11/3/82

El juego de la verdad (11-3-1982)

El general Alfonso Armada reconoció ayer, en la decimotercera sesión de la vista contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero, que en la reunión que celebró en Valencia con Milans del Bosch, en el mes de enero de 1981, le manifestó "a título personal" que el Rey estaba harto de Suarez. Aceptó también el ex-segundo Jefe del Estado Mayor del Ejército, que en aquella reunión, que calificó de "especie de charla de café", ambos estuvieron pensando si había un sustituto de Suarez. Por lo demás, Armada volvió a negar cualquier participación en la preparación o realización del golpe militar, en el curso de los severos y minuciosos interrogatorios a que le sometieron media docena de abogados a lo largo de la jornada. La sesión concluyó con un incidente procesal, al denegar el presidente del tribunal un careo entre Armada y Milans.

Más de cinco horas de interrogatorio llevaba ayer sufridas el general Armada cuando Muñoz Perca, yerno de Blas Piñar y defensor del capitán Pascual Gálvez, solicitó antes una opinión que una respuesta del declarante, ¿quien dice aquí la verdad, usted o las quince personas que le implican?. Armada, todavía entero pese al durísimo castigo de la jornada extrajo de la perpleja seriedad que hasta ahora le caracteriza una inédita ironía campesíno-galaica. "Mire usted, con el permiso de la Presidencia voy a responder con un dicho de la sabiduría popular: En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira". Risas generalizadas, acaso por no llorar.El interrogatorio de ayer resultó extenuante, macizo, unidimensional; las defensas -con las lógicas excepciones de la del propio interrogado y las de Cortina y Gómez Iglesias- actuaron en forma abiertamente concertada, repartiéndose los papeles de interrogador bueno einterrogador duro, elevando el tono de las vocalizaciones, cortando al procesado, presionando, incidiendo en la procura de un desmoronamiento sicológico que a la postre no se produjo. Ayer el frente mayoritario de las defensas nos deparó un plaf, plaf, plaj sobre el equilibrio emocional del general Armada y su teoría de la verdad -citó la definición que de lo que es decir verdad da el Ripalda-; un golpeteo continuo en busca del reblandecimiento de un interrogado que ofrece a los golpes la misma línea de fractura que un colchón. Pero también es coriáceo y, ahí López Montero (que defiende a Tejero) fue el único que con alardes de paciencia logró llevarle a las cuerdas desmenuzando punto por punto las conversaciones Armada-Milans del 10 de enero en Valencia. Sin forzar las respuestas, pese que Armada contesta a menudo según el acreditado método del doctor Ollendorf, logró que Armada, al fin, aceptara algo: que en Valencia le dijo a Milans que el Rey estaba harto de Suárez. Admitiendo, además, no que el Rey lo dijera sino que él afirmó que lo había dicho el Rey. Niega el resto de aquellas presuntas confidencias (repaso de presídenciables, preferencias reales sobre civiles o uniformados, reconducción de procesos, etcétera) pero tirando de esa sola cereza el defensor de Tejero puede vaciar la cesta. El-malhumor de Ramón Hermosilla, defensor de Armada, sus continuos incidentes con los demás defensores, fueron ayer más que comprensibles.

A más de que Armada, quizá sinuoso por naturaleza, desarrolla una autodefensa basada en la práctica rural de marear a la perdiz, que no le beneficia. Raramente contesta sí o no, y aún menos con énfasis; sus construcciones verbales son curvilíneas, rodea constantemente el objetivo intelectual al que quiere acercarse, para, muchas veces, acabar huyendo de él. Coociendo su cultura no es difícil atribuirle una lectura sosegada de "La estrategia de la aproximación indirecta", del coronel Liddell Hart, el mejor tratadista británico y acaso mundial de temas militares. El caso es que si a Armada se le preguntara en la sala si es autor directo de un crimen de sangre es harto problable -por lo visto y oído- que no contestara con una indignada y cortante negativa; comenzaría aduciendo que las cosas son en esta vida más complicadas de lo que parecen y que si se le permite procederá a un exordio previo. Nadie duda en la sala de la incapacidad moral de Armada para asesinar a sangre fría, pero la construcción intelectual de sus respuestas -si es que la sicología tiene algo que aportar a los métodos procesales- conduce a quien le escucha al convencimiento de que oculta la verdad. Por supuesto que aquí casi todos la ocultan -y no es presunción vana, Milans se vanagloria de ello-, pero en Armada la sensación es más punzante. Otra línea que el interrogatorio de las defensas han querido dejar indeleble ha sido -obviamente- la cantinela de esta causa: que Armada calla para salvar al Rey. El letrado Muñoz Perca no pudo ser más claro:

-Si usted pudiera hacer una declaración exculpatoria para los encausados, ¿la haría?

-(Armada, picando y en tono emocionado) Sería la alegría más grande de mi vida.

-Y si esa declaración perjudicara al Rey, ¿también la formularía?

-No procede esa pregunta y no debe ser contestada (el Presidente).

Hoy no hay vista (el Consejo Supremo de Justicia Militar tiene otros asuntos que despachar) y el Tribunal pudiera reflexionar sobre las dosis de sensatez que está repartiendo en las sesiones. En este asunto hay un mal entendimiento de cómo operar cuando los defensores de Milans y su grupo tratan de enroscar a Armada en la falacia de la supuesta complicación de la Corona. Y Armada -acaso sin pretenderlo, acaso lúcidamente encuentra su refugio en sus propios mentís. Aún no habiendo sido explícitamente preguntado por ello Armada se lanza a una exculpación no solicitada de la Reina que mueve a asombro: que la Reina, pese a la experiencia de su hermano y a que el golpe de los coroneles la sorprendió en Grecia, no tiene manía a los militares, que la conoce muy bien y tiene trato asiduo con los príncipes de la milicia. Otra obra del refranero -esta vez no citada por Armada- acude a la memoria: Líbreme Dios de mis amigos que de mis enemigos me cuido yo.

El caso es que Armada afirma a Escandell (defensor de Milans) que "pase lo que pase, me condenen o no me condenen, mi fidelidad al Rey seguirá siendo inquebrantable". No es de extrañar que la defensa de Milans hurgue en declaraciones como ésta. Por lo de más Armada se preocupa de limpiar de rumores su historial de fiel servidor de la Casa Real. Asegura que jamás remitió correspondencia recomendando el voto a Alianza Popular con inembrete de La Zarzuela -argumento de Suárez, quien, por cierto, está quedando en este juicio como una especie de campeón avisado, de la democracia, pasa sacarle del entorno real- y que fue sujeto de una falsificación conspirativa, que con el general Sabino Fernández Campo (su sustituto junto al Rey) mantiene buenas relaciones y que abandonó aquel cargo pidiendo a Mondejar una carta para Gutiérrez Mellado de recomendación demando de armas que era lo que ansiaba: mandar la división de montaña Urgel de la que luego -según confesión escuchada en la sala confesó a Milans que no quería sacarla a la calle en un desfile del día de las Fuerzas Armadas porque cuenta con tal número de mulos y semovientes que podía mover a broma.

A Milans le trata con respeto próximo a lo reverencial. Inquirido una y otra vez sobre si Milans miente se apresura a denegarlo en un nuevo circunloquio de que él cree que él mismo dice la verdad, lo que -aunque Milans diga lo contrario- no presupone que este mienta sino que existen diferentes interpretaciones de la realidad de los hechos: la tesis del cristal y del color. Tejero tampoco sale mal librado de beneficia más la declaración de Armada que la del propio Milans): afirma el interrogado que cree que Tejero se apoyaba en algo superior que no le manifestó nunca. Y de Milans estima que nunca le consideró rebelde; "todos nosotros somos ahora presuntos rebeldes, yo no puedo juzgar las conductas". Gabeiras, durante los autos jefe del Estado Mayor del Ejército y superior inmediato de Armada, queda -entre lo que dice Armada y lo que recuerdan las defensas- prácticamente a pan pedir. Cuando Armada sale hacia el Congreso a pactar con Tejero le despide con un "¡A sus órdenes, mi general!", bastante insólito por la diferencia de rango y lo usual del trato. Y cuando le comunica el cese le expresa su disgusto, le informa que ha sido una exigencia de Suarez y Sahagún, que le ha defendido infructuosamente, que su actitud en el 23 de febrero fue correcta la de Armada-, pero que "...los que ocupamos puestos políticos tenemos que pasar por estas cosas. Dame un abrazo." Los tenientes generales Aramburu (entonces y hoy director general de la Guardia Civil) y Santamaría (en aquellas fechas jefe de la Policía Nacional) aparecen en la deposición de Armada como jefes militares que no echan por delante los galones para imponer su autoridad y sacar a Tejero y sus guardias del Congreso. La expectación ante la próxima citación de testigos crece por momentos.

Otro punto en el que el general Armada (quien comete el error, en su amabilidad tan poco castrense, de sugerir a unas defensas que vancontra él apearle el tratamiento de vuecencia o mi general) naufraga estrepitosamente es el tocante a su oferta constitucional. Quiere sacar las metralletas del hemiciclo y que los diputados, recién recobrados del susto, le voten (o no le voten) presidente de un Gobierno provisional "sin coacción alguna". Se supone que sin coacción alguna los señores diputados proseguirían la votación de investidura del candidato Calvo Sotelo, pero allí, así y entonces siquiera ponerse a considerar la propuesta de Armada obviando la coacción parece una presunción excesiva.

En estos tres últimos días, ¿hemos asistido a una confrontación Milans-Armada?. ¿La palabra de uno contra la palabra de otro? No exactamente. Si hace dos días alguien sugería que se llamara a declarar a Kafka hoy podría pedirse la declaración de Freud. Librados los interrogados de juramento y en el respeto que se debe a la compleja intimidad del pensamiento humano podría decirse sin desdoro para nadie que ambos dicen una serie de verdades, los dos ocultan otras y entre esas dos aguas buscan su resquicio de salida. Y, por supuesto, que aquí se ha abusado mucho del vicio nacional de la tertulia de café, vivero de indiscrecciones, exageraciones y despropósitos. Ya decía Azaña que en este país la mejor manera de guardar un secreto era escribirlo en un libro: fuera de eso todo son hablillas de pasillo que, entrecruzadas, acaban engordando el basamento de un golpe de estado.

Y acabado el interrogatorio de Armada, el coronel Escandell solicitó el careo entre los dos primeros declarantes a puerta cerrada, para resguardar la dignidad de ambos militares. El Presidente, sin titubeos, denegó la prueba originando un rimero de protestas a efectos de casación de casi todas las defensas. El fiscal togado apoyó la decisión presidencial aduciendo que el careo ya se había efectuado en la fase de plenario (también los interrogatorios lo que no obsta para que se repitan en la vista oral). El defensor del teniente Izquierdo, letrado Ortiz (uno de losjabalíes de la defensa) estimó por su parte que los careos del plenario debían repetirse ante los juzgadores y ante la- opinión pública.

En lo que atañe a la puerta cerrada (que se teme en cualquier momento a cuenta de declaraciones relacionadas con la inteligencia militar) se ignora que dignidad puede acabar por los suelos si los careados no la pierden previamente por sí mismos.En sociedad se alivian algunas veladas con una distracción llamada "juego de la verdad". Pasatiempo excitante porque la sinceridad también genera adrenalina y peligroso por cuanto suele acabar con sólidas amistades. Algo de esto se materializa en el proceso de Campamento, aún cuando en la nave del Servicio Geográfico del Ejército la adrenalina fluye cuando alguien te da un codazo y te señala la presencia en la sala del elefante o de los asistentes a la reunión de la calle general Cabrera que oculta Milans.

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