforme de camuflaje ni de pintarse la cara con corcho quemado.

El Ejército de Tierra tampoco ha recibido un premio tras el seísmo. El general Caridi, pese a estar implicado en una causa judicial por supuesta violación de los derechos humanos, no es precisamente un hombre popular entre sus conmilitones. Frío, tímido, sin relaciones sociales en la fuerza, es un mero disciplinado sin prestigio. El auténtico jefe del Ejército de Tierra es su actualmente segundo, el general González, jefe de Estado Mayor del III Cuerpo con Fichera, jefe de este cuerpo al cesar aquél, y segundo del Ejército de Tierra a los dos días de que Ríos Ereñú pasara a retiro.

Este corresponsal se cansará de escribir que en Argentina no cabe un golpe de estado militar clásico -la, radiocadena nacional, la marchita y elcomunicado número uno- pero si las cosas se torcieran en exceso habrá que estudiar con cuidado al general Fausto González, segundo de un apocado como el general Caridi y dotado de una personalidad fuerte, capaz tanto de enfrentarse con una nueva sublevación y reprimirla violentamente como de plantarse ante el Gobierno democrático.

Después de la tormenta (24-4-1987)

Sólo es una seguridad marinera el que después de la tempestad viene la calma. En política las cosas son de otra manera y tras la tempestad militar de los últimos días se avecinan jornadas de agobios y quebrantos.La salida de pata de banco de estos imbéciles con uniforme que han llegado a afirmar que se rindieron en las Malvinas pero que ya no se vuelven a rendir más -es decir: que tienen una notable capacidad para rendirse ante fuerzas extranjeras pero que no están dispuestos a rendirse ante el presidente de su propia República- han hecho sonreir de satisfacción a los funcionarios británicos residentes en Argentina bajo bandera suiza.

Argentina y el Reino Unido se encuentran técnicamente en estado de guerra aunque no se la hayan declarado. Y Colum Sharkey, ministro plenipotenciario, trabaja representando a Gran Bretaña en la Embajada de Suiza al mando de tres diplomáticos encargados de asuntos políticos y otro de asuntos consulares. El Gobierno radical y particularmente su canciller, Dante Caputo, un estudiante profesional que jamás trabajó por cuenta ajena hasta alcanzar su cargo, formado en Estados Unidos y en Francia, casado con una ciudadana francesa ex funcionaria de la Embajada de Francia en Buenos Aires, íntimo amigo de Antoine Bianca -un operador del socialismo francés que en realidad se llama Antonio Blanca- y que tiene a sus padres, eméritos luchadores de las Brigadas Internacionales, enterrados en Alicante, abomina de la política exterior de la dictadura.

Respiro entre los dos bloques

Por las motivaciones ya expresadas la cancillería argentina se encuentra próxima a las tesis internacionales de François Mitterrand y todo lo reticente que se pueda ser desde aquí a los supuestos del Departamento de Estado estadounidense. Podría escribirse que la cancillería argentina, regentada por el afrancesado Dante Caputo, tiene por buena una política europea independiente de la estadounidense y estima que cabe algún tipo de respiro ideológico entre los dos bloques.Pero la imbecilidad de los uniformados argentinos, estos caballeros que sólo tienen gónadas para torturar a las mujeres de su propio pueblo y que no demostraron -fuera de la Fuerza Aérea, la única que supo combatir en las Malvinas y la única que sólo repartió medallas a los muertos en combate- ningún tipo de planteamiento ante la acción de las tropas extranjeras bien pertrechadas, no sólo despiertan la sonrisa del ministro plenipotenciario Sharkey. Ann Staford, agregada de la Embajada estadounidense para asuntos científicos y tecnológicos, una soltera de 40 años bastante atractiva y perfecta dominadora no sólo del castellano sino también del lunfardo, también se estará sonriendo.

Agentes de la CIA

Los diplomáticos y los agentes de la CIA y algunos otros exiliados profesionales en países lejanos solemos reunirnos en nuestras capitales de destino para intercambiar información y aliviar nuestras soledades. De estas charletas con la encantadora agente de la CIA y con el representante del Reino Unido en Argentina se desprende, siempre con la obligada copa de más, que si al menos un centenar de súbditos argentinos están pasando información mensualmente sufragada a Londres y a su M-16....La cancillería argentina se había empeñado en demostrar al mundo que el país había vuelto a ser democrático y eminentemente pacífico, y que subsiguientemente, Gran Bretaña no podía esperar una nueva agresión externa como la que sufrió por parte de la penúltima junta militar argentina, ya juzgada y en prisión. Caputo y sus hombres se esforzaron durante los últimos tres años en demostrar que Argentina era una nación pacífica que había abandonado cualquier tipo de aventuras exteriores. Obviamente los reiterados cuartelazos sufridos por esta República no abundan últimamente en el crédito de esta política exterior.

Este país, por otra parte, acaba de ser recipiendario de una visita papal sobre la que es necesario escribir con alguna crueldad si no se quiere faltar a la verdad. País de dominante presencia católica, la Iglesia argentina es culpable por omisión de todo el terror ciudadano desatado por la dictadura militar. Juan Pablo II llegó a la Argentina, desde Chile, probablemente más cansado físicamente de lo que escribieron su epígonos. Por sus discursos en esta nación cabe suponer que la fatiga le impidió conocer realmente dónde estaba y a qué sociedad se estaba dirigiendo y sobre qué sufrimientos estaba reflexionando.

No puede decirse otra cosa sobre la Conferencia Episcopal argentina, que tardó 72 horas en replicar a los sublevados, permitiendo que la Administración de Reagan se le adelantara en la defensa de las instituciones democráticas de la Repúblicas. El embajador norteamericano, Thomas Gildered, visitó inmeditamente el despacho del canciller Caputo para, desde allí, informar a la Prensa que uno de los principales objetivos de la política estadounidense consistía en el mantenimiento de regímenes democráticos en el cono sur americano y particularmente en Argentina. No bastó esto y el propio Ronald Reagan desde su rancho de Santa Mónica, en California, telegrafió a Raúl Alfonsín en idénticos términos.

Así las cosas, nos encontramos aquí protegidos por Ronald Reagan y desaconsejados por el Papa. La peor de las situaciones posibles. La Corte Suprema de Justicia ha recabado para sí todas las causas sobre militares implicados en la guerra sucia contrala subversión, suspendiendo las actuaciones de las cámaras federales. Técnicamente, permanecen en suspenso causas tan graves e importantes como las relativas a las actuaciones del III Cuerpo de Ejército (Córdoba y la Escuela de Mecánica de la Armada).

Sin embargo, se estima que esta situación procesal sólo obedece a razones políticas explicables por la última crisis militar. El procurador general de la Nación, Juan Octavio Gauna, parece que ha prescindido de emitir un dictamen sobre lo que se debe entender por obediencia debida y cabe dentro de lo posible que sea el Parlamento -diputados y senadores- quienes decidan lo que significa acatar una orden de un superior que suponga picanear a un detenido.

23/4/87

Alfonsín prepara la nueva cupula militar que dirigirá el general Caridi (23-4-1987)

El país se encuentra en paz. Nadie da un adarme por la fidelidad del Ejército de Tierra a las instituciones democráticas. Y de la Armada y de su jefe de Estado Mayor, Ramón Arosa, sólo se espera que continúen guardando su espeso silencio. Sólo del brigadier Crespo y de su Fuerza Aérea cabe recabar algún centímetro de lealtad y seguridad institucional. El presidente, Raúl Alfonsín, y su ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, analizaron ayer la nueva conformación de la cúpula militar, dirigida por el general José Dante Caridi, ex jefe del V Cuerpo de Ejército, y el general Fausto González, segundo en la cadena de mando.

Caridi está reclamado por la justicia civil de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, por supuestos delitos contra los derechos humanos. González estaba comandando la primera brigada operativa de paracaidistas en el III Cuerpo de Ejército, en Córdoba, y, durante escasas horas, sustituyó al relevado general Fichera al mando de la primera agrupación de tropas del país. Son dos generales seguros para las instituciones republicanas democráticas.A las 18.40 de la tarde del martes, el coronel Enrique Rodríguez Coronel obtuvo la rendición del comandante Jorge Durán, que había sublevado en la mañana el regimiento de Ingenieros de Salta. Durán y sus rebeldes aducían que el presidente Alfonsín había traicionado supuestos pactos con el ex teniente coronel Aldo Rico, sublevado durante la Semana Santa en la Escuela de Infantería de Campo de Mayo, y que desconocía la autoridad de Caridi como nuevo jefe de Estado Mayor del Ejército. Fue desarmado, preso y pasado a tribunales militares sin mayores problemas.

La jornada deparó otros sustos: sublevaciones de regimientos en Tucumán, también al norte del país, y de unidades acantonadas en el propio Campo de Mayo, cuartel general del Ejército argentino y en los aledaños de la Capital Federal. Se trataba de sublevaciones secas que no explicitaron su rebeldía aunque el Gobierno tenía conocimiento de su actitud intelectual ante la democracia.

Pretensión de amnistía

El Ejército de Tierra argentino, en su totalidad, pretende una amnistía para sus jefes y para toda la oficialidad que ha pasado o está por pasar por los tribunales a causa de la guerra sucia contra la subversión de izquierdas, y no hay uniformado argentino dispuesto a empuñar las armas contra camaradas rebeldes.El mayor problema al margen de la sublevación de Salta se produjo en San Miguel de Tucumán, hacia la frontera boliviana, donde el Regimiento XIX de Infantería al mando del teniente coronel Ángel León reclamó el nombramiento del general Augusto Vidal como jefe del Estado Mayor del Ejército en lugar del designado general Caridi.

El comandante de la V Brigada de Infantería con asiento en Tucumán, el coronel Nestor Cassina, y su segundo el comandante Arturo Palmieri, han pedido y obtenido su pase a retiro por descontento con la actual política de Defensa.

El Estado Mayor del Ejército difundió ayer dos comunicados; por el primero se enumeraban ad nauseam las guarniciones quepermanecían leales al Gobierno; por el segundo se afirmaba que "han confirmado absoluta normalidad las guarniciones militares que la fuerza posee en todo el país. El Estado Mayor del Ejército pone en conocimiento de la población, ante versiones infundadas que originan confusión en la opinión pública, que han confirmado absoluta normalidad las guarniciones militares de la República".

No obstante, las noticias del martes sobre la lealtad de reductos militares en Bahía Blanca, en el sur atlántico de la Capital Federal y en la Escuela para Apoyo de Combate General Lemos, de Campo de Mayo, eran por lo menos preocupantes. Por otra parte, una poderosa bomba de trotyl pudo ser desactivada a tiempo en las puertas del domicilio cordobés del ex comandante Barreiro, actualmente en paradero desconocido.

El país se encuentra en absoluta normalidad, pero choqueado por el planteo militar. Madres y abuelas de la Plaza de Mayo han sondeado las embajadas de España, Francia., Suecia y Bélgica por la hipotética necesidad de solicitar refugio político, siendo en todos los casos favorablemente atentidas. Julio César Strassera y Moreno Ocampo, fiscal general y fiscal adjunto de la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional -los que enviaron a prisión a las tres primeras juntas militares- se encuentran en visita oficial en la República Dominicana y han recibido ofertas de asilo político.

En el corazón de las tinieblas (23-4-1987)

La depresión para quienes aman este país era el martes algo más que una inclinación de la naturaleza: casi una obligación moral de sensibilidad ciudadana. Aquellas "¡felices pascuas!" con que Alfonsín saludó a sus compatriotas al regreso de su aventura en Campo de Mayo, aquel "la casa está en orden; vayan a besar a sus hijos" quedaba demolido por el comandante Jorge Alberto Durán que sublevaba su V Regimiento de Ingenieros de Salta, otra vez con la pamema de que se alzaba no contra el Gobierno constitucional pero que desconocía al nuevo jefe de Estado Mayor José Caridi, sustituto del retirado general Héctor Ríos Ereñú.La jornada del lunes fue nuevamente infernal y todos los políticos, los periodistas nacionales, los corresponsales, nos decíamos en privado lo que nos negábamos, por voluntarismo o por prudencia, a admitir públicamente o por escrito: que el Ejército de Tierra argentino estaba sublevado por acción u omisión. Eso sí, llenándose la boca de unas extrañas manifestaciones de fidelidad constitucional dobladas por no menos raras afirmaciones de que cada alzamiento era una cuestión interna y privada del Ejército.

Gobierno debilitado

Así las cosas, nada ha vuelto a la normalidad por más que durante media jornada de ayer ninguna unidad del Ejército de Tierra haya decidido alzarse en armas. Pero los uniformados de tierra han logrado sembrar la confusión y debilitar notoriamente al Gobierno constitucional. Pasado el ojo del huracán, los militares argentinos no se sienten para nada frustrados y sonríen de oreja a oreja. Es cierto que no querían derrocar al Gobierno -todavía no pueden- pero han querido empujarlo y manosearlo. Y lo han conseguido.Han logrado, cuando menos, extender la confusión sobre supuestas concesiones del poder civil hacia los sublevados de la Semana Santa. Uno de los argumentos esgrimidos y aireados por enviados especiales bien intencionados pero desconocedores de la política argentina reside en la presentación hoy, jueves, de un dictamen de Juan Octavio Gaona, procurador general de la Nación, sobre la obediencia debida y sus alcances. Siempre suponiéndose que este dictamen mejoraría la situación procesal de numerosos militares.

El dichoso dictamen no tiene nada que ver con los últimos acontecimientos militares. El dicho dictamen se planteó dentro de la causa seguida contra el ex general Ramón Camps, el carnicero de Buenos Aires, ex jefe de la policía bonaerense durante la dictadura. Sus subordinados y procesados, el comisario Miguel Etchecolatz, el médico policial Jorge Bergés y el cabo primero de la policía federal Norberto Cozzani, a través de sus abogados defensores, solicitaron este dicho dictamen en procura de una exculpación por obediencia debida. El procurador Gauna, que tiene ojos y oídos, aceleró su dictamen, que aún ignora este corresponsal, por si así podía contribuir a la pacificación de los ánimos castrenses.

Pero sea como fuere y por más que la ciencia jurídica del procurador Gauna sea mucha, se ignora cómo se podrá conciliar la obediencia debida con la aplicación de corriente alterna a los fetos de las embarazadas. No será este dictamen el que salve a determinados militares y policías de la cárcel por comisión de delitos aberrantes contra las personas.

La segunda iniquidad difundida ha consistido en que el presidente Alfonsín negoció y pactó con el ex teniente coronel Aldo Rico, en Campo de Mayo, ofreciéndole promesas y perdones. Esta versión interesada pretende rebajar hasta la situación de mero teatro el gesto imprevisto del presidente de exigir personalmente la rendición incondicional de los sediciosos.

También han logrado los rebeldes otra parte de sus objetivos. El presidente, por la cadena nacional de radiotelevisión, se ha visto obligado a dar explicaciones sobre sus actos en Campo de Mayo y se ha tenido que rebajar hasta pedir a sus edecanes presentes y testigos de su conversación con Aldo Rico la corroboración de sus palabras. "Sería demencial", dijo Alfonsín, "que yo hubiera negociado con Rico la composición de la cúpula del ejército".

Presumiblemente el Gobierno cometió un error admitiendo la solicitud de pase a retiro del general Héctor Ríos Ereñú. Hubiera sido más inteligentesostenella y no enmedalla y mantenerle en su cargo por algunas semanas o meses. Pero desde meses atrás Ereñú era un cadáver militar y en estado de avanzada descomposición. Permanecía encerrado en su despacho del edificio Libertador como un zombi, sin comunicación con los jefes de los cuerpos de ejército, absolutamente alejado de los cuadros medios de su tropa y, además, enfrentado hasta el punto de no dirigirse la palabra con el brigadier del Aire Ramón Crespo, su par en la Fuerza Aérea y quien mejor podía ayudarle.

A Ríos Ereñú, más que al intocable Alfonsín, le estaban montado un golpe por su supuesta pasividad y entreguismo ante los juicios militares, y se daba cuenta, y ante el peligro inminente quedó en estado catatónico. Es verdad que existía un clamor en el Ejército contra su persona -el clásico traidor vendido al poder civil- pero su sustitución por el general José Segundo Dante Caridi no se ha llevado a cabo por ningún pacto ni concesión gubernamental a los sublevados. Tal es así que la broma militar emergió nuevamente el pasado martes.

El enfado castrense por la designación de Caridi no obedece sólo a su reconocida lealtad por las instituciones democráticas -aunque tiene pendiente una causa por violación de derechos humanos en los tribunales de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, que deberá atender en los primeros días de junio- sino que su nombramiento no obliga, por menor antiguedad en el mando, al retiro del general Alais, comandante del II Cuerpo de Ejército y encargado por el Gobierno de reprimir a Aldo Rico, atrincherado en Campo de Mayo.

Alais, 100 kilos en uniforme de combate, estuvo haciendo turismo por los alrededores de Campo de Mayo asegurando prepotentemente que iba a tomar la escuela de infantería. Él sabía que sus subordinados no tenían la menor de las intenciones de disparar un solo tiro contra las tropas de Aldo Rico, pero se pavoneó atendiendo a los periodistas, sorbiendo mate, y ganando tiempo hasta lograr hartar al presidente y a sus propios conmilitones. Dante Caridi le ha pasado a retiro, por decisión propia, junto a otros dos generales.

El pivote de esta semana de pasión ha girado sobre el ex comandante Barreiro y sobre Aldo Rico, con el resto de las Fuerzas Armadas silenciosamente cómplices. Barreiro es un nazi, desagradable hasta físicamente, el gran interrogador de La Perla, el chupadero principal de Córdoba. Oficial de inteligencia, dirigía los interrogatorios y dio picana personalmente y descapuchado. Tiene un sumario a sus espaldas por seis presuntos homicidios y quienes le conocen le tienen por capaz de lograr la erección y la eyaculación observando una sesión de tortura.

Aldo Rico es otra historia y otro personaje. Este hijo de asturianos emigrados superó por poco los exámenes de la escuela militar de la nación tras haber trompeado a un superior. Hiperactivo, se graduó con los rangers estadounidenses.

En las Malvinas llevó a cabo acciones más arriesgadas. Combatió permanentemente tras las líneas inglesas y después de la rendición del general Menéndez exigió el fusilamiento del gobernador general de las islas y de sus tres generales inmediatos subordinados. Las condecoraciones que se le otorgaron por su desempeño en la campaña fueron congeladas por la última Junta Militar y desheladas y otorgadas por la Administración democrática de Alfonsín.

Pero se lo pidió el cuerpo y en una noche bajó con dos regimientos de infantería desde su guarnición de Misiones, en la frontera brasilera, hasta Buenos Aires, Campo de Mayo y la Escuela de Infantería en la que se atrincheró.

22/4/87

Problemas de Alfonsín para controlar el Ejército argentino (22-4-1987)

El presidente argentino, Raúl Alfonsín, tiene graves problemas para mantener e¡ control sobre el Ejército de Tierra. Durante la jornada de ayer se produjeron dos sublevaciones, la del V Regimiento de Combate de Ingenieros de Salta, acantonado en la provincia norteña argentina del mismo nombre, y la del XIX Regimiento de Infantería de Tucumán. Aunque en la primera de las dos guarniciones los sublevados depusieron su actitud a la 1.30 de la madrugada de hoy, hora española, la Casa Rosada no emitió ninguna comunicación oficial en el día de ayer. Raúl Alfonsín se limitó a declarar, al término de una tensa jornada: "Todo está bien".

El V Regimiento de Combate de Ingenieros de Salta se sublevó a las 12.30 del día de ayer, hora argentina. El jefe de la rebelión fue el comandante Jorge Alberto Durán, que, tras una tensa jornada, aceptó deponer su actitud y se entregó al jefe de la guarnición, coronel Ricardo Rodríguez.En el XIX Regimiento de Infantería de Tucumán, al mando del teniente coronel Juan Palmieri -quien ha solicitado su paso a retiro, siendo sustituido por el teniente coronel Casina-, se produjo también una sublevación.

La situación en este regimiento era confusa anoche.

Estos rebrotes subversivos son los únicos confirmados oficialmente, pero todos en este país estamos mareados por algo más que rumores sobre sublevaciones en la provincia de Buenos Aires, incluidos la propia Escuela de Caballería de Campo de Mayo, Puerto Belgrano, La Tablada y Magdalena.

Frente a la Casa Rosada, a las cuatro de la tarde, hora argentina, comenzaban a congregarse nuevamente los ciudadanos. Los jefes de la Policía Federal y del Ejército del Aire decidieron acuartelar sus fuerzas ante la situación. Alfonsín fue visitado por numerosos dirigentes políticos.

Relevos y pases a retiro continuados de militares se están produciendo, tanto por los sucesos registrados durante la Semana Santa como por los iniciados ayer. El coronel Luis Alberto Pedrazini, director de la Escuela de Infantería de Campo de Mayo, ha emitido un comunicado a las tropas en el que, después de afirmar "...la incomprensión de la sociedad argentina frente a la lucha contra la subversión...", reprochaba la actitud de los oficiales fanáticos de la muerte, que, con sus, pataleos, podrían conducir a la patria a una guerra civil.Hasta anoche, la Casa Rosada no había emitido ningún comunicado oficial sobre las nuevas sublevaciones militares. La Confederación General del Trabajo (CGT) permanecía en estado de alerta y, suspendida su huelga general indefinida decretada para hoy, ha vuelto a amenazar con el paro generalizado si se mantiene la situación de insubordinación castrense.

Parecía hacer falta esta nueva teoría de sublevaciones o de lealtades dudosas para que se entendiera cabalmente que el presidente Raúl Alfonsín no estaba transando nada con los militares rebeldes de la pasada semana y sólo procuraba su rendición incondicional y la normalidad institucional de la República.

En la mañana del lunes se hizo efectiva la dimisión de Héctor Ríos Ereñú como jefe del Estado Mayor del Ejército, pasando a situación de retiro. Su cese era una de las exigencias anclares de los sublevados de la Semana Santa pero es un error estimar que su desaparición del escenario castrense es una concesión a los insurrectos. Las rebeliones militares en cadena que está padeciendo el país persiguen una amnistía militar por los crímenes cometidos durante la guerra sucia contra la subversión, y todo lo demás es añadidura y camuflaje profesional o ideológico.

Ereñú ha sido sustituido por el general José Dante Segundo Caridi, hasta ahora inspector general del Ejército y cuarto en la nómina del generalato. Se descartó el nombramiento, tenido por seguro, del general Augusto Vidal -director de los institutos de perfeccionamiento militares, y el hombre que acompañó y asesoró a Alfonsín en Campo de Mayo para la rendición de la insurrecta Escuela de Infantería-, para evitar el pase a retiro de 14 generales, muchos de ellos dignos de confianza, dado que el jefe del Estado Mayor del Ejército no puede tener corno subordinados a jefes más antiguos.

Con el nombramiento de Caridi, sólo ocho generales pasan a retiro descontanto al propio Ríos Ereñú y al general Fichera, ex comandante del III Cuerpo de Ejércíto. Se trata de Mario Jaime Sánchez, subjefe del Estado Mayor de la misma arma; Julián Pérez Torrego, director general de Apoyo; Naldo Miguel Sasso, director general de Institutos Militares; Juan Carlos Medrano Caro, comandante del IV Cuerpo de Ejército; Roberto Atillo Bocalandro, director del Instituto de Enseñanza Superior del Ejército; Augusto José Vidal, director del Instituto de Perfeccionamiento del Ejército y candidato firme a la sucesión de Ríos Ereñú; Luis Horacio Lategana, comandante de la 10ª Brigada de Infantería, y Juan Manuel Tito, comandante de la 1ª Brigada de Caballería Blindada.

Caridi, en su toma de posesión en el Ministerio de Defensa, declaró: "Asumo una tremenda responsabilidad en un momento muy difícil para nuestra institución. Quiera Dios que podamos llevar todo esto a buen término por el bien de la institución y de todos los argentinos". Caridi, de 56 años había mandado anteriormente el V Cuerpo de Ejército.

Fidelidad a las instituciones

Soltero, artillero, muy tímido, Caridi está implicado en supuestas violaciones de derechos humanos durante la guerra sucia contra la subversión, y el primero de junio ha de presentarse ante los juzgados de La Plata (capital de la provincia de Buenos Aires) para rendir declaración de sus actuaciones. No obstante era hasta ayer uno de los nueve generales de división -algunos ya han pasado al retiro- sobre los que el Gobierno tiene total seguridad de su fidelidad a las instituciones democráticas.

En la misma noche del domingo el presidente Raúl Alfonsín instruyó a su ministro de Defensa Horacio Jaunarena para "acelerar los procedimientos tendentes a determinar las responsabilidades del personal militar interviniente en el último alzamiento. Para consolidar la disciplina de la institución y facilitar la recomposición de la cadena de mando".

Por el momento los acompañantes, en número indeterminado, del ex comandante Barreiro, actualmente prófugo, permanecen presos en el regimiento XIV de Infantería Aerotransportada de La Calera (Córdoba), y el ex teniente coronel Aldo Rico y 56 jefes y oficiales se encuentran detenidos en Campo de Mayo a la espera de su procesamiento.

El nudo del problema reside en los cuadros medios, en la oficialidad joven, abiertamente rebelde, con sublevación explícita o sin ella, enfrentados a la continuación de los procesos militares por los crímenes cometidos durante la lucha antisubversiva bajo la dictadura.

'Alfonsón' (22-4-1987)

Raúl Alfonsín, presidente de Argentina desde 1983, vencedor en los primeros comicios celebrados tras más de siete años de dictadura, ha sido el protagonista prácticamente absoluto del encadenamiento de sucesos que condujo, en la noche del pasado domingo, al fracaso de una intentona golpista que mantuvo en jaque a su país durante más de 72 horas. Su figura emerge de esta prueba reforzada por el carisma del líder que queda indefectiblemente vinculado a la democracia.

Durante el último viaje de Raúl Alfonsín a España, el rey Juan Carlos trasladaba desde Oviedo a Madrid al presidente argentino en un Mystère oficial. Terminados los actos protocolarios, los ominosos apretones de manos, las sonrisas y conversaciones triviales obligatorias, Juan Carlos de Borbón, ya en el aire, extendió sus largas piernas, se relajó y, volviéndose hacia Alfonsín, le musitó: "No sabes, presidente, las ganas que tengo de coger la cama". El presidente argentino le replicó suavemente: "Majestad, que no nos oiga la Reina, pero permítame poner en duda de que lo que usted tiene ganas sea de coger, precisamente, la cama".En Argentina coger es sinónimo de hacer el amor. Viejo es el cuento, tomado de una anécdota auténtica, del sacerdote español que arribando por primera vez al aeropuerto internacional de Ezeiza preguntó a un policía federal cómo podía coger un taxi. El cana, mirándole estupefacto de arriba abajo, le contestó: "Pues como le coja por el tubo de escape, no sé yo".

El Rey se convulsionó en risas por el comentario de Alfonsín mientras éste sonreía socarronamente bajo su poblado bigote de morsa. Es un hombre agradable y con un acendrado sentido del humor que le impide ser estúpidamente solemne.

Durante la campaña electoral de 1983 pidió a sus colaboradores una cancha de fútbol para transmitir al pueblo su mensaje. Los operadores de su campaña se aterraron. El radicalismo siempre había sido históricamente un club de gentes sensatas, hostiles a las manifestaciones populares, ciudadanos de comité, de parroquia -loscentros locales de la Unión Cívica Radical-, en los que sin levantar la voz se discutían serenamente los problemas de la República. Hablar en un campo de fútbol les parecía una aberración intelectual.

Finalmente, Alfonsín colmó la cancha porteña del Ferrocarril Oeste, un equipo ferrocarrilero de las afueras de Buenos Aires, prácticamente levantado sobre madera podrida, pobre, suburbano, solo, fané y descangallado. El césped raleado fue ocupado a medias por señoras elegantes cubiertas con zorros rojos de la Patagonia y por linyeras -vagabundos-, cirujas -rebuscadores de basura- y proletarios jóvenes un punto cansados del eterno mesianismo peronista. Los sindicatos peronistas del transporte organizaron aquel mismo día una huelga sectorial para impedir el acceso a Ferrocarril Oeste, pero todo fue en vano. Se hicieron kilómetros a pie para escuchar a aquel extraño candidato radical, y el acto fue finalmente conocido como el Alfonsinazo en ferro.

Semanas después, los gerentes de la campaña alfonsinista buscaban otro estadio, el del Boca Juniors, rápidamente desdeñado por peronista, o el del Ríver Plate, para el acto final electoral. Permanecían aterrados, pese al muestreo que había ofrecido la cancha del Ferro, por no poder llenar una cancha mayor.

Pocos días antes del cierre de las campañas electorales, Alfonsín circulaba en automóvil por la avenida del Nueve de Julio junto a EnriqueCoty Nossiglia, líder de la coordinadora radical y uno de sus más leales y eficaces jóvenes lobos, cuando le dijo, al bordear el obelisco que preside el centro de la ciudad: "Quiero la tribuna ahí, mirando para allá". Coty empalideció: "Pero si no vamos a poder llenar la avenida del Nueve de Julio. Vamos a hacer el ridículo". "Si no podemos abarrotar la Nueve de Julio", contestó Alfonsín, "no tenemos nada que hacer en la presidencia de la República Argentina".

La avenida del Nueve de Julio es la más ancha del mundo, superior en dimensiones no sólo a los Campos Elíseos, sino a la avenida Central de Brasilia, diseñada por Óscar Niemeyer. Alfonsín la llenó, la abarrotó, la desbordó, la desbarató, en su mitin final electoral, y acabado el acto le guiñó un ojo a Nossiglia: "¿Te das cuenta de por qué soy el jefe?".

Alfonsín es un abogado de pueblo, de Chascomus, a un centenar de kilómetros de Buenos Aires; padre de familia, abuelo, escaso de bienes de fortuna, propietario de la casa familiar y desconocedor absoluto de lo que supone poseer un automóvil propio; apasionado por la política y por la regeneración de su país y de su partido.

Se enfrentó al chino, al todopoderoso Ricardo BaIbín, líder del radicalismo hasta su muerte, después de la de Perón, convencido de que había que acabar con Ia política de comité" y sacar a la Unión Cívica Radical a las calles. Encabezando la línea interna Renovación y Cambio conspiró modestamente en todos los restaurantes baratos de Buenos Aires y viajó por Europa recabando dudosos apoyos internacionales y parando en casas de amigos y correligionarios.

Estudioso del krausismo

Estudioso del krausismo español, es un hombre profundamente respetuoso con los demás. íntimamente convencido de que nadie es más que nadie y que llama señor al camarero que le sirve el café. Cargado de hombros -pese a que se cuida físicamente no fumando, rebajando peso, corriendo por la quinta presidencial de Olivos en la mañana, nadando-, no puede evitar una inclinación de cabeza casi japonesa al saludar a cualquier interlocutor. El trato social con él es gratísimo y hasta dulce. Pero sus cabreos son bíblicos, y las más audaces de sus iniciativas, puramente personales y rumiadas en su soledad.

En los mítines, frente a las masas, se transforma. Toda su corrección y amabilidad se trastocan en una voz potente, en una indignación latente, en un pecho erguido que reclama el sentido común. Respetuoso como es su Gobierno con las libertades informativas, atacó hace tres semanas al matutino Clarín, el primer diario argentino, al que acusó de tergiversar las noticias.

Hace dos semanas, asistiendo a un oficio religioso, monseñor Medina, desde el púlpito, denunció alegremente un aumento de la corrupción bajo la Administración democrática. Alfonsín, presente, pidió permiso, subió al púlpito y reclamó los nombres de los corruptos acallando al monseñor. Son los alfonsinazos.

Transcurridos casi cinco días de crisis militar, recibiendo noticias de la soberbia y la seguridad de los amotinados en Campo de Mayo, salió al balcón de la Casa Rosada y anunció -ante el empalidecimiento de sus colaboradores- que marchaba a la primera guarnición del Ejército argentino a exigir la rendición de los rebeldes. Nadie puede asegurar que no lo viniera pensando desde hacía horas o días, pero nadie puede afirmar tampoco que el gesto estuviera preparado. Fue otro alfonsinazoque tomó a todos por sorpresa.

Nadie discute hoy la autoridad presidencial. Gobierno y oposición coinciden en que tienen un presidente de lujo, un auténtico animal político, dueño de sus mejores resortes y repleto de su autoridad.

En una sociedad como la argentina, tan cuidadosa de las palabras malsonantes, señoras de la mejor sociedad, para nada radicales, no dudan en estimar públicamente que Raúl Ricardo Alfonsín "tiene las bolas cuadradas". Alfonsín, para peronistas y radicales, para demócratas cristianos y liberales, ya es un bien público nacional. Ya es Alfonsón.

21/4/87

El cese del jefe del Estado Mayor causa un terremoto en el Ejército argentino (21-4-1987)

Un auténtico terremoto asola a las fuerzas armadas argentinas del Ejército de Tierra, tras ser aceptada la dimisión, y consecuente pase a retiro, de Héctor Luis Ríos Ereñú, jefe del Estado Mayor del Ejército. Su sustituto interino será el propio ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, y su probable reemplazante definitivo, el general Augusto Vidal, actual jefe de los institutos de perfeccionamiento militar, con sede en Campo de Mayo.

Nada permite demostrar que el general Héctor Ríos Ereñú haya cesado en sus funciones como una concesión a los sublevados. Es cierto que Ríos Ereñú, cargado de tanta buena voluntad como de falta de carácter e influencia sobre sus subordinados, era una cabeza pedida por los insurrectos y por todos aquellos que no habiéndose insurreccionado le tenían por un traidor a la casta militar, por un vendido a los favores del poder civil.Seriamente se penso en la Casa Rosada en mantenerle en su puesto, según fuentes próximas a la presidencia. Pero los acontecimientos fueron más allá de la propia voluntad del Ejecutivo. El general Ríos Ereñú mantuvo en la noche del sábado una reunión con 250 jefes y oficiales de las guarniciones del Gran Buenos Aires, sin otro logro que el que muchos de los asistentes, levantada la sesión, acudieran a Campo de Mayo a confraternizar con los insurrectos.

Ríos Ereñú conferenció con el rebelde Aldo Rico sin lograr su subordinación, y aquél, tras la reunión, tomó un helicóptero en Campo de Mayo y sobrevoló Campana y Zárate -las localidades donde se encontraban acampadas las tropas supuestamente leales del II Cuerpo de Ejército, mandadas por el general Alais- para observar su despliegue y su fuerza. Ríos Ereñú era un cadáver militar.

Su pase a retiro hace temblar las bases del Ejército. Todos aquellos generales del Ejército de tierra de mayor antigüedad que el supuesto sustituto, Augusto Vidal, deben pasar a retiro obligatoriamente.

En las fuerzas armadas argentinas rige el principio reglamentario de que ningún jefe de Estado Mayor de las tres armas puede ser inferior en antigüedad a sus subordinados, obligado al retiro automático de quienes lo sean.Si se confirma la designación del general Vidal, al menos 13 generales deberán pasar obligatoriamente a retiro al margen de su mayor o menor lealtad al Gobierno. Entre ellos, Alais, al mando del II Cuerpo de Ejército y llamado a reprimir a los sublevados de Campo de Mayo; Juan Carlos Medrano, jefe del IV Ejército, y Enrique Bonifacino, al mando del V, entre otros.

Por razón de los acontecimientos de estos días se producirá el relevo de Fichera al mando del III Cuerpo de Ejército, acantonado en Córdoba, y de mandos intermedios, como los del XIV Regimiento de Paracaidistas (donde se atrincheró el prófugo ex comandante Barreiro), el jefe del Regimiento 18º de Infantería de Misiones -ex comandado por el rebelde ex teniente coronel Aldo Rico-, el VIII de Caballería Blindada de Magdalena y el VII Regimiento de Infantería de La Plata, al mando de coroneles que no pusieron excesivo énfasis en la defensa de las instituciones democráticas.

El Gobierno, y en particular el Ministerio de Defensa, es remiso a facilitar información oficial sobre el número de jefes, oficiales y soldados -aunque se estima que sobre éstos no se ejercerán acciones punitivas- que serán removidos de sus mandos o procesados por la asonada de Semana Santa. Pero analistas militares argentinos dan por inevitablemente producido su auténtico seísmo sobre la plana mayor del Ejército de Tierra.

'Alfonsinazo'

Nada se pactó con los rebeldes para lograr su rendición, todo fue más simple que eso. Alfonsín, en el límite de su paciencia y recordando que era el jefe supremo de las fuerzas armadas, tomó en solitario, en uno de susAlfonsinazos -es su carácter- resolver la crisis que estaba dejando pudrir por impotencia sus primeros jefes militares y en particular Ríos Ereñú, leal hacia arriba, pero sin la menor lealtad por debajo.

Cuando partió de la Casa Rosada hacia Campo de Mayo se formó en la casa de Gobierno un grupo de tareas que comenzó a evaluar las posibilidades de que Alfonsín fuera agredido o preso, repartiéndose munición adicional a los granaderos de San Martín que custodian el edificio. Ya en el helicóptero presidencial, se convenció a Alfonsín de que no se presentara directamente en la Escuela de Infantería, tomada por Aldo Rico, sino que estableciera un cuartel general en el Comando de Institutos Militares, dirigido por el general Augusto Vidal, de probada lealtad constitucional.

Desde allí, Alfonsín reclamó por sus edecanes la presencia del rebelde Rico. Acudió armado y acompañado y se desarrolló un diálogo tenso, pero respetuoso y sin que se elevaran los tonos de voz. Rico reclamó y Alfonsín le cortó la palabra asegurándole que no había acudido allí para escuchar exigencias o planteos. Rico se explayó sobre sus méritos en las Malvinas, así como los de algunos de sus hombres, pidió amnistía para los militares condenados por la guerra sucia contra la subversión y se cuadró. Alfonsín le recitó los reglamentos de su propia arma, que había consultado, y le exigió la rendición incondicional. Rico se cuadró, depositó su arma en un sillón próximo y rindió su unidad. No se pegó un solo grito ni nadie descompuso su compostura.

Rico -y todos los que se secundaban en silencio- no esperaban la arremetida presidencial. Habían recibido multitud de adhesiones militares y la seguridad de que ninguna unidad del Ejército intentaría desplazarles de su atrincheramiento en la Escuela de Infantería. Sabían que ningún militar argentino iba a disparar contra otro militar argentino. Para lo que Aldo Rico y sus hombres no estaban preparados era para que su jefe supremo, el presidente de la República, sólo acompañado de sus edecanes, desarmado, les intimara moralmente en su despacho a la rendición incondicional.

El país ha recobrado su calma y su aspecto habitual. Por supuesto la Confederación General del Trabajo (CGT) levantó su llamado la huelga general y hasta anoche el presidente abandonó la Casa Rosada para pernoctar en la residencia presidencial de Olivos. Los problemas, por supuesto, continúan donde estaban: la cohabitación con el peronismo, el traslado de la capital a la Patagonia, la reforma de la Constitución, la fatalmente aplazada ley del divorcio, el recuerdo de que la Iglesia católica tardó 72 horas en acudir en socorro de la democracia permitiendo que se le adelantara el propio Ronald Reagan, las esperadas subidas de salarios y pensiones que alivien la congelación del nuevo plan austral de economía de guerra.

Pero algo ha cambiado en la atmósfera de este país. Unos y otros, se sienten admirados y orgullosos de su presidente, la inmensa mayoría abomina de una nueva dictadura militar y por primera vez en este siglo lo han manifestado en las calles, sintiéndose protagonistas de la defesa de la democracia republicana. Ayer los argentinos han vuelto a sus faenas y a sus afanes como siempre, sin un mango -ni una peseta- pero orgullosos de sí mismos.

20/4/87

Alfonsin logra personalmente la rendición de los sublevados en Campo de Mayo (20-4-1987)

El presidente argentino, Raúl Alfonsín, se trasladó ayer a la Escuela de Infantería de Campo de Mayo, cerca de Buenos Aires, y consiguió personalmente, a las 17.55 (22.55, hora peninsular española), sin derramamiento de sangre, la rendición de los militares sublevados. Poco después, Alfonsín volvía en helicóptero a la Casa Rosada, junto a sus edecanes y una custodia civil que portaba armas largas. Inmediatamente, salió a uno de los balcones, fianqueado por su vicepresidente, Víctor Martínez, y por Ítalo Argentino Lúder, candidato peronista derrotado en las elecciones de 1983 Desde el balcón, apenas pudo apagar el griterío con un 'compatriotas!" para decir a continuación lisa y llanamente: '¡Felices Pascuas!".

Desde ayer ya es san Alfonsín. "Los hombres amotinados", dijo el presidente, "han depuesto su actitud. Todos ellos serán detenidos y sometidos a la justicia. Son un conjunto de hombres, algunos héroes de las Malvinas, equivocados. Su intención no era la de dar un golpe de Estado, pero han sumido al país en toda esta zozobra (...) La casa está en orden y no se ha derramado sangre. Id a vuestras casas y besad en paz a vuestros hijos". La multitud le respondió: "¡Raúl, querido, el pueblo está contigo!".Alfonsín se retiró al interior de la casa de Gobierno mientras los presentes en la plaza y quienes ocupaban los balcones de la Casa Rosada se tomaban de las manos y cantaban el himno nacional. Terminaban casi cinco días de crisis militar que habían puesto a la República a los pies de los caballos.

Lo ocurrido puede resumirse así: un grupo de jefes y oficiales del Ejército de Tierra, principalmente adscritos al III Cuerpo de Ejército y cuyo número es indeterminado, decidió hacer una prueba de fuerza al poder civil con un objetivo principal: lograr una amnistía, y otros secundarios, como el relevo de Héctor Ríos Ereñú, jefe del Ejército de Tierra.

Para ello utilizaron un detonante: el ex comandante Ernesto Barreiro, acusado de seis homicidios, se rebeló en Córdoba. A Barreiro se sumó un espontáneo -el ex teniente coronel Aldo Rico-, y el Grobierno se encontró con dos regimientos alzados y la duda sobre la lealtad de buena parte del resto del ejército.

Barreiro se fugó 37 su unidad se rindió el viernes, pero seguía la rebelión en Campo de Mayo. Podrida la situación, mediatizado Ríos por sus pocas simpatías entre sus camaradas, Alfonsín determinó, en un pronto, ir al cuartel y dar órdenes personalmente. Rico, sencillamente, no tuvo agallas (o tuvo la suficiente sensatez) para resistir órdenes directas del presidente. Se rindió incondiclonalmente a su jefe supremo.

En la misma mañana del domingo las exigencias del ex teniente coronel Aldo Rico, sustentadas no solo en su propia rebelión sino en las dudas razonables sobre la lealtad de amplios sectores de las Fuerzas Armadas, iban desde una amnistía para los militares condenados y por condenar por sus responsabilidades en la guerra sucia contra la subversión hasta el cese del general Héctor Ríos Eñerú como jefe del Estado Mayor del Ejército.Raúl Alfonsín tomó la decisión de intervenir a media tarde, sin consultar con sus colaboradores, que fueron los primeros sorprendidos por su gesto.

El presidente, en su calidad de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, se reunió poco después con jefes y oficiales leales, para dirigir directamente las operaciones.

Al mismo tiempo, frente a los accesos al cuartel general del Ejército argentino se producían escenas de histeria. El portavoz presidencial, José Ignacio López, lanzaba continuos llamamientos por radio y televisión, en los que rogaba a la población que no acudiese a Campo de Mayo.

El general Ernesto Alais, jefe del II Cuerpo de Ejército -al que pertenecen los sublevados y al mando de las tropas llamadas para extinguir la rebelión, puesto en pie en su jeep, suplicó "por amor de Dios" que todos los civiles se alejaran de la Escuela de Infantería, que podía convertirse de un momento a otro en teatro de operaciones militares.

En la plaza de Mayo, una multitud esperaba a su presidente, tal como él lo pidió, entre sollozos, desmayos y una tensión violenta. Periódicamente se cantaba: "No se atreven, no se atreven, y si se atreven, les quemamos los cuarteles".

Alfonsín había dejado sin aliento a los miles de ciudadanos que desbordaban la plaza y sus calles y avenidas adyacentes cuando, visiblemente entristecido pero enérgico, alterando con su voz la megafonía instalada en los balcones de la Casa de Gobierno, gritó: "Espérenme aquí, en unos minutos voy a ir personalmente a Campo de Mayo para exigir la rendición de los rebeldes. Espérenme aquí. Si Dios nos acompaña, en un rato volveré y les daré las soluciones a este problema para que todos ustedes puedan regresar a sus casas para darles un beso en paz a vuestros hijos". Dio media vuelta y se retiró. La muchedumbre se quedó en silencio unos instantes, hasta que la plaza de Mayo rugió como una olla hirviendo.

Antes de su retirada camino de Campo de Mayo, Alfonsín, rodeado por dirigentes peronistas y radicales, habló de estos días de tristeza en los que parece que "un segundo del pasado nos ha alcanzado".

Raúl Alfonsín se dirigió a la juventud para que recordara estos momentos de solidaridad de todos con las instituciones democráticas.

Tenía todo el tono de un discurso funeral de despedida. En el helicóptero presidencial y desde el cercano helipuerto de la Prefectura Naval partió a la Escuela de Infantería de Campo de Mayo en poder de los rebeldes al mando del ex teniente coronel Aldo Rico. Estaba acompañado por sus tres edecanes militares y por el brigadier Ernesto Crespo, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea.

Numerosos dirigentes políticos, sindicalistas y empresarios, tras la partida del helicóptero presidencial, emprendieron camino en automóvil hacia Campo de Mayo para respaldar el gesto de Alfonsín. El jefe del Estado Mayor del Ejército, Héctor Ríos Ereñú, ya se encontraba desde la mañana en el acantonamiento.

Alfonsín, descompuestas las instituciones democráticas por las sublevaciones militares explícitas o encubiertas, se refugió en su única arma: la movilización popular. Desde el mediodía de ayer, la plaza de Mayo se encontraba desbordada por miles de ciudadanos, familias-enteras con sus hijos, extendiéndose por las calles y avenidas adyacentes, convocados por el Gobierno la tarde anterior.

Manifestantes

La peronista Confederación General del Trabajo (CGT) se sumó a la convocatoria de concentración ante la Casa Rosada. Los ferrocarriles y autobuses que unen el gran Buenos Aires con la capital federal no cobraron pasaje para facilitar el desplazamiento de los manifestantes.

Concentraciones del mismo tenor se estaban produciendo en todas las provincias de la República.

Previamente en el Salón de los Bustos de la Casa de Gobierno el ministro del Interior, Antonio Troecoli, presidió la solemne firma de un acto de compromiso democrático suscrita por todos los partidos con representación parlamentaria, por muchos extraparlamentarios, por la CGT y por entidades empresariales tales como la poderosa Sociedad Rural Argentina, la Unión Industrial Argentina o la Cámara de Comercio.

El acta de cuatro puntos establece la férrea decisión de los firmantes de apoyar la vigencia de la Constitución y de la democracia como único destino de vida del pueblo argentino; la condena de la intentona golpista; el convencimiento de que la reconciliación nacional sólo podrá lograrse en el marco de la justicia y el respeto por las leyes; y el llamamiento a la población para que se movilice en las calles pacíficamente en defensa de la democracia.

Se abstuvieron de firmar el acta por rechazo a la actual justicia argentina el Movimiento al Socialismo Argentino (MAS) y las Madres de Plaza de Mayo. El Partido Comunista Argentino tampoco firmó.

La CGT, a más de sumarse a la concentración de ayer, decretó para hoy la huelga general indefinida desde las diez de la mañana, en caso que se mantuviera entonces la situación de rebelión militar en Campo de Mayo.

Una política militar debilitada por el destino (20-4-1987)

Raúl Borrás fue el primer ministro de Defensa de Raúl Alfonsín. Había establecido una costumbre en su trabajo: a la caída de la tarde, él, sus dos subsecretarios, los tres jefes de Estado Mayor de cada arma y el jefe del Estado Mayor Conjunto se sentaban en torno a una botella de whisky, vasos, agua y un cubo con hielo, se apeaban el tratamiento y se relajaban un rato intentando comunicarse con libertad y sinceridad.

En una de aquellas amables tenidas vespertinas, antes de la aplicación del Plan Austral de economía de guerra, el general Héctor Rios Ereñú, jefe del Estado Mlayor del Ejército, acaso con alguna medida de whisky de más, palmeó a Borrás y le dijo: "Estén ustedes tranquilos; ¿acaso creen que con una. inflación del 1% diario se nos va a ocurrir volver a ocupar el poder?". Raúl Borrás nunca supo si era una broma alcohólica o una ironía malévola. Aliviador de sus tensiones con toneladas de cigarrillos, fallecía semanas después, antes de los 50 años, de un fulminante cáncer de pulmón. Era la primera pérdida de Alfonsín en el área de Defensa.Borrás, íntimo amigo del presidente, era uno de los pesos pesados de la política argentina y, por supuesto, del radicalismo. Sereno, firme, dotado de autoridad intelectual y de carácter, habilísimo negociador, no ocupaba por casualidad la cartera de Defensa.

Alfonsín puso al frente de los militares al más capaz y al más leal de entre los suyos. Raúl Borrás encarriló la política militar durante el primer año de la democracia recuperada, disolvió el Primer Cuerpo de Ejército, rebajó el tiempo de conscripción, intentó crear un holding de empresas militares y también intentó resolver la deuda externa de las fuerzas armadas -particularmente la de la Marina- recortando gastos y poniendo en almoneda fragatas misilísticas.

Fue sustituido por otro íntimo de Alfonsín, un maduro-solterón casado con la política, muy hábil y de colmillos retorcidos: Roque Carranza. Antes de un año murió de un síncope mientras nadaba en la piscina de oficiales de Campo de Mayo.

Un ministro apocado

De alguna manera, Alfonsín se rindió ante los hados adversos y designó como su tercer ministro de Defensa a Horacio Jaunarena, el honesto subsecretario de Borrás y de Carranza. Jaunarena es un perfecto conocedor de los entresijos de su ministerio, pero, acaso por un exceso de información, está siendo un ministro apocado y apagado. En cualquier caso, carece del peso específico y el prestigio de un Borrás o un Carranza.El brigadier del Aire Teodoro Waldner es el jefe del Estado Mayor Conjunto. Con buenas amistades entre el radicalismo, ni se le ha visto el rostro ni se ha escuchado su voz durante la presente crisis. El general Héctor Ríos Ereñil, jefe del Estado Mayor del Ejército, se está desempeñando lealmente y tiene a su favor el odio africano que le profesan sus conmilitones, que se sienten traicionados por él. Para nada se aproxima a la figura de un Gutiérrez Mellado, pero, al menos, se ha tomado la molestia de repetir públicamente que las fuerzas armadas deben estar en todo momento sometidas al poder civil legalmente constituido.

El brigadier del Aire Ernesto Crespo jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, ha dado palabra de la lealtad y tranquilidad de su arma, que le obedece y respeta.

Crespo ha devenido en una lanzadera negociadora entre los sublevados que ocupan parte de Campo ele Mayo y el Gobierno, con buena voluntad pero sin albergar la menor indignación por la actitud de los rebeldes, sobre los que insiste que en ningún momento han intentado subvertir el orden constitucional.

El vicealmirante Ramón Arosa, jefe del Estado Mayor de la Armada -la más cabreada con esta democracia-, guarda un silencio propio de submarino en inmersión realizando maniobras evasivas.

Un interminable 'pacto del capó' (20-4-1987)

Creo extraer de la remota memoria de mi lejano país que el 24 de febrero de 1981, mientras los guardias civiles que coparon el Congreso español huían ignominiosamente por las ventanas del palacio, el entonces teniente coronel Tejero y el todavía general Alfonso Armada firmaron sobre el capó de un jeep un acto de rendición por el que aquellos guardias tan prepotentes horas antes como tan pusilánimes en aquel momento de rendición quedaban exentos de toda responsabilidad penal.

Durante la campana electoral que le llevó al triunfo en las urnas por un histórico 52% de los votos, Raúl Ricardo Alfonsín prohibió expresamente a sus colaboradores el menor contacto con miembros de las Fuerzas Armadas. En el tramo final de su excelente campaña, en buena parte inspirada en la de Felipe González un año antes en España, estudiada mediante vídeos, Alfonsín denunció un pacto sindical-militar urdido verbalmente entre el ala derecha de los sindicatos peronistas y la cúpula de las Fuerzas Armadas para arrojar una manta de silencio sobre las atrocidades de la dictadura.En aquella calurosa primavera austral de octubre de 1983 estaba cantado el triunfo arrollador del peronismo en las urnas; siempre había sido así en 30 años de política argentina y no tenía por qué ser de otra manera. Desde los analistas internacionales del Partido Socialista Obrero Español hasta buena parte de la propia dirección de la Unión Cívica Radical, nadie daba un ochavo por la victoria de Alfonsín. Sólo el candidato radical y el candidato peronista, un hombre inteligente como Italo Argentino Luder, intuían que el justicialismo sería indefectiblemente ajusticiado en las urnas.

Mariscales de la derrota

Aquel peronismo estúpidamente triunfante antes de tiempo se encontraba secuestrado -pese a Luder o gracias a su carácter frío y leptosomático- por su extrema derecha. La presidenta del movimiento era Isabelita Perón, designada como tal sin haberlo pedido ni haberlo aceptado, encerrada en su astuto y mercantil silencio madrileño. El primer vicepresidente era Lorenzo Miguel, líder de las 62 organizaciones peronistas -el tallo de hierro del sindicalismo fiel a Perón-, tan popular entre sus bases que no pudo abrir la boca durante la campaña electoral: cada vez que subía a una tribuna, sus propios correligionarios le acallaban a los gritos sincopados de: "¡Lorenzo, compadre, la concha de tu madre!". La peor alusión personal argentina, en el entendimiento de que concha es coño.Finalmente, el candidato a la gobernaduría de la primera provincia del país -Buenos Aires-, acaparadora de la mitad de la población de la República y de sus grandes centros fabriles y agropecuarios, era Herminio Iglesias, un hijo de orensanos, un gánster fascista, sin trabajo remunerado conocido, experto en el jueglo clandestino de la ciudad bonaerense de Avellaneda y en la trata de blancas de la periferia porteña.

Toda aquella tropa -los que fueron, tras las elecciones, definidos comomariscales de la derrota- había copado la dirección del peronismo libre de una izquierda justicialista asesinada o exiliada por la dictadura. Y pactaron con los sectores más reaccionarios de la sociedad argentina y con las propias Fuerzas Armadas la impunidad de los crímenes cometidos entre 1976 y 1982. Esto es lo que denunció el entonces candidato Alfonsín y lo que le propició un notable caudal de votos.

Ya electo, Raúl Alfonsín se recluyó en los dos últimos pisos del hotel Panamericano y comenzó a tender puentes hacia los uniformados. Hombre fiel a su palabra dada, había asegurado durante su campaña electoral que, de alcanzar el poder, llevaría a los tribunales a los militares que diseñaron el terror de Estado y a todos aquellos que se excedieron complacientemente en las órdenes recibidas.

A primeros de diciembre de 1983, todavía en el Panamericano, Alfonsín se encontraba juvenil y exultante, firme en su decisión de abandonar el tabaco, peleando con los kilos que le sobraban, nadando todos los días en la piscina del hotel, fresco y claro. "Yo no voy a procesar a todo el Ejército argentino", me decía, .primero, porque no se dejarían, y segundo, porque no quiero ni debo hacerlo. Yo quiero restituir a nuestras Fuerzas Armadas la dignidad y credibilidad que han perdido. Pero voy a ordenar procesar a los responsables de toda esta iniquidad".

Creo recordar que el tercero o el cuarto decreto del presidente fue, en su calidad de comandante de las Fuerzas Armadas, el procesamiento de las juntas militares de la dictadura y el de los militares particularmente abyectos, como el general Ramón Camps, ex jefe de la policía bonaerense, por mal nombre El Carnicero de Buenos Aires; el contralmirante Chamorro, ex jefe de la Escuela de Mecánica de la Armada, y su segundo, el capitán de corbeta Acosta, alias El Tigre. Casos patológicos cuyas andanzas andaban en las coplas de ciego.

Nadie podrá probarlo, pero se teme que representantes de Alfonsín pactaron en la Escuela de Guerra Naval con los uniformados esta somera entrega de cabezas. El pacto del capó. Todo hubiera transcurrido sobre caminos de seda si el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas -máxima judicatura castrense- hubiera cerrado sus sumarios, juzgado y sentenciado. Pero prefirieron agotar sus tiempos legales sin llegar a ninguna conclusión y pasar la patata caliente a la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la capital.

Las juntas militares fueron juzgadas y condenadas así por jueces civiles que manejaron el Código de Justicia Militar. El resto de los casos en los que Alfonsín quería centrar la administración ejemplificadora de la justicia siguió los mismos pasos ante la cobarde y obstruccionista postura del Consejo Supremo, que sólo juzgó y sentenció a la penúltima junta por la pérdida de la guerra de las Malvinas. El primer pacto del capó fue roto por los propios militares, que jamás pensaron que Alfonsín tuviera palabra electoral o agallas como para llegar tan lejos.

Abierta la veda judicial de los milicos, numerosos jueces federales de la nación, pocos de ellos resistentes a la dictadura y la mayoría con muchas omisiones de justicia que olvidar, comenzaron a procesar a militares a diestro y siniestro, rasgando el esquema moderador de Alfonsín, que sólo tenía proyectado caer con dureza sobre las cabezas responsables.

Punto final

Ante la avalancha de papeleo judicial en todas las provincias y el arrastramiento -merecido pero peligroso- de las Fuerzas Armadas como puta por rastrojos, Raúl Alfonsín instrumenta un segundo pacto del capó: la mal llamada ley de punto final.Con el consenso vergonzante del peronismo, que no acudió al Congreso pero mandó a los diputados de Herminio Iglesias para lograr quórum, se aprobó una ley en enero, bastante razonable, que especificaba que aquellos casos que en más de tres años de democracia y de garantía judicial no hubieran sido denunciados -siempre sobre violación de derechos humanos por la dictadura-, quedarían prescritos.

El teniente general Ríos Erenú, el brigadier Crespo y el contralmirante Arosa, jefes, respectivamente, de los Estados Mayores del Ejército, la Aeronaútica y la Armada, saludan la ley de punto final con discursos públicos de acatamiento constitucional y de suave reticencia hacia los pasados errores de intromisión militar en la vida pública. Todo en orden, excepción hecha de los alaridos de indignación de las Madres de Plaza de Mayo y de las organizaciones defensoras de los derechos humanos.

Falló lo que tenía que fallar: la estadística. Argentina es un país que tiene que preguntar a Estados Unidos y a su parafernalia de exploración sideral por satélites, cuáles son sus recursos naturales. Al asumir el Gobierno radical, pasaron meses antes de que el entonces ministro de Economía, Bernardo Grispun, pudiera facilitar la cifra exacta de la deuda externa. Bailaban las cifras 1.000 millones de dólares arriba, 1.000 millones de dólares abajo hasta que llegaron las facturas del Fondo Monetario Internacional, del Club de París y de la banca privada acreedora.

Tras la mal llamada ley de punto final -carece de nombre, sólo tiene una numeración-, el Gobierno y la cúpula militar esperaban entre 40 y 50 procesamientos de militares, la mayoría recayentes sobre jefes y oficiales en situación de retiro. En pocos días, los jueces de las distintas cámaras federales, ansiosos de respetabilidad democrática, habían dado curso a más de 500 demandas judiciales, sin contar con las causas abiertas contra el III Cuerpo de Ejército y contra la Escuela de Mecánica de la Armada. Contra lo esperado -y pactado-, centenares de jefes y oficiales, muchos de ellos en actividad, incluido un ayudante de Ríos Ereñú, pasaban a situación de procesados.

No se podía arar con otros bueyes ni había más cera que la que ardía, y, tras el primer plante de los almirantes, conducidos manu militari hasta los juzgados, se creyó haber cruzado el Rubicón. La Armada era y es temible, pero no menor preocupación suscitaba el III Cuerpo de Ejército.

Pero si los almirantes y la Armada se habían plegado, ¿por qué razón no iban a hacerlo los infantes del Tercero? Desde hace semanas sólo cabía una duda: el comandante Ernesto Guillermo Barreiro, el jefe delchupadero La Perla, un psicópata que hizo carrera en los servicios de inteligencia y que ni siquiera tuvo la delicadeza de ponerse la capucha durante los interrogatorios de sus víctimas. Seis presuntos homicidios en su haber judicial. Un caso perdido.

La espoleta

Se le trabajó y ablandó desde la jefatura del ejército, garantizándole que su inevitable prisión preventiva la cumpliría en el Estado Mayor del Ejército en Buenos Aires, cumpliendo sus funciones a las órdenes directas de Ríos Ereñú. Se le llenó el buche con esperanzas de amnistía y a todo dijo que sí.Con su autorización de traslado en la mano, acudió a Córdoba para presentarse ante su juez y se recluyó, sublevándolo, en el XIV Regimiento de Infantería Aerotransportada de La Calera, en Córdoba, con la complicidad de buena parte de la plana mayor del III Cuerpo de Ejército. Perdido para sus conmilitones, que lo utilizaron como espoleta, y para la justicia de sus conciudadanos, no ha tenido ni la dignidad de pegarse un tiro, y anda huido por las pampas entre rianas de la Mesopotamia argentina. Éste es Tejero.

Pardo Zancada, el jefe de la policía militar de la Brunete, que complicó la toma del Congreso español por Tejero, es el ex teniente coronel Aldo Rico. Notablemente chulo, no guarda ningún esqueleto en su armario. No está reclamado por ningún juez por excesos en la guerra suciacontra la subversión y se desempeñó con valentía en la guerra de las Malvinas. Al mando del 18º Regimiento de Infantería de Misiones -en la frontera con Brasil-, adscrito al II Cuerpo de Ejército, avanzó a marchas forzadas sobre Buenos Aires, en la noche del jueves, en dos columnas. La primera fue detenida y desarmada en la provincia de Santa Fe; la comandada por él alcanzó Campo de Mayo y se hizo fuerte en la Escuela de Infantería, con más de un centenar de hombres. Es muy peligroso: es un fanático y quiere ser héroe.

En la noche avanzada del sábado al domingo, la plaza de Mayo seguía poblada de ciudadanos en vigilia. Frente a Campo de Mayo, cientos de civiles intentaban un inútil diálogo con la guardia exterior rebelde, con la cara tiznada con corcho quemado como si realmente estuvieran en una guerra. Iban y venían los políticos del despacho agotado de Alfonsín. No pocos de ellos hablaban de una necesaria amnistía que pacifique los ánimos castrenses. Los militares que sembraron el terror en la más civilizada y moderna de las repúblicas suramericanas siguen exigiendo otro pacto del capó. Como ha dicho Alfonsín: "Que Dios nos acompañe".

19/4/87

El pato patagónico (19-4-1987)

Las infinitas tierras ralas de la Patagonia, batidas por vientos constantes, son notablemente aptas para la cría de ovejas. Tan es así que ha devenido espectáculo para los escasos viajeros que tan australmente se aventuran a la visita de alguna estancia ovejera en la que se muestra al curioso cómo se esquila, cómo se cruza y hasta cómo se capa al carnero. Las ovejas en celo no pueden ser cubiertas por cualquier macho, so pena de deteriorar la raza y la lana. Pero primero conviene al ovejero saber qué ovejas están en situación de ser fecundadas y cuáles no.

A los machos se les da un brochazo de pintura roja en las ingles y se los suelta en la estancia; .ellos olfatean la hembra en celo y la intentan montar manchando su grupa con la pintura fresca. Se les espanta el coito y se impide la fecundación libre, pero ya se sabe, por la mancha, cuáles son las ovejas que fecundar.A los machos seleccionados se les extrae mediante estímulos eléctricos el esperma, que luego se inyecta en dosis adecuadas en la vagina de las ovejas. Los machos no aptos para la reproducción, hasta que sean aptos para carnearlos, tienen otro destino sexual: se los capa para evitar que fecunden con malformaciones genéticas a las hembras.

Anteriormente se les cortaban los testículos a cuchillo, con lo que las infecciones subsiguientes diezmaban la cabaña. Desde Australia, país de ovinos por excelencia, llegó hasta la Patagonia una nueva técnica de castración: una pinza móvil que englobaba una goma fuerte. Con ella se abarcaban los testículos del animal y, al cerrarla, quedaba la gomada aprisionándolos por su base. En pocas semanas las gónadas del macho ruedan por el suelo, secas, privadas de riego sanguíneo, podridas pero sin infección. La tecnología alcanzó igualmente a la ganadería mayor. En las pampas argentinas pastan 73 millones de vacas que terminaron moviendo sus ancas mediante picanas eléctricas: una especie de garrocha a pilas que descarga electricidad de bajo voltaje, molesta pero asumible para una red. Algo bastante más sensato que pincharla con un pincho, horadándole la piel, como se acostumbra en España.

Método de investigación

Pues bien, el método para capar los terneros y el de picaneado de las reses fueron adoptados por las fuerzas armadas argentinas como sistema investigador de la subversión de izquierdas que pobló el país en los finales de los años sesenta y durante la década de los setenta. Conviene partir de este presupuesto demostrado para analizar la mentalidad castrense imperante en esta república.

Siempre se ha afirmado que el fracaso de Argentina como nación era uno de los grandes misterios del siglo XX, teniendo, como lo tiene, todo. Espacio, petróleo, agricultura, metro y medio de humus en la Pampa húmeda, dos cosechas de cereales casi todos los años, la mejor carne y leche del mundo, poca población y culta o cuando menos educada, cinco premios Nobel en ciencias aplicadas... Pero bien es cierto que tantos dones -esa vieja teoría criolla de que lo que los argentinos destruyen durante el día Dios lo arregla por la noche- no superan la indeclinable invertebración de esta sociedad.

Si llegó a decirse que en Jerez de la Frontera sólo se podía -seriamente- ser Domecq o caballo, en Argentina la definición, aunque ampliada, es igualmente severa: la rápida acumulación de capital basada en la producción alimenticia fácil y en las hambrunas de las guerras y posguerras mundiales, sumada a la meteórica acumulación de población inmigrante, conformaron una sociedad invertebrada. En Argentina se puede ser, seriamente, estanciero, militar, eclesiástico o dirigente sindical. El resto es superestructura.

Lo que entenderíamos por Estado navega entre esos cuatro poderes reales con escasa fortuna. La sociedad argentina es así una suerte de piano de cuatro teclas, que además suenan mal. Los estancieros casaron a sus hijas con especuladores financieros y han dado un subproducto social que estima que en el país sólo existen dos inversiones productivas: la evasión de divisas y el plazo fijo en dólares desde siete a 90 días.

Los militares siguen donde seguían: elitistas, engreídos de la herencia de un hombre honrado como el general don José de San Martín, artífice de la patria, diseñadores de la bandera, antisemitas, ultracatólicos, antiizquierdistas en una sociedad en la que el peor insulto que se le puede inferir a un obrero es tildarle de rojo, zurdo o bolche.

De la Iglesia católica argentina baste escribir que es la más reaccionaria -salvando excepciones que confirman la regla- y dura de corazón ante los sufrimientos de los pobres de la Tierra de toda América Latina. Su pecado de impiedad es tan obvio que no merece la pena extenderse en acusaciones pormenorizadas. Los sindicatos peronistas, finalmente, también manipulados por la peor arista del alma de Juan Domingo Perán, cayeron en manos de mafias, pistoleros, burócratas y demagogos, al mejor estilo del sindicalismo camionero o portuario estadounidense.

Cualquier presidente argentino debe tocar estas cuatro teclas si quiere obtener alguna sinfonía social por desafinada que sea. Los cuatro poderes, conscientes de su peso, pactan y entrepactan constantemente entre la Iglesia con los militares y los sindicatos; los sindicatos con los militares; la oligarquía agrícola-ganadera con los militares y con la Iglesia..., siempre entrecruzándose en la lanzadera que ha tejido la decadencia argentina. Hasta una presidencia krausista, firme pero ingenua, regeneracionista, como la de la línea interna de Renovación y Cambio de la Unión Cívica Radical dirigida por Raúl Ricardo Alfonsín, que ha logrado en tres años y medio de mandato enfrentarse, no tener demasiadas buenas relaciones ni con los estancieros, ni con los militares, ni con los sindicatos, ni con la Iglesia. El difícil comienzo -pero comienzo- del resurgimiento argentino.

Sólo bajo este esquema puede entenderse la soberbia de un Ejército que continúa, pese a la multiplicidad de sus fracasos, erigiéndose en algo especial y superior. A su favor debe recordarse que la participación de las fuerzas armadas en la política argentina es un hecho histórico avalado continuamente por sus socios y todo lo que socialmente representan: Iglesia, sindicatos, oligarquía. En su detrimento no se puede olvidar que han sido lo que aquí se entiende por un pato patagónico: una pisada, una cagada; otra pisada, otra cagada.

Secuestraron últimamente el poder en 1976, en medio de un clamor de descontento popular por la gestión peronista liderada por Isabelita, por la guerra civil peronista entre sus dos alas extremas, para propiciar un pomposo proceso de reorganización nacional. Hoy, cuando se circula por Buenos Aires entre los muñones de las autopistas elevadas e inacabadas que cicatrizan la ciudad, el más conservador taxista -tachero- observará: "Ahí tiene usted los monumentos al proceso".

La noche y la niebla

Elitistas y casados con muchachas de la pretenciosa alta sociedad, ni siquiera orientaron su dictadura por carriles populistas. Entregaron la economía en manos de jóvenes lobos, los Chicago-boys, fanáticos de las teorías monetaristas de Milton Friedman, encabezados por José -Joe- Martínez de Hoz, íntimo de la familia Rockefeller, todos uniformados con atuendos grises y camisas a rayas, que subvaluaron el dólar frente al ya extinto peso argentino, derribaron las barreras arancelarias y arruinaron la industria nacional mientras intercambiaban plata dulce por libertades ciudadanas.

Moral, ética y hasta históricamente, se recostaron sobre la complacencia de la Iglesia católica argentina y sobre las enseñanzas filosóficas de Julián Marías, de la que se reclaman, y que cada año ilustra a los argentinos sobre su condición desde el púlpito del Banco de Boston, que financia y edita sus conferencias. Decididos a defender la civilización occidental y cristiana en esta orilla del mundo, planificaron un trabajo de estado mayor impecable. Acabaron ciertamente con las guerrillas rurales y urbanas de los Montoneros, del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y otros subproductos marxistas mediante una metodología que agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) vinieron a Buenos Aires a observar.

Reeditaron la noche y niebla hitlerianas. Pudiendo haber detenido a los subversivos o sospechosos de subversión, optaron por desaparecerlos,a ellos, a sus familias, a sus vecinos, a sus amigos y hasta a quienpasara por allí. El terror, poblado por la alegría económica que deparaban los chicos de Martínez de Hoz, y que permitían vacaciones de esquí en Saint Moritz al mismo precio que en Bariloche, sugería a los ciudadanos el "por algo será" y el "no te metás". No te metás en lo que no te llaman y, si algún amigo o vecino desaparece, será porque algo habrá hecho.

La provincia de Buenos Aires, y después la de Córdoba, y después la de Rosario, los grandes centros poblacionales de la nación, se llenaron de chupaderos en los que el Ejército, la Armada y en menor medida la Fuerza Aérea chupaban a las personas. El chupado ni siquiera era inmediatamente interrogado. Desnudo, esposado, incomunicado, vendados sus ojos, era picaneado como las reses, violado si era mujer o castrado con goma como las ovejas de la Patagonia. Después venían las preguntas, después la delación, el seguimiento desde la calle de posibles compañeros de subversión social, el síndrome de Estocolmo, la entrega de familiares, la abyección. Nadie resiste corriente alterna en el esófago, en los dientes, en el escroto, en el glande, en la vulva, en el ano, en los pezones.
El fiscal Julio César Strassera, que ha mandado a prisión a tres juntas militares de la dictadura, todavía recuerda con espanto, de sus lecturas sumariales, cómo a un chupado de la Escuela de Mecánica de la Armada, dado la vuelta, reencauzado, colaboracionista de los marinos, entregado de pies y manos a sus verdugos, delator, le dieron picana como diversión sólo porque era su cumpleaños.
Así las cosas, los uniformados argentinos no entienden por qué se les intenta juzgar por lo único que han hecho bien: la destrucción de la guerrilla. Fracasaron en eso de la reorganización nacional no organizando nada y desmontando severamente la economía nacional; el Papa les arrebató la tan deseada guerra con Chile por los territorios australes, y cuando tomaron aliento para una empresa superior se metieron en el avispero de las Malvinas, en guerra con el Reino Unido y con todos sus aliados europeos y americanos. Perdieron la guerra y sin honor (más bajas de jefes y oficiales británicos que argentinos).

Sin embargo, los siete años de estúpida dictadura militar sólo depararon un bien aparente: no hay más izquierda en armas que le quiera dar la vuelta al país. Masacraron a una generación y a sus vecinos, parientes y amigos, y aun los exiliados que se salvaron de la carnicería regresan a esta democracia con reservas y cauciones. Y es comprensible que estos caballeros uniformados se nieguen a pasar por los tribunales ordinarios de justicia para explicar cómo hicieron aquello en lo único que supieron acertar con la complicidad de amplios sectores de esta sociedad.

Muchos de estos milicos (término de doble significación: cariñoso o despectivo) no acaban de entender por qué uno de los más eficientes trabajos de contraterrorismo -mediante el terrorismo de Estado- es ahora perseguido por los tribunales de la democracia. Éste es el otro drama de la esquizofrenia argentina. Porque ciertamente los verdugos se sienten ahora víctimas, y lo son en tanto que lo sienten en su simplísima sinceridad. El síndrome de Estocolmo pero al revés. De esto sólo los puede salvar u ofrecer alguna esperanza el hecho de que Buenos Aires es, acaso por delante de Nueva York, el primer centro de psicoanálisis del mundo.