Raúl Alfonsín, casado, con hijos y nietos, nacido hace 57 años
junto a la laguna de Chascomus, en la provincia de Buenos Aires, abogado,
presidente de la Unión Cívica Radical (UCR) y líder de su facción Renovación y
Cambio, fue proclamado el pasado miércoles presidente electo de la República
Argentina por la Asamblea de Diputados y Senadores y ayer tomó posesión de su
cargo, El hombre que recibe a los jefes militares en zapatillas y se pone la
corbata para entrevistarse con Adolfo Suárez, pide el regreso de los exiliados,
recuerda que la regla de oro de los países civilizados es la supeditación del
poder militar al civil, expresa su convicción de que el país no volverá nunca
más a los regímenes militares, deja muy en claro que su Gobierno nunca aprobará
la fabricación de la bomba atómica y promete que la justicia castigará a los
protagonistas de la subversión y la represión, que no el genocidio de los
desaparecidos no quedará impune.
Hay que entender que Raúl Alfonsín es algo más que el nuevo
presidente democrático de la nación argentina. Desde hace 10 años, ha venido
librando una trabajosa batalla dentro del radicalismo para regenerar sus
orígenes y superar el desconcierto histórico que supuso la irrupción del
peronismo en la vida política argentina. Con su movimiento interno Renovación y
Cambio, pretendió que los radicales entendieran finalmente que el peronismo no
era una maldición divina a cuenta de algún pecado original, sino la utilización
inteligente de un proletariado industrial ignorado por el radicalismo
primigenio.Es uno de los pocos políticos radicales que revelaron los
acercamientos claudicantes del radicalismo hacia el peronismo y advirtieron
claramente todos los aspectos herrumbrosos de uno y otro. Prácticamente desde
la rendición argentina en las Malvinas, inició una campaña política extenuante,
que le ha hecho recorrer varias veces su país. Derrotó a sus adversarios de la
derecha de su partido, representados por el actual senador federal Fernando de
la Rúa, sin lesionar por ello la unidad interna de los radicales. Tanto es así,
que el propio De la Rúa, su más firme contrincante partidario, le sirvió
posteriormente de telonero en los grandes mítines de la
renovada UCR.
La campaña presidencial de Alfonsín
fue ejemplar en su formato y tocó el corazón dolorido de los argentinos;
mientras los peronistas alzaban los crespones de sus muertos ilustres y
recordaban continuamente el pasado con triunfalismo, Raúl Alfonsín sacó de su
baúl electoral las banderas regeneracionistas: la esperanza, la justicia y el
futuro. Denunció abiertamente el pacto entre las Fuerzas Armadas y un sector
mafioso de la dirección sindical peronista y prometió acabar de una vez por
todas con el poder militar en Argentina.
Seguro de su victoria mucho antes del
30 de octubre, arrambló con cientos de miles de votos no radicales e incluso
peronistas. Fuera de su partido logró captar los sufragios de muchos hijos de
peronistas y de sus madres, que optaron por votar con sus hijos y con el futuro
antes que por sus maridos y el pasado. Es un hombre reposado pero dotado de
gran energía para el mitin-, que inspira confianza y credibilidad naturales.
Carece de bienes de fortuna y permanece fiel a la vieja tradición radical de
cumplir lo que se promete. Y viene desde hace meses prometiendo que en la
República Argentina se van a acabar la corrupción, la inmoralidad, la
prepotencia y la barbarie militar. Su mirada, sus gestos, las inflexiones de su
voz son particularmente expresivos cuando alude al problema militar argentino.
No hará ninguna concesión al principio de que él, como presidente, será el jefe
de las Fuerzas Armadas. Hace pocos días fueron a visitarle a un retiro
campestre los secretarios generales de las tres armas: los recibió vestido con
una cazadora, en zapatillas y sin calcetines, y a ninguno le acompañó hasta la
puerta. Media hora después, se vestía socialmente de pies a cabeza para recibir
al ex presidente español Adolfo Suárez, a quien atendió con las mayores
deferencias. Sus allegados señalan que fueron gestos deliberados.
En la mañana de su proclama a EL PAIS
en el último piso de un hotel céntrico de Buenos Aires prácticamente ocupado
por su Gobierno in péctore y en el que trabaja esperando su
asunción del sábado. Pese a la maratón electoral, su aspecto es magnífico: ha
nadado en la piscina del hotel y sonríe ante las dificultades que el todavía
vigente Gobierno plantea a su petición de reforma de la ley de Ministerios, que
eliminará los cargos de comandantes en jefe del Ejército de Tierra, la Armada y
la Fuerza Aérea. "Es una resistencia mezquina e inútil", afirma:
"el único jefe de las Fuerzas Armadas argentinas es el presidente de la
nación, yo".
Pregunta. Señor presidente: ¿qué mensaje transmitirá usted a
los hombres y mujeres del exilio argentino?
Respuesta. Que regresen a este país, y lo pido aun sabiendo
que hay argentinos que ya han soportado hasta dos exilios; que tengan confianza
en esta etapa de nuestra vida política; que sepan que no va a haber más
problemas en Argentina y que los necesitamos aquí. Desde luego, no quiero dejar
de recordar que lo que me parece inoportuno a este respecto es la intención de
regresar que albergan algunos jefes de la guerrilla subversiva, aunque sé que
han proclamado muy firmemente su decisión de actuar en el futuro de otra
manera. Pienso que el pueblo argentino, sin distinción de credos políticos,
estima que la contribución más importante que ahora pueden prestar es no
regresar al país.
Todo lo contrario de la contribución
que yo pido a decenas de miles de argentinos que, con su inteligencia y su
preparación, están enriqueciendo a los países más desarrollados de la Tierra. A
todos ellos tenemos que hacerlos regresar, pero no mediante estímulos
materiales, sino convenciéndoles de que pueden llevar a cabo en su país el
trabajo que ahora desarrollan brillantemente en beneficio de otros pueblos.
P. ¿Cuál es su reflexión sobre la decadencia argentina?
R. Está muy claro que los argentinos no vamos a ser
considerados como un país de primera mientras no se cumpla la regla de oro de
cualquier país civilizado, que reside en la supeditación de los poderes
militares a los poderes institucionales. Creo, en consecuencia, que en buena
medida nuestra decadencia obedece a que no se ha cumplido esta regla y a que
hemos sido víctimas de un proceso que nos ha llevado fatalmente a una suerte de
destrucción de nuestro propios valores. Cayó sobre este país una corrupción que
ha hecho suponer que para nada sirve la actividad de cada uno fuera de para el
medro personal, que para nada importa la actitud que pueda tenerse para con el
propio país. Tan es así, que hemos estado al borde de la disgregación nacional.
Y esto lo hemos observado a todos los niveles de la sociedad argentina. En
consecuencia, se ha producido una tremenda falta de solidaridad. Nadie ha
creído en nada, mientras distintos Gobiernos dictatoriales o militares han
pretendido encontrar todas las soluciones. Y cada Gobierno militar que llegaba
no hacía otra cosa que profundizar aún más en la crisis, llevándonos a una
situación tan extrema, que se ha producido un envión del
péndulo hacia el otro lado. Ahora tenemos que tomar las riendas de la
situación. Yo creo que las tomamos. Yo creo que nunca, nunca más volveremos a
los Gobiernos militares: ya nos hemos dado cuenta todos de que esto es la
decadencia.
P. Pero en Argentina, más que en ningún otro país, han existido
tras las Fuerzas Armadas poderosos intereses civiles.
R. Es el problema de la oligarquía, que para mí no es una clase
social, sino un comportamiento, que entre nosotros se refugia
preponderantemente en la especulación financiera y que hasta combate la
producción. Antes era la oligarquía vacuna, en la época de la colonia, durante
las guerras por la independencia. Ahora, aquella oligarquía de rastacueros que
gastaban grandes fortunas en París degeneró en otra oligarquía de base
financiera e inescrupulosa. Esto es difícil de entender en Europa, donde, a la
postre, el poder financiero es responsable de algún proyecto de desarrollo
capitalista que al menos procura un mejor desarrollo del país y existen
partidos conservadores que impulsan esos proyectos. Esto no tiene reflejo en
Argentina. Su única tabla de salvación es influir sobre los militares para
ocupar el poder y convertirlos en un brazo armado de dominación social y
económico. Esto es lo que nos ha venido sucediendo hasta ahora, y lo que se ha
terminado para siempre en el país. Porque las propias Fuerzas Armadas han
advertido que su propio prestigio requiere antes el prestigio de las
instituciones de la República.
P. ¿Exigirá su Gobierno responsabilidades a las Fuerzas
Armadas por el genocidio de los desaparecidos?
R. Todos lo verán la semana que viene. El lunes comprenderá la
modificación sustancial que propongo en las fuerzas armadas. Fíjese en las
leyes que voy a mandar al Congreso el lunes y el martes. No se fije tanto en lo
que diga en el Congreso en mi mensaje a la nación, aunque vamos a reiterar
nuestra posición, desde luego, sobre el tema de los derechos humanos. Nosotros
hemos establecido tres niveles de responsalbilidad: quienes dieron las órdenes,
quienes se limitaron a cumplirlas y quienes llegaron a excederse en el
cumplimiento de dichas órdenes.
P. ¿Se apoya usted en la jurisprudencia francesa tras la
batalla de Argel?
R. Me va a interesar conocer mejor la legislación francesa sobre
este problema, aunque después de la designación del canciller Dante Caputo ya
nos están diciendo que somos medio afrancesados. Conozco una suerte de amnistía
que se produjo en Francia sobre militares responsables de excesos y que, entre
otros, firmó Mitterrand. Mi posición es otra. Yo voy a llevar adelante un
sistema más complicado, porque me voy a atener escrupulosamente a la legalidad
actual. Entonces, yo voy a mandar procesar a unos generales al Consejo Supremo
de las Fuerzas Armadas, pero también mandaré una ley al Congreso donde abro un
recurso ante la jurisdicción ordinaria. Porque mi compromiso no es con la
justicia militar, exclusivamente, aunque ahora estoy obligado a seguir en ella.
Entonces, yo ahora mando una ley para que exista una posibilidad de apelación
de la justicia ordinaria sobre los tribunales militares. Esto, con respecto a
las cúpulas militares, a quienes dieron las órdenes. Respecto a los oficiales,
sólo concedo el recurso para aquellos que no cumplieron estrictamente sus
órdenes o se excedieron en sus cometidos, para eliminar el desastre que se me
produciría si me llevan a todos los tenientes, todos los capitanes, etcétera, y
lo mismo vamos a hacer con los cabecillas de la subversión, y también se
abrirán recursos de revisión para los condenados por los tribunales militares. La idea que yo tengo es terminar con esta pesadilla
nacional sobre la base de la justicia, la verdad y la libertad, lo hemos dicho
durante nuestra campaña. Y hay que exigir sus responsabilidades a los
cabecillas de las dos partes, de la subversión y de la represión, y por abajo,
a todos los que cometieron abusos y desmanes por su propia cuenta. Y manga
ancha para tantos que se vieron desbordados por los acontecimientos o
carecieron de valor moral para resistirlos.
P. Teniendo en cuenta que el Ejército permanece intacto en sus
cuarteles, parece la solución más posibilista, pero no va a contentar
probablemente a nadie.
R. Pienso designar
una comisión investigadora que me asesore, donde quiero que estén desde
monseñor Nevares a Adolfo Pérez Esquivel, pasando por dirigentes de todos los
partidos políticos. Queremos que se sepa la verdad de lo ocurrido. Que
aparezcan con vida habrá muy pocos. Sé que las madres piden tribunales
populares o juicios por jurados. Yo sé lo que voy a hacer, y mi conciencia está
tranquila. Sé que no voy a quedar bien con nadie, aunque estoy seguro de que la
mayoría silenciosa estará de acuerdo conmigo. Los que tienen capacidad de movilización
' por un lado o por otro, se pondrán furiosos. Pero yo sé que voy a abrir una
posibilidad de solución a este problema.
P. ¿Se dejarán juzgar las Fuerzas Armadas, siquiera sea selectivamente?
R. Lo soportarán, porque tendrán otras autoridades y porque además
ellos mismos quieren otra cosa. Yo le aseguro a usted que vamos a prestigiar a
las Fuerzas Armadas argentinas. Yo voy a trabajar personalmente por el
prestigio de nuestros ejércitos. Estoy persuadido de que no tendremos
problemas.
P. ¿Qué ayuda puede prestar España en estos momentos al pueblo
argentino?
R. Es muy importante lo que puede hacer España. Los distintos políticos
españoles, por sus contactos permanentes con sus colegas europeos, pueden
procurar una solidaridad y una comprensión que en estos momentos son muy
importantes para Argentina. Sobre todo, en dos aspectos: la refinanciación de
la deuda externa -el 35% la tenemos con Europa- y la posibilidad de colocar más
productos nuestros allá. No pienso en la posibilidad de cambiar la filosofía
del Mercado Común, pienso que existen dificultades dentro de la propia CEE en
el campo agropecuario, y problemas financieros muy agudos. Pero todavía creemos
que Europa es algo más que un mercado. España también puede cooperar muy
positivamente en la relación económica bilateral, en temas de cultura, en la
ayuda al regreso de nuestros exiliados.
P. ¿Qué opinión le
merece la presencia de pesqueros españoles en la zona británica de exclusión en
torno a las Malvinas?
R. Es algo muy
delicado para nosotros. Esto es algo que nos abre un agujero muy grande. No
tengo dudas de que el presidente González tiene que estar hondamente preocupado
por este asunto. Aquí es donde ahora nos es precisa la solidaridad de las
democracias del mundo, porque esto es un hecho muy grave para nosotros y para
toda América Latina. E muy grave consolidar una gran base militar en el
Atlántico sur.
P. ¿"Se
plantea su Gobierno la posibilidad de una paz con el Reino Unido?
R. Eso depende más del Remo Unido que de nosotros. Estamos preocupados
porque existe la intención de ubicar el problema de las Malvinas, por parte del
ministro británico de Defensa, dentro del conflicto Este-Oeste y como una
posibilidad de apoyo estratégico a la OTAN. Esto es realmente absurdo.
P. Tras su
autosuficiencia en uranio enriquecido, ¿fabricará su Gobierno una bomba atómica?
R. Estamos absolutamente resueltos a que el desarrollo tecnológico y
científico argentino en materia nuclear se vincule exclusivamente a finalidades
pacíficas. Un Gobierno presidido por mí jamás fabricará armamento nuclear ni
contribuirá a la nuclearización del subcontinente.
P. ¿Confía en un rápido entendimiento con Chile sobre el canal de
Beagle?
R. En poco tiempo podremos darle una buena noticia al mundo, porque
resolver pacíficamente este problema con Chile será una tranquilidad para
todos. Y además, es intolerable que se desarrolle una carrera armamentista en
países que aún no hemos solucionado el problema del hambre de nuestros pueblos.
Hay que terminar con esta inmoralidad.
P.¿Cree, señor presidente, que la Administración Reagan será
comprensiva con los problemas económicos argentinos?
R. Al menos, la
banca estadounidense estará obligada a ser comprensiva. Nosotros somos buenos
deudores, porque queremos pagar nuestras deudas. Pero no podremos hacerlo si
nos cobran con usura o si pretenden imponemos recetas económicas recesivas. No
vamos a pagar más allá de nuestras exportaciones. Y dadas las características
de mi país, no creo que tengamos problemas para una adecuada refinanciación de
nuestras deudas.
P. ¿Sería usted proclive a la creación de un club de deudores en América
Latina?
R. Todos hemos de ayudarnos para no ser víctimas de una de las
manifestaciones más groseras del imperialismo, que es la sumisión económica.
Pero creo que, tal como están las cosas, no se puede hablar de un club de
deudores, porque todos los países están interesados en soluciones
indepen
P. ¿Cree que el pueblo argentino soportará la inevitable disciplina
económica que se avecina?
R. Estamos
persuadidos de que, por encima de todo, aquí empieza una etapa nueva, realmente
distinta. El problema más grande que vamos a tener es el de manejar las
expectativas. Cuando nos encontramos con una situación tan dura como la nuestra
no estamos en condiciones de poner en el bolsillo del trabajador todo lo que
quisiéramos. Pero el pueblo argentino va a advertir de inmediato algo que es
fundamental en mi criterio, y es un sentido de justicia presidiendo la acción
del Gobierno. Y daremos una respuesta in mediata a los requerimientos ele
mentales de la justicia social, aun que no podamos solucionar todos los
problemas de inmediato. Tenemos una inflación, que usted conoce, que es
galopante, que calculamos que en noviembre estuvo por el 20% o por el 22% y que
acabaremos el año en un 400% o en un 600%. si proyectamos este mes. Es una
tarea hercúlea la que tenemos por delante.
P. ¿Qué líneas maestras trazará para salir de este pozo?
R. Vamos a combatir
la inflación y la recesión. Usted dirá que son metodologías enfrentadas y que
para combatir la inflación hay que ir a la recesión. Nosotros vamos a probar
otra cosa. Tenemos el 13% del producto nacional bruto de déficit presupuestario
y queremos dejarlo en un 5%. Esto supone recortes presupuestarios muy duros. Y
van a ser muy duros para las Fuerzas Armadas. Pero van a colaborar, porque
desde el 30 de octubre ya son nuestras Fuerzas Armadas. Vamos a introducir
cambios importantes en nuestro sistema impositivo, que es uno de los más
regresivos de la Tierra y que recae fundamentalmente en los consumos populares.
Aumentaremos, con un sentido de justicia distributiva, la presión tributaria,
pero sin exageraciones, que también serían regresivas. Y potenciaremos la
producción industrial reformando la política crediticia para acabar con esta
historia de que sean las finanzas las destinatarias casi exclusivas de todos
los esfuerzos del trabajo y la producción. Mejoraremos nuestra protección
arancelaria y elevaremos el consumo básico con un salario mínimo vital móvil.
P. Señor
presidente, muchos de sus compatriotas estiman que su trabajo desde la Casa
Rosada será inútil mientras la plaza de Mayo se la ocupen los sindicatos
peronistas.
R. Vamos a tener problemas, desde luego, pero estarán
vinculados a los problemas económicos y profesionales de los trabajado res.
Nosotros vamos a propiciar un ordenamiento sindical que permitirá la
democratización de los sindicatos, y cuando los sindicatos sean democráticos,
pelearán contra mi Gobierno, pero aceptando la arena de la discusión legítima y
leal. Será el desorden de superficie de toda democracia.