Al escritor y periodista
Jaime Campmany, le han dedicado una calle en Madrid contra la opinión del
consistorio del PSOE e IU. Los unos
aducen que era un fascista y los otros machista. Fascista fue hasta de un
republicanismo que no le cabe ni José Luis Rodríguez Zapatero y su ideólogo de
cabecera Petit, y, por su edad no le alcanzó ni a los cojoncillos de los arreos de militante al
callejeado. Del machismo sólo tuvo aquello que los hombres
tenemos de seducción por las mujeres y un desmayo por las curvas y los
estrógenos. En cualquier caso de machista
no llegó a los calzones irrespetuosos de
una tal Bibí Aído. Siempre fue un señor y un caballero y uno de
los mejores escritores y articulista en
la prensa española. El Luca de Tena que acaba de morir le dijo:” mientras yo viva
siempre tendrás tu columna en ABC.” Transmuertes. Republicanismo contra
monarquismo pasado por la calidad de la escritura.
Jaime fue mi amigo y de no haberse muerto
tempranamente también hubiera sido padrino de mi boda canónica en la iglesia de
Los Jerónimos como lo hizo Celia Gámez de la mano del general Millán Astray. Poco
antes de su óbito me mandó un brevete: “Tenemos que vernos porque la vida se nos
acaba”. La vida se me acabó con él y sin sus
amenas conversaciones desde el Lago di Garda, al norte de Italia, donde
pasaba los veranos tras haber sido exiliado a Roma como corresponsal indeseable
del viejo régimen. Fue mi padre
sustituto, hoy denostado por las izquierdas para poder tener una calle en Madrid. Conchita, que aún me sigue alimentando con croquetas, está tal como para decidirme a vivir a la calle de Don Jaime Campmany.
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