Hace pocas décadas fue famosa la fotografía, realzada por los
trazos del gran Mingote, de un Guardia Civil cargando sobre sus hombros a un
anciano vasco, rescatándolo de su caserío anegado por inundaciones en
Guipúzcoa. Hoy la hipocresía, esposa de la ignorancia y amante del oportunismo,
pretende hacernos suponer que en el Colegio de Guardias Jóvenes se les adiestra
para disparar a cinco metros un pelotazo en la cara a un negro desharrapado que
emerge del mar tras haber cruzado a pie el Sahel. Y, además, ni la física
cuántica explica como una dura pelota de dispersión puede romper un flotador de
goma. La balanza del Cuerpo está más inclinada hacia la prevención, la ayuda
humanitaria y el rescate, que hacia la represión indiscriminada y bárbara que
nos quieren presentar. La GC se encierra en laboratorios informáticos para
desarmar redes pedófilas internacionales, realiza escaladas inverosímiles y
nocturnas en este arisco invierno para salvar montañeros o rescatar sus
cadáveres, busca a los desaparecidos buceando en aguas cenagosas o yugula con
gran riesgo el narcotráfico de las lanzaderas, descontando, por sabido, su
papel histórico en el contraterrorismo. Los Guardias Civiles imponen multas
pero no son noticia cuando realizan un boca a boca o un masaje cardíaco a los
que se van de la vida en una cuneta. Hace mucho tiempo que lo que menos usa la
Benemérita es el arma larga, y el grueso de sus trabajos es más propio de la
Cruz Roja o de esas ONG que ahora la debelan (todas gubernamentales) cuyo mayor
éxito reside en conseguir empleo innecesario a sus afiliados. A la nómina por
el progresismo, mientras un número del Cuerpo del Duque de Ahumada ha de cuidar
no hacerse un siete en el pantalón porque los repuestos (como la gasolina)
tardan en llegar. El inabarcable drama africano de miseria estructural, guerras
tribales y Estados fracasados lo resumen los fariseos en el desbordamiento de
una dotación de la GC en Ceuta por 400 desesperados subsahelianos o
subsaharianos que han permanecido años contemplando por televisión una Europa
virtual y engañosa y se dan a un éxodo de miles de kilómetros a pie sin otra
impedimenta que la amargura de una vida sin sentido.
En Ceuta no se ha
disparado un tiro ni en defensa propia, mientras según diversos cálculos entre
el Estrecho y Melilla diez mil desheredados africanos permanecen agazapados
prestos a saltar las verjas ante la pasividad de la policía marroquí a la que
habrá que sobornar aún más, regalarla medios o financiar su aumento de
efectivos. Porque los emigrantes de las uvas de la ira no llegan de Alfa
Centauro sino de nuestros queridos vecinos del sur. Hasta las desagradables
“concertinas” son objeto de demagogia: son universales, no cercenan o
destripan, son solo disuasorias, como los cristales que antes se insertaban en
los cantos de las bardas, y no están prohibidas por ninguna convección
internacional. Los lamentables sucesos de Ceuta son un pequeño recuerdo de lo
ocurrido en Lampedusa, donde el gatopardísmo es sinónimo de cinísmo. Aunque
fueron desbordados por errores, los italianos no pidieron estrechas cuentas a
los Carabineros y la Guardia Costera, sino a la Unión Europea que les había
dejado a su albur ante la invasión de libios, sirios y tunecinos que saturaron
la isla hasta el punto que se derramó el cementerio y fue preciso exhumar
cadáveres para darles tierra en la Península. Ahora una comisaria de la UE
amenaza a España con sanciones porque en Bruselas siguen sin mirar el mapa y
entender que la frontera sur europea pasa por Ceuta, Melilla y Lampedusa. Ni
una ayuda, ni un consejo, ni una dotación, ni un visado para los que logran
pasar. Pero si el tsunami negro desembarcara en Marsella habrían movilizado al
Ejército. Las Naciones Unidas y su ristra de agencias especializadas sobre el
hambre, la educación, la mujer, los refugiados, consumen presupuestos ingentes
que al menos sirven para colocar por todo lo alto a Bibiana Aído, experta en
desacuerdos nacionales, pero que no contemplan el polvorín africano doblado con
el de nuestro Oriente Próximo. Las hogueras africanas serán apagadas en origen,
o no lo serán. Como en Lampedusa, el caos móvil de la negritud no se resolverá
haciendo populismo barato y subnormal sobre los Carabineros o la Guardia Civil.