Pasado el paréntesis
electoral, la actualidad argentina ha vuelto por donde solía: Vicente Leónidas
Saabi, primer vicepresidente del peronismo, caudillo catamarqueño -en el norte
del país-, arrasada su provincia por el voto radical, ha presentado su renuncia
a la dirección del partido; Mario Eduardo Firmenich, líder de la organización
Montoneros, preso en Buenos Aires tras ser entregado por Brasil, acaba de
recibir una petición fiscal de reclusión perpetua; el próximo lunes se inicia
el proceso castrense contra la última Junta Militar de la dictadura por la
pérdida de la guerra de las Malvinas, y nuevamente la ominosa amenaza de las
bombas se ha cernido sobre la capital federal.El proceso contra Firmenich
carece de vista oral y se continúa celebrando en el ámbito cerrado de los
despachos judiciales. Muy probablemente, y en breve, será condenado a la
reclusión perpetua que le reclama su fiscal. Y el lunes, a puerta cerrada pero
con asistencia de una comisión parlamentaria y de altos miembros de las fuerzas
armadas, se iniciará el juicio por la pérdida de las Malvinas contra Galtieri,
Anaya y Lami Dozo, triunviros de la última Junta Militar.
La dimisión de Saabi deberá
ser examinada por el congreso nacional justicialista, que no se reunirá antes
del 6 de diciembre, con lo que cabe en el ínterin toda suerte de apaños y
pactos debajo de la mesa. Según Antonio Caciero y sus renovadores, vencedores dentro del peronismo en la
provincia de Buenos Aires, la conducción partidaría debería quedar
provisionalmente en manos del Consejo Federal, previa la readmisión suya y de
sus hombres en el movimiento, del que fueron expulsados por el derrotado -pero
ya diputado- Herminio Iglesias.
Éste prometió una
conferencia de prensa para el pasado miércoles en la que pondría los puntos
sobre las íes y detallaría las maniobras inconfesables de sus enemigos, las
traiciones de Cafiero y las añagazas del radicalismo que propiciaron su segundo
holocausto electoral como líder del peronismo bonaerense: finalmente optó por
guardar un sabio silencio. El peronismo oficial continúa suicidamente sin
elaborar el mínimo papel autocrítico sobre las consecuencias de sus sucesivas
derrotas electorales y sin haber logrado depurarse tras tres congresos
reunificadores que no han reunificado ni aclarado nada. Ayer, en los círculos
justicialistas continuaba hablándose de un cuarto congreso unificador que al
menos permita aglutinar a los 10 diputados de Caciero, expulsado del partido.
Igualmente se sugería la
posibi-fidad de que Herminio Iglesias renunciara a su escaño. Pudiera parecer
un gesto noble pero de llevarse a cabo la declinación no sería tal: si Herminio
renuncia a su banca, ingresaría nuevamente al congreso el cuarto de su lista, BetoImbelloni, su
incondicional mano derecha, otro sospechoso de homicidio y gran amigo y
propagandista del dictador paraguayo Alfredo Stroessner.
Derrota a derrota, caída
tras caída, la cúpula mafiosa que secuestró al peronismo después de que la
dictadura militar lo limpiara de izquierdistas se resiste a abandonar sus
despachos, sus nóminas y sus influencias.
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