A las ocho de la mañana de
hoy, domingo, se abrirán las escuelas nacionales -amenazadas y desalojadas
desde hace casi dos meses- para llevar a cabo las primeras elecciones
legislativas parciales en los últimos 20 años. El voto, en compactas urnas de
madera, es obligatorio entre los 18 y los 70 años; quienes se encuentren en el
extranjero -sin derecho a voto- habrán de justificar en sus consulados
respectivos su alejamiento del país el día de la votación, y sólo un
distanciamiento justificado de. no menos de 500 kilómetros de su mesa electoral
exime a los votantes de emitir su sufragio.
Hombres y mujeres votan por
separado -el voto femenino, otorgado por el primer peronismo, es aún
relativamente reciente- y en padrones diferenciados. Desde las ocho de la
mañana hasta las nueve de la noche impera la ley
seca y están prohibidos los
espectáculos públicos y, por supuesto, cualquier acto proselitista. No es legal
en este día portar armas a menos de 80 metros de una mesa electoral.Según reza
la Constitución argentina, el mandato presidencial dura seis años, pero los
legisladores permanecen en sus escaños sólo por cuatro, renovándose por mitades
cada dos años. Dado el receso democrático originado por la última dictadura
militar, los diputados electos en octubre de 1983 fueron sorteados para que 128
de ellos finalizaran su mandato a los dos años: 64 radicales, 57
justicialistas, dos del Partido Intransigente, uno de la Unión de Centro
Democrático y otros por el Bloquismo, el Partido Liberal Autonomista, el
Federalismo Pampeano y el Movimiento Neuquino. A partir de esta elección,
nuevamente los diputados disfrutarán por cuatro años sus escaños.
Las elecciones se llevarán a
cabo bajo el actual estado de sitio, al estimar el ministro del Interior que su
aplicación bajo mínimos no intefiere para nada la libertad de
elegir o ser elegido. Y realmente es así.
La votación tiene un doble
significado: por una parte, es una etapa cumplida para esta frágil democracia;
por otra, es un indicativo de la aceptación popular del rumbo del Gobierno.
Las elecciones de hoy, en un
momento particularmente crítico de la vida republicana, no son como antaño, ni
como en 1983, una gran opción entre el radicalismo y el peronismo.
Lo más beneficioso e
importante de las elecciones de hoy en este país será el Crecimiento
cualitativo del Partido Intransigente, liderado por Óscar Alende, alias el Bisonte, un venerable médico rural que aglutina
buena parte de la juventud generosa, que no acaba de encontrarse cómoda en el
peronismo de la burocracia, las reyertas internas por la posesión de los
despachos, Isabelita, el recuerdo del gran macho muerto, la evocación de la
santa difunta -Evita-, la marcha de los muchachos peronistas Perón, Perón, qué
grande sos / mi general, cuánto valés..."- y otros rancios efluvios de
ultratumba.
El Pl es un partido de
izquierda racional que se abre paso sobre la tierra quemada que han dejado los
socialistas argentinos, expertos, por encima de los trotskistas, en materia de
divisiones internas, y la desolación de la izquierda peronista exiliada,
torturada, asesinada, desencantada, engañada, profundamente equivocada,
destruida para siempre jamás.
La UCD del ex militar Álvaro
Alsogaray, ex ministro de Economía de la nación bajo el Gobierno de Frondizi,
es la gran esperanza blanca de la derecha más moderna, harta del
conservadurismo esclerotizado de la oligarquía agrícola-ganadera, anclada
espiritualmente en los comienzos del siglo XIX. Socio político de Manuel Fraga
Iribarne, la política de Alsogaray es mecanicista y estima que con un adecuado
recetario económico los problemas estructurales de la República Argentina serán
resueltos milagrosamente.
En cualquier caso, por
encima de ambos se dirime la sempiterna batalla entre peronistas y radicales,
las dos grandes fuerzas políticas semihegemónicas y profundamente antagónicas
de la gran nación austral. Los radicales aparecen como levemente ganadores de
estos comicios, por razones obvias: sus aciertos, y especialmente su gran valor
moral sometiendo a juicio a la dictadura anterior, superan sus errores. Y el
cumplimiento del Plan Austral, que ha reducido una inflación del 30% mensual al
2%, es un logro indiscutible, por más que resulte dudosa su eficacia a corto
plazo. Los radicales se han ganado el ganar. Y su éxito puede rozar la mayoría
absoluta en estos comicios parciales.
El peronismo lo que se ha
ganado es su derrota. Derrota segura, pase lo que pase y se vote como se vote,
por cuanto acuden a las elecciones en tres frentes sólo en la provincia de
Buenos Aires: el Frejudepa de Cafiero, el Frejuli de Herminio Iglesias y el
Frepu de Villaflor. No sólo divididos entre, sí sino entrecamados con
comunistas, democristianos, conservadores desmayados en la extrema derecha,
personajes sin partido ni crédito popular, personajillos célebres por una sola
entrevista en una sola revista y otros desastres preelectorales.
Herminio Iglesias,
vicepresidente del justicialismo, resultará elegido diputado por su lista, no
sólo por haberse colocado desde hace dos meses unas gafas sin dioptrías, que le
aportan un lejano aire intelectual, sino porque es el primer candidato de su
frente. No obstante, Cafiero, ex ministro de Economía de Isabelita Perón, puede
barrerle de la provincia de Buenos Aires, recabando el voto justicialista más
sensato, pese a acabar de ser expulsado del movimiento. La batalla bonaerense
por el voto peronista es la guerra entre la bella -Cafiero- y la bestia
-Herminio
La pelea por Buenos Aires
Por si el voto no quedara
aún suficientemente dividido, Villaflor y su Frepu entran en liza para captar
el sufragio peronista por la izquierda. Sin lugar a ninguna duda, el Partido
Intransigente de Óscar Alende quedará en segundo lugar en la primera provincia
del país -tras el radicalismo-, paseándose sobre los escombros de una izquierda
imposible, que pretende representar la ultraderecha burocrática del peronismo
sindical.La pelea por la capital federal es más incierta. Dos candidatos
jóvenes, moderados, elegantes, razonables, Stubrin por la UCR y Grosso por el
justicialismo, disputan la mayoría. Grosso, que además posee fortuna personal,
ha optado inteligentemente por la nueva cara del peronismo conciliador,
nuevamente interclasista, rellenando de vaselina su discurso político. Sólo su
hipotético triunfo sobre Stubrin puede consolar al peronismo de su multiplicado
derrumbe nacional.
Al menos esta campaña ha
servido para mejorar los asesoramientos de imagen de los justicialistas de
centro, derecha, izquierda, moderados, maximalistas, esquinados por aquí o por
allá. A diferencia de las elecciones de 1983, el peronismo se ha publicitado
mejor: la marcha de los muchachos peronistas se toca en tono menor como si
fuera el adagio de Albinoni, toda referencia a Isabelita -todavía presidenta
del movimiento- ha sido radicalmente suprimida, y las imágenes de Eva y de
Perón son las más sonrientes, relajadas y plácidas, como correspondientes a un tiempo
añorado.
Pero cualquier esfuerzo
propagandístico es vano en esta elección en el que todas las cartas ya están
echadas de antemano: mantenimiento o subida moderada del radicalismo, caída del
peronismo total por su subdivisión interna, derrota estrepitosa de Iglesias
-aunque salga diputado-, y crecimiento de la UCD y del PI, como esperanzas
alternativas de normalización política de la nación. Porque ni el radicalismo
es exactamente la derecha -son krausistas, moralistas, utópicos, moderadísimos-
ni el peronismo es la izquierda, y menos ahora. El peronismo oficial, en estos
momentos, arrojaría a las tinieblas exteriores a quienes se sentirían comodos
junto a Miguel Roca y Antonio Garrigues. No tolerarían su sedicente y ominoso
izquierdismo.