La sesión de ayer de la
vista del juicio por el intento de golpe de Estado del 23-F, 40ª de las
celebradas, fue ocupada en su mayor parte por el defensor de Tejero, Angel
López Montero, quien hizo numerosas citas históricas de situaciones en que
dirigentes españoles, incluidos reyes, han dado autogolpes de Estado. El
abogado explicó los hechos del 23-F de forma similar a lo narrado por el
fiscal, aunque haciendo aparecer siempre a su defendido como ejecutor material
de una parte -el asalto al Congreso- de una operación que se realizaba por
decisión del Rey, transmitida en secreto a través del general Armada, que la
mandaba junto con Milans. En la primera parte de la sesión se realizó la
defensa del coronel Manchado, jefe del Parque madrileño de Automovilismo de la
Guardia Civil. La sesión continuará hoy, con el informe de López Montero.
Las sesiones del proceso se
reparten de la siguiente forma: comienzan ajas diez de la mañana y terminan,
habitualmente, a las seis de ,la tarde (algunos días se producen prolongaciones
horarias). En la mañana siempre hay un receso al filo de las doce, de unos
quince minutos. Después dos horas, de dos a cuatro, para almorzar, y, ya de
cuatro en adelante, hasta las seis sin interrupción. Pues ayer, por vez primera
en más de dos meses de juicio, este presidente africano que se olvida de los días de descanso
y despacha otros asuntos del Consejo a las siete de la mañana para no parar la
marcha de Campamento, poco más allá de las cinco ordeno diez minutos de
descanso. Buena parte de la mañana y toda la tarde estaba siendo consumida por
Angel López Montero, defensor del teniente coronel Tejero, acumulador de
expedientes en su Colegio de Abogados, botarate, perillán, dicen que camorrista
y, por lo escuchado ayer, historiador aficionado: una luz de la jurisprudencia
y, en cualquier caso, un espíritu superior y refinado. Besteiro le habría
tenido por discípulo muy querido.En línea con su alteza de miras no pidió la
venia a la Sala, sino a España. Este muchacho sólo informa para la patria y la
posteridad. Con sombrerazos para casi todos (Tribunal, familias de encausados, familia militar, ... ) dió comienzo a una pieza oratoria
mentalmente mortal de necesidad. Periodistas y familiares repetían en la Sala
los ejercicios de ruptura de sueño del general Odre Wingate en Birmania para
poder seguir avanzando por la selvática floresta argumental de este letrado.
Escapadas generalizadas al patio exterior en procura de cafés y desafiando los
elementos (ventolera que arriaba las carpas de los carromatos de intendencia,
llovizna, friolencia) para poder soportar la inclemencia de este martillo de
demócratas. Lo dicho; hasta un presidente cuya última madurez se curtió en la
dureza de Saguia el Hemra y Río de Oro (Sahara español) ordenó diez minutos de
descanso extraordinarios para soportar a este abogado que quiere entrar en la
Historia con rictus de Bogart de guardarropía.
Comenzó con un exordio
interminable sobre el ferviente amor a España de su defendido, su patriotismo,
su respeto a los valores tradicionales, para abocar en la imagen de amistad perdurable
que le unirá a Tejero. Citando a Unamuno ("Callar a veces es mentir")
se remitió al Tribunal de la Historia y nos arrastró la Historia hasta la Sala
de este Tribunal. Julio Merino, periodista del carromato del golpe, director de
va y ven de El Heraldo
Español, se supone que le ha
facilitado esta primera parte de su defensa, interminable enumeración de la
historia de las asonadas en España de las que este periodista es aprovechado
historiador.
Entrado en tal jardín López
Montero buscó un golpe de efecto tan fácil como incorrecto y lamentable.
Hablaba de un general que se presentó ante el Rey y le adujo que el Consejo de
Ministros no tenía mejor destino que el de ser arrojado por la ventana.
Estupefacción generalizada ante aquellas revelaciones de palacio. Gómez de Salazar,
presidente en funciones, parpadeaba incrédulo ante lo escuchado, hasta que
reaccionó:
-Lo que usted está afirmando
son hipótesis.
-Esto es una página de la
Historia de España y le fue dicho a Su Majestad Alfonso XIII en 1923.
-Bien, pero usted nos ha
confundido a todos.
Argucias de colegio con las
que se pretende dignificar una toga.
Y a continuación Los episodios nacionales. López Montero nos ilustró sobre el
golpismo en este país casi desde don Favila y el oso hasta nuestros días. No
perdonó nombre de general sublevado, nominación de regimiento en armas contra
sus leyes, conspiraciones palaciegas contraconstitucionales, anécdotas
rendicionales entre generales enfrentados, Daoíz y Velarde, la gesta en general
del 1808, la interminable historia militar de este país de desenvainar el sable
y esconder la mano, componendas, pactos entre generales ("Hoy por tí
mañana por mí"), los antepasados levantiscos de Milans, las maldades
abominables de Fernando VII, experto en darse golpes de Estado a sí mismo y
para su mejor provecho y mejor garrote para sus enemigos.
Toda la nómina de espadones
del XIX español fue puesta como ejemplo de como las constituciones son en este
país papel mojado ante el ruido de los sables o ante el capricho de algunos
monarcas de la Casa de Borbón. Este nuevo Galdós -redivivo en Campamento- sólo
ha podido dar comienzo a su defensa (continuará hoy, acaso con auténticas
argumentaciones jurídicas) con el propósito de pretender demostrar que la
Historia es una larga traición o una infinita concatenación de infidelidades.
Particularmente de los reyes hacia sus más dilectos súbditos. Particular
entendimiento de la Historia que retrata al letrado y al cliente que permite
tal defensa. Pero su erudición histórica con templa una laguna, quizá
intencionada: la de Montes de Oca, nombre de un marino romántico, secretamente
enamorado de la reina María Cristina y título de uno de los episodios de Pérez Galdós. Se sublevó y fue
derrotado y preso. No tuvo otra preocupación final que la de discutir con su
confesor si el mandar su propio piquete de fusilamiento implicaría caer en el
suicidio. Porque fue digno en su desgracia figura en los anales. Otros, con
ayuda, no se están ganando la misma estimación.
La jornada se inició con la
defensa que del coronel Manchado hizo el teniente general Chamorro, uno de los
co-defensores militares. No ha sido de los peores entre sus iguales.
Prácticamente (al margen de lo ya sabido) se limitó a aducir que Manchado no ocupó
el Congreso y que, posteriormente, tras las órdenes del teniente general
Aramburu, de presentarse ante el hotel Palace
y rendir cuentas de la actuación allí de hombres suyos, nada pudo hacer al
impedirle el tráfico llegar a tiempo. Es una vieja historia, de este juicio,
que mueve a la sonrisa. El letrado López Silva (su defensor civil) prosiguió en
la misma línea embarullando su intervención con circunloquios mareantes sobre
el convencimiento que Manchado debía tener del mandato real en función del convencimiento
que a su vez teñía Tejero del mismo, La misma historia estomagante: "Me
dijeron que decían que lo mandaba el Rey..." No merece la pena continuar.
Por lo demás reflexiones
envenenadas campean por Campamento. Esta historia se prolonga al menos dos semanas
más. Alguien aduce que este Gobierno prefiere llegar a las elecciones andaluzas
con el proceso abierto para trabajarse el empleo comunitario del voto del
temor. Otros estiman que el Tribunal se está endureciendo en favor de la más absoluta de sus independencias:
que aquí no hay "penas únicas" que valgan fuera de las sanciones que
dictamine esta Corte, probablemente con sorpresas para los espectadores
políticos y judiciales. En tanto se teme alguna retirada por parte de un
letrado -si lo manda De Miguel- y, por supuesto, cualquier salida de pata de
banco de un justiciable en sus alegaciones finales. A Miláns le han llamado al
orden para que deje en paz al general Armada, y al Servicio Geográfico Militar
llegan cartas procedentes de Venezuela, dirigidas a todos los defensores, e
inculpando al Rey y hablando de traición hacia estos mártires.
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