En una ciudad calificada como la capital del ruido, y en la que los
patrulleros de la policía federal disparan sus sirenas para ir a comprarpizza o para saludar el taconeo de una mina (mujer atractiva), los últimos dos días han
sido un festín sónico de ulular de sirenas, que, por una vez, han hecho sonreír
a los transeúntes. Ochenta y cinco delegaciones internacionales han volado a
Buenos Aires para saludar al primer país del Cono Sur liberado de la barbarie
militar, y 8.000 policías federales protegen protocolaria y aparatosamente su
tranquilidad. Pero Buenos Aires, pese al aullido de las sirenas -o acaso por
ellas; hasta en la policía se aprecia el entusiasmo-, era ayer la capital de la
libertad.Un destacado político chileno me comentaba que la mitad de los
problemas de los dos ancianos entregados obsesiva y rencorosamente a sumar
capacidad de destrucción nuclear (Reagan y Andropov) podrían disiparse
disparando de consuno algunos megatones sobre la capital del río de la Plata.
Desaparecerían buena parte de los estadistas mundiales que mejor o peor, buenos
o malos, inteligentes u obcecados buscan alguna suerte de libertad para las
personas normales por el pasillo de la amenaza nuclear.
Plaza, en el Libertador, ves a Pierre Mauroy y a Felipe González, y
a Adolfo Suárez; al sandinista Daniel Ortega buscando al vicepresidente
norteamericano, George Bush, o a un viceministro cubano saludando a toda la
corte de la oposición democrática chilena, encabezada por Gabriel Valdés. No ha
venido el presidente chileno, general Augusto Pinochet, aunque se atrevió a
desearlo (nadie le recibe), ni su superministro Sergio Onore Jarpa, tantos y
tan recientes años embajador en esta capital. Goyo Álvarez, el dictador
uruguayo, ese hombre que se ve el Napoleón de una república novillera y que
hace pagar la cárcel a sus presos políticos, prohibió la salida del país a los
líderes democráticos que venían desde Montevideo.
El presidente
peruano, Fernando Belaúnde, ha saludado a Raúl Alfonsín como el hombre
internacional del año. Gran parte de los mandatarios presentes en Buenos Aires
rindieron homenaje a San Martín en la plaza de su nombre.
Allí el socialdemócrata
venezolano, Carlos Andrés Pérez afirmó, entre ovaciones: "Ya estoy viendo
a Pinochet saliendo del palacio de la Moneda y entregando el Gobierno a una
democracia. Y lo mismo digo de Uruguay. Tal vez sólo quede esa momia faraónica
que es el régimen de Stroessner en el Paraguay".
Menos Andropov,
menos Reagan, menos Pinochet, Stroessner, Álvarez y todos los pesimistas
históricos que ahora ostentan el poder, los demás están aquí en esta gran
ciudad tan castigada, de tan incierto futuro, pero en la que, al menos ayer,
parecía palparse la posibilidad de que alguna vez los hombres puedan vivir un
poco más sosegados, con alguna paz, bajo leyes armoniosas y sin ningún frenesí
por exterminarse.
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