La primera vez que aterricé
en el aeropuerto Galeao de Rio de Janeiro compré los diarios y entendí la
complejidad del país. Desde los excelentes “Jornal de Brasil” (Carioca) a “La Folha de Sao Paulo” (al sur)
todos se repartían dos noticias a cinco columnas: el lanzamiento del
“Brasilat”, primer satélite de comunicaciones brasilero, y la rebelión de los
indios Carajás que pintados de guerra y con arcos y flechas habían puesto en
alerta al Cuerpo de Ejército Amazónico. En el mismo día la Edad de Piedra y la
Era Espacial. Brasil es más que una nación unida por el futbol y el portugués
(y el portuñol): es un Continente en el que cuando en el norte es verano el sur
es inundado por el invierno. En el campo de futbol de Macapá cada equipo juega
un tiempo en el hemisferio norte y el otro en el sur, ya que el Ecuador divide
el estadio. No hay segregación de razas porque el único racismo es el del
dinero y un rubio nórdico se humilla ante un negro con reales, y hasta la
miseria está bien repartida entre los colores de la piel. 190 millones de
habitantes dan para una sociedad tolerante, con culto al cuerpo, y una altísima
tasa de asesinatos homófobos, pese a la “religión” de los carnavales. La clase
media no ha cuajado porque está en ascensor: sube y baja según la Economía y
los tanteos de los Gobiernos. Y los desheredados se buscan la vida por su
cuenta. En la playa de Copacabana (interclasicista) no puedes comer en un velador sin que te
rodeen silenciosos los menhinos de la rúa, con lo que pagas, les dejas la
comida y te vas con dolor de estomago. Los menhinos viven de pequeñas fechorías
y del menudeo de la maconha (la mejor marihuana del mundo), duermen en las
veredas y hay que ir saltando para no pisarlos hasta que periódicamente los
propietarios de establecimientos pagan a la Policía Militar para que los mate y
no incomodar a los turistas. Las favelas
cercan Rio de Janeiro, el esplendoroso Rio de Enero, como una tropa amenazante.
Un equipo de la Radiotelevisión francesa subió a Rocinha, la más poblada, y
jamás volvió a saberse de ellos. En la primera visita de los Reyes a Brasil el
gobernador carioca, Lionel Brizola, líder socialista, subió a los Monarcas al
morro de El Corocovado, en el que se yergue el inmenso Cristo que abraza la
ciudad, y les mostró el postal de acongojantes favelas disculpándose de no
ofrecerles una fiesta por carecer de dinero. Medió Chico Recarey, un gallego
dueño de la noche carioca, que habilitó el restaurante “Asa Branca” para un
ágape con espectáculo. Los hombres tenían el aspecto de lo que eran, con
extraños bultos en las sobaqueras, y uno de ellos se empeñó en sacar a bailar a
la Reina ante el espanto de los escoltas. La ciudad llena de matices en la que
se suicidó junto a su esposa Stephan
Zweig ante el desmayo nazi de Europa.
El país es fuertemente
católico apuntalado por el sincretismo. Se ofrendan flores a las aguas de las
que emerge la diosa Temanjá, trasunto de la Virgen, como conviven en armonía
las Iglesias y los terrenos de macumba. Dilma Vana Rousseff es tan entrecruzada
como el país que preside: hija de búlgaro y brasilera, clase media alta,
católica, juventud de marxismo-leninismo, terrorista, asaltabancos y revienta
comisarías, presa y torturada durante 21 días y, quizá por influencias
familiares y eclesiales, condenada por los militares a solo seis años,
rebajados a dos. Divorciada dos veces no se atreve con el aborto y el
matrimonio homosexual por sus buenas relaciones con la Conferencia de los
Obispos. Es tenida por una buena experta en economía aplicada. Hoy en el
Partido del Trabajo del mítico Lula da Silva podría mirar a los socialistas
españoles poco menos que como democratacristianos. No es populista, se sitúa a
la izquierda del Partido Comunista Brasilero y es Presidenta por el 56% de los
sufragios. De los que se manifiestan en Brasilia, Sao Paulo (record de bebés sin
cerebro por polución) o Río, se podrá aventurar cualquier cosa menos que tienen
algo que ver con nuestros indignados, 11-M, habitantes de la Puerta del Sol y
otros antisistema. Los brasileros en cólera incluso rechazan cambiar la
Constitución como ha ofrecido Dilma. La chispa es una corrupción de larga data
a izquierda y derecha y los gastos obligados por el campeonato de futbol del
próximo año y las Olimpiadas de 2016. Con un salario mínimo de 260 dólares US,
y una ayuda de 33 dólares para los extremados, el exceso deportivo sobre una
populación que da culto al cuerpo, parece motivo escaso. En la multiétnica
sociedad brasilera todo tiene varias lecturas: pueden estar saliendo a la calle
los multidivididos socialistas contrarios al “Lulismo” y hasta la derecha,
porque hay fuerzas en los dos lados que ven preocupante una reelección de Dilma
en octubre del 2014 o el regreso del propio Lula. Los dos Presidentes del PT
han realizado esfuerzos notables por los millones de desheredados con planes de
vivienda, educación, sanidad (importaron millares de médicos para zonas
rurales) y energía hasta para los favelados. La crisis financiera también les
infectó dañando principalmente a esa fluctuante clase media que hoy podría
estar en la pulpa de este carnaval adelantado. No parece tener sentido esta
bronca social motivada por un ticket de autobús escolar a poco más de un año de
las elecciones presidenciales. En cualquier caso estos brasileros nada tienen
que ver con nuestros Sánchez Gordillo, Ada Colau y demás niños mártires. Brasil
es la octava potencia industrial del mundo (el puesto que jaleaba España) y una
de las superpotencias emergentes junto a China, India, Rusia y México. Aunque
también los brasileros te dicen en confianza: “Brasil es el país del futuro, y
siempre lo será”.