Una inadvertida ceremonia
militar se celebraba en Brasilia cuatro días antes de la designación de
Tancredo Neves como sucesor del general Joáo Baptista Figueiredo, en la
presidencia de la República: el general de cuatro estrellas Newton de Oliveira
Cruz entregaba el comando castrense del Planalto (gobernador militar de la
capital federal) al general Mario Orlando Ribeiro Sampaio, un soldado mejor
preparado psicológicamente para someterse a la disciplina de un presidente
civil.
El general Newton de
Oliveira Cruz, un jefe del estilo de MacArthur -aguerrido y teatral-, se
despidió del Gobierno militar de Brasilia con una frase para la posteridad
("El Ejército es el gladiador que no vive de los aplausos en la
arena"), y pasó a ocupar su oscuro destino en la Vicejefatura de Personal
de las tropas de Tierra.Tan sólo cuatro meses atrás, durante, el septiembre negro de la transición política
brasileña, Newton Cruz, un Tejero distinguido, era el puño visible que
voltearía el tablero de la política brasileña. Ya había empleado con violencia
las medidas de emergencia decretadas por el Gobierno a cuenta de la aplicación
de una nueva ley de salarios, y durante la votación de laenmienda Dante de
Oliveira (la rechazada
elección presidencial directa) ocupó la capital federal deteniendo a políticos
y periodistas y pavoneándose en la plaza de los Tres Poderes pegando voces
contra el sufragio universal.
Cabeza de iceberg
Pero el general Newton Cruz
era algo más peligroso que un soldado escandaloso: la cabeza de iceberg de un chau-chau de jefes y oficiales con mando de
armas dispuestos a impedir por la fuerza el nombramiento de un civil de la oposición
como nuevo inquilino del palacio de Planalto, conspiración a la que no sería
ajeno -cuando menos por omisión- el propio ministro del Ejército, general
Walter Pires, ahora firme candidato a la Embajada brasileña en Lisboa.
Provocadores con banderas rojas
intoxicaban los mítines de la oposición, y millares de carteles caricaturizando
a Tancredo Neves como submarino comunista poblaron las paredes de la capital.
Tal estaban las cosas hace sólo cuatro meses, cuando la oficina política de
Neves elaboró el plan de fuga del candidato, al cual lo sacarían
subrepticiamente de Brasilia en automóvil hasta el kilómetro 40 de la carretera
a Unaí, donde en una recta de cinco kilómetros una avioneta lo iría
transportando por etapas hasta el sur del país. Los gobernadores de Paraná,
Minas Gerais, Sâo Paulo y Río de Janeiro sublevarían sus policías estatales y
los más especulativos preveían la proclamación del vicepresidente Aureliano
Chaves por parte de los gobernadores de la oposición y el ofrecimiento de la
cartera del Ejército al ex presidente general Ernesto Geisel.
La Armada constituía el
mejor seguro contra el golpe. Ya en 1981 el entonces ministro de Marina,
almirante Maximíano da Fonseca, antiguo convencido de que las fuerzas armadas
debían largar el lastre de su intervención política, elaboró un plan para
resistir en solitario un cuartelazo y lo guardó en el cofre del cuartel general
naval: establecía el bloqueo de los principales puertos del país durante 15 a
20 días, tiempo suficiente para amparar una protesta popular que desactivara el
golpe.
El hervor de la olla militar
se aplacó mediante dos soplidos: consultados por el Servicio Nacional de
Informaciones (SNI), ciclápea máquina de espionaje militar y civil, los
generales de cuatro estrellas y los de tres con mando en plaza se mostraron en
su mayor parte partidarios de no intervenir en la sucesión presidencial; y los
generales Leónídas Pires, Jorge de Sá Pinho y Adhelamar da Costa, jefes del
tercer y cuarto ejércitos y del comando de la Amazonia hicieron explícita su
oposición a interrumpir el proceso de transformación democrática. El ex
presidente Ernesto Geisel despidió con un abrazo a Tancredo Neves, con el que
finalmente y a desgana había accedido a conversar, y terminó de enfriar el
peligroso puchero.
Toda la clase política del
país, como ya lo estaba haciendo desde que las elecciones presidenciales
directas fueron rechazadas en abril del pasado año, continuó conjugando un
nuevo verbo: tancredar. Paulo Maluf, una especie de JR
brasileño, que tasó cada voto del colegio electoral en medio millón de dólares
(un total de no más de 300 millones; una miseria para comprar la presidencia
del Brasil), comenzó a tancredar, sugiriendo a Tancredo Neves que no
superaría el veto militar y ofreciéndole una alianza a cambio de sus votos en
el conglomerado opositor, Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDEV).
El viejo luchador
democrático, ex presidente del Congreso y presidente del PMDB, Ulysses
Guimarais tancredó buscando el apoyo de Neves para su
propia candidatura, hasta convencerse de que él sí sería vetado por los
uniformados. El vicepresidente de la República, Aureliano Chaves (que no se
habla, literalmente, con el presidente Figueiredo desde hace años); el ministro
del Interior, Andreazza, y el fundador y ex presidente del Partido Demócrata
Social (el partido del régimen militar) y actual vicepresidente electo junto a
Neves, José Sarney, tancredarontodos
buscando en el aparentemente inofensivo y apagado abuelo Tancredo Neves apoyos
para sus candidaturag.
Tancredo Neves, viejo
político provinciano, caudillo de Minas Gerais, católico practicante,
coleccionista de imágenes del santo de Asís, con un hermano en la curia
vaticana, apacible, sin haber hecho en su 74 años de vida otra cosa que
política, de habla cuidadosa, siempre en los bolsillos las llaves de sus tres
casas en Brasilia, Minas y Río, fanático de la conciliación ("la política
sólo se hace con los enemigos"), el más moderado opositor a la dictadura,
repartió buenas palabras a todos y a todos consoló.
Cuando la astucia o el
infantilismo del enrabietado y militarote Figueiredo fueron descabezando las
candidaturas del partido oficial en las personas -presentables- de Chaves,
Semay o Andreazza, para postular como presidente a un caballero como Maltif,
retrato de malo de película de la serie B, todos
volvieron a tancredar pero en sentido inverso. Quienes
primero procuraron su apoyo corrieron después a ofrecérselo, comenzando por sus
teóricos enemigos políticos del partido oficialista. El vicepresidente de la
dictadura y el ex presidente del partido del régimen fundaron el Frente del
Pártido Liberal, desgajándose del PDS, para apoyar a Tancredo Neves,
descomponiendo la mayoría parlamentaria del Gobierno; otro gajo del oficialismo
decidió no votar a EFE su candidato y hacerlo en blanco. Tancredo tancredaba a su vez con el ministro del Ejército
y con el general Gerardo de Araujo Braga, jefe del SNI, con quienes se reunió
varias veces en secreto.
El verbo tancredar, tan útil en esta difícil hora del
pueblo brasileño, puede tener múltiples conjugaciones: se conjuga con el
sentido de "abandono del buque a pique y abordaje del barco en
flotación"; se conjuga con el significado de elección de un hombre no por sus
cualidades, por más que las tenga, sino para evitar la elección de otros";
y se conjuga como "gran mudanza para mantener el status quo". Es verbo irregular.
Pero acaso su principal
declinación consista en el raro sentido político de un pueblo como el
brasileño, impelido a la violencia por sus contrastes, sus contradicciones, su
gran riqueza y su agobiante miseria, su multirracialidad y hasta su geografía,
y sin embargo tan mesurado, tan socialmente amable que produce generación tras
generación, e incluso por debajo de la asfixia de la dictadura, uno de los
planteles políticos y diplomáticos más profesionales y alambicados del mundo.
Pareciera que la moderación ante las grandes mudanzas políticas estuviera en su
historia. Se independizó de Portugal cuando en 1822 don Pedro, hijo del rey
portugués Joâo VI, se negó a regresar a Lisboa, con una sola frase: "Eu
sico acá" ("Yo me quedo"); cuando el mariscal Deodoro da Fonseca
proclamó pacíficamente la República en 1889, pensionó a don Pedro II y a su
familia. La tancredanza viene de lejos.