27/5/82

Adiós a Campamento (27-5-1982)

En la primera hora de la tarde del lunes, aún en los oídos el último y estentóreo "¡Despejen la Sala."' de un ujier, tras el "Visto para sentencia" del presidente en funciones de este Tribunal, esa especie de caraba del patio campamental se negaba a disolverse. Corrillos expectantes, paseantes solitarios, asoleamiento generalizado y satisfecho. Como si un nexo invisible hubiera terminado uniendo a esta grey heterogénea que se resiste a disolverse. Al día siguiente, periodistas, amas de casa, funcionarios, militares, estudiantes, habrán expIorado con precaución sus mesas de trabajo, sus despachos, sus libros, domesticidades, el tic-tac de la olvidada cotidianeidad, exhumando correo sin contestar, trabajos y lecturas largamente atrasadas, citas y compromisos envejecidos, problemas nimios y hasta el problema de siempre, el reencuentro con la cara ineludible de la vida.Los tres meses campamentales han aportado a la tropa de Campamento algunas perspectivas, todo lo mínimas que se quiera, sobre este juicio en particular y, en general, sobre la carrera de las armas y las tortuosas relaciones de los uniformados con el resto de sus conciudadanos. Valga como ejemplo: el lunes Tejero se aproxima a uno de los micrófonos de la Sala y con su entonación malagueña, adormilada, muy próxima a una rara tristeza insondable que nada tiene que ver con sus heridos sentimientos patrióticos y mucho con la incurable melancolía de los fanáticos, descalifica a los jefes del Ejército y les reputa de traidores y cobardes. Pese a ser coreado, su incidente procesal es pequeño e irrelevante. Acaso seamos -curiosamente- los denostados periodistas quienes le demos una relevancía de la que carece. Así, te preguntan: "Vaya rifirrafe el de ayer en Campamento". Pues no; menos de un minuto de salida de pata de banco y, en conciencia, ni una línea para la primera página. La primera vez que ves a Tejero te mueve a reflexión; a la segunda o tercera chulería te deja indiferente. Milans, en otro arco de este espectro, impresiona el primer día; el último conmueve.

Y así los tres meses de este juicio han transcurrido con más pena que gloria, bien es verdad, pero sin mayores sobresaltos. Esto en febrero parecía el paso entre Scilla y Caribdis y ha terminado como un paseo, militar, por supuesto. Fuera de Campamento hasta puede haberse albergado la errónea impresión de que los informadores allí acreditados hemos tenido que padecer algún tipo de violencia moral. Nada de nada. Nada que no pueda ser justificado por la nómina. Nada que no pueda ser soportado por el más pusilánime de los espíritus. Insultos y otras hostilidades fueron mínimos en Campamento, y hay que hacer honor a la verdad y admitir que defensores y familiares, mayoritariamente, trasegaron su amargo trago con dignidad y sin violencias. Y otrosí de los encausados (pese a los tres incidentes de este juicio); se cuenten como se cuenten las cosas, el caso es que se han sentado por tres meses ante un Tribunal y, excepción hecha de las anécdotas, han pasado por esa nada deshonrosa horca caudina.

Por una vez, tenía razón el Gobierno

Ya pasado el peor trecho de este tránsito habrá que reconocer que por una vez -y sin que sirva de precedente- tenía razón el Gobierno: lo importante era que el juicio se celebrara. Muchos de los encausados, junto con sus defensores, apostaron a la carta de que la sociedad civil carecía de arrestos y recursos morales para llevar este proceso adelante; creyeron firmemente que no habría juicio. Lo hubo, y largo, y aquellos esquemas quedaron trastocados. En este país, un teniente general y 31 jefes y oficiales del Ejército pueden calentar por tres meses un banquillo de acusados si pretenden vulnerar el orden constitucional. Eso era una hipótesis a principios de febrero y ya es un axioma.

Campamento, también, permite una aproximación personal y obviamente acientífica sobre la sociología militar. El Ejército español ni es golpista ni es fervoroso devoto de Juan Jacobo. Sencillamente está perplejo. En estos cinco años todos los ciudadanos hemos visto removidos nuestros horizontes ante los cambios políticos experimentados en el país. El oficial profesional ha salido de esa tolvanera como quien sale de un automóvil tras tres vueltas de campana y tiene la fortuna de resultar ileso: has visto la luneta cuartearse en cámara lenta, te invade la infinita paz que da la seguridad de que acabó tu estúpido peregrinar por el calendario, termina la agitación muscular, sales, te levantas, te palpas y te quedas estupefacto, siempre a medio camino entre el anonadamiento y la ira. Palpándose y estupefacto puede que esté nuestro Ejército ante un camino autonómico que no comprende, unas posibilidades socialistas que no ha estudiado, un terrorismo del que, a veces, se cree único recipiendario y ante una sensación, injusta a todas luces, de rechazo desde el fervor democrático.

Terreno abonado para un estadista. Este país tiene pendientes las asignaturas autonómicas y militares, y estas últimas son las más fáciles si se abordan con un mínimo de sentido común. Oliart ha sido debelado como buen ministro de Defensa porque en una ocasión pasó revista a la división acorazada desde su auto (caía un aguacero) o porque en sus noches toma un folio en blanco y cultiva la métrica. Pues por eso, y con todos sus errores, ha sido un buen ministro de militares. Culto y pausado, tras Rodríguez Sahagún, ha repartido paños calientes entre los resquicios de unas Fuerzas Armadas doloridas. Ha sido un conciliador dotado de la siempre aparente debilidad de los hombres fuertes: ha sentado en el banquillo a los de febrero y ha terminado el juicio. Quienes reclaman gestos azañistas -"Si usted tira la silla yo tiro la mesa"; a más de despachar con los generales manteniéndolos de pie- penetran en los pantanos de lo peor de Azaña, tan buen prosista, tan mal literato, tan excelente estadista y tan mal político.

Y lo que se advierte en el patio de Campamento es ese oficial medio, estupefacto, perfectamente rescatable para la dirección que ha tomado la sociedad civil; pero ni a puñetazos en la mesa ni a empujones. Por supuesto que se ven oficiales con panfletos en la mano y hasta generales que te sugieren un cambio en tus costumbres amatorias cuando no entienden lo que escribes, pero no pasan de ser extrapolaciones de un cuerpo común bastante sensato. El nuestro, en suma, no es un Ejército golpista; es un Ejército estupefacto a la espera de un objetivo profesional. Con soporte financiero para una "force de frappe" (la solución De Gaulle a la crisis de Argel) aquí no había más problema militar.

Tan largo proceso también ha puesto de relieve la vieja tensión entre soldados y periodistas. Vieja querella entre arpías de la misma camada. Unos y otros son de idéntica cuerda, madera, madre, carne de aventura, arranques imprevisibles, gestos heroicos, salidas imprevisibles. Se ignora por qué se llevan tan mal. Acaso Campamento, como campo de experimentación, haya servido para que ambas profesiones se conozcan mejor. Bien es cierto que: se parte de dos supuestos arterarriente falsos: un segmento del estamento castrense tiene a la Prensa por antimilitarista, y una parte de la profesión periodística tiene al Ejército poco menos que por enemigo natural del libre albedrío. Al margen del mutuo desconocimiento sólo se puede cosechar aquí la debelación por parte de los fascistas del derecho a las libertades informativas y el temor a Pinochet que todo ciudadano que se precie -periodista o no- alberga en su alma. Luego, mezclados en el patio de armas de Campamento, adviertes que las diferencias se diluyen y que periodistas y militares tienen más puntos en común que diferencias y que ambos procuran un bien superior.

Falsa cortina entre civiles y militares

Y esa falsa cortina entre civiles y militares se descorre cuando recapacitas en una sociedad, cierto que nada militarista, pero apasionada por los juegos de la guerra. Juan Benet o Sánchez Ferlosio podrían pasar horas discutiendo en qué ocasión fue cerrada con mayor acierto una de las tres "tes" navales de la historia: Jutlandia, Port Arthur o el estrecho filipino de Surigao. Y pena de que la fuerza naval argentina no abandone sus bases, por ver si en el estrecho de San Carlos se vuelve a dar la olvidada e improbable orden de formar línea de combate en la esperanza (casi de obseso ajedrecístico) de cerrar una vez más la "T". En suma: este es un país de aficionados militares que, lógicamente, mantiene relaciones de competencia absurda con los profesionales de la materia. Pero el caso es que unos y otros estimamos que nos odiamos cuando en el fondo nos parecemos demasiado.

El juicio también ha sido una representación y corolario de pasiones. Es incierto que los dipsómanos y los niños sean los mejores exponentes de la sinceridad, entendida como limpieza psicológica. Los más sinceros, por más que mientan, son los encausados. Milans (que hace carreras con la medalla militar prendida en el "chándal") sólo piensa en que su pena puede obligarle a vestir uniforme de soldado raso y prescindir del honor de tres ayudantes. Armada es una continua oración y un deseo patente de recluirse en su pazo de Galicia al calor protector de su familia (antes que un militar es un alma dolorida). Tejero ya lo dijo en el juicio: "Yo soy de los que creo que si se golpea esa pared con la cabeza acabará por ceder". Piensa ya en cómo abandonará su cautiverio y de qué manera urdirá su tercer golpe de mano contra este Estado. Un psicópata vestido de verde y querido por sus guardias. Cortina: el agente secreto que, como todos los agentes secretos por convicción, ama la autoinmolación ("Por encima de ti y de mí está España", le dice a su novia). Muñecas: esa mirada fría y contenida que no golpea en vano; como las horas sus palabras siempre hieren y la última mata. Un caballista que no pierde el tiempo. Pardo Zancada: la gran esperanza blanca de los golpistas, presentado como oficial casi mitológico ha resultado un ídolo de barro ordenancista, burócrata y contradictorio. Y así podría retratarse a los demás, incluido ese paisano que oculta tras la tienda de campaña de su chaqueta la conspiración civil no encausada en este juicio por la nunca agradecida prudencia de una democracia que sigue negándose no ya al ajuste de cuentas histórico, sino ni siquiera a una exacta justicia pormenorizada. Y además se quejan.

La verdad es que visto este juicio para su sentencia poco más que al principio sabemos sobre aquellos sucesos. Convencimientos morales (de los que tendrá que abusar el Tribunal para redactar los hechos probados), evidencias recabadas de la lógica de las cosas, deducciones traídas por los pelos del sentido común y un cúmulo de verdades a medias que enredan esta historia contada por un mentiroso antes que por un loco. La verdad del 23 de febrero tardará en saberse y no lo será por los libros que redacten sus protagonistas. Pero de las sentencias, ahora en sus vísperas, este país espera el final de la saga de los generales bonitos, la erradicación de los espadones y la remisión de los visionarios militares (o de cualquier otro oficio, que los hay) al juez de guardia.

El recinto campamental está siendo desguazado. Se retiran los camiones de Intendencia y se desmantelan los barracones de telefonía y transmisión gráfica. Se enrrollan las alambradas tendidas, se almacenan las vallas de "Línea de policía, no pasar" y se devuelven a Tierno Galván banquitos y plantones vegetales. Los círculos de Policía Nacional que alcanzaban hasta la plaza de España ("Aquí alguien podrá hacer una barbaridad, pero no se escapa", afirmaba su responsable) tomarán otros destinos. La seguridad interior de la Guardia Civil registrará otras pertenencias. "Herr" y "Negro", dignos de las páginas del hermano listo de Lawrence Durrel -Gerry- olisquearán otras esquinas en busca de la goma que mata. Es el siempre necesario desmoronamiento de la memoria y el arrumbe de las miradas, las horas, recelos, depresiones, euforias, amistades vanas, odios innecesarios, aciertos y fracasos, aguante y miserias de los días de Campamento.

19/5/82

Peste a bordo (19-5-1982)

La vista por los sucesos del 23-F quedó aplazada hasta el próximo lunes en la sesión de ayer que se prolongó durante una hora y media, tiempo en el que leyeron sus informes los letrados Hernández Griñó, defensor del teniente Santiago Vecino, tras la renuncia de éste a su anterior defensor, Alfredo Nieto, y Manuel Novalvos abogado del también teniente de la Guardiá Civil, Manuel Boza. Hernández Griñó insistió, a lo largo de su exposición, en los conceptos ya utilizados por el mismo letrado en su defensa del teniente Ramos Rueda, en el sentido de que su patrocinado no tenía ánimo delictivo al acudir al Congreso, por lo que pidió su libre absolución. El letrado Novalvos señaló, por su parte, que la única prueba que existe de que su defendido, Manuel Boza, agrediera al teniente general Gutiérrez Mellado durante al asalto al Congreso era que áquel aparece en segundo plano en una fotografía. Por lo demás, la sesión de ayer registró la ausencia de siete procesados en Campamento.

La tropa de Campamento comienza a parecerse peligrosamente a la tripulación conradiana de un velero desarbolado, sin gobernalle y a la merced de los señores de los vientos. Ayer hubo reyerta verbal y reto, y se detectó una epidemia de rubeola. Sólo nos falta el escorbuto para ganar plaza en las gacetillas marítimas como navío fantasma o en trance de darse por perdido, o enarbolador del gallardete amarillo de los buques infectados. La rubeola -peor que la amenaza de un par de bofetadas- sentó sus reales la pasada semana entre varios soldados de Campamento, ya hospitalizados, y, ayer algunas señoras comentaban preocupadas su reciente adquisición de infartos ganglionares, ronchas, sarpullidos, manchas extrañas sobre sus epidermis, propias de una amenaza infectocontagiosa. Lo dicho: la atmósfera mefítica, sólida, pesada y aplastante del buque fantasma perdido en el calmón de algún mar que no figura en las cartas de marear.La reyerta fue matinal y sin mayor importancia. Nieto Funcia (defensor del teniente de la Guardia Civil Santiago Vecino) accedió temprano a Campamento, en suMercedes de siempre y acompañado por un hijo y dos nuevos compañeros: la escolta policial que le han asignado desde la noche del lunes. El Tribunal y el jefe de la Relatoría del Ejército le informaron oficialmente de la renuncia de su defendido a sus servicios, firmó la aceptación y con la toga en su bolsa de damasco rojo enfiló tranquilo la puerta de salida. Pardo Gayoso, coronel y abogado, ayudante de la defensa de Tejero, falangista con añoranzas ácratas, ex-gobernador civil de Jaén, hombre inmenso que presume de puntería y de resolver las querellas a la usanza de los hombres machos, le tildó de cerdo. A más del reto físico final. Nieto Funcia se vió rodeado de periodistas -"Míralos como van a bailarle el agua"-, relajado y sonriente, cuando una señora casi le pasa por la cara un ejemplar de Diario 16 que insertaba en su primera página su fotografía y su caso. Nada. Vocerío de cubierta. Y el comentario de 1 abogado Nieto sobre la amabilidad del Tribunal y su excelente disposición hacia los tenientes de la Guardia Civil envueltos en esta causa.

Fue sustituido (se hizo una gestión sin éxito para que el abogado Manuel Novalvos se ocupara del informe) por el teniente de aviación y letrado Hernández Griñó, quien despachó la papeleta en diez minutos, con voz neutra y remifiéndose a lo dicho a cuenta de su propio defendido. La verdad es que no son precisos grandes esfuerzos procesales con los tenientes de la Guardia Civil. Está cantado que con la prisión preventiva ya cumplida y públicas las sentencias, se marchan a la calle.

Manuel Novalvos, el último informante del proceso (defensor del teniente de la Guardia Civil Boza Carrasco) es uno de los abogados típicos que han venido a esta causa a hacer Derecho. Jovial, protagonista como padre de un natalicio tardío entre la tripulación de Campamento, profesor de clases nocturnas en su Facultad, además no cobrará su minuta. Quiere la experiencia y el pasar por un juicio histórico. Allá él si, como otros de la misma línea profesional, archivan sus minutas en las carpetas del lucro cesante. Puede que sus defendidos carezcan de posibles, pero en la trastienda de la asonada de febrero hay dinero para pagar algo más que minutas millonarias. Tal como están las cosas es preferible que la financiación se drene hacia los profesionales de la toga.

Buena defensa, pulcramente trabajada, que obvia la menor politización, desdeña el manido estado de necesidad y se aferra al palo de mesana de estos alegatos en favor de los tenientes: que obedecían órdenes legítimas. O al menos de sus mandos legítimos. Aduce como eximentes la obediencia debida y el haber despuesto armas sin hacer uso de las mismas. En un celo profesional que le honra, pero que no deja de ser un exceso, pide para su defendido la aplicación del artículo 121 de la Constitución, para que se le reparen económicamente los daños y perjuicios sufridos por lo que tiene como "clarísimo error juidiciál". Como los demás tenientes, Boza Carrasco saldrá con bien de esta, pero conviene resistir tenazmente la tentación creciente en Campamento de repartir sobres, parabienes y medallas.

Hoy hace tres meses que bajo una inmisericorde manta de lluvia buscábamos por la carretera de Extrernadura la dudosa dirección del Servicio Geográfico del Ejército. El dato retrata la barbaridad política de procesos militares, tan dilatados. Un alto funcionario, agostado por el tormentón que estos días ahoga Madrid, apuntaba": ¿Pero os acordais que aquí vinimos con abrigo?".

La lentitud ha servido para todo. Esposas de procesados han redactado cartas personales, de mujer a mujer, a las esposas de los consejeros del Tribunal. En síntesis: "Mi querida amiga: como mujer perteneciente como tú a la familia militar te ruego te unas a mis oraciones para que tu marido sea capaz de dictar una sentencia justa en esta causa...". Los niños en los mismos colegios, pobladores de las mismas viviendas, compradores del mismo economato y farmacia militar... y con la solidaridad femenina trabajando en las intimidades para la noble causa. Habrá que sentirlo por los niveles de adrenalina de los oficiales generales consejeros que forman el Tribunal. Mueve a sorpresa que el capitán de este navío, metido casi a la fuerza en el camarote del "Gómez Ulla", recuperado ya de su úlcera "de siempre", haya pretendido volver al puente de esta embarcación. Muy probablemente los buenos oficios de Pedrol Rius, decano de la abogacía española, hayan convencido al teniente general Alvarez Rodríguez de que no retomara la presidencia efectivadel juicio.

¿Qué nos queda? El próximo lunes, al calor de los resultados electorales andaluces, dirá el fiscal si hace uso de su derecho de réplica. Si hace tal abre a las defensas la posibilidad de la dúplica y entraremos en otra derrota ininteresante y dilatoria. Presumiblemente renunciará a ese último turno o será muy breve. El caso es que aquí ya no hay más tela que cortar. Después se concederá la palabra a los justiciables por si tienen algo novedoso que aportar en su descargo. Tiembla el misterio. Muchos están a la máquina llenando folio tras folio. De voces, aplausos y gesticulación para la galería no nos libra el zozobrar final de la travesía. Luego el Tribunal tiene ocho días hábiles para dictar sentencia. Se reunirán donde decida Gómez de Salazar, presidente en funciones. Se les ha aconsejado, por razones de seguridad fisica e informativa, la reclusión en algún parador nacional. Y en los primeros días de junio los abogados defensores serán requeridos a la sede del Consejo Supremo de Justicia Militar para oir las sentencias. Al tiempo los periodistas serán citados -puede que en el propio Campamento- para dar publicidad a las mismas. Esta nave de locos, apestada, sin jarcias, agotada, entre miradas y palabras de jaque, pintará la cruz de su última marcación en su extraña y errática singladura.

18/5/82

Lecturas sobre la patria (18-5-1982)

La vista del juicio por el intento golpista del 23-F se reanudó ayer con la intervención de los defensores de tres tenientes de la Guardia Civil procesados. La sesión 46ª tuvo el denominador común de los letrados haciendo hincapié en la necesidad de que se aplique el llamado "pacto del capó", e insistiendo en la injusticia que se comete procesando a sus defendidos, los tenientes de la Guardia Civil, mientras los tenientes de la División Acorazada no fueron inculpados. Uno de los abogados defensores de los procesados, en su intervención de ayer ante el Tribunal, llegó a invocar como precedentes de ese pacto, las rendiciones de Bailén y Breda, para pedir la absolución de su patrocinado. Sin embargo la noticia del día en el Servicio Geográfico del Ejército no estuvo en la sala, sino en los pasillos, donde se daba por hecho que el abogado Alfredo Nieto, defensor del teniente de la Guardia Civil Santiago Vecino, no llegará a intervenir, al haber renunciado el procesado a su abogado defensor.

A este paso las sentencias pueden, con prudencia política, no sólo retrasarse hasta pasado el día de las Fuerzas Armadas (30 de mayo), sino hasta pasado el 18 de julio, si se empeñan el presidente en funciones de este Tribunal y el resto de las defensas. Ayer sólo intervinieron (con amplios descansos y cierre de las sesiones antes de la hora habitual) los letrados de tres tenientes de la Guardia Civil: Julio Ortiz (teniente Izquierdo), Salva Paradela (teniente Alvarez Fernández) y Hernández Griñó (tenierite Ramos Rueda). Vuelta a la tuerca de la obediencia debida y, por si no estuviéramos bastante cansados, insistencia en que, además, había que dar el golpe por estado de necesidad.

De estas defensas bifrontes resulta que, por una parte, cada defendido no ha hecho nada, por cuanto nada sabía, y se limitó, durante los hechos, a obedecer órdenes superiores; por la otra. zona defensiva, resulta que el procesado lo sabía todo e hizo muy bien en rebelarse, dada la postración en la que se encontraba la patria. Dos caminos que acaban cruzándose en la necesidad de otorgar una medalla a los ocupantes de este cómodo banquillo.

La noticia ayer no residió en los informes de los abogados citados, sino en la renuncia que el teniente Vecino (también de la Benemérita) ha hecho de su abogado Nieto Funcia, quien debería intervenir hoy. Es una cuestión menor, pero que revela los nervios finales de este proceso y la trama por la que patean algunas defensas. Nieto Funcia es un letrado mayor y de aspecto venerable, ligado antes de la guerra civil a la CEDA, ausente de las conspiraciones y compadreos legales del patio de Campamento. Notablemente silencioso en las fases anteriores del proceso, hubo división de opiniones sobre su figura: quienes le tenían por pacato, y quienes estimaban que la suya -por callada- era una de las más inteligentes defensas de la causa.

Nieto Funcia ha demostrado, finalmente, que su silencio procesal nada tenía de banalidad y sí mucho de intención; ha hecho una defensa tan átona como impecable, finalmente rechazada por su defendido (un teniente que, tal como están las cosas, poco tiene que perder; saldrá bien librado y conservando el uniforme) para mayor engordamiento de las defensas políticas. Rechazado Nieto Funcia, parece -hoy lo sabremos con certeza- que el teniente jurídico del Aire Hernández Griñó se encargará de su defensa. Imbuido del proceso como está, no será necesario un retraso procesal.

¿Qué ha pasado? Pues que al teniente Vecino le han tentado las brujas de Macbeth. No cabe otra explicación. Su letrado lleva su honradez profesional hasta el extremo de declarar que no había mostrado su alegato final a su defendido (harto improbable) y que lo había intercambiado con el de Pardo Zaldea, otro letrado de esta causa. El caso es que su alegato, profesional, serio, documentado, erudito, en la línea de la obediencia debida a Tejero (que es quien embarca a la mayoría de los guardias civiles) y de la nulidad en derecho y en historia de la pamema de la orden real y en le reconocimiento de que el asalto al Congreso fue un delito de rebelión militar, ha sido considerado como impresentable por su defendido, obviamente aconsejado por Adolfo de Miguel, jefe de filas de los abogados políticos.

Habrá que sentirlo por el teniente Vecino: su abogado, Nieto Funcia, le había preparado una defensa impecable, en la que no sólo solicitaba su absolución, sino hasta -y esto es un exceso del letrado- que su acción en el Congreso figurara en su hoja de servicios como mención honrosa. Pero el reconocimiento del delito de rebelión militar y la obediencia debida (que los demás han pastoreado hacia el Rey) dirigida hacia Tejero han hecho reaccionar al sindicato de las togas políticas, que han presionado al teniente Vecino para que cambie de defensor. Hoy veremos lo que ocurre. Nieto Funcia acudirá puntualmente a las diez, dispuesto a atender a su cliente y al Tribunak A lo. que no accede -y ello le honra- es a leer su alegato con las correcciones y las tachaduras que pretenden imponerle no ya su defendido, sino algunos compañeros de la barra de defensores.

Por lo demás, ayer fue el día de los defensores truculentos: en más de dos meses nos han anodadado con interrogatorios, voces y tonos casi de ultratumba. Julio Ortiz insiste en la orden que su defendido acata del Rey, agravio comparativo a cuenta del pacto del capó y suposición de que todos los españoles son iguales ante la ley, menos los guardias civiles (el presidente le llama al orden). Y alusiones sobre el porvenir del honor militar, tras la resolución de lo que denominó timo del capó. En verdad, auténtico timo, que aún se nos pretende endosar. Como si aquel papel mojado, firmado por jefes y oficiales hoy encausados, con el único propósito de acabar con bien la pesadilla de Tejero y bajo la amenaza de las armas, pudiera tener algún valor. Se aduce que tal papela tiene un valor moral y que se recaba del honor militar. Demasiados rangos del espíritu para soldados perdidos que mancillaron su uniforme, a la vista de sus conciudadanos y de las cámaras de televisión.

Salva Paradela empezó con la historia de que su defendido fue a cumplir un servicio de protección al Rey, supuestamente amenazado en aquella sesión de investidura (a la que ni asistía ni tenía por qué asistir) como lo había sido en la Casa de Juntas de Guernica. Este letrado parte del supuesto de que su defendido es tonto. Tras tan tremendo esfuerzo intelectual, el letrado nos hizo recapacitar sobre la tremenda campaña de calumnias levantada contra los caballeros del tricornio, sin precedentes desde que el Duque de Ahumada fundara la Guardia Civil. Sus propios compadres de defensa escapaban aburridos de la sala. Uno, y de los más significados, comentaba: "En esta vida se puede ser todo, menos pesado". Pues eso.

Hernández Griñó es el teniente de complemento, jovencísimo, inmaculado, que pretende ser más militar que nadie y nos obsequia con unos taconazos casi explosivos. Debe desconocer que el Ejército de la República Federa. de Alemania han obligado a los jurídicos militares a usar tacones de goma para rebajar militarismo. Hubiera hecho lo que su defendido si aquel día se lo ordenan. No cabe duda. Que no hay dolo y que, por tanto, no existe delito. Y una reflexión intelectual que le retrata: "Ha habido muchas Constituciones en España, pero algunas de ellas han quedado en meros libros, en mera letra impresa. Hay algo mucho más importante que los libros, que es la patria. S¡ alguien dijo que detrás de la democracia sólo hay barbarie, yo diría que detrás de la patria no hay nada". Detrás de la patria (incluso por delante, por arriba y por debajo) existen millones de universos individuales y colectivos, escritos o no, superiores al horizonte mental de quien cifra la exacta medida de la dignidad humana en la buena cadencia de sus taconazos. Ninguna patria está más allá de la Biblia, La Divina Comedia o El Quijote.

El teniente Griñó prosiguió abundando en el desmoronamiento de la patria cuando el presidente de la Sala le llamó la atención Un paisano, de entre el público gritó: "¡Cómo que no procede...!" El letrado pidió disculpas y el presidente obvió la grosería procesal de quien se creía en una feria. Por lo demás, las rendiciones de Breda y Bailén, traídas a cuento del pacto del capó como precedentes. Mala cosa. Los que se rindieron en Bailén (de las dos rendiciones, la más próxima en la historia) acabaron pudriéndose en la isla de Cabrera, infamante y primer campo de concentración de las guerras modernas).

Hoy puede terminar esta fase del proceso. Lo que se espera es que el fiscal. pida unos días de reflexión, que probablemente no use para su réplica, lo que impediría la dúplica de las defensas. En cualquier caso, más retrasos en este juicio inacabable para evitar que las sentencias se hagan públicas en la inminente semana de las Fuerzas Armadas.

¿De que color es el elefante blanco de Santiago?.- Algunos ciudadanos manifiestan su protesta legítima y razonada ante la detección por parte del cronista de un proboscídeo sin identificar. Es una de las verdades ocultas de Campamento y uno de los chistes del patio de armas elucidado en la cabecera de esta addenda. Se aduce lo siguiente: si existen pruebas, es obligación del periodista revelar al propietario de la trompa; en caso contrario, hay que callarse. La historia y hasta la vida del cronista es más complicada y ofrece caminos intermedios.

El Elefante ha barritado en el juicio y no se puede decir más. Otros asistentes a la conspiración que Milans presidió en el piso madrileño de su ayudante están en la Sala. Existen sobre ello confidencias de quien las puede hacer y convicciones drenadas desde la moral y desde la lógica. Nadie puede ser tan torpe como para estimar que las responsabilidades del 23 de febrero se acaban en las dos cortas filas de sillas de acusados. Y hete aquí, en la hora de las críticas banales al periodismo español, la peor de sus grietas: ante la medrosidad del Gobierno y de eso que podríamos denominar como clase dirigente, no nos hemos atrevido los periodistas a rebuscar en la otra cara de la luna del golpe.

Pero elefante hay. Callarlo es doloroso cuando casi está en las coplas de ciego. Dar su nombre es cambiar la silleta de periodista por el banco de acusado. Mal trueque, teniendo en cuenta que el Elefante era un Naguib, desprestigiado, a manejar y a durar muy pocos meses al frente de esta pesadilla. Un nombre que apenas entraría en nuestra historia. Más interesante es el hecho de que los escoltas de los consejeros togados de este juicio han recibido la orden de continuar su servicio hasta tres meses después de dictadas las sentencias. Por si termina de barritar el proboscídeo.

13/5/82

"Yo no fui" (13-5-1982)

La sesión del juicio de Campamento de ayer, que era la número 45, transcurrió con cuatro intervenciones: las de los abogados defensores de los capitanes Gómez Iglesias, Alvarez-Arenas, Ignacio Román y Pascual Gálvez. El defensor del capitán Ignacio Román, Pedro Liñán, dijo que "lo ocurrido el día 23 de febrero de 1981 no se diferencia en nada de los servicios que habitualmente presta la Guardia Civil". El presidente del Tribunal suspendió la vista del juicio de Campamento hasta el próximo lunes, 17 de mayo.

Algo más de media tarde; un comandante cruza esa especie de puerta de caballos que da acceso y salida a la Sala de Justicia, huyendo del proceso. Da unos pasos torpes hasta que se reconforta con el sol tibio, se le advierte demudado. No ha escuchado nada excepcional -más bien lo contrario-; pero tiene sobre su uniforme una lluvia de horas, días ya incontables, metros de calendario en semanas, casi tres meses de escucha obsesiva sobre un mismo asunto, del que ningún matiz nuevo viene a sacarnos a todos de la neurósis fijativa. Es un hombre con estudios civiles, equilibrado, sereno, receptivo a las opiniones ajenas, siempre moderado en su expresión exterior. Se le desencaja el rictus del pliegue de los labios que siempre delata el voluntarísmo, la ira, la condescendencia, la satisfacción, el enojo... Ayer el pliegue, como un heliógrafo, transmitía un "... no puedo más." significativo, común denominador de los forzados de esta causa. Cuando una acumulación de fonemas, transmisores de conceptos intelectuales, golpetean un tímpano en la misma onda, una vez, dos veces, tres veces, cientos de veces, se alcanza una inevítable línea de ruptura mental en la que tanto te da que te digan que el teniente general Miláns del Bosch sacó los tanques a la calle ante la falta de democracia y de libertades que advertía en el Estado de las Autonomías, que escuchar al capitán Muñecas aducir que ante la violación de los derechos humanos y las garantías jurídicas en España se vió impelido a ayudar a Tejero a tomar el Congreso. Uno de los juristas que asisten a este debate interminable comentaba ayer: "Algunos abogados parecen cómicos de la legua. Llegan a un pueblo, se les olvida el texto, sueltan una morcilla y al darse cuenta de que el público no conoce el texto original siguen hinchando lamorcilla. Y, encima, hasta les aplauden más." Estado de necesidad, obediencia debida, necesidad de salvar a la Patria, ignorancia de lo que se hacía, mucha ausencia de dolo, lealtad al Rey, ignorancia de lo que ordenó el Rey, ordenanzas, revuelto de trigueros, conceptos, suposiciones, omisiones, lealtades o deslealtades según el gusto, mahonesa de que había que salvar a la patria o vinagreta de que se trataba de un servicio más. Todavía quedan comandantes en nuestro Ejército que salen de la Sala con el estómago en la boca.La Sala medio vacía (Tejero, como Carrés, se ha apuntado al paro procesal); periodistas, familiares, observadores y abogados entran y salen como poseídos de una extraña fiebre itinerante. Los letrados intervinientes facilitan fotocopias de sus alegatos para leer en la intendencia. Amarrados al duro banco, dos periodistas trabajan como negros su brillante anonimato manteniendo informativamente a flote este proceso ("Europa Press y Efe"), facilitando y apoyando el trabajo de todos. Un guardia civil de paisano, destinado aquí y sin otro trabajo conocido que el de correveidile, huelga su sobresueldo haciendo fotocopias para intoxicar a sus compañeros que visten el uniforme y carecen de gabelas.

Ayer tomaron la palabra los letrados Esquivel (de Gómez Iglesias), Gómez García (de Alvarez Arenas), Pedro Linán (de Ignacio Román), Muñoz Perea y Dueñas Gavilán -este último defensor militar- (de Pascual, Gálvez). Todos capitanes de la Guardia Civil o la División Acorazada. Cabe una frase para cada defensa. Esquivel ha sido brillante con su defendido; uná de las peores defensas a lidiar en esta causa. El capitán Gómez Iglesias (que sigue relaciando, y acaso haga muy bien, crucigramas como si no tuviera otra cosa que hacer en esta vida) pertenecía, como el comandante Cortina, al CESID. Ninguno de los dos ha sido amparado por su Cuerpo, y es de comprender. Sobre estos dos hombres siempre ronronea la sospecha de que pudieran entrar en el golpe para conocerlo, parirlo, activarlo, pudrirlo, desvirtuairlo... Nunca se sabrá. Sea como fuere, les ha pasado por encima destituyendo sus carreras.Gómez García ampara al capitán de la Acorazada Alvárez-Arenas (el hombre que tenía que tomar EL PAIS). No más que un muchacho imbuído de malos sueños. Joven de expresión aniñada y siempre encantador en cuanto se le alivie de la dura responsabilidad de tener mando de tropas y de armas. Será un buen ciudadano en la vida civil.

Liñán defiende al único encausado que, por lo bajo de la pena que se le solicita, ya está en libertad provisional: el capitán de la Guardia Civil Ignacio Román. Ha sido una defensa tan fácil como bien llevada. Este hombre desobedece a Aramburu (teniente general y director de la Guardia Civil) y tiene el descaro, después, de aducir en su descargo de haber creído que el teniente general actuaba anticonstitucionalmente. Pero obra en su favor algo obvio: cuando Aramburu le ordena constituirse en arresto, obedece y se va, no se resiste. Este demócrata estará en breve poniéndonos a todos multas de tráfico.

Muñoz Perea, yerno de Blas Piñar, defensor de quienes antes que remitir una carta al director de EL PAIS estiman más decente poner en el correo un paquete explosivo que mate y mutile indiscrimidamente a los trabajadores de un periódico, tenía que hacer su salida de pata de banco al defender al capitán (también de la Acorazada) Pascual Gálvez:"...del Alzamiento nació el Régimen del 18 de julio, que entronizó a nuestro actual Rey don Juan Carlos I, que antes, en el tiempo y en el fondo, de ser Rey constitucional es por origen y por voluntario juramento, como Príncipe y como Rey, el Rey del 18 de julio."

Su codefensor, el general Dueñas Gavilán, se sumó al alegato del teniente general Cabeza Calahorra y, en un afán desmedido por engordar el estado de necesidad, sumó a los muertos por el terrorismo los veintitantos fallecidos un incendio forestal de Tarragona. No debieron llegarle a tiempo las estadísticas sobre suicidios y los muertos en accidentes de tráfico.

Montañas de palabras dichas con énfasis dolorido ante el Tribunal y desmentidas a los cinco mi nutos, mientras se reciben los abrazos falsos de felicitación en el carromato del patio -"Pues por supuesto que el míoestaba por el golpe". Hete aquí nuevamente el viejo tinglado de la antigua farsa. Crispín nos hace a todos el guiño benaventino de que, a la postre, arrieros y españoles somos, y en la picaresca y en el afán indebido hay una plazoleta de reunión todavía, acogedora. ¿El país real? ¿El heroicismo de quien se levanta a las seis de la mañana para rebatiñar unas perras?.... ¿Pero, eso, ¿qué es ... ?.

7/5/82

Nervios y traslados (7-5-1982)

La 41ª sesión de la vista del juicio por el intento del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 puso fin ayer a las sesiones del proceso por esta semana, ya que hoy, viernes, el Consejo Supremo de Justicia Militar despachará otros asuntos. En la mañana de ayer terminó el abogado García Villalonga la defensa del comandante del CESID José Luis Cortina. El letrado negó todos los hechos que se imputan a su defendido en relación con el 23-F. Después, el abogado Dimas Sanz hizo su informe sobre el capitán Francisco Acera y el teniente Jesús Alonso, y a continuación el letrado José Zugasti defendió al capitán de la División Acorazada Juan Batista, acusado de ocupar la emisora de radio La Voz de Madrid, si bien el letrado consideró que su cliente sólo fue a informarse. Finalmente, el capitán Miguel Caballero defendió al también capitán Juan Pérez de la Lastra. Todos los abogados pidieron la absolución de sus defendidos. La vista se reanudará el lunes próximo.

Terminaron su turno cuatro defensores: García Villalonga (defensor del comandante Cortina, que empezó el miércoles su alegato), Dimas Sanz López (defensor del capitán Acera y del teniente Alonso), José Zugasti (del capitán Batista) y el capitán y abogado Caballero ,que patrocina al tambien capitán Pérez de la Lastra). Todos han mantenido la tesis de que sus clientes no han participado de ningún delito de rebelión militar y, en consecuencia, han solicitado para sus defendidos la libre absolución. Jornada gris aliviada tan sólo por la limpieza jurídica de Dimas Sanz, que realizó otra impecable defensa de abogado, ateniéndose a los hechos y olvidándose del guirigay político en torno a este proceso.Día plano -entramos en una zona procesal que no ofrece mayores expectativas- y curiosamente ácido, innecesariamente crispado. En la hora del almuerzo los enseres del comandante Cortina y del capitan Gómez Iglesias fueron trasladados a las dependencias en las que, desde hace días, se aloja en solitario el general Armada. Ambos oficiales no deseaban el traslado, pero ante la violencia verbal de sus compañeros de prisión, y ante la posibilidad de que fuera necesario colocar a la policía militar a la puerta de sus habitaciones, han terminado por aceptar la orden de traslado. Las vejaciones e insultos desde los integrantes delgrupo de Milans hacia el mínimo grupo de Armada han sido tan constantes y crecientes en los últimos días que han aconsejado la mudanza.

Es, evidentemente, el peor momento procesal. Nada importante puede ya salir procesalmente a colación; pero el ambiente, la sensación de lo que pueda resultar, no sopla favorable para la línea de mando de los justiciables de Campamento. Los nervios por ello se desatan y cualquier pretexto es válido para poner los pies en pared. La colación del mediodía se le indigestó a este cronista en el patio de armas de Campamento. Dos caballeros (un general y un abogado) esperaban mi llegada con ánimo de amparo, conciliación y buena voluntad. Algunas personas habían estimado que una alusión mía a la Laureada del general Orozco podría ser peyorativa. Se han molestado hasta en molestar al fiscal por esta historia banal de ejercicio de lectura. Repitámoslo: la Laureada y los galoncillos por heridas que luce el teniente general Orozco realzan sus palabras, sean buenas o sean malas. Y ahí se queda todo. No sólo no se pretende aquí restarle honor o redaños al poseedor de tan preciada condecoración (que premia el valor, que carece más que ninguna otra de significado político) sino que se coloca sobre una peana moral a quien la luce. Anécdota menor, por más que molesta (escuchar a un general pronosticarte desastres de inversión sexual no es agradable) y que debe quedar aquí y en la ininteresante confesión personal de que quien esto firma luciría con orgullo una Laureada a la que mis inclinaciones personales, probablemente, jamás me harán optar. Dejémoslo así.

Villalonga, en un tono más plano que en su intervención anterior, negó las pretendidas entrevistas del comandante Cortina con Tejero. Aludió a la denegación -Iógica- de ciertas pruebas testificales en razón de la ocupación de su defendido (estaba trabajando sobre los dos espías soviéticos que acabamos de expulsar del país) y se apoyó nuevamente en la mejor tesis de su defensa: es el ministerio público quien debe probar la culpabilidad con hechos probados y fehacientes. Y la realidad es que en Campamento, fuera de la palabra de otro inculpado, nada se ha escuchado contra este comandante de la inteligencia militar española. No faltará quien tenga la convicción moral de que es culpable y estuvo implicado en el golpe de febrero; pero será difícil probárselo judicialmente. Y Villalonga terminó deparándonos un número final: acabó su alegato, recogió sus folios y paseó por el patio luciendo un bombín típico de la City londinense. Tal como andan los ánimos en Campamento y el nivel de flotación de la armada argentina, el alarde de elegancia británica (entre oficiales y familiares proclives a lo bonaerense) ha estado de más.

Dimas Sanz ha resultado refrescante. Se ha trabajado la minuta. Profesional, constitucional, respetuoso para con todos, se ha ceñido al Derecho y cuando ha tenido por preciso hacer referencias a palabras del Rey lo ha hecho con corrección en el fondo y la forma.

Zugasti fue todo lo contrario. Pese a resultar del todo fácil la defensa del capitán Batista (el Garcilaso que toma una emisora de radio en Madrid aduciendo amistad con uno de sus directivos) su letrado ejerció un alegato excesivamente enérgico y mal terminado: "Hago mía la frase pronunciada por el teniente coronel Tejero de que algún día 'me gustaría saber lo que pasó aquel 23 de febrero', porque pese a los grandes es fuerzos realizados, de esta causa saldrá sólo lo suLperficial, lo relativo, pero no lo absoluto.

El capitán Caballero se aferró a la cuerda del estado de necesidad (desmembración de la patria, hipotética desmilitarización de la Guardia Civil, etcétera) para acabar recogiendo el cabo de la obediencia debida, particularmente estrecha en la Benemérita.

Nada novedoso en esta jornada de nervos extraprocesales. Acaso que Villalonga ha traído a colación posibilidades de enajenación mental por parte de algún encausado, y que otros letrados preparan intervenciones a base de citas de psiquiatras. No es mala defensa. Para terminar de armar esta historia hay que correr en procura de las enseñanzas de la escuela de Viena.

6/5/82

El cabo de la cuerda (6-5-1982)

En la 41ª sesión de la vista del juicio por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero terminó la defensa del teniente coronel Tejero, a cargo de su abogado, Angel López Montero, y su codefensor militar, teniente general Juan José de Orozco. Ambos pidieron la libre absolución de su defendido, y López Montero afirmó que el vídeo de televisión grabado durante el asalto al Congreso carecer de valor jurídico. Después hicieron sus informes el letrado Pedro Martín Fernández y general Juan Vallespín, defensor y codefensor del teniente, coronel Pedro Mas, ayudante del general Milans. El general Vallespín hizo un fuerte ataque a la Prensa, y sostuvo, refiriéndose a la publicidad de los hechos, que no todo lo que se ve y se oye es cierto. En la última parte comenzó la defensa del comandante del CESID José Luis Coirtina, a cargo del abogado García Villalonga.

Raoul Salan y Mac Arthur pueblan los sueños de algunos defensores civiles y militares en Campamento. El primero, el general más condecorado (y más derrotado) del Ejército francés, en posesión de la rara y estimada habilidad de perder las guerras seis meses después de abandonar el mando, cabeza visible de la sublevación militar argelina contra De Gaulle; el segundo, genial estratega del Pacífico durante la segunda guerra mundial y después como virrey del Japón, y muy probablemente el militar estadounidense que más se aproximó -si acaso no la llegó a cruzar- a la raya de la desobediencia al poder civil. Este es el santoral castrense (el extranjero) de Campamento. Varias veces fueron ayer citadas sus frases y sus actos por los abogados defensores.López Montero puso fin en la mañana a un desordenado y caco fónico alegato sobre su defendido, teniente coronel Tejero. Insistió en el mandato regio y en el axioma de que para poder mandar hay que saber obedecer. Abundó en la tesis de que su defendido era un mero teniente coronel operativo, un mero receptor de órdenes, el cumplidor de un servicio más de los que suele prestar la Guardia Civil, consistente en este caso en la retención, nada más que la retención, de los señores diputados hasta la llegada de El Elefante. Y trajo a colación al César americano :"Nosotros obedecemos siempre, pero si este país ha de sobrevivir-será gracias a un puñado de soldados". Ni siquiera es una cita spengleriana. Mac Arthur antes que soldado era un director de escena con proclividades literarias. Durante la segunda Guerra Mundial un periodista desinformado preguntó a Eisenhower si conocía al otro genaralísimo del Pacífico. Contestó: "Sí, estudié cinco años con él arte dramático" (por ese período había sido su ayudante). Al menos Cabeza Calahorra se tomó la molestia y la elegancia de anonadar a la Sala con citas clásicas.

Continuó el letrado con un interminable diseño jurídico de la figura del estado de necesidad. Para terminar leyendo un resumen de lo que las defensas políticas procuraban desde el comienzo (prueba repetidamente denegada por tenerla como innecesaria): desde la muerte de Franco acá estadísticas de robos, atracos, violencias contra las personas, evasión de divisas, paro real y encubierto, atentados terroristas contra los individuos y los bienes, procedimientos vistos en las Magistraturas de Trabajo, pesqueros apresados, camiones quemados allende las fronteras,..., el horror de los horrores; olvidó la reciente sequía y a la RENFE, que ha tenido un año malo. Hasta el más lerdo entenderá que todos los males que soporta esta sociedad desde finales de 1.975 se deben a las libertades parlamentarias instauradas en el país.

Por lo demás, citas repetidas del honorable Tarradellas sobre los malos pasos en los que anda la. patria, ataques a Euskadi ("España no puede capitular ante los vascos", palabras de Sánchez Albornoz) y una ringlera de extrapolaciones sobre discursos de generales vivos y con mando, frases condenatorias del terrorismo, sacadas de contexto y destinadas a impresionar a los oficiales generales que se sientan en este Tribunal ("¡Escuchad lo que piensan vuestros conmilitones!"). Alguna cita más de Salan -que nunca se ha visto en otra- y la traca final con voz tronante y quebrada por la emoción: "Por encargo expreso (te mi defendido, teniente coronel Tejero, quiero pedir al Tribunal que si se acepta en sus exactos términos el pacto del capó, se cumpla con rigor el orden de su redacción y se considere a Tejero como el único responsable respecto a los hombres que condujo hasta el Congreso".

Tomó la palabra el tenienre general Orozco, defensor militar de Tejero. Tenido por vehemente, y -lo peor- luciendo en la pechera una iridiscente Cruz Laureada de San Fernando y en la manga derecha toda una escalera interirninable de galoncillos por heridas en campaña. Tampoco estuvo mal. Acaso un poco truculento cuando recordó el amor de Tejero por sus guardias, de quienes sabía de la esposa enferma o del hijo por venir. Trajo a colación la anécdota, cierta, que retrata a Tejero: ante el cadáver destrozado por una explosión de un guardia a sus órdenes, se inclina sobre el féretro, besa la cara del asesinado y retira sus labios tintos en sangre "de mártir". Otros testigos, oficiales de la Guardia Civil, dan fe de escenas como ésta, que llegaban a revolverles el estómago.

Más citas de Mac Arthur: "Ejercemos antes la lealtad a los que ostentan transitoriamente el mando político que a la patria y a nuestra Constitución". Y escarbamiento en el énfasis que los golpistas y Tejero en particular pusieron en que la toma del Congreso (o cordial retención de los diputados) fuera incruenta. El general Orozco ha llegado hasta conmovernos recordándonos que cuando Tejero se ve obligado -ante la posibilidad de que los padres de la patria hicieran alguna barbaridad- a ordenar disparar en el hemiciclo, lo hizo con displacer. La Sala entendió que Tejero, entonces, no experimentó signos externos de satisfacción física cuando le dio al gatillo. Siempre es un atenuante. De cuándo Tejero, al parpadear las luces del Congreso, manda traer luces de fortuna y coloca guardias de puertas en la sala de sesiones con la orden de disparar al cuerpo si se sienten rozados, ya nadie se acuerda.

Intervino a continuación el letrado Martín Fernández (que ya intervino en la defensa del general Sanjurjo), amable vejete con tirolés y descapotable. Levantó las risas de la Sala. Tremendos elogios previos al Tribunal. Experto en consejos de guerra, se le notan las tablas y la fragilidad de la memoria: "Aquellos consejos de guerra (por los franquistas) merecieron el respeto del mundo entero y hasta los periódicos rusos se hacían lenguas de ellos". "Los partidos y la Prensa están, pidiendo prudencia a este Tribunal ¿Por qué? Este Tribunal no necesita tales consejos". "Se ha cambiado la denominación de la patria por la del país, con lo que los patriotas ahora serán sólo paisanos"."Calvo Sotelo ha continuado la labor iniciada el 23 de Febrero, por cuanto estos caballeros ahora juzgados se adelantaron a la acción posterior del Gobierno". "¿Qué observan aquí los observadores de los partidos" (es llamado al orden por el presidente en funciones). Alegorías sobre camiones de harina que arrollan cortejos fúnebres, lamentos sobre la muerte de Franco, con la que comienzan las desgracias de la nación, y alusiones a la nave de la patria que se hunde. Risas y bromas (siempre de agradecer) sobre este titular del bufete madrileño que más dinero ha ganado defendiendo a izas, rabizas y colipoterras injustamente perseguidas por la moralina del régimen anterior. Este letrado, que al menos cae simpático, se ignora como justificará su minuta ante el teniente coronel Pedro Mas, su defendido. Este tenía una no mala defensa: como ayudante de Milans hacía lo que le mandaban en un cargo que exige particular devoción y discrección para con el que manda. Pues lo ha hecho polvo.

El general Vallespín, codefensor de Mas, arrasó contra los pretendidos abusos (le la libertad de expresión. La intervención más de salida de pata de banco escuchada en esta Sala por un militar. "Si viviéramos en la Edad Media ya se escucharía a los carpinteros construir el cadalso". "La democracia de la que se han apoderado los medios informativos, que hablan de golpe militar en Polonia para dejar bien a los comunistas y seguir su campaña contra los militares, contra los generales y en definitiva contra los que hoy están sentados en el banquillo". Todo de este tenor. Algunos oficiales, con toda discreción, dejaron la Sala y expresaron su malhumor (esto desune al país y al Ejército) en el patio de armas del Servicio Geográfico.

Rogelio Villalonga, defensor del comandante Cortina (el jefe de la inteligencia militar que supuestamente contacta al general Armada con Tejero) cerró la jornada con una intervención descabalada que acaso pueda hoy enmendar (continua). Ayer deambulaba por Campamento alicaído, por cuanto cumplía aniversario la muerte de un hijo de corta edad. Su defensa es la más fácil. Hasta el más lego sabe que en Campamento nada ha sido probado contra el comandante Corfina, excepción hecha de la inculpación de otro encausado (Tejero), lo que según jurisprudencia carece de valor jurídico. Una defensa plana, suave, de tono menor, era lo adecuado. Pues no; contradiciéndose a sí mismo -recordó acertadamente que es el fiscal quien tiene que probar la culpa y no el abogado la inocencia- se ha metido en un terreno de minas descriptivo del piso de su patrocinado (para demostrar que Tejero miente) o inculpatorio para quienes atacan a su cliente: "Quien tiene dinero para comprar autobuses, ¿no lo va tener para adquirir unos radioteléfonos?". Hoy nos dará la clave de su defensa. Ayer hemos tenido los coletazos, en ocasiones rabiosos, de unos abogados que parecen serlo más del golpe que de los golpistas, que centraron todo su interés en que el juicio no se llegara a celebrar y que viéndolo ya en sus postrimerías se saben en el cabo de la cuerda. Esto se acaba, y cuando no hay más cuerda hay que saber caer.

5/5/82

Los episodios nacionales (5-5-1982)

La sesión de ayer de la vista del juicio por el intento de golpe de Estado del 23-F, 40ª de las celebradas, fue ocupada en su mayor parte por el defensor de Tejero, Angel López Montero, quien hizo numerosas citas históricas de situaciones en que dirigentes españoles, incluidos reyes, han dado autogolpes de Estado. El abogado explicó los hechos del 23-F de forma similar a lo narrado por el fiscal, aunque haciendo aparecer siempre a su defendido como ejecutor material de una parte -el asalto al Congreso- de una operación que se realizaba por decisión del Rey, transmitida en secreto a través del general Armada, que la mandaba junto con Milans. En la primera parte de la sesión se realizó la defensa del coronel Manchado, jefe del Parque madrileño de Automovilismo de la Guardia Civil. La sesión continuará hoy, con el informe de López Montero.

Las sesiones del proceso se reparten de la siguiente forma: comienzan ajas diez de la mañana y terminan, habitualmente, a las seis de ,la tarde (algunos días se producen prolongaciones horarias). En la mañana siempre hay un receso al filo de las doce, de unos quince minutos. Después dos horas, de dos a cuatro, para almorzar, y, ya de cuatro en adelante, hasta las seis sin interrupción. Pues ayer, por vez primera en más de dos meses de juicio, este presidente africano que se olvida de los días de descanso y despacha otros asuntos del Consejo a las siete de la mañana para no parar la marcha de Campamento, poco más allá de las cinco ordeno diez minutos de descanso. Buena parte de la mañana y toda la tarde estaba siendo consumida por Angel López Montero, defensor del teniente coronel Tejero, acumulador de expedientes en su Colegio de Abogados, botarate, perillán, dicen que camorrista y, por lo escuchado ayer, historiador aficionado: una luz de la jurisprudencia y, en cualquier caso, un espíritu superior y refinado. Besteiro le habría tenido por discípulo muy querido.En línea con su alteza de miras no pidió la venia a la Sala, sino a España. Este muchacho sólo informa para la patria y la posteridad. Con sombrerazos para casi todos (Tribunal, familias de encausados, familia militar, ... ) dió comienzo a una pieza oratoria mentalmente mortal de necesidad. Periodistas y familiares repetían en la Sala los ejercicios de ruptura de sueño del general Odre Wingate en Birmania para poder seguir avanzando por la selvática floresta argumental de este letrado. Escapadas generalizadas al patio exterior en procura de cafés y desafiando los elementos (ventolera que arriaba las carpas de los carromatos de intendencia, llovizna, friolencia) para poder soportar la inclemencia de este martillo de demócratas. Lo dicho; hasta un presidente cuya última madurez se curtió en la dureza de Saguia el Hemra y Río de Oro (Sahara español) ordenó diez minutos de descanso extraordinarios para soportar a este abogado que quiere entrar en la Historia con rictus de Bogart de guardarropía.

Comenzó con un exordio interminable sobre el ferviente amor a España de su defendido, su patriotismo, su respeto a los valores tradicionales, para abocar en la imagen de amistad perdurable que le unirá a Tejero. Citando a Unamuno ("Callar a veces es mentir") se remitió al Tribunal de la Historia y nos arrastró la Historia hasta la Sala de este Tribunal. Julio Merino, periodista del carromato del golpe, director de va y ven de El Heraldo Español, se supone que le ha facilitado esta primera parte de su defensa, interminable enumeración de la historia de las asonadas en España de las que este periodista es aprovechado historiador.

Entrado en tal jardín López Montero buscó un golpe de efecto tan fácil como incorrecto y lamentable. Hablaba de un general que se presentó ante el Rey y le adujo que el Consejo de Ministros no tenía mejor destino que el de ser arrojado por la ventana. Estupefacción generalizada ante aquellas revelaciones de palacio. Gómez de Salazar, presidente en funciones, parpadeaba incrédulo ante lo escuchado, hasta que reaccionó:

-Lo que usted está afirmando son hipótesis.

-Esto es una página de la Historia de España y le fue dicho a Su Majestad Alfonso XIII en 1923.

-Bien, pero usted nos ha confundido a todos.

Argucias de colegio con las que se pretende dignificar una toga.

Y a continuación Los episodios nacionales. López Montero nos ilustró sobre el golpismo en este país casi desde don Favila y el oso hasta nuestros días. No perdonó nombre de general sublevado, nominación de regimiento en armas contra sus leyes, conspiraciones palaciegas contraconstitucionales, anécdotas rendicionales entre generales enfrentados, Daoíz y Velarde, la gesta en general del 1808, la interminable historia militar de este país de desenvainar el sable y esconder la mano, componendas, pactos entre generales ("Hoy por tí mañana por mí"), los antepasados levantiscos de Milans, las maldades abominables de Fernando VII, experto en darse golpes de Estado a sí mismo y para su mejor provecho y mejor garrote para sus enemigos.

Toda la nómina de espadones del XIX español fue puesta como ejemplo de como las constituciones son en este país papel mojado ante el ruido de los sables o ante el capricho de algunos monarcas de la Casa de Borbón. Este nuevo Galdós -redivivo en Campamento- sólo ha podido dar comienzo a su defensa (continuará hoy, acaso con auténticas argumentaciones jurídicas) con el propósito de pretender demostrar que la Historia es una larga traición o una infinita concatenación de infidelidades. Particularmente de los reyes hacia sus más dilectos súbditos. Particular entendimiento de la Historia que retrata al letrado y al cliente que permite tal defensa. Pero su erudición histórica con templa una laguna, quizá intencionada: la de Montes de Oca, nombre de un marino romántico, secretamente enamorado de la reina María Cristina y título de uno de los episodios de Pérez Galdós. Se sublevó y fue derrotado y preso. No tuvo otra preocupación final que la de discutir con su confesor si el mandar su propio piquete de fusilamiento implicaría caer en el suicidio. Porque fue digno en su desgracia figura en los anales. Otros, con ayuda, no se están ganando la misma estimación.

La jornada se inició con la defensa que del coronel Manchado hizo el teniente general Chamorro, uno de los co-defensores militares. No ha sido de los peores entre sus iguales. Prácticamente (al margen de lo ya sabido) se limitó a aducir que Manchado no ocupó el Congreso y que, posteriormente, tras las órdenes del teniente general Aramburu, de presentarse ante el hotel Palace y rendir cuentas de la actuación allí de hombres suyos, nada pudo hacer al impedirle el tráfico llegar a tiempo. Es una vieja historia, de este juicio, que mueve a la sonrisa. El letrado López Silva (su defensor civil) prosiguió en la misma línea embarullando su intervención con circunloquios mareantes sobre el convencimiento que Manchado debía tener del mandato real en función del convencimiento que a su vez teñía Tejero del mismo, La misma historia estomagante: "Me dijeron que decían que lo mandaba el Rey..." No merece la pena continuar.

Por lo demás reflexiones envenenadas campean por Campamento. Esta historia se prolonga al menos dos semanas más. Alguien aduce que este Gobierno prefiere llegar a las elecciones andaluzas con el proceso abierto para trabajarse el empleo comunitario del voto del temor. Otros estiman que el Tribunal se está endureciendo en favor de la más absoluta de sus independencias: que aquí no hay "penas únicas" que valgan fuera de las sanciones que dictamine esta Corte, probablemente con sorpresas para los espectadores políticos y judiciales. En tanto se teme alguna retirada por parte de un letrado -si lo manda De Miguel- y, por supuesto, cualquier salida de pata de banco de un justiciable en sus alegaciones finales. A Miláns le han llamado al orden para que deje en paz al general Armada, y al Servicio Geográfico Militar llegan cartas procedentes de Venezuela, dirigidas a todos los defensores, e inculpando al Rey y hablando de traición hacia estos mártires.

4/5/82

Vamos a contar mentiras (4-5-1982)

En la 39ª sesión de la vista oral por los hechos del 23 de febrero, concluyó su intervención el letrado Adolfo de Miguel, defensor del capitán de navío Camilo Menéndez, del comandante Ricardo Pardo Zancada y del único civil procesado, Juan García Carrés. Adolfo de Miguel pidió al tribunal que ejerciera la iniciativa de proponer al Gobierno unas penas más reducidas de las que corresponderían en estricta aplicación de la ley. Actuó también ante el tribunal el abogado del coronel San Martín, José María Labernia. Asimismo, informaron los defensores militares del comandante Pardo y del coronel San Martín, generales Carlos Alvarado y Jaime Farré, respectivamente. Este último se dirigió al procesado general Armala, para pedirle que ratificara una supuesta afirmación anterior, y fué reconvenido por el presidente. La vista continuará hoy.

"Todo general sumergido en la lectura del diario El Alcázar experimenta un impulso golpista hacia arriba inversamente proporcional al tiempo que le resta para pasar a la situación B". Esta traslación del principio de Arquímedes a la psicoterapia militar se debe a la reflexión de un general cuyo nombre no hace al caso, y, tal como están las cosas, más vale así. Pero tal hubiera sido la más exacta exculpación de sus defendidos (dado que han vuelto a atacar por "la cabeza") por parte de unos abogados empeñados en seguir disparando salvas por elevación.Ayer intervinieron Adolfo de Miguel (Camilo Menéndez, Pardo Zancada y García Carrés), el general de división Alvarado (defensor militar de Pardo) y los defensores civil y militar del coronel San Martín, José María Labernia y general de brigada Jaime Farré. Clima emponzoñado, calor de nube que obliga a mantener abiertos los cuatro portalones de la Sala y apagadas las luces que penden del techo. Abogados y consejeros se abanican con expedientes. Algún letrado extraviado te reconoce fuera de la Sala, tras denodados esfuerzos forenses por demostrar la inocencia de su cliente y la culpabilidad de más altas instancias: "¡Pues por supuesto que mi defendido estaba en el golpe!; ¡y yo!". El Elefante se asolea aburrido en la atardecida mientras Labernia esparce culpabilidades que arropen a San Martín. Cada cual tiene aquí su esqueleto en el armario y sólo lo muestra cínicamente en privado ante la corrección del periodista amordazado por la confidencia. El general Armada, acaso fortalecido por su nueva soledad, recupera su capacidad de contestación a las provocaciones; otro de los encausados le espeta en el pasillo que conduce desde la Sala hasta las habitaciones: "¿Por qué no asumes tu responsabiliad?". Y replica rápido: "Eso díselo a Milans, que tiene más galones".

De Miguel acabó de depararnos (comenzó el viernes) una defensa perversa y bien construida. De Miguel responde a la obsesión stevensoniana de la doble personalidad: aspecto y voz de viejecito bonachón, casi de abuelete, hasta que recabas en la agilidad de su musculatura, las posibilidades de su sobaquera y el tono jaque que le caracteriza. Hace unos días tropezó con uno de los obenques que sujetan las carpas de los carromatos de intendencia de Campamento: giró sobre sí mismo cuando todos esperábamos una fractura, cayó sobre un hombro, terminó la voltereta, se incorporó recogiendo la inercia y prosiguió su camino sin volver la vista atrás. Es un cinturón negro de judo disfrazado de anciano picarón.

Ayer nos explicó que los redactores democráticos de la Constitución habían elaborado una Carta Magna cesarista en la que, se leyera como se leyera, el Rey terminaba por tener en sus manos las últimas riendas del Ejército. Que, Constitución en mano, el Rey mandaba y manda cuando todo se tuerce, y que los generales que el día de autos se mantuvieron leales a la Constitución sólo lo hicieron por obediencia al Rey, que si éste les hubiera impartido órdenes anticonstitucionales las hubieran acatado de igual grado. Poderío militar de la Corona que quiere resaltar para convencernos de que ante la voluntad del Rey (tal como está redactada nuestra Ley de Leyes) no hay quien se oponga ("Poder militar omnímodo del Monarca", "Poder fáctico de la Corona"), y que el 23 de febrero todos los militares obedecieron al Rey: unos sublevándose en la creencia de unas órdenes reales y otros permaneciendo leales en el entendimiento de otras órdenes del Monarca. "El Rey tiene algo más que una mera magistratura de influencia ( ... ) No puede disolver el Parlamento, pero sí dirigir a las Fuerzas Armadas contra el mismo".

Puede que sean precisos los rasgos coriáceos de este ex-magistrado (luz y recuerdo de las sentencias franquistas) para formular tales argumentos de exculpación jurídica. A mayor abundamiento, De Miguel es el jefe de filas de una defensa política que marcha del brazo de quienes, precisamente, buscan un mayor protagonismo del Rey, a costa de violentar la Constitución. Por debajo de la puerta pasan documentos anónimos propiciando el cesarismo; ante la opinión pública lo develan y lo traen a colación en favor de los rebeldes que procuraban el cesarismo para sí. Leve alusión a la jurisprudencia de Nuremberg: "Tiene más de vae victis que de norma jurídica a seguir", y gran explayamiento sobre dos patas de una inestable banqueta: estado de necesidad y obediencia debida. Bien: o lo uno o lo otro. Arriscado resulta estimar que estos uniformados se levantaron siguiendo órdenes legítimas; duro de creer que lo hicieran, violentando por necesidad y para un bien mayor, normas superiores; pero adjudicarles ambos eximentes a la vez parece excesivo, si es que no resulta contradictorio.

De Miguel -como los que le han seguido en la defensa- se apoya en el general Juste (entonces jefe de la Acorazada), para, arrastrándole por rastrojos, justificar a los suyos. "¿Por qué no está procesado Juste y sus inferiores sí?" "En aquella noche de prueba, nadie mandaba nada, nadie prohibía nada, y quien aconsejaba algo no se ocupaba de comprobar si sus consejos eran atendidos o no". No cabe mayor simplificación interesada y artera. A continuación particulariza su defensa a tres bandas:

Camilo Menéndez.- Nos leyó una carta de la madre de Tejero a este capitán de Navío, en la que afirma: "...le quiero infinitamente...", por lo que aquella noche hizo por su "...hijo de mi alma". Y el argumento definitivo: este hombre no hubiera acudido al Congreso de saber que la intentona había triunfado. Es esta una tesis defensiva curiosísima, en virtud de la cual cuando una asonada está dudosa o tiende al fracaso, sumarse a ella es motivo exculpatorio. La próxima (si prospera este criterio) cuanto peor se realice más adeptos va a tener, dado lo barato judicialmente de sumarse a los golpes de Estado que fracasan. Algo de este porte también se aduce a cuenta de Pardo Zancada, que metió una columna de la Acorazada en el Congreso al ver que fracasaba el cuartelazo. Si aquella noche siguen entrando en el Congreso víctimas propiciatorias, amigos del alma del teniente coronel Tejero, paladines del honor y de las causas perdidas, hoy en vez de asistir al juicio de Campamento estaríamos viendo -desde el césped- los juicios del Bernabeu.

Pardo Zancada.- Un acto más de servicio a su patria y a su Rey (¡el único soldado español que el 23 de febrero se niega a obedecer una orden directa del Rey!). "Y si Dios llega a conservarme el hijo varón que perdí en su primera infancia -aduce De Miguel- hubiera querido que fuera como él, aunque tuviera que visitarle en la cárcel".

Carrés.- No sabía nada de lo planeado. Viene así a realzar la perplejidad del fiscal: Carrés aparece por toda la historia del golpe de febrero, desde el comienzo conspiratorio hasta el desenlace; no existe momento clave en el que no haga presencia este benefactor de los trabajadores españoles (tal como lo tilda su abogado).

Y el padrino de la defensa política acaba su exposición recordando la posibilidad de un indulto (aunque él pide la libre absolución para todos) dada la personalidad de los implicados. Y coloca un remache en esta causa que, después, martilleará el general Farré: en el proceso se contrapean dos grupos de justiciables -por Milans y los suyos, que engloban a su vez a los humildes, y la tripleta Armada-Cortina-Ibáñez Inglés-; pues pese al impertinente proceso paralelo y el salvaje toque de arrebato dirigido hacia los unos para hundir a los demás, alude al "patético" requerimiento de Pardo Zancada al Tribunal y al general Armada (una carta) para que si el 23 de febrero no fue una misión regia, que se diga, que alguien lo diga, que hasta el último momento se espera en esta causa una reacción, un rayo de luz que ilumine la verdad. El general Armada permaneció impasible ante esta descarada petición de que se levante y diga que mintió. Horas después, con idéntica pasividad, recibió el mismo recado público, del general Farré.

El caso es que nada ha podido probársele a Armada hasta las once de la noche del 23 de febrero, y, de ahí en adelante (su ofrecimiento como jefe del Gobierno) puede ampararse en un auténtico estado de necesidad: la de liberar al Congreso secuestrado. Sus mayores inculpaciones -como las de Cortina- provienen de otros encausados; judicialmente, dibujos en el agua.

Labernia se tomó la molestia de volver a destrozar a la Prensa -es inútil, la costumbre acoraza- y prosiguió el desguace sobre la figura del general Juste (felicitado por. el Rey en tanto su segundo se encuentra procesado), a más de volver a anonadamos con los males de España (incluidos los ataques a la Legión) antes del 23 de febrero. El general Farré, defensor militar de San Martín, dió al menos una imagen nueva entre los soldados que se sientan tras los letrados. Ha intentado hacer una defensa de verdad, quizá inmiscuyéndose en el papel del letrado civil. Y también ha arremetido con ferocidad contra el general Juste, que para los encausados de la Acorazada, es como ese orificio dental hacia el que siempre vuelve la lengua: una obsesión y una tapadera. ¿Y qué -cabría preguntarse- si el general Juste se sentara mañana en el banquillo? De él para abajo las responsabilidades contadas serían las mismas.

El general Farré (que es más inteligente que sus predecesores en el rango judicial) ha clavado en esta causa una interrogante mendaz pero hábil: ¿Se están sentando en el banquillo la disciplina y la obediencia?. Obviamente que no, antes lo contrario. La habilidad del general Farré reside en el temor y hasta en la dificultad de que en las futuras sentencias no se establezca alguna jurisprudencia que desmorone aquellas categorías morales. Al final de su pieza este oficial general se ha ido por las ramas. Recuerda que si el general Juste, desde el ya para siempre malhadado parador nacional de Santa María de la Huerta, llama a Quintana, capitán General de Madrid, ahora San Martín no estaría procesado. Es verdad. Tras las investigaciones oportunas sobre su comportamiento anterior como jefe del Estado Mayor de la Acorazada habría cesado en su mando y, en el mejor de los casos, se encontraría ahora empantanado en un destino burocrático y sin salida. El general Farré ha recordado a esta Sala que su defendido en tres meses (desde el día de autos) hubiera llegado a general de brigada y en un año a divisionario, con expectativas de acceder a la mayor graduación militar. Si se permite la especulación sobre conductas contingentes, ahí reside la clave del dudoso comportamiento de este coronel. Tiene conocimiento anticipado de un golpe en el que no confía -él lo montaría mejor- pero a medio camino de Zaragoza suministra una punta de información a su general, para poder regresar a Madrid y no quedarse fuera del cuartelazo si este se produce y triunfa. A la postre, el general y su segundo, tal para cual; dubitativos y jugando a dos barajas y perdiendo siempre. Y el país, debajo.

1/5/82

El salario del miedo (11-5-1982)

La sesión de ayer en Campamento, 43ª de la vista, fue breve, ya que terminó una hora antes de lo previsto. Periodistas, políticos y observadores dieron, con su escasa asistencia, prueba de que el interés de la vista oral del juicio por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero del año pasado ha ido bajando. Intervinieron los letrados Pardos Aldea y Sanz Arribas, defensores de los capitanes Lázaro Corthay -el primero de ellos- y Enrique Bobis y José Cid Fortea, para cada uno de los cuales el ministerio público pide cinco años de prisión. Los letrados insistieron en la eximente de obediencia debida en sus patrocinados y expresaron su opinión de que éstos no cometieron delito de rebelión militar alguno.

Nunca se dieron prisas en Campamento. El nuevo procedimiento jurídico-militar ofrece -y lo está demostrando- amplias garantías de defensa y exposición de motivos. Pero lo de ayer ya fue un equivalente de la Home fleet reduciendo su marcha rumbo a las Malvinas: lentitud estomagante. Sólo intervinieron dos letrados, Pardo Aldea (un comandante de la Guardia Civil que defiende a su cuñado, ca pitán del mismo cuerpo, Lázaro Corthay -le piden cinco años-) y Sanz Arribas (que defiende a los capitanes Cid Fortea, de la Acorazada, y Enrique Bobis, de la Guardia Civil -cinco años a cada uno-); a las doce de la mañana, un receso inexplicado de casi tres cuartos de hora; a la una y media, suspensión hasta las cuatro -media hora más de lo habitual-; y a las cinco y media -treinta minutos antes de lo habitual-, suspensión de la vista hasta hoy.Vacaciones intermitentes, galvana, pereza, asolamiento no deseado ante una invasión de pólenes aún menos codiciados en el patio campamental, discusión sobre la variedad de helicópteros que nos vigilan (ayer una pareja de Huey Cobra del Ejército, otro blanco y panzudo no identificado, otro más, Bell, de burbuja, de la Guardia Civil) y una sensación tan cierta como la premonición de los malos acontecimientos de que se pretende prolongar esta historia hasta que la sentencia se pueda hacer pública pasado el 30 de este mes.

A lo que parece, casi todos aquí se retardan, aterrados ante la mera posibilidad de que la publicación de las sentencias venga siquiera a rozar el domingo 30, día de las Fuerzas Armadas, acto presidido por el Rey en Zaragoza y con unas tropas mandadas por el capitán general de la región, teniente general Caruana, el hombre que toma, por orden de Milans, el Gobierno Civil de Valencia durante una noche y que después, por lo oído en Campamento, no se atreve a destituir de su mando a Milans, pese a las órdenes al respecto recibidas del Jefe del Ejército, teniente general Gabeiras.

Hay que amparar a Caruana -parece ser la consigna-, no vaya a ser que aparezca en algún considerando de esta sentencia y nos dé el día; o que la mera comunicación al país de la sentencia dé lugar o pie a desconsideraciones hacia las Fuerzas Armadas. ¡Qué tonterías! ¡Qué asunción increíble de los propósitos de los propios golpistas: que se identifique el 23 de febrero con las Fuerzas Armadas!

Caruana ha quedado en esta película como un general sin grandes conocimientos de lo que ocurría aquella noche y que, cuando le instruyeron desde más altas instancias sobre lo que pasaba, se plegó al mando e intentó una misión imposible: arrestar al gallo de su capitán general. Para qué nos vamos a engañar: si lo intenta con mayor énfasis le pegan un tiro. Bastante hizo con revelarle a Milans el objetivo de la visita que le hacía. Y el resto de las Fuerzas Armadas, ¿qué tienen que ver con esta extrapolación tan escasamente gallarda que nos vemos obligados a contemplar día a día en Campamento?

Pues debe de tener mucha, a tenor de los vientos que soplan en el extraño patio de armas. Muy probablemente, un Gobierno que tiene miedo a la clase militar y a sus reacciones posteriores a su propia justicia. No han entendido nada; ni siquiera el aforismo castrense de que hay que empezar, en asuntos complejos, por tenerle miedo al miedo. En 1.939 la consigna dio buenos resultados a unos pocos pilotos de la Royal Air Force. Hoy, tal no sirve para los señaleros de la UCD. Bien podría decirse, parafraseando a Churchill, que "nunca tan pocos hicieron menos por tantos". Otra vez será y otros seremos los que, sin complejos, aplaudamos al Ejército en Zaragoza. Ya llegará -todo llega en esta vida- el gran Maura de la derecha española, privado de miedos y acoquinamientos de uniforme.

Las dos defensas anteriormente enunciadas fueron correctas. Mejor dicho: excelentes, a tenor de algunos precedentes escuchados. Algún día habrá que escribir de los letrados que en esta causa no han hecho otra cosa -en ocasiones violentando sus convicciones íntimas- que defender a unos clientes a costa de arrostrar el sambenito de vestir la toga golpista. Al menos, los letrados Pardo Aldea y Sanz Arribas nos han aliviado de la tortura intelectual de considerar a los diputados secuestrados aquella larga noche como meros retenidos. Otros compañeros de toga recibieron el siguiente comentario de quien podía permitírselo: "Estamos inventando un delito nuevo: hurto de uso de diputados". Coges un automóvil por menos de veinticuatro horas y sólo es hurto de uso (la pena se rebaja considerablemente); haces lo mismo con el Congreso y por ahí, por ahí. Hay abogados para todo.

Como esto continúe tan lento habrá ciudadanos de pyo que lo sientan por la Guardia Civil. El 14 de junio comienza en la Audiencia Provincial de Almería otro proceso asaz complicado por la muerte (digamos que, como menos, rara) de tres jóvenes que antes de morir habían pasado por las manos de la Benémerita. Pues mucho de esta Institución decimonónica y anticuada estamos escuchando en Campamento. ¡Ay del juicio de Almería si algunas de las sofiamnas que en defensa de los guardias civiles se escuchan en Campamento se repiten desde la acusación en el sur! La obediencia debida, que para el guardia civil es más sagrada que para nadie; el hecho de que la Guardia Civil debe operar, en muchas ocasiones, al margen de sus mandos náturales; la realidad de que la Guardia Civil, por estar diseminada por toda la geografía rural española, lejos de quienes la dirigen, ha de tener un sentido de la obediencia prácticamente irracional. De El crimen de Cuenca a los sucesos de Almería, pasando por el tropel de guardias civiles que primero asaltan el Congreso detrás del primer jefe que les convoca (no natural) y que acaban abandonándolo por una ventana y de mala manera. Para qué nos vamos a engañar. Es la tragedia de un cuerpo obsoleto, que cumplió su tarea en una España rural, bandolerista, encerrado en casas-cuartel y mirando a los caminos poblados de arrebatacapas.

Sólo ha recibido una inyección de modernidad: la Agrupación de Tráfico. Se les quitó hasta el bicornio (¿A qué esa manía de denominar tricornioa un sombrero de dos picos?), se les dotó de helicópteros, medios de comunicación mecánica por carretera, una ftínción clara a cumplir: atender a los automovilistas. Y la Guardia Civil -de Tráfico- merece cumplidamente todos los parabienes. ¿A qué viene esa sorda manta de tercermundismo que procura la pareja, el mauser pesando en el hombro, la casa-cuartel aislante y endogámica, la ronda por las afueras, la desesperación del aislamiento rural, para procurar que estos hombres continúen con responsabilidad militar? ¿Acaso lo que se quiere es que el Ejército de este país tenga bajo su responsabifidad el tráfico de las carreteras, la vigilancia de las maletas en las aduanas y la de las costas, para que no penetre más contrabando de drogas o tabaco o de alcohol (si cabe la distinción)?

En el juicio de Campamento -lo hemos escuchado ayer- se aduce, por boca de defensores, que los oficiales de la Benemérita (no digamos ya, los meros guardias) obedecen por una especie de compulsión mágica que arrastra el reglamento del Duque de Ahumada. Es creíble. Tejero, si se lo propone, tanto asalta con los mismos guardias y oficiales el Congreso que la Embajada soviética, la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea que la sede del Mundial. Lo que le hubiera dado la gana a la tocata. hacia sus compañeros de que se trataba de cumplir un servicio. Y hasta tal punto llega la disciplina perdida de este Cuerpo que llega a aducirse, en favor de uno de sus oficiales, que -se lamenta que el teniente general Aramburu (actual y durante los autos director general de la Guardia Civil) no hubiera dado órdenes directas a los mandos naturales de los asaltantes del Congreso. Todo esto es bastante surrealista: acatan y obedecen ciegamente presuntas órdenes de un Rey que jamás han visto ni oído (se las están contando otros que ni siquiera son sus mandos naturales) y se niegan a obede cer la orden tajante del director de su Arma, a menos que lo mande el teniente, el capitán, el comandante, etcétera. Aquí sólo aparecen dos alternativas: o hay mucho cuento respecto a la asonada de febrero o a la Guardia Civil hay que cogerla del bicornio y traerla -desmilitarizada, mal que le pese a Carrés y a Tejero- a las postrimerías del siglo XX.

Pero bueno, entre el pánico institucional a las Fuerzas Armadas y el particular miedo a la Guardia Civil, aquí seguimos en Campamento escuchando que todo fue una orden superior y que se debe absolver a todo el mundo, limitado mentalmente a obedecer órdenes superiores. Y, además, otorgando el ringorrango a unos letrados, dignísimos, pero que ya poco tienen que aducir, y dándonos a todos parcelas de asueto en Campamento. Para este relajo pocos saben qué hace fumándose un puro, muerto de aburrimiento y de salud para su edad, en el Gómez Ulla,el teniente general Alvarez Rodríguez, presidente de esta causa.

Son los propios militares quienes relatan el chiste: Alguien quiere que el Ejército sea como una compresa femenina: que no se mueva, que no transpire y que no se note. Versión carpetovetónica, grosera y genésica del gran mudo francés. Tampoco es para tanto; aquí lo que se precisa es un punto más de cocción en esta olla de racionalidad que entre todos pretendemos cocer.

N.B.- Tejero llegó a agredir fisicamente al comandante Cortina, inmediatamente antes de su traslado, junto con Gómez Iglesias, a las dependencias que ya ocupaba el general Armada en la otra punta del Servicio Geográfico del Ejército. Aquí estan más tranquilos, pero no dejan de tener sus problemas: estos oficiales, respetuosos ante un oficial general, siguen pidiendo permiso a Armada cada vez que se sirve la colación. Y en los oficios dominicales soportan piamente, en su compañía, la escucha que de la misa les depara el general Armada, que se la sabe.