1/5/82

El salario del miedo (11-5-1982)

La sesión de ayer en Campamento, 43ª de la vista, fue breve, ya que terminó una hora antes de lo previsto. Periodistas, políticos y observadores dieron, con su escasa asistencia, prueba de que el interés de la vista oral del juicio por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero del año pasado ha ido bajando. Intervinieron los letrados Pardos Aldea y Sanz Arribas, defensores de los capitanes Lázaro Corthay -el primero de ellos- y Enrique Bobis y José Cid Fortea, para cada uno de los cuales el ministerio público pide cinco años de prisión. Los letrados insistieron en la eximente de obediencia debida en sus patrocinados y expresaron su opinión de que éstos no cometieron delito de rebelión militar alguno.

Nunca se dieron prisas en Campamento. El nuevo procedimiento jurídico-militar ofrece -y lo está demostrando- amplias garantías de defensa y exposición de motivos. Pero lo de ayer ya fue un equivalente de la Home fleet reduciendo su marcha rumbo a las Malvinas: lentitud estomagante. Sólo intervinieron dos letrados, Pardo Aldea (un comandante de la Guardia Civil que defiende a su cuñado, ca pitán del mismo cuerpo, Lázaro Corthay -le piden cinco años-) y Sanz Arribas (que defiende a los capitanes Cid Fortea, de la Acorazada, y Enrique Bobis, de la Guardia Civil -cinco años a cada uno-); a las doce de la mañana, un receso inexplicado de casi tres cuartos de hora; a la una y media, suspensión hasta las cuatro -media hora más de lo habitual-; y a las cinco y media -treinta minutos antes de lo habitual-, suspensión de la vista hasta hoy.Vacaciones intermitentes, galvana, pereza, asolamiento no deseado ante una invasión de pólenes aún menos codiciados en el patio campamental, discusión sobre la variedad de helicópteros que nos vigilan (ayer una pareja de Huey Cobra del Ejército, otro blanco y panzudo no identificado, otro más, Bell, de burbuja, de la Guardia Civil) y una sensación tan cierta como la premonición de los malos acontecimientos de que se pretende prolongar esta historia hasta que la sentencia se pueda hacer pública pasado el 30 de este mes.

A lo que parece, casi todos aquí se retardan, aterrados ante la mera posibilidad de que la publicación de las sentencias venga siquiera a rozar el domingo 30, día de las Fuerzas Armadas, acto presidido por el Rey en Zaragoza y con unas tropas mandadas por el capitán general de la región, teniente general Caruana, el hombre que toma, por orden de Milans, el Gobierno Civil de Valencia durante una noche y que después, por lo oído en Campamento, no se atreve a destituir de su mando a Milans, pese a las órdenes al respecto recibidas del Jefe del Ejército, teniente general Gabeiras.

Hay que amparar a Caruana -parece ser la consigna-, no vaya a ser que aparezca en algún considerando de esta sentencia y nos dé el día; o que la mera comunicación al país de la sentencia dé lugar o pie a desconsideraciones hacia las Fuerzas Armadas. ¡Qué tonterías! ¡Qué asunción increíble de los propósitos de los propios golpistas: que se identifique el 23 de febrero con las Fuerzas Armadas!

Caruana ha quedado en esta película como un general sin grandes conocimientos de lo que ocurría aquella noche y que, cuando le instruyeron desde más altas instancias sobre lo que pasaba, se plegó al mando e intentó una misión imposible: arrestar al gallo de su capitán general. Para qué nos vamos a engañar: si lo intenta con mayor énfasis le pegan un tiro. Bastante hizo con revelarle a Milans el objetivo de la visita que le hacía. Y el resto de las Fuerzas Armadas, ¿qué tienen que ver con esta extrapolación tan escasamente gallarda que nos vemos obligados a contemplar día a día en Campamento?

Pues debe de tener mucha, a tenor de los vientos que soplan en el extraño patio de armas. Muy probablemente, un Gobierno que tiene miedo a la clase militar y a sus reacciones posteriores a su propia justicia. No han entendido nada; ni siquiera el aforismo castrense de que hay que empezar, en asuntos complejos, por tenerle miedo al miedo. En 1.939 la consigna dio buenos resultados a unos pocos pilotos de la Royal Air Force. Hoy, tal no sirve para los señaleros de la UCD. Bien podría decirse, parafraseando a Churchill, que "nunca tan pocos hicieron menos por tantos". Otra vez será y otros seremos los que, sin complejos, aplaudamos al Ejército en Zaragoza. Ya llegará -todo llega en esta vida- el gran Maura de la derecha española, privado de miedos y acoquinamientos de uniforme.

Las dos defensas anteriormente enunciadas fueron correctas. Mejor dicho: excelentes, a tenor de algunos precedentes escuchados. Algún día habrá que escribir de los letrados que en esta causa no han hecho otra cosa -en ocasiones violentando sus convicciones íntimas- que defender a unos clientes a costa de arrostrar el sambenito de vestir la toga golpista. Al menos, los letrados Pardo Aldea y Sanz Arribas nos han aliviado de la tortura intelectual de considerar a los diputados secuestrados aquella larga noche como meros retenidos. Otros compañeros de toga recibieron el siguiente comentario de quien podía permitírselo: "Estamos inventando un delito nuevo: hurto de uso de diputados". Coges un automóvil por menos de veinticuatro horas y sólo es hurto de uso (la pena se rebaja considerablemente); haces lo mismo con el Congreso y por ahí, por ahí. Hay abogados para todo.

Como esto continúe tan lento habrá ciudadanos de pyo que lo sientan por la Guardia Civil. El 14 de junio comienza en la Audiencia Provincial de Almería otro proceso asaz complicado por la muerte (digamos que, como menos, rara) de tres jóvenes que antes de morir habían pasado por las manos de la Benémerita. Pues mucho de esta Institución decimonónica y anticuada estamos escuchando en Campamento. ¡Ay del juicio de Almería si algunas de las sofiamnas que en defensa de los guardias civiles se escuchan en Campamento se repiten desde la acusación en el sur! La obediencia debida, que para el guardia civil es más sagrada que para nadie; el hecho de que la Guardia Civil debe operar, en muchas ocasiones, al margen de sus mandos náturales; la realidad de que la Guardia Civil, por estar diseminada por toda la geografía rural española, lejos de quienes la dirigen, ha de tener un sentido de la obediencia prácticamente irracional. De El crimen de Cuenca a los sucesos de Almería, pasando por el tropel de guardias civiles que primero asaltan el Congreso detrás del primer jefe que les convoca (no natural) y que acaban abandonándolo por una ventana y de mala manera. Para qué nos vamos a engañar. Es la tragedia de un cuerpo obsoleto, que cumplió su tarea en una España rural, bandolerista, encerrado en casas-cuartel y mirando a los caminos poblados de arrebatacapas.

Sólo ha recibido una inyección de modernidad: la Agrupación de Tráfico. Se les quitó hasta el bicornio (¿A qué esa manía de denominar tricornioa un sombrero de dos picos?), se les dotó de helicópteros, medios de comunicación mecánica por carretera, una ftínción clara a cumplir: atender a los automovilistas. Y la Guardia Civil -de Tráfico- merece cumplidamente todos los parabienes. ¿A qué viene esa sorda manta de tercermundismo que procura la pareja, el mauser pesando en el hombro, la casa-cuartel aislante y endogámica, la ronda por las afueras, la desesperación del aislamiento rural, para procurar que estos hombres continúen con responsabilidad militar? ¿Acaso lo que se quiere es que el Ejército de este país tenga bajo su responsabifidad el tráfico de las carreteras, la vigilancia de las maletas en las aduanas y la de las costas, para que no penetre más contrabando de drogas o tabaco o de alcohol (si cabe la distinción)?

En el juicio de Campamento -lo hemos escuchado ayer- se aduce, por boca de defensores, que los oficiales de la Benemérita (no digamos ya, los meros guardias) obedecen por una especie de compulsión mágica que arrastra el reglamento del Duque de Ahumada. Es creíble. Tejero, si se lo propone, tanto asalta con los mismos guardias y oficiales el Congreso que la Embajada soviética, la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea que la sede del Mundial. Lo que le hubiera dado la gana a la tocata. hacia sus compañeros de que se trataba de cumplir un servicio. Y hasta tal punto llega la disciplina perdida de este Cuerpo que llega a aducirse, en favor de uno de sus oficiales, que -se lamenta que el teniente general Aramburu (actual y durante los autos director general de la Guardia Civil) no hubiera dado órdenes directas a los mandos naturales de los asaltantes del Congreso. Todo esto es bastante surrealista: acatan y obedecen ciegamente presuntas órdenes de un Rey que jamás han visto ni oído (se las están contando otros que ni siquiera son sus mandos naturales) y se niegan a obede cer la orden tajante del director de su Arma, a menos que lo mande el teniente, el capitán, el comandante, etcétera. Aquí sólo aparecen dos alternativas: o hay mucho cuento respecto a la asonada de febrero o a la Guardia Civil hay que cogerla del bicornio y traerla -desmilitarizada, mal que le pese a Carrés y a Tejero- a las postrimerías del siglo XX.

Pero bueno, entre el pánico institucional a las Fuerzas Armadas y el particular miedo a la Guardia Civil, aquí seguimos en Campamento escuchando que todo fue una orden superior y que se debe absolver a todo el mundo, limitado mentalmente a obedecer órdenes superiores. Y, además, otorgando el ringorrango a unos letrados, dignísimos, pero que ya poco tienen que aducir, y dándonos a todos parcelas de asueto en Campamento. Para este relajo pocos saben qué hace fumándose un puro, muerto de aburrimiento y de salud para su edad, en el Gómez Ulla,el teniente general Alvarez Rodríguez, presidente de esta causa.

Son los propios militares quienes relatan el chiste: Alguien quiere que el Ejército sea como una compresa femenina: que no se mueva, que no transpire y que no se note. Versión carpetovetónica, grosera y genésica del gran mudo francés. Tampoco es para tanto; aquí lo que se precisa es un punto más de cocción en esta olla de racionalidad que entre todos pretendemos cocer.

N.B.- Tejero llegó a agredir fisicamente al comandante Cortina, inmediatamente antes de su traslado, junto con Gómez Iglesias, a las dependencias que ya ocupaba el general Armada en la otra punta del Servicio Geográfico del Ejército. Aquí estan más tranquilos, pero no dejan de tener sus problemas: estos oficiales, respetuosos ante un oficial general, siguen pidiendo permiso a Armada cada vez que se sirve la colación. Y en los oficios dominicales soportan piamente, en su compañía, la escucha que de la misa les depara el general Armada, que se la sabe.

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