La actuación del general
Juste, Jefe de la División Acorazada Brunete, en la tarde-noche del 23 de
febrero, volvió a ponerse ayer en tela de juicio en el curso del interrogatorio
a que fue sometido el general Torres Rojas, en la decimocuarta sesión del
juicio que se sigue contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado.
Torres Rojas aseguró que Juste aceptó "con total responsabilidad" las
instrucciones que Pardo Zancada había traido de Valencia y que prevían la
intervención de la División Acorazada "para garantizar el orden y la
seguridad", porque iba a suceder "un hecho trascedente" en
Madrid. Afirmó Torres Rojas, que en la División Acorazada las órdenes se dieron
antes de la toma del Congreso, cuando Juste se avino a cumplir esas
instrucciones. La declaración más sorprendente la efectuó el capitán de navío
Camilo Menéndez quien afirmó que en la noche del 23 de febrero no se había
impedido a ningún diputado la salidad del Congreso. La vista se reanudará el
lunes.
El fiscal y las defensas han
interrogado al general de división Luis Torres Rojas, capitán de navío Camilo
Menéndez Vives y coronel San Martín. Tres secuencias:Torres Rojas narra a la
Sala una historia de cuarto de banderas ocurrida en junio de 1979 cuando la
división acorazada estaba bajo su mando. Tras el asesinato por ETA militar del
general Gómez Hortigüela y los coroneles Laso y Avalos (a más de un mecánico
militarizado), Torres escucha en el despacho del Capitán General de Madrid una
conversación telefónica de éste con el ministro de Defensa, Rodríguez Sahagún. Por
lo oído deduce que un general y un coronel (este perteneciente a la Acorazada)
se encuentran seriamente amenazados de muerte y que el Gobierno se dispone a
adoptar medidas especiales para la protección de sus personas. Regresa a su
cuartel general de El Pardo y cita en su despacho a sus generales de brigada y
jefes de cuerpo de la Brunete, lo cuenta todo y ante la bandera y un
Cristo se juramentan para, si el coronel era asesinado, buscar un duelo
personal en el que hallar venganza. El coronel, emocionado, llora y confiesa
que tiene más valor esta medida que toda la protección ofrecida por el
Gobierno.
El efecto dramático estaba
siendo conseguido. La atención de la sala era total ante esta historia que nos
retrotaía a Custer y su séptimo
de caballería (no
mecanizada) o a los manuales de duelistas caballerescos del XIX. El Presidente
retiró la palabra al interrogado cuando éste empezaba a ilustrarnos sobre como
comunicó el juramento de la
Acorazada al capitán general
y a Rodríguez Sahagún, a quien no le gustó nada la iniciativa en el supuesto de
que el Gobierno tenía otros medios para enfrentarse a las amenazas terroristas.
El capitán de navío Camilo
Menéndez, en su tono de bonhomía, proclive a la lágrima en cuanto rememora sus
lances de amistad, como extraído de una estampa no menos caballeresca que su antecesor en la mesita de los
testigos, nos deparó chascarrillos sobre su supuesto ligue la noche del 23 de febrero con Carmen
Echave -la doctora que atendió a algunos diputados secuestrados y a la que se
refiere con galanura; un diario llegó a gastar al marino esta pequeña broma-,
afirmó su monarquismo -"desde antes que Felipe González y Santiago
Carrillo"defendió con voz acongojada rectitud de su amigo Tejero
-"era incapaz, allí, de derramar una gota de sangre y eso lo diferencia de
un terrorista con todos los respetos para el señor Areilza". Llega al
llanto contenido, la voz quebrada, cuando afirma su amistad ya para toda la
vida con los oficiales de la Acorazada procesados.
Numerosas defensas, al
renunciar a su turno de preguntas sobre este hombre, se explayan felicitándole
por su lección de honor", "dignidad","virilidad",
"hombría de bien"... Los mayores elogios personales deparados hasta
ahora en esta causa en la que tan escasos favores se han hecho a conductas
auténticamente reglas. Todo un canto a la emotividad -aquí nadie le da
importancia a este marino con una hoja de servicios de simple desobediente- en detrlmento de las potencias del
alma.
El coronel San Martín, cuyo
interrogatorio proseguirá el lunes, perdió suspapeles. Con una voz tronante que no oculta su
nerviosismo, siempre respetuoso pero sin ocultar una indignación desbocada,
intentó convencer a sus juzgadores, con alusiones repetidas a la providencia,
de que retrasó información sobre el golpe a su general, Juste, por despecho de
los hados. La historia de las camisas blancas y la fiesta de la Brigada
Paracaidista de Alcalá de Henares es llamada de nuevo a escena por enésima vez.
El general Juste tenía interés, desde días antes, en asistir a la celebración
paracaidista, por cuanto una unidad mecanizada bajo su mando iba a entregar a los paracas un mapa de Ifni dibujado por el
heroicamente muerto en aquella guerra
secreta, Ortiz de Zárate.
Pero se olvida de la camisa blanca y fajín de general, obligados en la
recepción de gala militar. San Martín desea fervientemente aprovechar la oportunidad
para chequear con el general Alfonso Armada
(asistente a la fiesta) la información que sobre el golpe le ha facilitado Pardo Zancada la
noche anterior. Tampoco luce camisa blanca. Cuarenta minutos en la puerta
esperando que la íntendencia facilite camisas y corbatas adecuadas para,
finalmente, seguir camino de Zaragoza sin atreverse a hablar con Armada. Es
sabido que por un clavo se perdió una herradura, por una herradura se perdió un
caballo y por un caballo se perdió un caballero, pero se hace muy cuesta arriba
suponer que el exjefe de los servicios de información del almirante Carrero se
ha perdido en esta causa por una camisa.
Son tres secuencias que
retratan la sesión de ayer. García Carrés ausente en la tarde; y el capitán
Gómez Iglesias (encausado) rellenando crucigramas. Aquí se me ocurre escribir
lo de Romanones cuando exclamó eso de "qué tropa".
El agravio corriparativo
entre el Ejército y Guardia Civil que parecen querer azuzar algunas defensas en
esta causa, saltó ayer de la mano del defensor teniente
coronel De Meer. Con la adhesión del letrado Ortiz renuncia al interrogatorio
del general Torres Rojas, pero ruega se le permita exponer una cuestión urgente
ajena al interrogatorio. Expectación y miradas de preocupación entre algunos
asistentes a la vista. El Presidente relega la exposición solicitada para el
final de las preguntas al general. Finalmente, De Meer pide que el Tribunal, en
función de los artículos 680 y 681 del Código de Justicia Militar, ponga en
libertad a los tenientes de la Guardia Civil procesados en esta causa, dado que
están exentos de responsabilidad -como los tenientes de la columna de la
Acorazada de Pardo Zancada- a tenor de las capitulaciones de rendición de
Tejero. El Presidente estima que no es el momento procesal para tal
consideración y da por terminado el incidente con el apoyo del fiscal.
Sobre este agravio comparativo -tenientes de la Acorazada, tenientes
de la Guardia Civil- venían insistiendo día a día las defensas. Algunos
letrados han preguntado reiteradamente por la explicación del interés que se
tuvo aquella noche en sacar del Congreso a Pardo Zancada y sus PM
de la Brunete y no se puso, según ellos, el mismo
érifasis en hacer lo propio con Tejero y sus guardias.
Por lo demás, recuperando el
hilo cronológicode las declaraciones de ayer, el general Torres Rojas hizo
buena sil biografia de voluntario en una bandera de Falange, oficial en un
tabor de regulares y veinte años con los paracaidistas (a los sesenta aún
saltaba) antes de mandar brevemente una división blindada. Cuida mucho su
preparación física. Por dos veces llevó su declaración al borde del mitin
castrense, como si la mesa de los deponentes fuese un arengario. Recordó su
orden a los generales de la Acorazada de circular con el banderín desplegado en
sus automóviles, contraviniendo consejos gubernamentales de seguridad -"es
un deshonor entrar en un acuartelamiento sin el banderín-"; una mujer
inicia un aplauso y el Presidente interrumpe al interrogado. Posteriormente el
Presidente recordó su facultad para desalojar la Sala, a cuenta de las risas
generalizadas que provocaba la intervención de Camilo Menéndez.
Incapaz de explicar
razonablemente su presencia en la Acorazada la tarde del 23 de febrero, se
aferra a que esperaba allí órdenes de Milans, en el convencimiento de que no se
iba a producir ni un golpe ni un alzamiento, sino "un apoyo a lo deseado
por Su Majestad en cumplimiento del mandato constitucional; lo repito:
cumplimiento del mandato constitucional en su artículo octavo". Admite haber
argüido un pretexto ante su Capitán General para venir a Madrid -la excusa del
notario- por cuanto en la reunión del 18 de enero en Madrid Milans había
exigido secreto a los conspiradores ("perseguiré hasta la muerte a quien
hable de esto") dado que todo el plan debería quedar congeladohasta un posterior
acuerdo entre el Capitán General de Valencia y el general Armada.
Torres Rojas, por supuesto,
prefiere "no haber existido" a devenir en delator y se niega a
identificar a los asistentes, aún desconocidos, a la tenida golpista presidida
por Milans en el piso madrileño de su ayudante. Sí recuerda una frase de
Milans: "en una o dos horas el golpe tiene que estar resuelto", lo
que le indujo a pensar en su fracaso avanzada la tarde del 23. El carácter
incruento que los conspiradores pretendían dar a su asonada le lleva a
argumentar que aquella no era tal sino uncumplimiento constitucional,
según una teoría histórica que tiene por imposibles los golpes de Estado sin
víctimas. Olvida el 25 de abril portugués.
Ramón Hermosilla, defensor
de Armada, le arranca una declaración favorable a su defendido: escuchó
comentar la tarde de autos en el despacho del general Juste que Armada
desautorizaba a quien utilizara su nombre y el del Rey. El general Juste,
entonces al frente de la Acorazada y testigo de esta causa, sigue apareciendo
como el hombre que quiere quedar bien con todos, que manda su división aunque
no le satisfacen sus propias órdenes y -sin presión de nadie- acaba diciendo
ese "bueno, pues adelante", que pone a sus tropas en un tris de
ocupar Madrid. El primo de La
Coruña (así identificaban
los conjurados a Torres Rojas) admitió en varias ocasiones su atípica
obediencia a Milans y sus desconexiones y enganos con su jefe natural.
Camilo Menéndez Vives se
empeñó en relatar que cuando se redactaba el documento de rendición de los
ocupantes del Congreso y aun se ofrecía a estos la posibilidad de un avión para
marchar al extranjero, él afirmó que lo más lejos que estaba dispuesto a irse
era a Azuqueca de Henares, provincia de Guadalajara.
Declaraciones de este porte
y encendidas defensas del correctísimo y caballeresco comportamiento de los
guardias que secuestraron al Congreso, lo echaron al suelo, dispararon en el
hemiciclo, zarandearon al vicepresidente del Gobierno, etcétera, restaron
fuerza o interés a su afirmación de que Tejero le confesó su indignación por la
oferta de Armada, que integraba a Felipe González y Enrique Múgica en su
hipotético gobierno. El defensor de Armada, no obstante, se cuidó de recordar a
la sala que tal afirmación la hace el marino por vez primera.
Más interés tiene su
declaración -que ha pasado como inadvertida- de como tuvo conocimiento del
asalto al Congreso: haciendo tiempo en una cafetería para visitar a las siete
de la tarde al teniente general de Santiago (codefensor del coronel Ibáñez
Inglés).
El coronel San Martín
continuará el lunes contestando las preguntas del fiscal (suave, persistente,
muy hábil, con voz casi sofrónica); ayer en el mal papel descrito al comienzo
de esta crónica, se autopresentó como un jefe de Estado, Mayor que retrasa
información a su general por un prurito de tenerla más completa. Admite que
corrió su riesgo jugando en una operación que sabía mal diseñada y que su mejor
baza hubiera sido contárselo todo al general Juste a las nueve de la mañana del
día 23 de febrero o darse de baja y no acompañarle camino de la fiesta de los
paracas y de las maniobras de Zaragoza. Quiso apurar la información y se
encontró cogido en esta frondosidad de despropósitos y torpezas. El coronel
puede el lunes mejorar su posición, pero por el momento encuentra una notoria
falla en el argumento exculpatorio de las camisas.
En la tarde del jueves José
Antonio Girón se acercó a las puertas utilizadas por los visitantes de los
procesados solicitando ver al teniente general Milans del Bosch. Fue recibido.
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