Hace miles de años, las
mujeres se dieron la vuelta para no tomar como animales, y, ofrecerles el rostro a los hombres. Fue otro
punto de la evolución, el macho las
satisfizo con trozos de carne. Se conoce que la hembra fue quién apoyándose en sus caderas fue la primera que
se puso de pié. Había comenzado el amor por encima de la reproducción; desde el
momento en donde los primates comenzaron a mirarse a los ojos. El
arqueólogo Eudald Carbonell-Rovira es
codirector del Proyecto de
Atapuerca, y, acaba de publicar un apasionado libro:”El sexo social”, editado
por Ara Llibres. Según el autor “la sexualidad es mucho más antigua que las
primeras herramientas de piedra. No empieza con la emergencia de la
inteligencia operativa pero sí que, a partir de la socialización de ésta
adquisición, hace más de dos millones de años, se inicia un proceso por el cual
la sexualidad se convertirá en una
estrategia de adaptación humana de una trascendencia única. De esta manera, la
selección sexual y la emergencia cultural se retroalimentarán para convertirnos
en una singularidad del reino animal”.
Follar es un clásico de antes que se
descubrieran las Cuevas de Atapuerca y contrapeo la sexualidad que muestra
acertadamente lo que enuncia el doctor Carbonell con “El cerebro femenino” de la autora norteamericana
la doctora Louann Brizendine (editorial
RBA). Sin hormonas no hay sexo y las mujeres siempre engendran un embrión
durante seis semanas y que es femenino hasta que lo atropella la aparición de
la testosterona. Pero el cerebro siempre comienza en femenino. Que tenga menos
peso que el del varón es irrelevante y sólo se corresponde con la morfología
más pequeña de la mujer. No existe el cerebro unisex. Hombres y mujeres hacen
lo mismo con su cabeza pero recorriendo trayectos hormonales diferentes. El
hombre es una carretera única de testosterona mientras los estrógenos de la
mujer la inclinan a la negociación. No es de extrañar que la mujer se diera la
vuelta para mirarle a los ojos al hombre. Es una publicación para conocer y
pensar social y científicamente la evolución de la conducta sexual, a través de
un arqueólogo. Que los chimpancés sean promiscuos no a de distraernos de la
complejidad de la mujer que tiende a la monogamia. Las mujeres son muy selectivas
sobre la elección de sus parejas y piensan en el sexo dos o tres veces a la
semana mientras los hombres piensan en lo mismo pero diariamente. Probablemente
desde antes de Atapuerca cuando una chica se sienta en un restaurant para
hablar con un compañero de asuntos de trabajo ya sabe perfectamente en que
está pensando el otro. La evolución de la mujer se ha basado en la liberación de estrógenos, progesterona,
oxitocina, alopregnenolona y cortisol, las que las hacen maravillosas frente al
monotema masculino. Sólo nos queda el consuelo que las chicas son unos chicos
muy raros.
El autor Carbonell afirma:” la sexualidad se
constituye básicamente de comunicación y reproducción y, en este último caso,
es una forma de complementaridad entre macho y hembra. Pero en general es una
conducta social independiente del sexo de los individuos. En este sentido, es
un proceso evolutivo, social, cultural y psicológico, y una sociedad abierta
tiene que permitir la diversidad de comportamientos sexuales”. Analiza porque muchas
veces los machos y las hembras no coincidimos en nuestros interese sexuales,
así como otro aspectos relacionados como son la reproducción, la jerarquía, el
amor, el arte, la estructura doméstica, el placer y el sexo virtual. “ Es
decir, como evolucionista que soy abordo la sexualidad como un reto que hay que
afrontar cara a cara desde la racionalidad, la intuición y ciencia, el
pensamiento, la experiencia y la reflexión”asegura.