La 41ª sesión de la vista
del juicio por el intento del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 puso
fin ayer a las sesiones del proceso por esta semana, ya que hoy, viernes, el
Consejo Supremo de Justicia Militar despachará otros asuntos. En la mañana de
ayer terminó el abogado García Villalonga la defensa del comandante del CESID
José Luis Cortina. El letrado negó todos los hechos que se imputan a su
defendido en relación con el 23-F. Después, el abogado Dimas Sanz hizo su
informe sobre el capitán Francisco Acera y el teniente Jesús Alonso, y a
continuación el letrado José Zugasti defendió al capitán de la División
Acorazada Juan Batista, acusado de ocupar la emisora de radio La Voz de Madrid,
si bien el letrado consideró que su cliente sólo fue a informarse. Finalmente,
el capitán Miguel Caballero defendió al también capitán Juan Pérez de la
Lastra. Todos los abogados pidieron la absolución de sus defendidos. La vista
se reanudará el lunes próximo.
Terminaron su turno cuatro
defensores: García Villalonga (defensor del comandante Cortina, que empezó el
miércoles su alegato), Dimas Sanz López (defensor del capitán Acera y del
teniente Alonso), José Zugasti (del capitán Batista) y el capitán y abogado
Caballero ,que patrocina al tambien capitán Pérez de la Lastra). Todos han
mantenido la tesis de que sus clientes no han participado de ningún delito de
rebelión militar y, en consecuencia, han solicitado para sus defendidos la
libre absolución. Jornada gris aliviada tan sólo por la limpieza jurídica de
Dimas Sanz, que realizó otra impecable defensa de abogado, ateniéndose a los
hechos y olvidándose del guirigay político en torno a este proceso.Día plano
-entramos en una zona procesal que no ofrece mayores expectativas- y
curiosamente ácido, innecesariamente crispado. En la hora del almuerzo los
enseres del comandante Cortina y del capitan Gómez Iglesias fueron trasladados
a las dependencias en las que, desde hace días, se aloja en solitario el
general Armada. Ambos oficiales no deseaban el traslado, pero ante la violencia
verbal de sus compañeros de prisión, y ante la posibilidad de que fuera
necesario colocar a la policía militar a la puerta de sus habitaciones, han
terminado por aceptar la orden de traslado. Las vejaciones e insultos desde los
integrantes delgrupo de Milans hacia
el mínimo grupo de Armada han sido tan constantes y crecientes
en los últimos días que han aconsejado la mudanza.
Es, evidentemente, el peor
momento procesal. Nada importante puede ya salir procesalmente a colación; pero
el ambiente, la sensación de lo que pueda resultar,
no sopla favorable para la línea de mando de los justiciables de Campamento.
Los nervios por ello se desatan y cualquier pretexto es válido para poner los
pies en pared. La colación del mediodía se le indigestó a este cronista en el
patio de armas de Campamento. Dos caballeros (un general y un abogado)
esperaban mi llegada con ánimo de amparo, conciliación y buena voluntad.
Algunas personas habían estimado que una alusión mía a la Laureada del general
Orozco podría ser peyorativa. Se han molestado hasta en molestar al fiscal por
esta historia banal de ejercicio de lectura. Repitámoslo: la Laureada y los
galoncillos por heridas que luce el teniente general Orozco realzan sus
palabras, sean buenas o sean malas. Y ahí se queda todo. No sólo no se pretende
aquí restarle honor o redaños al poseedor de tan preciada condecoración (que
premia el valor, que carece más que ninguna otra de significado político) sino
que se coloca sobre una peana moral a quien la luce. Anécdota menor, por más
que molesta (escuchar a un general pronosticarte desastres de inversión sexual
no es agradable) y que debe quedar aquí y en la ininteresante confesión
personal de que quien esto firma luciría con orgullo una Laureada a la que mis
inclinaciones personales, probablemente, jamás me harán optar. Dejémoslo así.
Villalonga, en un tono más
plano que en su intervención anterior, negó las pretendidas entrevistas del
comandante Cortina con Tejero. Aludió a la denegación -Iógica- de ciertas
pruebas testificales en razón de la ocupación de su defendido (estaba
trabajando sobre los dos espías soviéticos que acabamos de expulsar del país) y
se apoyó nuevamente en la mejor tesis de su defensa: es el ministerio público
quien debe probar la culpabilidad con hechos probados y fehacientes. Y la
realidad es que en Campamento, fuera de la palabra de otro inculpado, nada se
ha escuchado contra este comandante de la inteligencia militar española. No
faltará quien tenga la convicción moral de que es culpable y estuvo implicado
en el golpe de febrero; pero será difícil probárselo judicialmente. Y
Villalonga terminó deparándonos un número
final: acabó su alegato, recogió sus folios y paseó por el patio luciendo un
bombín típico de la City londinense. Tal como andan los ánimos en Campamento y
el nivel de flotación de la armada argentina, el alarde de elegancia británica
(entre oficiales y familiares proclives a lo bonaerense) ha estado de más.
Dimas Sanz ha resultado
refrescante. Se ha trabajado la minuta. Profesional, constitucional, respetuoso
para con todos, se ha ceñido al Derecho y cuando ha tenido por preciso hacer
referencias a palabras del Rey lo ha hecho con corrección en el fondo y la
forma.
Zugasti fue todo lo
contrario. Pese a resultar del todo fácil la defensa del capitán Batista (el
Garcilaso que toma una emisora de radio en Madrid aduciendo amistad con uno de
sus directivos) su letrado ejerció un alegato excesivamente enérgico y mal
terminado: "Hago mía la frase pronunciada por el teniente coronel Tejero
de que algún día 'me gustaría saber lo que pasó aquel 23 de febrero', porque
pese a los grandes es fuerzos realizados, de esta causa saldrá sólo lo
suLperficial, lo relativo, pero no lo absoluto.
El capitán Caballero se
aferró a la cuerda del estado de necesidad (desmembración de la patria,
hipotética desmilitarización de la Guardia Civil, etcétera) para acabar
recogiendo el cabo de la obediencia debida, particularmente estrecha en la
Benemérita.
Nada novedoso en esta
jornada de nervos extraprocesales. Acaso que Villalonga ha traído a colación
posibilidades de enajenación mental por parte de algún encausado, y que otros
letrados preparan intervenciones a base de citas de psiquiatras. No es mala
defensa. Para terminar de armar esta historia hay que correr en procura de las
enseñanzas de la escuela de Viena.
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