El general Alfonso Armada reconoció ayer, en la decimotercera
sesión de la vista contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado
del 23 de febrero, que en la reunión que celebró en Valencia con Milans del
Bosch, en el mes de enero de 1981, le manifestó "a título personal"
que el Rey estaba harto de Suarez. Aceptó también el ex-segundo Jefe del Estado
Mayor del Ejército, que en aquella reunión, que calificó de "especie de
charla de café", ambos estuvieron pensando si había un sustituto de
Suarez. Por lo demás, Armada volvió a negar cualquier participación en la
preparación o realización del golpe militar, en el curso de los severos y
minuciosos interrogatorios a que le sometieron media docena de abogados a lo
largo de la jornada. La sesión concluyó con un incidente procesal, al denegar
el presidente del tribunal un careo entre Armada y Milans.
Más de cinco horas de
interrogatorio llevaba ayer sufridas el general Armada cuando Muñoz Perca,
yerno de Blas Piñar y defensor del capitán Pascual Gálvez, solicitó antes una
opinión que una respuesta del declarante, ¿quien dice aquí la verdad, usted o las
quince personas que le implican?. Armada, todavía entero pese al durísimo castigo de la jornada
extrajo de la perpleja seriedad que hasta ahora le caracteriza una inédita
ironía campesíno-galaica. "Mire usted, con el permiso de la Presidencia
voy a responder con un dicho de la sabiduría popular: En este mundo traidor
nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se
mira". Risas generalizadas, acaso por no llorar.El interrogatorio de ayer
resultó extenuante, macizo, unidimensional; las defensas -con las lógicas
excepciones de la del propio interrogado y las de Cortina y Gómez Iglesias-
actuaron en forma abiertamente concertada, repartiéndose los papeles de interrogador bueno einterrogador duro, elevando el tono de las vocalizaciones,
cortando al procesado, presionando, incidiendo en la procura de un
desmoronamiento sicológico que a la postre no se produjo. Ayer el frente mayoritario de las defensas nos deparó un plaf, plaf, plaj sobre el equilibrio emocional del
general Armada y su teoría de la verdad -citó la definición que de lo que es
decir verdad da el Ripalda-; un golpeteo continuo en busca del reblandecimiento
de un interrogado que ofrece a los golpes la misma línea de fractura que un
colchón. Pero también es coriáceo y, ahí López Montero (que defiende a Tejero)
fue el único que con alardes de paciencia logró llevarle a las cuerdas
desmenuzando punto por punto las conversaciones Armada-Milans del 10 de enero
en Valencia. Sin forzar las respuestas, pese que Armada contesta a menudo según
el acreditado método del doctor Ollendorf, logró que Armada, al fin, aceptara
algo: que en Valencia le dijo a Milans que el Rey estaba harto de Suárez.
Admitiendo, además, no que el Rey lo dijera sino que él afirmó que lo había
dicho el Rey. Niega el resto de aquellas presuntas confidencias (repaso de
presídenciables, preferencias reales sobre civiles o uniformados, reconducción
de procesos, etcétera) pero tirando de esa sola cereza el defensor de Tejero
puede vaciar la cesta. El-malhumor de Ramón Hermosilla, defensor de Armada, sus
continuos incidentes con los demás defensores, fueron ayer más que
comprensibles.
A más de que Armada, quizá
sinuoso por naturaleza, desarrolla una autodefensa basada en la práctica rural
de marear a la perdiz, que no le beneficia. Raramente contesta sí o no, y aún
menos con énfasis; sus construcciones verbales son curvilíneas, rodea
constantemente el objetivo intelectual al que quiere acercarse, para, muchas veces,
acabar huyendo de él. Coociendo su cultura no es difícil atribuirle una lectura
sosegada de "La estrategia de la aproximación indirecta", del coronel
Liddell Hart, el mejor tratadista británico y acaso mundial de temas militares.
El caso es que si a Armada se le preguntara en la sala si es autor directo de
un crimen de sangre es harto problable -por lo visto y oído- que no contestara
con una indignada y cortante negativa; comenzaría aduciendo que las cosas son
en esta vida más complicadas de lo que parecen y que si se le permite procederá
a un exordio previo. Nadie duda en la sala de la incapacidad moral de Armada
para asesinar a sangre fría, pero la construcción intelectual de sus respuestas
-si es que la sicología tiene algo que aportar a los métodos procesales-
conduce a quien le escucha al convencimiento de que oculta la verdad. Por
supuesto que aquí casi todos la ocultan -y no es presunción vana, Milans se
vanagloria de ello-, pero en Armada la sensación es más punzante. Otra línea
que el interrogatorio de las defensas han querido dejar indeleble ha sido
-obviamente- la cantinela de esta causa: que Armada calla para salvar al Rey.
El letrado Muñoz Perca no pudo ser más claro:
-Si usted pudiera hacer una
declaración exculpatoria para los encausados, ¿la haría?
-(Armada, picando y en tono emocionado) Sería la alegría
más grande de mi vida.
-Y si esa declaración
perjudicara al Rey, ¿también la formularía?
-No procede esa pregunta y
no debe ser contestada (el Presidente).
Hoy no hay vista (el Consejo
Supremo de Justicia Militar tiene otros asuntos que despachar) y el Tribunal
pudiera reflexionar sobre las dosis de sensatez que está repartiendo en las
sesiones. En este asunto hay un mal entendimiento de cómo operar cuando los
defensores de Milans y su grupo tratan de enroscar a Armada en la falacia de la
supuesta complicación de la Corona. Y Armada -acaso sin pretenderlo, acaso
lúcidamente encuentra su refugio en sus propios mentís. Aún no habiendo sido
explícitamente preguntado por ello Armada se lanza a una exculpación no
solicitada de la Reina que mueve a asombro: que la Reina, pese a la experiencia
de su hermano y a que el golpe de los coroneles la sorprendió en Grecia, no
tiene manía a los militares, que la conoce muy bien y tiene trato asiduo con
los príncipes de la milicia. Otra obra del refranero -esta vez no citada por
Armada- acude a la memoria: Líbreme Dios de mis amigos que de mis enemigos me
cuido yo.
El caso es que Armada afirma
a Escandell (defensor de Milans) que "pase lo que pase, me condenen o no
me condenen, mi fidelidad al Rey seguirá siendo inquebrantable". No es de
extrañar que la defensa de Milans hurgue en declaraciones como ésta. Por lo de
más Armada se preocupa de limpiar de rumores su historial de fiel servidor de
la Casa Real. Asegura que jamás remitió correspondencia recomendando el voto a
Alianza Popular con inembrete de La Zarzuela -argumento de Suárez, quien, por
cierto, está quedando en este juicio como una especie de campeón avisado, de la
democracia, pasa sacarle del entorno real- y que fue sujeto de una
falsificación conspirativa, que con el general Sabino Fernández Campo (su
sustituto junto al Rey) mantiene buenas relaciones y que abandonó aquel cargo
pidiendo a Mondejar una carta para Gutiérrez Mellado de recomendación demando
de armas que era lo que ansiaba: mandar la división de montaña Urgel de la que
luego -según confesión escuchada en la sala confesó a Milans que no quería
sacarla a la calle en un desfile del día de las Fuerzas Armadas porque cuenta
con tal número de mulos y semovientes que podía mover a broma.
A Milans le trata con
respeto próximo a lo reverencial. Inquirido una y otra vez sobre si Milans
miente se apresura a denegarlo en un nuevo circunloquio de que él cree que él
mismo dice la verdad, lo que -aunque Milans diga lo contrario- no presupone que
este mienta sino que existen diferentes interpretaciones de la realidad de los
hechos: la tesis del cristal y del color. Tejero tampoco sale mal librado de
beneficia más la declaración de Armada que la del propio Milans): afirma el
interrogado que cree que Tejero se apoyaba en algo superior que no le manifestó nunca. Y
de Milans estima que nunca le consideró rebelde; "todos nosotros somos
ahora presuntos rebeldes, yo no puedo juzgar las conductas". Gabeiras,
durante los autos jefe del Estado Mayor del Ejército y superior inmediato de
Armada, queda -entre lo que dice Armada y lo que recuerdan las defensas-
prácticamente a pan pedir. Cuando Armada sale hacia el Congreso a pactar con
Tejero le despide con un "¡A sus órdenes, mi general!", bastante
insólito por la diferencia de rango y lo usual del trato. Y cuando le comunica
el cese le expresa su disgusto, le informa que ha sido una exigencia de Suarez
y Sahagún, que le ha defendido infructuosamente, que su actitud en el 23 de
febrero fue correcta la de Armada-, pero que "...los que ocupamos puestos
políticos tenemos que pasar por estas cosas. Dame un abrazo." Los
tenientes generales Aramburu (entonces y hoy director general de la Guardia Civil)
y Santamaría (en aquellas fechas jefe de la Policía Nacional) aparecen en la
deposición de Armada como jefes militares que no echan por delante los galones
para imponer su autoridad y sacar a Tejero y sus guardias del Congreso. La
expectación ante la próxima citación de testigos crece por momentos.
Otro punto en el que el
general Armada (quien comete el error, en su amabilidad tan poco castrense, de
sugerir a unas defensas que vancontra él apearle el tratamiento de vuecencia o
mi general) naufraga estrepitosamente es el tocante a su oferta constitucional.
Quiere sacar las metralletas del hemiciclo y que los diputados, recién
recobrados del susto, le voten (o no le voten) presidente de un Gobierno
provisional "sin coacción alguna". Se supone que sin coacción alguna
los señores diputados proseguirían la votación de investidura del candidato
Calvo Sotelo, pero allí, así
y entonces siquiera ponerse
a considerar la propuesta de Armada obviando la coacción parece una presunción
excesiva.
En estos tres últimos días,
¿hemos asistido a una confrontación Milans-Armada?. ¿La palabra de uno contra
la palabra de otro? No exactamente. Si hace dos días alguien sugería que se
llamara a declarar a Kafka hoy podría pedirse la declaración de Freud. Librados
los interrogados de juramento y en el respeto que se debe a la compleja
intimidad del pensamiento humano podría decirse sin desdoro para nadie que
ambos dicen una serie de verdades, los dos ocultan otras y entre esas dos aguas
buscan su resquicio de salida. Y, por supuesto, que aquí se ha abusado mucho
del vicio nacional de la tertulia de café, vivero de indiscrecciones,
exageraciones y despropósitos. Ya decía Azaña que en este país la mejor manera
de guardar un secreto era escribirlo en un libro: fuera de eso todo son hablillas
de pasillo que, entrecruzadas, acaban engordando el basamento de un golpe de
estado.
Y acabado el interrogatorio
de Armada, el coronel Escandell solicitó el careo entre los dos primeros
declarantes a puerta cerrada, para resguardar la dignidad de ambos militares.
El Presidente, sin titubeos, denegó la prueba originando un rimero de protestas
a efectos de casación de casi todas las defensas. El fiscal togado apoyó la
decisión presidencial aduciendo que el careo ya se había efectuado en la fase
de plenario (también los interrogatorios lo que no obsta para que se repitan en
la vista oral). El defensor del teniente Izquierdo, letrado Ortiz (uno de losjabalíes de la defensa) estimó por su parte que
los careos del plenario debían repetirse ante los juzgadores y ante la- opinión
pública.
En lo que atañe a la puerta cerrada (que se teme en cualquier momento a
cuenta de declaraciones relacionadas con la inteligencia militar) se ignora que
dignidad puede acabar por los suelos si los careados no la pierden previamente
por sí mismos.En sociedad se alivian algunas veladas con una distracción
llamada "juego de la verdad". Pasatiempo excitante porque la
sinceridad también genera adrenalina y peligroso por cuanto suele acabar con
sólidas amistades. Algo de esto se materializa en el proceso de Campamento, aún
cuando en la nave del Servicio Geográfico del Ejército la adrenalina fluye
cuando alguien te da un codazo y te señala la presencia en la sala del elefante o de los asistentes a la reunión de la
calle general Cabrera que oculta Milans.
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