31/3/82

Servicio de orden en el Congreso (31-3-1982)

En la 24ª sesión de la vista contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado del 23-F surgió por primera vez en el juicio, como destacó el propio fiscal, el nombre del capitán Gil Sánchez Valiente. La novedad se produjo en el curso de la declaración de uno de los cinco tenientes que ayer fueron interrogados, Ramos Rueda, quien afirmó que vio varias veces en el Congreso al citado oficial, que iba armado y uniformado de campaña. Dijo que Gil Sánchez Valiente abandonó hacia las cuatro de la mañana el Congreso, pero que no sabe si entró en el mismo con las fuerzas ocupantes o como observador. El teniente Izquierdo identificó a los también tenientes Boza y Ramos Rueda como dos de los hombres que participaron en el incidente con Gutiérrez Mellado. El teniente Alvarez Fernández negó que él hubiera pronunciado la frase "Manitas fuera, esto se mueve", que se le achaca. La vista se reanudará mañana con el interrogatorio de los restantes tenientes y del civil Juan García Carrés.

Una sesión, la de ayer, dedicada fundamentalmente a civilones:proletariado militar elevado al rango de teniente tras veintitantos o trentaitantos años de sacrificado servicio. Acaso la ignorancia sea su mejor defensa, por más que no les sirva de exculpación. Excepción hecha de algún caso aislado, ayer pasaron por el interrogatorio una serie de guardias -seis tenientes de la Guardia Civil- que no aportan ningún poso a la historia de este golpe de Estado. Corifeos y teloneros de la asonada, cuyas responsabilidades han de ser dilucidadas (su comportamiento en el Congreso ocupado -el de algunos de ellos, aún no identificados- fue deleznable y chulesco), pero que no pasan de ser tropa de comparsa de los auténticos culpables. Fueron interrogados los tenientes Izquierdo, César Alvarez, Núñez, Ramos Rueda, Alonso Hernáiz y Boza (sólo resta por interrogar -ya para el jueves- a otros dos tenientes y a García Carrés, quien continúa siguiendo el proceso desde la clínica Covesa). Lo más que da la jornada es para una profunda reflexión sobre el futuro de la Guardia Civil.El fiscal extrajo una falsilla de preguntas repetidas hasta la saciedad, en ocasiones con idéntico vocabulario, sobre cada uno de los seis tenientes: destino, mando natural, conocimiento de Tejero y sus anteriores andanzas, explicación de por qué sigue a Tejero en su empeño, que si sabía el edificio que asaltaba y lo que allí se estaba celebrando, más una serie de preguntas sobre las secuencias de incidentes registrados en el palacio (agresión a Gutiérrez Mellado, incidente de Tejero con Aramburu, llegada de Armada, incorporación de la columna de la Acorazada y rendición).

Las contestaciones también son de falsilla: que siguieron las órdenes de su mando natural (un capitán), que no podían hacer otra cosa dada la obediencia ciega exigida por el reglamento de la Guardia Civil, que se les informó acerca de un servicio de orden público a llevar a cabo en "la plaza del Congreso" y que era deseado por el Rey, que tenían conocimiento de Tejero por la prensa, que no están muy seguros de entender lo que se estaba celebrando en el salón de sesiones del Congreso y que posteriormente poco o nada vieron o escucharon de interés.

Llama la atención en estos guardias -especialmente entrenados para la identificación de personas- su absoluta incapacidad para identificar en las fotografías a los compañeros que zarandearon a Gutiérrez Mellado. O no estaban allí, o entraron en el salón solo unos segundos (los suficientes para ser fotografiados) o no "estaban las cosas como para fijarse en la cara de nadie". Modosos en su deposición, no reconocen ni a los autores de los disparos sobre el techado del hemiciclo, ni los zarandeos al vicepresidente del Gobierno, ni "las manitas quietas, que esto se mueve", ni nada de nada. El proverbial ojo avizor del Cuerpo queda en este caso malparado. Otra vez será.

El Pacto del capó -la rendición que excluía a los tenientes de la Acorazada- fue esgrimido con menor insistencia por la defensa política (agravio de la Guardia Civil ante el Ejército) que en jornadas precedentes.

Es patente que al margen de la dudosa juridicidad del acuerdo firmado por el general Armada con los cabecillas sediciosos sobre el capó de unjeep, los tenientes de la Guardia Civil no desarrollaron el mismo papel que los tenientes de la Acorazada. Estos poco o nada hicieron aquella noche fuera -y no es poco- de penetrar tras sus jefes en el Congreso. Los tenientes de la Benemérita hicieron algo más y no siempre benéfico, y tienen por testigo al Congreso de los diputados.

El teniente César Alvarez, que no es precisamente un civilón con años de cuartel a las espaldas, declara como para optar a una medalla. Niega ser el autor de la fineza hacia Sus Señorías resumida en la frase "manitas; quietas, que esto se mueve". Es más, estima tales palabras como impropias de un guardia civil. Tuvo el fiscal que resaltarle lo dudoso de que dicha frase fuera pronunciada por alguno de los diputados. No se considera agresivo o nervioso y diseña su servicio aquella noche como un encomiable esfuerzo para salvaguardar la dignidad de los diputados -impedía que se entrara a mirar en el salón de sesiones como si aquello fuera un zoo-, mantener el orden en el hemiciclo -no fuera que Sus Señorías se desmandaran- y proteger las vidas de los padres de la Patria de una hipotética agresión exterior. Por mucho menos se ha concedido una encomienda.

No acaba de comprender este teniente por qué la doctora Echave declara contra él: no sólo no interfirió su labor de asistencia a los secuestrados-protegidos, sino que le convenía el libre trabajo de esta médica para que los ánimos permanecieran calmados. Igualmente lamenta algunos comentarios de prensa en los que se le tilda de chalado o de loco. El tuvo allí una misión aislada de mantenimiento del orden en el hemiciclo y veló para evitar acciones vejatorias contra la dignidad de los diputados. Otro benefactor. El defensor Ortiz le pregunta por su jefe el capitán Muñecas:

-¿Le cree capaz de torturar a alguien?

-Jamás, ni creo que sea capaz de hacerlo.

El teniente Núñez es quien supuestamente baja guardias por la puerta de un autobús frente al Congreso, cuando el general Aeramburu ha logrado a duras penas subirlos por otra. Niega el hecho y se somete a la identificación posterior de su Director. Por lo demás él siempre ha servido al Rey (le dio protección como Príncipe) y este "a la vista de lo que ha pasado es un servicio único en mi vida". Se pasa la noche del 23 de febrero en el botiquín del Congreso con dos doctores y no se entera de nada. Se aferra al reglamento del Cuerpo como el amigo de Charlie Brown a su frazadita y cumple que te cumple un nuevo servicio al Rey, coadyudando a secuestrar al Congreso de los Diputados en plena sesión de investidura. Un ilustrado.

El teniente Ramos Rueda movió a risas a la Sala y a veces al fiscal. "Yo nunca había estado allí (por el Congreso), lo vi todo ocupado como sale en televisión. No sabía lo de la investidura. Yo tenía previsto trabajar en mi finquita de la carretera de Burgos y mire usted donde estoy. Me quedé a la derecha de donde se sienta don Landelino." No atiende a la entrevista Armada-Tejero porque topa con un libreto con las fotos y datos de los señores diputados, le interesa y se pone a leerlo (conviene espolvorear textos de la Constitución por las saletas del Congreso, para el futuro) y el mensaje del Rey le tiene sin cuidado, sólo le interesa la obediencia a su capitán. Y el capitán Sánchez Valiente se materializa por vez primera en la Sala:

-Se fue tan tranquilo a las cuatro de la mañana.

-¿Llevaba algo en la mano?

-Una cartera o una maleta pequeña.

-¿Se fue así, sin más?

-Como otros que también aquella noche se fueron y no volvieron.

El teniente Boza es el único que admite haber conocido el mensaje del Rey la noche de autos (satisfacción del fiscal), expone dudas razonables sobre lo que está pasando a su capitán y éste le tranquiliza remitiéndole a la espera de nuevas órdenes.

Y poco más. Numerosas suplencias en las defensas. Interrogatorios breves y esta especie de Kamasutra del golpe a escuchar día tras día en Campamento, en el que se nos desvelan hasta la saturación las mil y una maneras de tomar por asalto el palacio de los diputados.

Metalenguaje militar- El PREJUJEM tras consultar con el primer y segundo JEME y sus colegas de la JAL y de la AJEMA ha decidido visitar los acuartelamientos de la BRIPAC y la DAC. De todo lo cual dará cuenta la OIDREP. Algo así como que el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, junto a los dos primeros "jefes del Ejército", los de la Jefatura de Apoyo Logístico y de la Agrupación de Jefes de Estado Mayor de la Armada, hubieran decidido visitar a la brigada paracaidista de Alcalá de Henares y a la división acorazada Brunete; de lo que informaría la oficina de prensa de la Defensa. Es algo más que unaboutade y algún día un filósofo de la lengua analizará este metalenguaje castrense con el que nos vamos familiarizando. Porque, se mire por donde se mire, no es lo mismo recibir una orden del excelentísimo señor presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor que del PREJUJEM. La influencia de los fonemas sobre la psicología aplicada está por estudiar.

30/3/82

Un brote de 'nasserismo' (30-3-1982)

La vigésimotercera sesión del juicio del 23-F ha puesto fin al interrogatorio de los capitanes procesados en esta causa, por lo que hoy comenzarán a ser interrogados los nueve tenientes. La deposición del único civil procesado, Juan García Carrés, cerrará esta fase de la vista a la que seguirá el interrogatorio de los testigos. La sesión de ayer comenzó por el capitán del CESID Vicente Gómez Iglesias, a quien se acusa de haber facilitado medios a Tejero para llevar a cabo su asalto al Congreso. Gómez Iglesias negó esta y otras imputaciones. Con la declaración del capitán Alvarez Arenas se imprimió un nuevo aire a la vista, ya que él y los que le sucedieron en el interrogatorio asumieron las responsabilidades derivadas de su participación en la rebelión. El defensor del capitán Muñecas planteó un incidente que no fue atendido por la presidencia.

Fue la de ayer una jornada entreverada de complicaciones menores, incidencias para el anecdotario procesal y una línea penetrante, continua que arrastra desde el viernes pasado y que coloca los cimientos de esta fase de la vista oral: unos capitanes que parecen mirar antes al Nilo que a la Constitución. Un brote nasserista reverdece por la Sala de Campamento a medida que el interrogatorio de los encausados desciende de grado militar. Pasaron por la mesita de los interrogados otros cuatro capitanes: Ignacio Román y Gómez Iglesias, de la Guardia Civil, este último destinado en el CESID a las órdenes del comandante Cortina (fiel y dilecto discípulo de su comandante: no, no, no y no), así como Alvarez Arenas y Pascual Gálvez, de la Acorazada. Acaso excepción hecha de Ignacio Román (récord de comparecencia interrogativa ante este Consejo), los demás ejercieron de centuriones,con mayor o menor soberbia o respeto hacia la Sala o hacia la Corona. Y, como ya está apuntado, el subordinado de Cortina desplegó un espeso telón de humaredas y negaciones que merecerá el sobresaliente de quienes le entrenaron en lo que el ministerio fiscal puso énfasis en recalcar como aprendizaje en las técnicas de no dejar huellas. No en balde el pasado domingo Cortina y Gómez Iglesias pasaron buena parte de la jornada juntos y solitarios.El caso es que el resumen de las sesiones de ayer se decanta por el plano inclinado que deriva a los capitanes hacia el papel de centuriones traicionados más o menos por Roma. Acaso sólo en uno de los incidentes procésales de, ayer se haya podido advertir una reverencialidad honesta hacia la Corona: cuando el capitán Alvarez Arenas, veintisiete años, hijo de general, sobrino de un ministro del Ejército del régimen de Franco, un punto enfermo crónico, responde a las preguntas de su abogado.

-¿Motivos para no obedecer la contraorden del general Juste?

-Vi a la Guardia Civil, abandonada y traicionada por la División Acorazada, sentí rabia y vergüenza y me uní a la salida del comandante Zancada.

-¿Motivación para quedarse en el Congreso tras el supuesto mensaje del Rey a su comandante?

-Entré en el Congreso para amparar a la Guardia Civil, que está dando la vida por España. Que el mensaje del Rey a Pardo Zancada no incluyera a la Guardia Civil me ratificó en que esta estaba siendo nuevamente traicionada....

-No procede (el presidente). Conste en acta para las posibles responsabilidades derivadas de las palabras del capitán. El capitán reconstruyó la expresión verbal de su pensamiento poniendo una pisada cuidadosa en sus aseveraciones sobre el Rey: "Yo no he querido afirmar que el Rey traicionara a nadie". Se le adivina sincero y honrado bajo el capote del capitán de veintisiete años que se resiste a dejar pasar por delante la estela de la heroicidad, aunque sea contra lanatura de sus fidelidades civiles. Correcto en sus respuestas y másPeter Pan que feroz golpista (pese a la fama) estropea el final de su declaración de la mano del letrado: "Sí, volvería a hacer lo mismo".

Antes, también a preguntas de su defensor, puso otro clavo en la percha de la que se quiere colgar al teniente general de Aramburu, director general de la Guardia Civil. Que estuvo media hora con la PM de la Acorazada frente al Congreso y que se acerca Aramburu con séquito para el siguiente diálogo:
-¿Aquí quién manda?

-El comandante Pardo.-Llámelo.

(Arenas obedece y Pardo aduce que está muy ocupado despachan do con Tejero).

-Retire esta fuerza.

-Sólo obedezco a mi comandante.

-¿Quién es el teniente más antíguo?

-Da lo mismo, sólo me obedecerá a mí.

Y que Aramburu -"con muestras de gran extrañeza"- se retira sin intentar detener al capitán respondón. El capitán Ignacio Román es más comedido -tampoco le dieron ni el fiscal ni las defensas opción a otra cosa- y apenas su interrogatorio sirve para apoyar el deseo del letrado Segura de garantizar en la Sala que el capitán Muñecas (de la Guardia Civil) no fue responsable de la suerte clínica de Amparo Arangoa y sí, acaso, otro capitán de la Benemérita.

Pascual Gálvez fue otra cosa: preguntado qué medio informativo debía ocupar en la tarde del 23 de febrero contesta: "Mundo Obrero, el de losrogelios". Respecto a los congresistas ,secuestrados tiene palabras que revelan el alto respeto por estos hombres y mujeres: "Allí algunos fumaban, se movían a su criterio pará hacer sus necesidades y algunos no hicieron uso de ese beneficio, como pude comprobar después" (se entiende que porque no usaron los evacuatorios). "En mi vida hubier a entrado en el Congreso contra la Guardia Civil." En suma: del viemes acá la declaración de los capitanes; que, erróneamente, se tenía poco menos que por baladí, está deviniendo en trinchera de unos hombres que a la postre admiten haber hecho las cosas por-que sí (ni siquiera los capítanes de la Acorazada se guarecen bajo el paraguas procesal -órdenes- que les tendía-su comandante Pardo Zancada), intentando levantar en Campamen to el murete tercermundista y po bretón de una suerte de nasserismo, para el que les sobra la réplica de Naguib y les falta la sombra de un Faruk. Todo ello sin hacer la abstracción de que, acaso, nos encontramos algo aleiados del Medi terráneo oriental.

Gómez Iglesias, enjuto, cenceño, cetrino, fuertemente mediterráneo, no ha desaprovechado sus días procesales entregado a completar crucigramas. El segundo oficial de la inteligencia militar procesado en esta causa rompió ayer la expectación -despertada en algunas defensas (se llegó a pensar que estaba dispuesto a revelar bastantes puntos de. esta historia menos aquello que pudiera implicar a su jefe directo). Vana ilusión. El fiscal resbaló sobre el uniforme de este guardia amigo de Tejero (es confesión de parte) como si pisara sobre grasa. Que ni facilitó radioteléfonos a Tejero ni convenció al coronel Manchado de secundar a Tejero. Este y otros jefes y oficiales encausados deponen contra él sin por ello ganar o perder nada en la declaración. Da igual. Prescinde olímpicamente del resto de los testimonios; ni siquiera los desmiente abiertamente ("Yo no estoy aquí parajuzgar a nadie"). Y la Sala aguantando una lección de anatomía sobre las dolencias del riñón. El capitán Gómez Iglesias la mañana del 23 de febrero se levanta con un cólico nefrítico leve, sufre, se automedica con supositorios de Buscapina, falta a su curso de tráfico en las primeras clases y acude a las vespertinas en forma como para subir las escaleras de cuatro pisos. Cabe seguir paso a paso el interrogatorio de este capitán que tampoco dirá nada (no está quedando tan mal el CESID en esta historia; el entrenamiento es de calidad). Pero no abundaremos en este cuento contado por uno loco, definición shakesperiana de la verdadera Historia. Hasta el fiscal parece abrumado, desbordado y resignado. Tal como marcha este juicio, que nadie espere más luz; hay que azuzar los bueyes de la paciencia y arar la única cera que arde en Campamento, que no es toda, por más que no resulte escasa.

Peccata minuta. Ayer la sesión comenzó con cinco minutos de retraso. Nadie de entre el públíco tuvo tiempo para meditar en nuevos problemas extraprocesales. Pero los hubo. El capitán Mufíecas y su defensor Segura se vieron tentados de repetir un plante ante el Consejo (a cuenta de unas informaciones de este periódico y de Diario 16 sobre las relaciones entre el procesado y Amparo Arangoa) enérgicamente reprimido por el presidente de la Sala. El defensor de Muñecas se reserva acciones penales contra los dos diarios. Está en su derecho, como le recordó el presidente. Y por lo demás, clima hostil entre muchos familiares y observadores militares hacia unos periodistas que en Campamento sólo encuentran su trabajo, su mejor criterio -por más que parezca horrendo- y su incomodidad. Ayer la lluvia (cuya cadencia tanto consuela en otras ocasiones) remachaba el techado de la nave judicial del Servicio Geográfico Militar con un murmullo, a lo que se ve, estéril, que no ha sabido apagar ese resquemor que ya hiede a siglo pasado entre familia militar y familia civil. No falta quien estima que no debe trasladarse el juicio fuera de la Sala. Es una opinión procesalmente correcta. Pero, si tras semanas y semanas, se gana civilizadamente el entendimiento de todos en la antesala habremos comenzado a restañar algunas heridas.

27/3/82

Los capitanes (27-3-1982)

Los capitanes de la Guardia Civil José Luis Abad y Jesús Muñecas, los dos oficiales más significados en la toma del Congreso por las armas, a las órdenes del teniente coronel Tejero, fueron interrogados ayer en la 222 sesión del juicio a los procesados por su participación en la rebelión militar. El primero declaró que entró en el Congresopor orden de Tejero, quien le dijo por tres veces que se había reunido en un piso de la calle del Pintor Juan Gris con el general Armada, al que responsabiliza de haber dado la orden de ocupar el Parlamento. El capitán Muñecas, el oficial que se dirigió a los diputados para decirles que se esperaba la llegada de una autoridad militar, declaró que habló a los diputados por orden de Tejero 14 para tranquilizarles". Manifestó también su convicción de que la autoridad militar que esperaban que se dirigiera a los parlamentarios iba a ser el general Alfonso Armada. Hoy, sábado, no habrá vista, que se suspende, como viene siendo habitual, hasta el lunes próximo.

Tres capitanes decidieron ayer no perder el primer plano informativo en esta causa, renegando de su papel natural de segundones. Abad y Muñecas, de la Guardia Civil, y Dusmets, de Infantería, destinado en la Acorazada, sirvieron un chisporroteo inesperado con nuevas implicaciones para el general Armada(aparece ahora un coronel de paisano, no identificado, con el que se pretende atornillar más apretadamente al general solitario, en la conspiración), abundamiento en los nombres de Felipe González y Jordi Solé Tura como hipotéticos ministros de Armada y numerosas citas periféricas o subliminales al Rey. La Guardia Civil, como huerfanita de la Historia española, permanentemente traicionada y agraviada. Aramburu Topete quedó ayer como un director general del Cuerpo cuya única preocupación la noche del 23 de febrero consistió en ordenar que se sirvieran bocadillos y termos de bebidas a los asaltantes. El conde de Motrico, presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, es un arrebatacapas que sólo busca engordar la bolsa por la vía del seguro a todo riesgo cada vez que le vuelan el chalé. Trescientos veintinueve asesinados por el terrorismo en no sé cuántos últimos años, mucha rememoración del juramento a la bandera y hasta el "¡A mí la Legión!", traído a cuenta por el capitán Dusmets. Entremeses variados, toda la carta y algún picante.El primer interrogado fue el capitán Abad. Hijo de guardia segundo, no le agrada la acepciónnúmero que los civiles dedican a los guardias, y se lo recuerda al fiscal; licenciado en Derecho y ejerciente, abandonó el bufete; su abogado le preguntó por qué: "Porque a los guardias civiles se nos obligó a firmar por nuestro honor un papel en el que nos comprometíamos a no ejercer otra profesión". Convencido por Gómez Iglesias de que Tejero dice la verdad, se suma a la tropa asaltante para atender "el servicio especial pedido por el Rey". Ya en el Congreso, un guardia, ante él, se dirige a Tejero y da su novedad: "Un general está en la verja, dice Duque de Ahumada y nopasa". Tejero, "visiblemente aliviado", exclama: "¡Por fin!" Luego la entrevista en el despachito acristalado entre Tejero y Armada; ven a éste golpearse un bolsillo de la guerrera, extraer un papel, darlo a Tejero, quien lo lee y lo devuelve contrariado (escena muda). Después Tejero comentaría al declarante: "Felipe González, ministro de Asuntos Exteriores". Asombro del capitán-letrado. "Sí, no te extrañes. Tiene a Solé Tura para ministro de Trabajo". Escasas horas antes del cuartelazo, cuando Tejero intenta convercerle a él y al coronel Manchado de la necesidad de dar el golpe, les dice "mirando el reloj": "A estas horas Armada está comiendo con el Rey". En el interrogatorio el letrado Villalonga, defensor del comandante Cortina, le recordaría: "Tejero ha declarado que jamás usa reloj".

Ramón Hermosilla, defensor de Armada, logró extraerle una referencia de amistad: durante la detención de Tejero por la Operación Galaxiaeste capitán llevaba periódicamente a la prisión de Alcalá de Henares a la esposa de aquél, "por cuanto carecía de medios de transporte" (ahora es propietaria de varios autobuses). Y, como casi todos los inculpados, no declara contra Armada hasta junio, tras las primeras indagatorias y primeras declaraciones del mismo febrero. Un guardia, en el receso, preguntaba a los periodistas: "¿Cómo ha estado mi capitán?" "Bien", se le comenta amablemente. Radiante de satisfacción: "¡Claro; si es hasta abogado!"

Mientras el capitán del CESID Gómez Iglesias (que será interrogado el lunes) rellena crucigramas como si le fuera la vida en ello, Milans moquea el constipado que nos está invadiendo a la mayoría y el coronel Manchado pergeña sus dibujos, pasa por el interrogatorio el capitán Muñecas, oficial de la Benemérita que, según Tejero y confesión propia, "nunca hace preguntas". (Amparo Arangoa). Ningún correctivo en veintiún años. (Amparo Arangoa). Varias menciones honoríficas (Amparo Arangoa). Al frente de la Comandancia de Tolosa, es trasladado a San Sebastián como ayudante de Tejero jefe entonces de la Guardia Civilde Guipúzcoa) al tenerse conocimiento de que un comando de ETA le ha sentenciado a muerte. Se olvidó en la sala que el capitán Muñecas -el hombre que desde el podio del Congreso anuncia la próxima llegada de una autoridad "militar, por supuesto"- fue fulminantemente relevado de su mando en Tolosa tras la directa remisión desde su cuartelillo al hospital de una militante de la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores) que vio sus nalgas convertidas en pandero gravísimamente amoratado: Amparo Arangoa.

Este benefactor de la humanidad fue, por iml)ertinente, llamado al orden por el presidente ("Para terminar de creer en el deseo de Su Majestad, sólo me quedaba aquel día hablar por teléfono con el Rey"). Santiago Segura, su defensor, empezó una faena que remataría otro defensor: Adolfo de Miguel. A preguntas del primero, aduce que Tejero es un gran jefe y que lo demuestra el que se negara a la petición de un gobernador civil de Guipúzcoa de rehacer un informe de daños sobre un chalé, supuestamente volado por ETA en Motrico y propiedad de José María de Areilza. Interrumpida la explicación por el presidente de la sala, regresó sobre ella De Miguel: que el conde, a lo que se escucha, pretendía revalorizar aquello en tres o cuatro millones y que el gobernador en cuestión insistió varias veces ante Tejero para cambiar a mayor el informe oficial de¡ siniestro. De Miguel presupone a cuenta de este asunto una notable animadversión de Areilza hacia la Guardia Civil por este supuesto lucro cesante. (Amparo Arangoa).

Tarde del 23 de febrero; siete y media. Un coronel de paisano no identificado (¿y cómo se sabe que es coronel si no viste uniforme ni se identifica?) se presenta en el Congreso y pide ver a Tejero. Muñecas le acompaña y escucha: "De parte del general Armada, que no puede venir ahora, que vendrá más tarde". Un coronel sin rostro, de unos cincuenta años, ágil, esta-' tura y coniplexión medias, sobre el que el capitán Muñecas declaró el 27 de febrero. Ni el fiscal solicitó en la vista la lectura de este folio sumarial ni nadie había regresado sobre este dato. Por lo demás, Aramburu se lleva su parte: "Por medio de un jefe de Estado Mayor, remitió al Congreso para los guardias ocupantes bebidas calientes y bocadillos". Fin del interrogatorio del capitán Muñecas. (Amparo Arangoa).

El capitán Dusmets, de la Acorazada, es un punto displicente y desdeñoso en sus respuestas. No parece precisamente abrumado por su gesto: "Se hizo y ya está" (por su entrada en el Congreso con Pardo Zancada). Si se le cita la petición supuesta del Rey para que la columna de la DAC abandone su actitud, aduce, audiblemente jaque, que él nunca abandona a sus jefes a tenor del juramento a la bandera y que, aunque nunca ha tenido el honor de servir en la Legión, siempre mantendrá el espíritu de esa última razón intelectual del Tercio: "¡A mí la Legión!" "Con razón o sin ella, se acude".

- Pero usted retrasó el cumplimiento de una orden que creía del Rey.

- No, yo no retrasé nada. Me quedaba y me quedaba.

En el receso de la mañana, el coronel San Martín, al retirarse, afirma en voz alta hacia las filas ocupad as por periodistas: "Cómo mentimos, cómo mentimos; ¡qué vergüenza!"

Aún no termino de cogerle el sentido.


25/3/82

Manual de disciplina (25-3-1982)

El proceso por la rebelión militar del 23 de febrero La 21ª sesión de la vista contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, transcurrió ayer con los interrogatorios de los capitanes Pérez de la Lastra, Lázaro Corthay y Bobis, de la Guardia Civil, y el capitán Cid Fortea, del Ejército de Tierra. Al contrario que el primero de ellos, que afirmó que fue al Congreso por iniciativa propia, Lázaro y Bobis declararon que Tejero les ordenó acudir a un servicio público en la Plaza de Neptuno. El capitán Bobis dijo que cuando fue a pedir a Tejero permiso para evacuar a un diputado enfermo, éste hablaba en una habitación con Armada. Aseguró que cuando preguntó a Tejero qué es lo que pasaba, éste le indicó, señalando a Armada: "La otra noche me ordenó que actuara en el Congreso, y hoy me ofrece un avión". La vista se reanudará mañana.

El procedimiento procesal convierte este juicio en una suerte de ducha escocesa: alta temperatura a cuenta de las declaraciones de los acusados más próximos a esa verdad inaprensible del 23 de febrero y friolencia, desinterés, ante la argumentación en tomo a unos capitanes y tenientes que se van a quedar sin estatua pase lo que pase en Campamento. Y el de ayer fue uno de esos días procesalmente fríos -fueron interrogados tres capitanes de la Guardia Civil (Pérez de la Lastra, Lázaro y Bobis) y un capitán de Intendencia de la Acorazada: Cid Fortea)-, desapacibles (ese viento del Guadarrama que no apaga un pábilo pero mata a un hombre llevó la desolación a esa especie de patio de armas donde pasea la extraña familia de Campamento) y proclives a la melancolía y la reflexión sobre el tiempo perdido y acerca de unos soldados anclados en un concepto de la displina anterior al proceso de Nuremberg.Semidesiertas las bancas de la Prensa, ausencia de varios defensores titulares que permite la primera intervención de una letrada -la sustituta del defensor del capitán Acera- y de Jesús Barros de Lis, antaño esperanza de la democracia cristiana bajo el franquismo y ahora suplente del defensor de Milans. Una carrera. Escapadas intermitentes a los carromatos de intendencia y en su rededor chistes, bromas y hablillas, temblando de frío. Que si Tejero se acoge al paro porque lleva un año sin dar ni golpe o que si algún letrado elevará recurso de casación porque el escudo -con águila- del repostero que preside la Sala no es igual al escudo de la bandera instalada a la derecha del Presidente -sin avechucho- o que si los encausados en su sala común han cubierto el retrato oficial del Rey con otro de Franco. La escombrera mental de más de un mes de juicio y de cansancio en el que todos hemos escuchado la historia de la ocupación del Congreso un número de veces elevado a la enésima potencia. Y, prácticamente, nada novedoso sobre lo ya sabido el día antes del inicio de esta causa.

Los tres capitanes de la Guardia Civil interrogados ayer ofrecieron una versión plana y a ratos esperpéntica de los autos: tonalidades de expresión humildes, modestas y sumisas y continua remisión moral e intelectual a una obediencia no ya ciega sino irracional, que, a lo que se escucha, es todavía requerida en este Cuerpo. El capitán Pérez de la Lastra drena su corazón y su tristeza ante la confusión, el engaño o "algo peor si me apuran" de que fueron objeto la tarde del 23 de febrero. Depone contra Armada en los siguientes términos: en el automóvil que le conduce junto con Tejero a la Dirección General del Cuerpo para la entrega, el muñidor de golpes le comenta: "Armada me vino con historias de aviones cuando hace días me ordenó en Juan Gris entrar en el Congreso". Ramón Hermosilla, defensor del general Armada, se pasó la jornada haciendo la misma pregunta. "¿Y por qué se acuerda ahora de este asunto?; ¿por qué no declaró esto ante el juez instructor en su día?" Preguntas que recaban respuestas sobre falsilla: "No me lo preguntaron entonces". El caso es que resulta difícil dejar de advertir el efecto de progresión geométrica de muchas declaraciones respecto de Armada y de Cortina; a medida que los justiciables conviven en su prisión preventiva y avanzan las indagatorias del plenario o la vista oral, va creciendo la inculpación del hombre del Rey y del agente secreto. La sospecha de una posible reconstrucción a posteriori de los hechos es, como poco, razonable.

El capitán Lázaro parece un hombre notable. Acaso por ello sus exculpaciones muevan a mayor asombro. Es un regalo escucharle; su pulcritud verbal denota un espíritu cultivado y superior, no precisamente arquetípico de lo que se entiende por un oficial medio de la Benemérita. Declara en su descargo que siguió a Tejero obedeciendo una orden impartida por un superior jerárquico, en activo, de uniforme, en acuartelamiento, dependiente de la Dirección General y aduciendo urgencia en el servicio. No le cupo duda de que tenía que obedecer. Se une así a la tropa de aluvión del teniente coronel Tejero -que enardece los ánimos aludiendo a un servicio de orden de alcance nacional- sabiendo que en el Congreso se está procediendo a una sesión de investidura y pensando que acaso van a sustituir a la Policía Nacional en algún servicio de protección, dado que se especulaba con una posible huelga de éste y otros cuerpos de la Seguridad del Estado por el asunto del etarra Arregui, muerto tras su paso por dependencias policiales.

Así las cosas este oficial, en quien se adivina una mente afilada, pasa dieciocho horas en el Congreso secuestrado y parece que no se entera de lo que allí ocurre: desempeña su servicio, cumple sus órdenes sin otra reflexión intelectual y escucha como un "soldadito" de la Acorazada, al oir por radio que a los ocupantes del Congreso se les tilda de rebeldes y golpistas, da parte a sus jefes, y Zancada y Tejero redactan entonces el manifiesto que se intenta difundir por La Voz de Madrid y El Alcázar. Y un dato: cortados los teléfonos del Congreso, Tejero accede al coche del Presidente Suárez y por su sistema de comunicaciones habla finalmente con Valencia, de donde recibe la orden de rendición.

Este hombre, que no parece sumido en el sueño de la razón, confiesa sin pudor, correcto, amable, servicial y elegante, que la Guardia Civil siempre interviene en casos de alteración del orden público y que por ello se sumó a la reclama -"amplia operación policial"- de Tejero. NO es de extrañar que la doctora Echave (el ángel del Congreso aquella noche) declare que este capitán estaba estupefacto a medida que se sucedían los despropósitos. Del comandante Bonell, ayudante de Armada, dice que con lágrimas en los ojos se le ofreció para lo que pudiera necesitar en el futuro, tras informarle que el general Armada llevó al Congreso una, solución plenamente constitucional, "incluso lleva la Constitución en el bolsillo". Un oficial, en suma, humanamente desaprovechado, quizá por menosprecio del libre examen.

El capitán Bobis acude a la misma fuente: "Si tan alta magistratura pide el servicio" -por el Reyno le extraña lo precipitado y sorprendente delarranque de Tejero hacia el Congreso. Y otro barreno bajo la defensa de Armada: que, mientras aquel y Tejero se entrevistan en el despachito acristalado del Congreso, él entra y pide permiso para la evacuación de un diputado enfermo. Lo pide a Armada y éste con la mirada le remite a Tejero. El declarante los ve tensos y pregunta que qué pasa. "Nada, dice Tejero, que un avión y al extranjero". Y, por Armada, continúa dolorido: "La otra noche me dio la orden de actuar en el Congreso..." Será cierto, pero suena a escenificación de Boadella.

Hermosilla tuvo que volver a preguntarnos, preguntarse y preguntarle por qué se revelan precisamente ahora estas cosas que no se le contaron al juez instructor.

"No me lo preguntaron". Sí le preguntó el letrado Esquivel (defensor del capitán del CESID Gómez Iglesias) que si en un año de convivencia con el resto de los justiciables había escuchado algo que resultara de interés para el Tribunal. "Sí, pero me abstengo de manifestarlo". El capitán Bobis termina deparando una lección de Derecho Constitucional a la española:

"Si el Rey puede disolver las Cortes, también podía interrumpir con la Guardia Civil aquella votación de investidura".

Muy probablemente la mejor defensa de estos hombres se resume no en lo que afirman ellos o sus abogados, sino en los cuarenta años de obediencia arbitraria y atrabiliaria en los que han sido educados. Si lo manda el que manda, todo está bien. La disciplina para ellos parece un puñetazo en el estómago (algo sobre lo que no cabe reflexionar; se expele el aire y se intenta somáticamente respirar en un acto reflejo); es una disciplina ayuna de todo mérito moral y que a lo que parece recorta las facultades intelectuales hasta extremos increíbles. Ayer se presentó a Tejero como un director de servicios, figura que en la Guardia Civil, por su diseminación, representa el primer jefe superior que se encuentra ante un desastre o una emergencia.

Estamos asistiendo al juicio por un golpe de Estado; pues se nos asimiló el caso del hipotético jefe del Cuerpo que en un accidente ferroviario tiene que tomar el mando de una fuerza, aun cuando no sea su jefe natural. Hagamos el esfuerzo intelectual: llega Tejero en la tarde del 23 de febrero, aduce un caso de orden público a escala nacional respaldado por las más altas magistaturas de la nación, saca la fuerza, asalta de mala manera el Congreso de los Diputados en plena sesión de investidura, dispara, insulta, golpea, falta y pone a la décima potencia industrial del mundo a ras del caos político y social. Pues bien: estos guardias insisten en haber rendido un servicio de orden público. La obediencia por la obediencia, el reglamento por el reglamento, la disciplina como superior potencia del alma y mayor luz del intelecto.

Terminó la jornada con el interrogatorio de un capitán de Intendencia de la Acorazada: Cid Fortea. Se revistió de héroe de guardarropía -tono solemne y declamatorio- y el Presidente de la Sala le rompió su sable de cartón (metafóricamente hablando) en algunos pedazos. "Y quiero decir que comprendía al teniente coronel Tejero porque. "No procede". "Sabía aquella noche a donde iba con Pardo Zancada; no tenía la menor de las dudas. Pero déjenme que explique...".

"No haga glosas; eso déjelo para un libro". "Sí, sabía que los diputados estaban retenidos". "Mi querida Guardia Civil".

"Yo al lado de Pardo para lo que quiera".

Mucho viento pero no termina de embutir la guerrera del héroe.

Le mandaron callar. Y se calló.

24/3/82

"iYa era hora!" (24-3-1982)

La vigésima sesión de la vista del juicio contra los 33 procesados por el intento golpe de Estado del 23 de febrero, se inició con la última parte del interrogatorio del comandante Cortina que lo negó todo una y otra vez, pese a los intentos de los abogados de hacerle incurrir en contradicciones. Del interrogatorio del capitán Acera Martín, acaso lo único destacable fue su afirmación de que cuando el 23-F entraron en el Congreso los comisarios Ballesteros y Fernández Dopico, ambos gritaron "Viva España, ¡Ya era hora!" y luego se abrazaron a Tejero. Tampoco aportó nada nuevo la declaración del capitán Juan Batista Gonzalez, quien insistió en que fue a la emisora La Voz de Madrid por que conocía al jefe de programación de la misma y podía evitar que se provocaran situaciones de violencia. La vista de la causa continúa hoy.

"Cuando entré aquella tarde en el Congreso fui testigo de algunas secuencias. Así, pude observar como dos comisarios de policía entraban dando gritos de júbilo: '¡Ya era hora! ¡Viva España!'; eran los señores Dopico y Ballesteros". Estaba contestando a su interrogatorio el capitán Acera, de la Guardia Civil, un hombre que el pasado domingo se abrió la cabeza con una ventana, mientras Tejero bailaba por sevillanas en una pequeña fiesta celebrada entre procesados, familiares y amigos en su centro de detención de Campamento. Acera, barbado, con alguna ilustración civil (diplomado en cuestiones de personal de "alta empresa"), asistía en Madrid a su curso de ascenso a comandante cuando Tejero pasó como un ciclón por el parque automovilístico de la Guardia Civil cazando guardias "a lazo" (confesión propia); el propio Tejero admite que este capitán se sumó a la expedición como un espontáneo ("Yo siempre soy espontáneo para servir a España", confesaría) y acabó la noche con los guardias que mandaba perdidos (llega al Palace con 35 guardias y cinco cabos, entra solo en el Congreso a ver que pasa, sale por sus guardias, no los encuentra, regresa con Tejero y va y viene hasta la rendición poniendo el oido y hasta acercándose de madrugada al bar del Palace por si alguien le cuenta lo dicho por el Rey; nadie le dice nada) y como una especie, ahora ingrata, de video-humano registrador de escenas.La secuencia de la pareja Ballesteros-Dopico, entonces respectivamente comisario general de Información y secretario general de la Policía, entrando en el Congreso, y a escasos metros de su ministro Rosón tendido por los suelos como el resto del Gobiemo y los diputados, y a tan escasas semanas de ser ascendidos a jefe del Mando Unico de la Lucha Antiterrorista y a director general de la Policía, mueve a ternura y sacude el amuermamiento generalizado de la Sala de Campamento sujeta al suplicio de Sísifo de subir día tras día la piedra del 23 de febrero hacia el pico inestable de su explicación. Ya Tejero había depuesto que aquella tarde entraron gentes en el palacio del Congreso como si fuera el jubileo. Faltaban estos y otros nombres en este número continuado del ventilador sobre la bosta.

El capitán Acera abunda en la tesis de que el director general de la Guardia Civil no tuvo una tensa entrevista con Tejero, y respalda la versión de éste y otros declarantes sobre el supuesto desprecio personal del primero de los guardias civiles, sobre los números:

-Salid que os van a matar a todos.

-Ya nos están matando uno a uno.

-Pues mejor así.

Este interrogado es el oficial del Cuerpo que accede a la tribuna del hemiciclo y lee a los diputados secuestrados el télex que da cuenta del bando valenciano de Milans. Según propia declaración hace tal cosa imbuido de un acceso de fervor informativo hacia los pobres parlamentarios huérfanos de noticias, (tesis en la que insistirá el capitán de la Acorazada, Batista, autojustificando su doble entrada aquella noche en la emisora La Voz de Madrid). Llega el teletipo de agencia con el bando y con ánimo franciscano convence a Tejero de que sería caritativo leérselo a los diputados. Aquel accede y Acera sube al arengario y conforta a los secuestrados con la simple cortesía informativa de que Milans ha decretado en Valencia el estado de guerra.Es algo de agradecer.

A las tres de la madrugada, habiendo escuchado campanas sobre un mensaje radiotelevisado del Rey a la nación sin saber dónde repicaban, abandona el Congreso, cruza la Carrera de San Jerónimo, y accede al bar del Palace. Habla con dos comandantes -Ostos y Valero- que a lo que se ve no saben nada de nada, y regresa al Congreso sin poder conocer el contenido del mensaje real. Aquella noche el Palace estaba abarrotado de periodistas; el más torpe y desinformado de ellos podía dar fe de las intenciones del Rey.

Llega el general Armada al Congreso y Acera habla con su ayudante, comandante Bonell. Este le cuchichea que siete capitanías generales dan visto bueno a la acción de Tejero y a la de Milans en Valencia. Y que están fallando la primera (Madrid "era obvio"; Quintana Lacaci está pasando por este proceso como un señor) y la octava (La Coruña; "nadie se explicaba este fallo"). Después secretea en rededor del despachito acristalado en el que discuten Armada y Tejero, encuentra una puerta entreabierta y, antes de cerrarla, escucha dos palabras: "Socialistas" y "Mugica" (sic). Tras la salida de Armada del Congreso, Tejero les explicaría que el primero había propuesto un Gobierno con Felipe González de vicepresidente y en el que figurarían los diputados Solé Turá (comunista) y Múgica Herzog (socialista).

Este capitán nunca tuvo, durante los autos, entendimiento intelectual de que estaba coadyudando a un atropello del Estado. Está absolutamente convencido de que se sumó a "un servicio más de la Guardia Civil, que los presta muy delicados". La idea del "servicio" -como la pareja que va de patrulla por una servidumbre de paso rural- es firme en este hombre que abunda en el tema aduciendo que en la noche del 23 de febrero los periodistas hincharon el perro de aquel modesto y rutinario servicio de orden, sacrificadamenteservido en el Congreso de los Diputados, hasta convertirlo en el golpe de Estado que ahora se está juzgando. Verdaderamente cuando Franco ordenó que llegara hasta su mesa un decreto de disolución de la Guardia Civil, que luego -sabiamente- no firmó, tuvo un infructuoso ataque de clarividencia política.

Acera terminó su interrogatorio con grandes lamentos por cuanto su primera declaración ante el juez instructor le fue tomada a las tantas de la madrugada del 25 de febrero, sin haber podido posteriormente extenderse en más detalles. Particularmente en los referentes a su amigo, el capitán de la Guardia Civil y del CESID, Gómez Iglesias, -subordinado de Cortina-, que es quien por lo escuchado le convence de embarcarse en la aventura. Dado que varios defensores, incardinados en esa línea jurídica y apolítica que pretende trepar por el escalonamiento Gómez Iglesias-Cortina-Armada-Rey, han insistido ayer en el pretendido desamparo de un comandante que no puede declarar ante su juez, el consejero togado general Barcina pidió la palabra por primera vez de entre el Tribunal. Y recordó al interrogado que en un año de prisión preventiva pudo reclamar al Juez en cualquier momento para que le tomara nuevas declaraciones. Obviamente no cabe suponer la existencia de un deseo de que no hablara sumarialmente el capitán Acera. Si no depuso mayomiente en el plenario de esta causa es porque no quiso. Y ayer declaró con libertad hasta cuando se llevaba por delante, sin saberlo, a dos santones de la policía española.

Por lo demás la jornada comenzó con el final del interrogatorio del comandante Cortina, hombre clave en este proceso y en el aparato de la inteligencia militar espafíola. Niega -a preguntas de Adolfo de Miguel- haber actuado en este asunto como agente provocador, afirma desconocer supuestas órdenes de detención contra Tejero durante los prolegómenos del 23 de febrero y estima no conocer ningún caso -fuera de los históricos de algunos japoneses o rusos- en que un miembro de un servicio secreto se vea obligado a callarse por razón de un servicio y a soportar una condena judicial.

Como era de esperar un sector de la defensa -línea Milans- se lanzó a machacarle. López Montero (que defiende a Tejero) procuró saber si su hermano fue promotor de la asociación fraguista GODSA (que lo fue) y si el CESID contrapeaba prestaciones profesionales con otras empresas como ASEPROSA, regentada por el mismo hermano (jamás se escribirá aquí que ASEPROSA, empresa de seguridad que rindió servicios a Alianza Popular, es una tapadera de la inteligencia militar, por cuanto es lógicamente imposible de probar). Nada de nada y hasta el desplante de un no contesto más.

El interrogatorio del comandante Cortina no ha terminado mal para este agente secreto. Sigue donde estaba: no hay quien le ponga ante la evidencia de un hecho probado y lo más que se explaya contra él es la palabra de Tejero -deteriorada- contra la suya. El frente de letrados que han intentado cogerle en un fallo han recurrido a triquiñuelas tan infantiles como las de preguntarle por qué puerta de la cafetería del hotel Cuzco salió a recoger a Tejero para su famosa entrevista en casa de sus padres -"no viene a cuento; no me entrevisté con Tejero"- o qué recursos utilizó para hacer desaparecer las pistas de sus contactos con el teniente coronel -"como no hubo contactos no cupo la desaparición de los mismos".

Muñoz Perea, yerno de Blas Piñar y que defiende al capitán Pascual Gálvez, pretendió acorralarle con unas preguntas cuya última intención quedó en el misterio:

-¿Conoce usted a Serafín García Barros?

-No me suena.

-¿No lo recuerda como casero o arrendatario de una oficina de importación-exportación que cerró en mayo del 81?.

-No.

-¿Ni que tenía relación con un piso de la calle Pintor Juan Gris, 5, letra C -y no B-, próximo al hotel Cuzco?.

-No.

En posteriores sesiones se sabrá, si es que se sabe, a donde quería llegar Muñoz Perea. Ayer se nos dejó en las puertas de la verdad. Y Salva Paradela, letrado que defiende a un mero teniente de la guardia civil, fue brutal en su interrogatorio, hasta el punto de ser llamado al orden por el Presidente de la Sala:

-¿Estuvo usted destinado en el Ayuntamiento madrileño?
-No.

-¿Siendo alcalde el señor Arespacochaga, no fue usted jefe de su servicio de información?
-No.

-¿Y sus amigos Cadalso y Sierra (dos de las coartadas de Cortina; con uno habla de caballos, con otro de literatura), no eran sus agentes en aquel servicio de información municipal como lo son ahora en el CESID?

-No.

Depuso por último ayer el capitán Batista, del Estado Mayor de la Acorazada, poeta según propia confesión y casi, casi, nuevo periodista aficionado en este florecimiento de hombres que se sacrifican espontáneamente por comunicar con los demás. Batista, por dos veces, corre de la Acorazada a La Voz de Madrid para poder informar a su mando desde la pecera de aquella radio de lo que podía escuchar por el más mínimo transistor. Alega no haber acogotado o amedrentado a nadie en aquella emisora. Es razonable: uno se presenta en un medio informativo con un pelotón de soldados armados para escuchar lo que pasa y cabe suponer que los responsables de ese medio no sólo no se amedrentan, sino que engordan de satisfacción y combaten con mayor entusiasmo, si cabe, un intento de golpe de Estado militar. EsteGarcilaso que ya trabajo con los servicios de Prensa del asesinado general Suso no parece haber comprendido cabalmente la psicología de la información en libertad.

Su general en jefe, Juste, queda por los suelos. Este capitán sólo se sienta ante esta causa por declarar voluntariamente su mando sobre la ocupación de una radio madrileña. Es tan honrado que confiesa que Juste -general jefe de la Acorazada durante los autos- le recomendó que callara su acción por ser irrelevante. Pese al consejo, lo depone.

Vale por el gesto. Pero a medida que el cansancio de Campamento va abriendo brechas en los interrogados, aquí parece que no se libra nadie. El ventilador sobre la bosta.

23/3/82

No, nunca, nadie, jamás (23-3-1982)

Con la conclusión del interrogatorio del comandante Pardo Zancada y el inicio del referido al también comandante Cortina, se reanudó ayer la vista del juicio contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado, que hace ya la decimanovena sesión. El primero de ellos insistió en que Milans le dijo en Valencia que habría una operación, respaldada por el Rey, que le colocaría a él al frente de la JUJEM y al general Armada en la presidencia del Gobierno. Dijo ayer Pardo que Juste no conocía con antelación lo que iba a pasar, pero que de haberlo sabido por sus superiores, habría parado la operación. Por su parte el comandante Cortina negó de forma insistente que fuera un agente del CESID quien condujo el 23-F hasta el Congreso a uno de los grupos de la Guardia Civil que lo ocuparon. Negó también, como ya lo hiciera ante el juez instructor, cualquier participación en la preparación de la rebelión militar y muy concretamente que él interviniera en el encuentro entre Armada y Tejero.

Interrogar, aún mediando tortura, al comandante Cortina tiene que ser un sufrimiento superior a las limitadas capacidades humanas de resistencia. La imagen de un feroz interrogador de Cortina acabando sudoroso y exhausto por confesar sus propias fechorías ante su indefenso interrogado no es del todo una historieta jocosa. Ayer el propio Presidente del Tribunal reconvino al comandante por su afición a contestar por el método Ollendorf y, a continuación al público -por sus risas-, puntualizando enérgico, enfadado y acaso irritado, que no estaba haciendo ningún chiste. Y decía la verdad. Las risas embozadas de familiares y observadores puntearon durante la tarde toda la deposición de este agente secreto, no por la gracia intrínseca de sus respuestas al fiscal o a los defensores sino por su inimiaginable capacidad para hablar, hablar, hablar y no llegar a ninguna conclusión, a ninguna aseveración concreta, al reconocimiento de alguno de los hechos que se le pretenden imputar.En los pupitres de los periodistas numerosos bolígrafos regresan a los bolsillos en una rendición incondicional ante la facundia -y además rápida- de este comandante; hay momentos en que lo que dice carece sencillamente de sentido lógico, hilación, sujeto, verbo y predicado. Ni siquiera puede en su caso escribirse de metalenguaje: el comandante Cortina abusa del pre-lenguaje, balbuciendo oraciones como el que traduce a un idioma mal aprendido. Los periodistas de agencias informativas habrán tenido ayer que echar el resto para traducir coherentemente el interrogatorio de este hombre que todo lo niega y, si queda algo, lo embarulla.

Prematuramente calvo, nariz prominente, aspecto fuertemente talar, complexión fuerte en una estatura media, este comandante de la promoción del Rey, que siempre ha servido en destinos de espionaje y contraespionaje, habla con una voz nasal e irritante. El mismo se irrita en ocasiones y convierte el interrogatorio del fiscal en un diálogo atropellado y superpuesto que tuvo que ser reconducido (esa palabra de moda en Campamento) por el Presidente en más de una ocasión. Consulta sus notas con asiduidad y es un prodigio para las construcciones verbales derivativas y subordinadas; abre canales, acequias, desagues, ramales laterales a medida que progresa su pensamiento, hasta perder a su auditorio en frondosidades tales como la utilidad del Vip's madrileño de Velázquez, las cafeterías de los hotelesCuzco y Eurobuilding o el restaurante La Jenara de la urbanizaciónMonte Escorial.

Algo hemos sacado en claro: nuestros servicios secretos son -más bien eran- asiduos del Cuzco y el Eurobuilding. Tejero dijo de él que en la entrevista que mantuvieron en casa del comandante -que este niega- lo encontró "borracho de verborrea". Por una vez Tejero resulta creíble y hasta puede decirse que se quedó corto en la calificación. Sea como fuere es obvio que el comandante Cortina está excelentemente entrenado; quienes le conocen se hacen lenguas de su habilidad y talentos y, obviamente, el jefe de operaciones especiales del CESID (inteligencia de la Defensa) no puede ser el hombre confuso y simple que parece hacer creer el interrogado.

El fiscal se empleó a fondo con él. Estuvo más duro y cortante que con cualquier otro interrogado. Cortina, junto con el capitán Gómez Iglesias (subordinado de aquél en el CESID) es la pieza de este rompecabezas que amarra en la conspiración al general Armada con Tejero y con Milans y sus subordinados de Valencia. Si no puede probarse la culpabilidad de estos dos agentes secretos, indefectiblemente basculará a mayor o menor la responsabilidad de Armada o la del grupo de Milans. Pero si Cortina es culpable el fiscal podrá pasar un rasero compresor -y demoledor- por las dos bancas de los acusados. Como un martillo pilón el general togado Claver ha acumulado evidencias y testimonios sobre los hombros de este oficial de aspecto ignaciano, comenzando por recordarle su inagotable capacidad para decir que no, ya evidenciada ante el juez instructor. Vano empeño. No, nada, nunca, jamás... y el reventamiento de una presa verbal que anegó la Sala. De tal inundación cabe rescatar restos de naufragio, interesantes acaso antes para el anecdotario que para el esclarecimiento de los hechos:

Se le recuerda a este alto responsable del CESID como uno de sus hombres (el sargento Rando Parra, de la Guardia Civil) denunció la vanagloria que hacía en público el cabo del mismo Cuerpo, Monge, de haber guiado hasta el Congreso a la columna de guardias del capitán Muñecas. Ambos, Parra y Monge, están a las órdenes de Cortina, pero, curiosamente, el sargento se encuentra a las órdenes del cabo. Cortina aduce que el sargento Parra cometió una difamación, pero que en cualquier caso era habitual en el servicio atribuirse falsam.ente la comisión de un hecho cierto para emboscar así la auténtica naturaleza de una misión. A tenor de este razonamiento no es de extrañar que el cabo Monge (quien efectivamente se encontraba en la ruta y en el horario de la columna de guardias asaltantes procedente de Valdemoro y, según Cortina, siguiendo "a un objetivo que iba en un taxi") alardeara de hiber ayudado al asalto del Congreso con su radioteléfono. De esta manera -a lo que parece- distraía la atención sobre lo del taxi. Llega a recordar Cortina que algún servicio de inteligencia que estaba trabajando en algo en los alrrededores fisicos y temporales del magnicidio de Carrero se atribuyó el atentado para cubrirse.Estupefácción en la Sala ante esta narración de espionaje en la que el ladrillo de un hurto, valga el ejemplo, es hábilmente ocultado tras la montaña de un asesinato o un golpe de Estado.

Cortina presume de haber mandado por navidades 350 felicitaciones. Ello no obsta para que despierte odios africanos y hasta miedo fisico. Tejero no parece amarle.

La razón puede haber que haya quedado apuntada ayer, cuando Cortina admitió que 72 horas antes de que la Operación Galaxia diera sus pasos hacia el palacio de La Moncloa él y su servicio coadyudaron a investigar y abortar aquella intentona. El sargento Parra, por su parte, tras haber denunciado las alegrías reivindicativas del cabo Monge, es citado a las nueve de la mañana en la cafetería del Hotel Cuzco por el comandante Cortina. En vez de acudir, recela y lo pone en conocimiento de otro comandante del CESID al que expresa dudas sobre su seguridad si acude a la entrevista.

La cafetería del Cuzco parece en esta historia centro habitual de operaciones de nuestro agente secreto. Según él por cuanto es "equidistante" de sus "instalaciones", y cuenta con espacio para estacionar su vehículo, un quiosco de prensa y puede almorzarse o cenar módicamente. Estima el comandante que nunca hubiera citado a Tejero precisamente en esta cafetería porque en ella es conocido. El fiscal pierde la paciencia: "¿Qué es eso de equidistante?. Puede ser usted equidistante de un hemisferio a otro. Si usted me dice que en esta cafetería es conocido por que está equidistante de otros sitios, no me está diciendo nada". Lo más que puede obtenerse de nuestro agente secreto es que el Cuzco equidista en unos treinta minutos de otros puntos en los que pueden situarse su domicilio, la central del CESID y otras instalaciones.

-¿ Pero, el Cuzco no está muy próximo a la calle Juan Grís.? (Presunta entrevista entre Tejero y Armada organizada por Cortina).

-Sí, a unos 150 metros.

-¿Acompafló usted a Tejero a esta entrevista?.

-Mi general, no.

-¿Estuvo usted en la entrevista Armada-Tejero de la calle Juan Grís?.

-No.

-¿Se entrevistó usted con Tejero

en la propia casa de usted?.

-No.

Fin de trayecto. No, nunca, nada y jamás del comandante que según Milans "estaba empujando" el golpe de febrero. La memoria fotográfica de Tejero para retratar su casa (la de sus padres, es soltero y vive con ellos) la rebate: que a Tejero se le olvida un óleo que ocupa toda una pared, que hay cuatro lámparas y no una, un tresillo y no un sofá con dos sillones (sic), el retrato dedicado del Rey y el hecho de que para Tejero escuchara "por la derecha" la voz de su padre este tendría que pernoctar en la cocina, cosa que no acostumbra. Resulta más convincente la afirmación de Cortina de que su subordinado Gómez Iglesias en cinco años de trabajo común no ha pisado la casa de sus padres. Y el sentido común sobre el que insiste el defensor de Cortina: éste dispone de al menos diez ó quince pisos francos en Madrid por mor de su destino. ¿Por qué citar a Tejero para una conspiración de alto bordo en el domicilio propio donde además están los progenitores?.

El teniente coronel Tejero asiste impertérrito al interrogatorio de su víctima sumarial. Su coartada para la entrevista entre Tejero y Armada (presuntamente organizada por él) hace aguas ante la escasez de kilómetros que separan Madrid de su apartamento escurialense. Es obvio que pudo ir con sus padres, ver allí al amigo que le habla de negocios caballares de los que nada entiende Cortina, volver para la entrevista conspirativa y regresar al domicilio paterno de fin de semana. Pero el mecanicismo de los detalles no es buen sendero para enderezar este caos en el que misteriosos agentes secretos, odiados y temidos, procuran no despertar a papá con sus reuniones nocturnas y van y vienen de El Escorial a Madrid para tejer y destejer golpes de Estado sin que los viejos les echen en falta. No es sarcasmo; es decucción autodefensiva ante el testimonio aparentemente banal de un hombre que ya había sido detectado por la CIA como presunto oficial golpista ante sus superiores. Es cierta la tentación de que en esta causa declaren Kafka o Freud, pero hay que resistirse a la inteligencia de este comandante que podría tentarnos de llamar a declarar a los hermanos Marx.

Addenda.-El Presidente de la Sala, teniente general Alvarez Rodríguez, está haciendo un esfuerzo notable y advertiblemente doloroso porque el proceso no desborde los cauces de la sensatez y la juricidad. Sería mezquino no darle el reconocimiento público que se está ganando.

19/3/82

El reborde de la maldad (19-3-1982)

Concluido el interrogatorio del teniente coronel Tejero, en la decimaoctava sesión de la vista contra los acusados por el intento de golpe de Estado del 23-F, celebrada ayer, declararon el teniente coronel Mas Oliver y el comandante Pardo Zancada, quienes insistieron en situar en Milans y, fundamentalmente, en el general Armada la responsabilidad del mando de la rebelión militar. El primero manifestó su opinión de que, entre las reuniones preparatorias del golpe, la más decisiva para el desarrollo posterior de los hechos fue la celebrada el 10 de enero, en Valencia, por Armada y Milans. También puntualizó que, más que respaldar la operación, a él le dijeron "que el Rey la conocía". El comandante Pardo Zancada recordó que Milans le había dicho que, tras la operación, Armada iba a ser nombrado presidente de gobierno y el propio ex capitán general de Valencia, sería probablemente el nuevo presidente de la JUJEM. Pardo Zancada declaró que la orden para que regresara a su acuartelamiento la unidad que había ido a RTVE, supuso un disgusto claro en la División, pero se acató con disciplina. La vista se reanudará el próximo lunes.

Guillermo Salva Paradela defiende a uno de los tenientes de la Guardia Civil procesados en esta causa. Dentro del proceso es un abogadomenor. Pero, a estas alturas de la vista, ya es un hecho constatado que en el frente político de las defensas los letrados se reparten los juegos de preguntas al margen de los intereses estrictos de cada defendido. Así, ayer este abogado preguntó al teniente coronel Tejero si conocía la existencia de un decreto de tal fecha por el que se presentaba al general Francisco Franco al Ejército como máximo exponente de las virtudes militares. Ante el asombro de no pocos civiles afirmó que sí. A lo que parece, existe tal decreto. A renglón seguido preguntó a Tejero: "¿No tuvo usted el 23 de febrero idénticas motivaciones que las que llevaron al generalísimo Franco a iniciar la guerra de liberación?". Otra caja de sorpresas de este pelotón de defensores que daba así entreabierta para sugerir una reflexión artera (¿no es tan legal la rebelión militar del 18 de julio como la del 23 de febrero?).El presidente intervino para declarar impertinente la pregunta y el abogado optó por abrir más la caja: "¿No le movieron a usted idénticas motivaciones que las que impulsaron en otro tiempo a muchos generales que hoy ocupan puestos de responsabilidad?" (Resultaba inevitable no mirar hacia el Tribunal: todos hicieron la guerra civil). El presidente insistió en que la nueva pregunta era tan impertinente como la anterior y el letrado Paradela, ganado el jornal, decidió preguntar a Tejero si el comportamiento de sus guardias en el Congreso no había sido acaso exquisito: "Correctíisimo y sin excepción".

Se encuentra una frase que viene a cuento en la primera Alicia de Lewis Carrol: "Lo importante no es el valor de las palabras; lo importante es saber quien manda". En Campamento, como si ya estuviéramos al otro lado del espejo, no se sabe quien manda y se desconoce ya el valor de las palabras. Y el derecho de defensa que el decano Pedrol quiere preservar con calibrador milimétrico se convierte jornada a jornada en derecho de ataque. Y todavía el ministerio Fiscal -sin duda que por prudencia- no ha dicho a cualquiera de los procesados que se amparan en la orden del Rey (todos menos Camilo Menéndez) que aunque el Monarca les hubiera dado por escrito y ante testigos la orden de asalto al Congreso recibirían el castigo adecuado a la rebelión militar.

Pero sigue la pamema. El comandante Pardo Zancada -ese espejo de virtudes castrenses, hombre granítico, sólido, perfecto, que ayer solicitó una breve interrupción del interrogatorio para una necesidad menor-, puso interés en recordar a la hora habitual de la cantinela "esto contaba con el respaldo del Rey y la simpatía de la, Reina" (por supuesto que: "me dijeron que lo habían dicho") que doña Sofía había añadido en aquella supuesta confesión de los Reyes con Armada en Baqueira Beret: "Sin esto (un gobierno de militares) España no tiene salida".

En ocasiones corta en la Sala el reborde de la maldad. No llama la atención un acendrado deseo mayoritario por topar con la verdad de los hechos, la contricción o la gallardía del sostenella y no enmendallaaunque vaya la faja en el envite, sino la teoría de las reponsabilidades centrífugas y el paraguas de armiño. Resucitar el fantasma de las guerras civiles, el cainismo, segar la yerba bajo los pies de las más altas instituciones de la democracia, echar a rodar el roe-roe sobre famas y créditos es el encofrado de unas defensas y unos encausados que dicen estar ahítos de conceptos de honor, dignidad y patria.Finalizó en la mañana el interrogatorio de Tejero como empezó: sin que nadie pareciera poner excesivo empeño en este teniente coronel, cuya deposición despertó tantas expectativas. Le siguió en la mesita de testigos su igual en el empleo Pedro Más, ayudante del teniente general Milans Poco de nuevo sobre lo ya sabido, no sólo en la vista sino en el sumario. Como si el fiscal (el principal motor de la clarificación de lo sucedido) se hubiera rendido, renunciando a toda esperanza de arroja más luz sobre lo sucedido y aferrándose exclusivamente a clave- tear firmemente sus conclusiones provisionales. Pardo decía ayer que el 22 de febrero "tenía las mismas dudas que tengo hoy sobre lo que ha pasado aquí". Antes de ayer era Tejero quien se quejaba de no saber lo verdaderamente ocurrido en el transcurso de la conspiración. El hecho es que al filo de los autos, Stampa Braun, defensor de Tejero en la Galaxia, se le ofreció gratis como letrado "si me dices quién era tu jefe". Tejero tuvo que procurarse otro letrado. "Todavía no lo puedo decir".

Sólo emerge, por las últimas sesiones dedicadas a remover una cazuela cada vez más espesa, un grumo novedoso: un intento de sacar a García Garrés de esta historia. Comenzó Milans atribuyendo al hombre de las actividades diversas mero papel de chófer de algún encausado, siguió Torres Rojas afirmando que no lo había visto en la reunión conspirativa de la calle de General Cibrera, continuó Tejero ignorando su nombre en la misma reunión y ayer, el teniente coronel Mas, nos sirvió la tesis de que estuvo en su casa aquella fecha pero no participó en la reunión. No es una afirmación falaz atribuir a Carrés una íntima dependencia de Girón, quien, hace escasas fechas, visitaba a Milans. Carrés -que está o no está en la vista según días y sesiones- no aparece tan aquejado de males como para permanecer en una clínica privada. Carrés podría ser portador de interesantes noticias para esta Corte, por más que de momento lo niegue todo. Carrés no parece dispuesto a jugarse diez años de presidio por simple amor a la causa.Carrés -esa única presencia civil en el banquillo- es como el ruido del silencio. Y a Carrés, despacio, sesión a sesión, da la sensación de que se le quiere barrer de esta causa.

El comandante Pardo Zancada (el hombre que mete en el Congreso a una columna de la Acorazada para participar de la derrota o en un último intento de arrastar a su división, eso está por ver) hizo una declaración ante fiscal y abogados, correcta, atenta, fluida y respetuosa -este hombre se tomó la molestia de licenciarse en periodismo-. Cuenta que conoció al comandante Cortina cuando él mismo trabajaba para el Servicio Central de Documentación -inteligencia del anterior régimen-.

Es tan puntilloso en el desempeño de sus atribuciones que cuando acude a Barajas a recoger a Torres Rojas lo hace con dos vehículos, el suyo personal y un auto oficial, que le sigue, por si el general desea coche de respeto. Se muestra como lo que es: el profesional repelente(escrito sea con respeto y hasta simpatía) que parece no cometer jamás un error de comportamiento. Ejemplar típico para la caracteriología psicológica que acaba empedrando de errores irreparables sus buenas intenciones.

El mismo declara que cuando se enteró de que Armada no estaba en La Zarzuela, como creía, se siente burlado por alguien o por algo. Por lo demás, que la Acorazada tenía previsto ocupar tres zonas verdes de Madrid, plaza de Castilla y poco más. Que tuvieron que buscar las direcciones de las emisoras de radio en las páginas amarillas de la guía telefónica -sobre esta anécdota todos los jefes y oficiales de la Acorazada insinten mucho-, que hubo "alborozo" en el Estado Mayor divisionario al escuchar por radio el asalto al Congreso y desilusión -"todos cumplieron pero con poco gas y hubo quien arrojó los sobres con las nuevas órdenes al suelo"- ante el repliegue sobre sus acantonamientos.
Y aquella noche resulta que "Armada no está donde debía estar, el general Juste se echa para atrás, algo importante se desmorona para mí. Veo que Tejero y sus guardias están cumpliendo. Siento el dolor de un Cuerpo que está siendo atacado como el de la Guardia Civil, de cuya disolución se habla -Pardo olvida que ya Franco penso disolver la Institución por el escaso entusiasmo que prestó inicialmente a su movimiento-, lo veo abandonado, advierto la desilusión del Estado Mayor de la Brunete y, salgo". Bien es verdad que no informa a los capitanes que le acompañan de sus intenciones -unirse a Tejero- hasta haberlos sacado del Cuartel General. Los hombres que condujo lo quieren: son ya como hijos y ha recibido de ellos, ya en prisión, vino, queso, cofía y chorizo.

En el Congreso encontró varios periodistas cuyo nombre "no hace al caso", aunque "uno trabajaba para la Diputación de Madrid". Y su orgullo y soberbia final al explicar los detalles de la rendición: "Allí no me detiene nadie; quería entregarme en el Cuartel General de mi división". Salvaguardado el honor y la dignidad militar -respetabilísimos- importa una higa la dignidad y el honor del cuerpo legislativo y gubernamental de la nación. Así están las cosas y esta es la historia del comandante ejemplar que no obedece a su Rey.

Pero todo reborde de maldad tiene sus mellas, por más que puedan resultar modestamente domésticas. El 23 de febrero, a las seis y veinte de la tarde, las infantas estaban en su colegio de Puerta de Hierro recibiendo una clase particular. Sus escoltas, al escuchar por radio lo que pasaba en el Congreso, avisaron a la directora del centro, quien decidió enviarlas rápidamente a La Zarzuela. En la mañana habían recibido en el mismo centro sus habituales lecciones de Filosofía. Latín y Griego de su profesora, hermana del capitán de la Acorazada Carlos Alvarez Arenas, procesado en esta causa. Así las cosas, por lo menos uno de los encausados puede tener noticia próxima de que el 23 de febrero en La Zarzuela no se quería otra cosa que el cumplimiento de la Constitución y la investidura del candidato. De lo contrario no se mandan las niñas al colegio.

18/3/82

Tejero (18-3-1982)

La decimoséptima sesión de la vista contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado tuvo ayer como único protagonista al teniente coronel Tejero. En medio de una gran expectación, el jefe de los asaltantes del Congreso fue contundente al implicar directamente, en la preparación de la intentona golpista, al general Armada, de quien, manifestó que lo consideraba "la plana mayor del Rey, destacada en la operación" y la autoridad militar que debía de dirigirse a los diputados retenidos. Aseguró que el general procesado asistió a la reunión celebrada en la calle del Pintor Juan Gris y le dijo que se preparaba una operación nacional apoyada por el Rey, que debía ser incruenta. Afirmó también, que Armada le indicó en la reunión, que tenía que entrar en el Congreso al grito de "Viva el Rey", en tanto que él estaría en la Zarzuela, "ya que como su majestad es voluble, así podría sujetarle". Declaró Tejero que supo que la fecha para el asalto del Congreso de Diputados se había fijado para el 23 de febrero a través del comandante Cortina, quién le comunicó que la operación debía de hacerse en nombre de la democracia y el Rey "porque siendo así, en el extranjero, y fundamentalmente en la Santa Sede y en los Estados Unidos, lo verían bien".

Tejero es lupino, con una boca y barbilla agresivas que recuerdan vagamente el aire de los depredadores. Ayer, su primer día de interrogatorios, puede escribirse quepuso el cartel de no hay billetes en Campamento. Más público del habitual y ni una silla vacía; operadoras de teléfonos, funcionarios de la oficina de Prensa de Defensa, personal adscrito al aparato de este proceso buscaron sus medios para acceder a la Sala y ver y escuchar a este teniente coronel de la Guardia Civil, continuo muñidor de intentonas. De media estatura, sólido, provisto de una extraña mirada a ratos vacía, en ocasiones de una extrema dureza, saluda a taconazos al Tribunal y responde con voz gangosa, marcado acento de la baja Andalucía occidental y vocabulario arrabalero, en ocasiones fronterizo con la insolencia.

Prácticamente al final de la tarde, en el turno interrogatorio de los defensores, Gerardo Quintana (que defiende a Torres Rojas) se lanzó a un exordio intolerable sobre la personalidad del interrogado. "Con respeto, admiración y envidia, tengo que expresar mi felicitación al teniente coronel Tejero..." Los aplausos de invitados y familiares, más la campanilla del Presidente, hicieron ininteligibles las últimas palabras de este abogado que o perdió su toga o el sentido común. El teniente general Alvarez Rodríguez, que ha tenido una jornada de mayor energía que las precedentes llamó al orden al letrado en términos inequívocos. Vino a recordarle que por su formación jurídica, de la que carece el presidente, debería saber mejor que él mismo lo improcedente de su actuación, rogando no se le hiciera aún más difícil su labor. Al terminar la sesión el Tribunal deliberó acerca del incidente. Ha sido éste uno de los momentos procesales en que el frente mayoritario de las defensas políticas ha llegado más lejos, de forma más grosera, en su estrategia de poner una pica en ese proceso de Burgos contra las instituciones democráticas que están procurando desde el 20 de febrero pasado.

Cabe pensar, sin excesos de malicia, que estas defensas pretendieron en los trece meses anteriores a la vista evitar su celebración; de ahí las continuas filtraciones del sumario y toda la campaña intoxicadora tendente a crear una situación política que impidiera abrir las puertas de esta Corte. Una vez comenzado el proceso no tienen más líneas de salida que las de convertir taumatúrgicamente en héroes objeto de martirio a sus defendidos, presentándolos como unos hombres generosos y desprendidos en el contexto de una ciudadanía corrupta.

Tejero ayer no pudo ser más claro: él se metió en el Congreso para meter en cintura a este país. Tejero se niega a identificar a García Carrés (hoy presente en la vista) como uno de los asistentes a la reunión conspirativa que preside Milans en Madrid y, asimismo, usa su prerrogativa a no declarar para no dar los nombres de los restantes asistentes a aquella reunión. Al general Torres Rojas lo exculpa ahora pese a ser uno de los primeros en delatarle: que después de semanas de convivencia entre los encausados se ponen en claro muchas cosas y ya no puede afirmar que Torres Rojas hablara de la colaboración del coronel San Martín para controlar la Acorazada. "Yo creo ahora", afirma, "que a Torres Rojas le lanzaron en paracaídas sobre la División sin que él supiera a que iba". Se presenta abiertamente como un hombre que circula con un golpe de Estado bajo el brazo buscando comprador. Había estudiado detenidamente los antecedentes del 18 de julio de 1936, llegando a la conclusión de que para hacer triunfar una asonada debían controlarse de un solo golpe de mano todos los centros de poder: de ahí su idea de secuestrar el Congreso reunido en pleno. En la reunión de la calle madrileña de General Cabrera, Milans compra el producto tras las consabidas alusiones al general Armada y al favor real. De aquella tenida sale la decisión de aplazar el detonante de Tejero exactamente un mes hasta ver cómo avanzan los peones de otra conspiración más sutil: designación de Armada como segundo jefe de Estado Mayor, caída de Suárez, hipotético nombramiento de una nueva Junta de Jefes de Estado Mayor, etcétera. En el ínterin aparece misteriosamente el comandante Cortina (de la inteligencia militar), organiza la entrevista Armada-Tejero y todo rueda aceleradamente. Vueltas y revueltas -a una historia que ayer deparó los siguientes flecos:

Tejero, que tiene memoria fotográfica, vuelve a retratar ante la Sala el piso de los padres de Cortina. Olvida un detalle curioso: una fotografía dedicada del Rey a Cortina. "Como no soy monárquico, no me fijé". Cortina le cita en la cafetería del hotel Cuzco con orden estricta de acudir solo al piso de Juan Gris donde verían al general Armada. Tejero tiene averiado el coche y pide a Carrés que le acerque. Ante el hotel "como reconozco a un guardia civil aunque vaya de paisano"- advierte la presencia de muchos números camuflados vigilando las inmediaciones. Se acerca a la puerta de la cafetería y antes de poder traspasarla la abre hacia fuera el comandante Cortina que sale a su encuentro. El defensor de Cortina insiste en este punto banaI. "¿Abre la puerta hacia afuera?". "Sí, con toda seguridad". "Tengo que comunicarle que la puerta de la cafetería del hotel Cuzco es de molinete".

Reparto de veneno

No falta veneno a repartir. Cortina le habla de decretos ya firma dos. "¿Por quién?".- "Por quién va a ser; por el Rey". También le cita a un Pardo de Santayana, sin más precisión, como conspirador clave, y le previene para que no se extrañe si al dirigirse a los diputados el elefante blanco -la autoridad militar que nunca llegó- algún portavoz parlamentario pedía la palabra para decir que aquello tenía que ocurrir, que era necesario y que había que enderezar la nave. Tejero llega a pensar en Fraga Iribarne. No le da mayor trascendencia; él quiere un gobierno militar que reforme la Constitución. Armada le da las órdenes finales para el golpe y le recuerda que debe asaltar el Congreso en nombre de la Corona y la democracia, que se ha procedido a evacuar consultas con Estados Unidos y el Vaticano donde estiman que todo estará bien con tal de que para la galería la Corona y la democracia no aparezcan en pérdida.

Declara Tejero que en la tarde del 23 de febrero muchos militares de elevada graduación entraban y salían del Congreso gritando "¡Viva España, ya era hora!", los mismos -según el declarante- que ahora "dicen otras cosas". Y Sigue extendiendo la capilaridad de su mancha de aceite: "Armada me habló de que Aramburu (director general de la Guardia Civil) y Toquero (actual jefe de Prensa de Defensa) están también en la operación. Al teniente general Aramburu parece tenerle tanta inquina personal como al comandante Cortina; se complace en insistir en el poco entusiasmo que puso su jefe en retirarle del Congreso. Solo -curiosamente- tiene un gesto de generosidad de ánimo para Gutiérrez Mellado: "Me alegro no haberle tirado al suelo. Lo del honor militar humillado con su caída es una tontería, pero estuvo tranquilo aquella noche; como un hombre".

A cuenta del empeño que los conjurados tenían porque el golpe fuera incruento comete un desliz. Le insistían tanto en que no hubiera derramamiento de sangre que él buscaba un "resquicio", dado que, mediando armamento y en una operación de este porte, se veía obligado a hacer "filigranas" para que allí no se escapara un tiro al cuerpo. Da la sensación de que Tejero estaba pidiendo a sus jefes cierto margen de sangre para poder hacer las cosas bien.

Cuando Armada accede al Congreso dando la consigna "Duque de Ahumada" -no se quebraron mucho la cabeza-, pasean y dialogan:

- Tejero, sácame la fuerza del hemiciclo y reintegra los diputados que has sacado. Voy a proponerme como presidente de un Gobierno de amplia base.

- ¿De qué viene Milans?.

- El único militar seré yo.

- Esto no es lo tratado, mi general.

- Se han torcido las cosas y no hay más remedio.

- ¿Quién lo manda?.

- Lo hago a título personal.

- Si hace usted eso a título personal dura de Presidente lo que tarde en cruzar la Carrera de San Jerónimo.

- Lo manda quien lo puede mandar. Es una orden del Rey. O te llama o le llamas.

Tejero aduce que no tiene que llamar a nadie, que ignora si al Rey lo amenaza una pistola y que aquello le parece la mera sustitución de la cabeza de Calvo-Sotelo por la de Armada. Habla con Milans, opina que es una chapuza y no accede. ¿El revés de la trama?; Tejero confiesa a la Sala: "Algún día me gustaría que me contaran el 23 de febrero. Yo no lo sé". Este guardia lobuno reparte dentelladas hasta para Milans por el que profesa una admiración carente de límites. Admite que fue aumentando sus declaraciones primeras cuando advirtió "con dolor" que su jefe no le acogía "con mucho cariño" y se desentendía sumarialmente de él. Varios, que al verse solo empezó a dar nombres. Es cierto que su sombra puede ser la del lobo -siempre un punto solitaria, cruel, audaz- pero nunca la del lobo estepario.