Desde los “Papeles del
Pentágono” a la corte marcial iniciada contra el soldado Bradley Manning en
Fort Leavenworth (Kansas) está en cuestión la licitud moral de publicar
material militar o diplomático clasificado como reservado para un Estado. La
primera confusión viene de la mano de considerar una suerte de periodismo los
millones de folios secretos que Julián Assage, Daniel Ellsberg, Hervé Falciani
y el propio Manning, han distribuido por red o papel. Eso no es periodismo. Los
periodistas no son los propietarios de la información pero están obligados a
evaluarla según intereses generales, evitar dañar a ciudadanos o entidades
colaterales, y, especialmente, explicar y poner en su contexto un maremoto de
datos que en ocasiones ponen en peligro la vida de agentes encubiertos en zonas
de guerra. Esta oleada de revelación de secretos informáticos es masivamente
apoyada en la red o por Amnistía Internacional pero no obsta para los
implicados estén sujetos a leyes estadounidenses en vigor. A veces para ser
leal hay que traicionar, aunque jurídicamente es un misterio irresuelto hasta
donde la recta conciencia exime el delito. Otra meditación obligada es hasta
qué punto los Gobiernos no mediando el
Estado de Guerra tienen patente de corso para mentir, ocultar información útil
para sus exclusivos intereses políticos o atropellar la inviolabilidad de las
comunicaciones civiles no sujetas a investigación judicial.
El precedente de este
espionaje a los espías en el ciberespacio fue una modesta fotocopiadora de
1967. Daniel Ellsberg era una cabeza de huevo de Harvard formado en análisis
económico y, sorprendentemente encontró
su primer trabajo en la Infantería de la Marina, a la que perteneces para
siempre, llegando a primer teniente bajo
el lema semper fidelis. Trabajando para la RAND fue subcontratado por el
Pentágono y le espeluzaron los análisis de Robert McNamara y Henry Kissinger
sobre la evolución negativa de la guerra en Vietnam y su expansión a Laos y
Camboya para yugular la Ruta Ho-Chi-Minh. Compró la reproductora y compiló
varios tomos repetidos. El primero para el New York Times cuya segunda entrega
fue prohibida por una orden judicial
pedida por la Casa Blanca de Nixon. En clandestinidad y cambiando de
Estado (con ayuda de personal del senador Edward Kennedy) fue enviando folios al
Washington Post, al Boston Globe, a los Ángeles Times y una decena de diarios
más que tenían que ir parando rotativas hasta que el Tribunal Supremo invocó la
Primera Enmienda que defiende la libertad de Prensa acabando con los secuestros
intermitentes de los Papeles de del Pentágono. Hoy Ellsberg, a sus 82 años, es
el patriarca de los fontaneros de desagües oficiales.
El australiano fundador de
WikiLeaks, Julian Assange, es un santo de la libre información o un sujeto dado
a otros intereses. Lleva un año refugiado en la Embajada ecuatoriana de Londres
como si Ecuador fuera una panacea en la circulación de noticias. Pero le
retiene algo sicalíptico: Suecia le reclama por la violación de una sueca y,
visto el caso se le extraditaría a Estados Unidos. La víctima del abuso declaró
ante el juez que la violaron mientras dormía y tuvo cuenta de ello al
despertarse. Telefonee a mi gran amiga sueca, Katie, preguntándole si se podía
violar a una vikinga durante el sueño, y me contestó que las suecas son unas
chicas muy raras. En cualquier caso Assange debe ser muy sigiloso en la cama.
Sin necesidad de mucho cine o literatura de espionaje es licita la sospecha de
que la CIA le colocó conejitas al australiano, hoy al albur de que cambie el
Gobierno en Quito o le doblegue la claustrofobia. No hay datos que relacionen
directamente al soldado de primera clase Bradley Manning (25) con Assange.
Bastó con que le pasara la información de Afganistán e Irak a WikiLeaks, aunque
se sospecha que le delató un bloguero sudamericano a cuenta de Washington. Si
no fusilaron al teniente Calley por la aldea de Mi Lay, no lo van a hacer con
Manning pero por alta traición le pende una cadena perpetua sin posibilidad de
revisión. Detraer material en bruto tiene inconvenientes: las tropas USA han
cometido errores y desmanes, pero también los restos del Ejército y la policía
iraquí y los mercenarios occidentales poco dados a respetar reglas de
enfrentamiento. Manning sirve un totum revolutum.
La teoría del dominó, las
explosiones por simpatía, han llegado quizá
a lo peor: Edward Snowden (29), ingeniero de sistemas en Hawái para la
CIA y la Agencia de Seguridad Nacional que ha limpiado la gran cañería de
escuchas telefónicas y por red organizadas en Estados Unidos por Bush Jr. y
prorrogadas paulatinamente por Obama y escondido en Hong Kong de las garras de
Washington o de una novia bailarina de barra. Cientos de millones de
intervenciones dentro y fuera de la nación con el visto bueno de los primos
británicos. El estadounidense es renuente incluso a que el Estado le obligue a
una cartilla sanitaria, y no soporta que hurguen su privacidad. Un publicista
le prestó a Obama el “Sí, se puede”, tan huero que ha sido importado por
nuestros indignados. Ahora le han hecho decir que no se puede conjugar un 100%
de seguridad con un 100% de privacidad. Otro lema sin contenido. No existe el
100% y entre el 3 y el 4 está el número pí. Son abstracciones como el cero
centígrado o el norte y el sur en la proyección geográfica de Mercator. La pregunta es cuanta intimidad obsequiará a
los Gobiernos la sociedad a cambio de que tasa de seguridad. Para Nietzsche hay
que vivir peligrosamente, y se añora aquel US Mail en el que insultarte por
carta era delito federal. Igual que los mejores físicos son treintañeros, los
grandes hackers andan por la veintena y son imprescindibles e imprevisibles. ¿Y
recordar que Internet fue un invento militar? La primera potencia del mundo
contra las redes.
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