Un austral por valor de 80
centavos de dólar estadounidense es desde ayer la nueva moneda argentina. El
cambio del signo monetario es la clave simbólica y psicológica de un plan de
reforma económica breve, sencillo y ortodoxo, que se completa con la
congelación de precios, tarifas y salarios y el solemne compromiso de no volver
a recurrir a la emisión de moneda para financiar el déficit público. En este
fin de semana neblinoso del comienzo del invierno, los argentinos, siempre -y
justificadamente- escépticos, no terminan de creerse que vivirán desde mañana
bajo inflación cero.
Un presidente Alfonsín
severo y admonitorio se dirigió en la noche del viernes a sus conciudadanos por
la radiotelevisión, en cadena nacional, para anunciar estas decisiones, que
calificó de "definitivas" no tanto porque sean las únicas posibles o
las más indiscutidas, sino por cuanto implican, muy probablemente, la última
oportunidad del país para no precipitarse en un caos financiero y social parejo
al de la vecina Bolivia.Raúl Alfonsín apeló a la necesidad de clausurar el
capítulo de la decadencia nacional, de escapar del atraso, la marginalidad y la
dependencia. El presidente argentino, ojeroso, macilento, abotagado, con
expresión de profundo cansancio físico, aludió por dos veces a la necesidad de
reordenar la economía para salva guardar la democracia. "No es un
proyecto", afirmó, "para salvar a un Gobierno, sino para preservar un
sistema político". "Si el problema económico no es resuelto",
dijo también, "acecharán graves riesgos políticos a la nación".
Alfonsín puso el acento
radical -por la caracterología de su partido, la Unión Cívica Radical-
aludiendo al trasfondo moral de la reforma decretada y al regeneracionismo y
moralización implícitos en el objetivo prioritario de luchar contra la
inflación. Señaló como principal peligro para los planes del Gobierno el
escepticismo crónico y maligno de la sociedad argentina. "(...)
parecería", terminó sus palabras, "que es tanta la frustración que se
ha perdido la fuerza para luchar".
Veinticuatro horas antes,
ahorristas y especuladores se precipitaron a lacity, y a media mañana
eran los propios bancos quienes exigían al Gobierno el feriado financiero
decretado para el día siguiente y mantenido hasta mañana o el martes. Millones
de pesos argentinos se volcaron sobre las mesas de dinero para pujar por el
dólar negro o paralelo, que ganó 30 puntos en
media jornada, hasta estabilizarse en 1.055 pesos por dólar. Numerosos negocios
cerraron sus puertas y era visible en los comercios la actividad febril de los
empleados remarcando todos los precios. La ciudad salió a la calle de compras
para invertir sus pesos a extinguir, acumulándose ante los comercios abiertos.
Los titulares de tarjetas de crédito -una inflación del 1% diario ya había
destruido mayoritariamente el dinero de plástico- reventaron sus topes
crediticios hasta que desde la city se ordenó la inoperatividad de los pagos
aplazados y el cierre de operaciones.
Picardía y escepticismo
La viveza, la picardía, la
frustración y el escepticismo de una parte decisiva del pueblo argenti no -tal
como advertiría el presi dente Alfonsín- se habían pues to a trabajar. Un
emprendedor caballero se acercó a la oficina de patentes en un intento tardío
de registrar a su nombre la utilización de la palabra austral -la denominación de una compañía
privada de aviación- y obtener del Gobierno una compensación por la emisión de
cada nuevo billete.
Tras el alegato moralizante
y regañón del presidente Alfonsín compareció ante la, cadena nacional de
radiotelevisión el ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille, un tecnócrata
sin afiliación partidaria. Suavemente, con claridad exoositiva y abundamiento
de ejemplos domésticos, explicó que no se trataba, como en ocasiones
anteriores, de restar ceros a la moneda para comodidad de las contabilidades
-la última Junta Militar transformó en 1982 el peso ley en peso argentino,
restándole cuatro ceros porque los ordenadores del Banco Central tenían
problemas para expresar visualmente los cálculos de la deuda externa-, sino 'de
una reforma en profundidad de la estructura y la mentalidad económica del país,
viciada la inflación.
El déficit público argentino
-según el ministro- arrastra la doble carga del pago de los intereses de la
deuda externa (48.000 millones de dólares es el monto inicial de la deuda) y la
inmoralidad fiscal del país, en el que lo extraño es cobrar y pagar los
impuestos directos. Los aumentos de tarifas en las naftas y los servicios
públicos -dos tarifazos consecutivos en menos de 15 días-
tenderían así a aumentar la recaudación fiscal indirecta y a evitar despidos en
el sector público. Un proyecto de ley de ahorro obligatorio, actualmente en el
Congreso, y un plan de ahorro público que preserve igualmente los empleos, el
salario mínimo (70 dólares estadounidenses) y el Plan Alimentario Nacional (una
iniciativa gubernamental de socorro y asesoramiento alimenticio y asistencial
para los segmentos más deprimidos de la población) apoyarían el compromiso público
y solemne del Gobierno de no volver a solicitar créditos al Banco Central,
dejando inactiva la máquina de hacer dinero.
Para romper la inercia
inflacionaria y el automatismo de la indexación de la economía, los precios y
las tarifas quedan congelados por tiempo no determinado (se estima que entre 60
y 90 días) a partir de las cero horas de mañana y con arreglo a los valores de
las cero horas del pasado jueves. Se harán públicas y se difundirán masivamente
las oportunas listas de precios máximos, y se apela a la población para
denunciar las infracciones. Los salarios quedarán congelados el 1 de julio,
tras recibir el aumento acordado de un 22,6%, y las pensiones, en la misma
fecha, tras su aumento del 25,1%.
Finalmente, el secular peso,
tras sus etapas de peso fuerte, peso ley, peso argentino, sucumbe ante la
inflación y es sustituido por el austral, al cambio fijo y obligado de 80
centavos de dólar estadounidense por austral. Los pesos en circulación serán
utilizados restándoles tres ceros y los almacenados en el Banco Central saldrán
a la calle sellados con su nuevo valor hasta la aparición de los flamantes
australes. Una tabla de conversión decreciente resolverá los problemas de los
deudores y acreedores en pesos o en moneda extranjera.