En calidad de médico
consorte me invité a un congreso internacional de oncología en Berlín y la
organización tuvo la aviesa cortesía de incluirme en el “Lady program”
empotrándome en un autobús de gentiles damas dispuestas a arrasar las mejores
tiendas de ropa y complementos de la ciudad. Tras un tentempié en la romántica
Avenida de los tilos logré fugarme con
la sola salvaguardia del nombre de mi hotel para regresar en taxi y caminé sin
rumbo la vieja capital prusiana hasta adentrarme en el barrio turco, abigarrado
enjambre con televisión propia, en el que no se da la multiculturalidad que
aparenta sino la contracultura penetrada por la juventud berlinesa que hace allí
su particular movida de fin de semana donde conviven en fiesta musulmanes y
luteranos, ebrios y abstemios, moros y cristianos. Llamaron mi atención
otomanos con camisetas con el guarismo 2050 en color verde, y también observé
que las vendían en la Puerta de Brandemburgo. En el hotel me informaron:
“Estiman que para el 2050 la inmigración y su presión demográfica les permitirá
democráticamente incluir la shaira, la ley islámica, en las Constituciones
occidentales y para entonces Europa pasará a llamarse Eurabia. Ya tienen hasta
el nombre y quedan pocos años”. Me pareció una novela de Orwell pero entendí
mejor la resistencia de Alemania y Francia a la entrada de Turquía en la Unión
Europea. Cien millones de musulmanes mirándonos como un balneario templan el
ánimo.
Las pasadas insurrecciones
juveniles y raciales en las barriadas extremas de París, Londres y otras
ciudades británicas y los recientes atentados islamistas contra soldados inglés
y galo con servicios en países musulmanes tienen distintas lecturas y sabores
como una tarta de pisos. Las algaradas urbanas pueden ser interraciales o interreligiosas y antes que otra cosa son
explosiones de desarraigados, de jóvenes que no se sienten integrados ni en la
tercera generación y que deben su exclusión al fracaso de la las políticas
sociales. Pueden ser islamistas, coptos o maronitas aunque el wahabismo pasado de Egipto a Arabia,
la yhidá, el salafismo, las franquicias de Al Qaeda y todo el radicalismo
islamista son petróleo en llamas. Por algo a Londres ya la llaman Londostán.
Los lobos esteparios que vienen operando desde Boston son hijos de las madrassas
donde se aprende el Corán de memoria tras miles de recitaciones hipnóticas y
son la reserva del contexto cultural e histórico en el que el profeta Mahoma
dice haberlo recibido directamente de Alá. El Corán contiene suras estimables
como la prohibición del cerdo para evitar la triquinosis o las cinco
inclinaciones gimnasticas que desentumecen o las abluciones higiénicas, o hasta
la poligamia cuando ampara a mujeres desamparadas. Pero el Corán, además de una
religión monoteísta, es un Código Civil y Penal, intocable, que ha grapado a
sus creyentes en el siglo VII, chorrea sangre y trata a las mujeres como reses.
Pese al esplendor de los Omeyas y el Califato de Córdoba el islam está
atravesando su equivalente a la Edad Media europea, y de ese Medioevo solo ve
salida mediante la confrontación y su hegemonía. Nuestro anterior Presidente al
no tener ideas introducía en su túrmix ideologías disparatadas hasta lograr
vender a Naciones Unidas la periclitada Alianza de Civilizaciones con el
respaldo interesado de Turquía e Irán. Como todo trampantojo fue adquirido por
asesores analfabetos y así en su primer mandato el Presidente Obama en una
conferencia en la Universidad de Cairo citó a Al-Andalus como prenda de la
actual identidad musulmana. Ni Rodríguez Zapatero ni Obama (pese a su padrastro
musulmán) han leído el Corán u olvidan una de sus suras: “Allá de donde os
hayan echado volved y matadlos a todos”.
Y es que el Corán chorrea
sangre y venganza y por ello ha de ser conocido en Occidente. Para
hispanohablantes la mejor edición es la de “Aguilar” en versión literal e
integra, traducido directamente del árabe antiguo, del judío español Rafael
Cansinos Assens, tío de Margarita Cansino, más conocida por Rita Hayhworth.
Ningún ateo podrá negar que los Evangelios son un canto de tolerancia y contra
la violencia, pero el Corán no es un libro: es un arma. Aunque el rencor que
destila se haya concentrado en el demonio americano, su próxima Europa siempre
ha sido el sueño inalcanzable. Conquistaron Iberia y los godos les expulsaron;
Carlos Martel les detuvo en los pirineos; Vlad IV (el mito de Drácula) les
derrotó en Valaquia; y sitiaron infructuosamente Viena. Al levantar campamento
olvidaron sacos con café de Anatolia y en vez de la sharía nos descubrieron la
cafeína. Ahora el traidor Conde Don Julián es la inevitable y necesaria
emigración. A nadie se le puede
preguntar en la frontera si es fundamentalista y en la Europa cosmopolita
impera lo políticamente correcto y es anatema intelectual el racismo o la
xenofobia o la falta de respeto a religión alguna aunque haya devenido en una
secta apocalíptica. Pero la predicción de las sudaderas 2050 no es un
guiño ominoso que se deba desdeñar
cuando el islamismo es más móvil y prolífico que el cristianismo. En Ceuta y
Melilla ya no se sabe lo que somos. De matar a miles en las Torres Gemelas han
pasado a degollar soldados de uno en uno. Que las tropas tengan que patrullar
preventivamente los centros de Londres y París ya es suficiente anormalidad.
Tienen tiempo, Eurabia espera.
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