La plaza de Mayo, entre la
catedral metropolitana y la Casa Rosada, se llenó en la noche del lunes con más
de 10.000 personas que se concentraron para saludar al papa Juan Pablo II, poco
después de su llegada a Buenos Aires. En la mañana de ayer, el Papa se trasladó
a Bahía Blanca y luego siguió a Viedma -futura capital de la República-, en el
sur patagónico; a Mendoza, en las faldas de la cordillera andina, y a Córdoba,
centro geográfico relativo del país y segunda ciudad de la nación, donde habrá
pernoctado.
En la Casa Rosada, antes de
acceder a los balcones de Perón y Evita para responder a la multitud que lo
aclamaba, Juan Pablo II se dirigió en el salón Blanco a los ministros y
legisladores argentinos. Por primera vez, el Papa aludió al respeto de los
derechos del hombre y les dijo: "Será siempre deber insoslayable de la
autoridad pública la tutela y promoción de los derechos humanos, incluso en
situaciones de extrema conflictividad, huyendo de la frecuente tentación de
responder a la violencia con la violencia".Por lo demás, el núcleo del
discurso papal ante los políticos estuvo centrado en la defensa de valores morales
genéricos que, al menos aquí, fueron relacionados con los buenos usos y
costumbres que preocupan a la Iglesia local: el llamado destape, el cine y la prensa pornográfica o
simplemente erótica, la futura legislación sobre el divorcio.
La seguridad en torno a la
figura papal es calificada por la propia Prensa argentina como de espectacular. Ciertamente, ningún jefe de Estado
nacional o extranjero había sido protegido en pleno centro como el Papa, cuyos
viajes urbanos van amparados no ya por los motoristas de la policía federal,
sino por automóviles que cercan férreamente lalimousine blindada papal. El contraste entre la
seguridad de Juan Pablo II y el desplazamiento diario de Raúl Alfonsín desde su
domicilio, en la Quinta de Olivos, a la Casa Rosada, parando en los semáforos,
es notorio.
Cansancio papal
No menos advertible es el
cansancio del Pontífice -"aquí hace mucho más calor que en Chile",
afirmó por los micrófonos de la catedral-, así como sus repetidas alusiones
públicas a la grandeza geográfica de esta nación y de la metrópolis del Cono
Sur. Alfonsín, en su recepción en la Casa Rosada, continuó insistiendo en el
problema de los derechos humanos y piropeando al Papa como a su paladín. Como
queda escrito, el cansancio del Papa no llegó a tanto como para aceptar la
evidenteprovocación, y Juan Pablo II se limitó a la lectura sólida de
sus papeles plagados de citas evangélicas.
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