17/3/82

Problemas de tráfico (17-3-1982)

El Consejo Supremo de Justicia Militar, constituido en Tribunal, acordó ayer desestimar la práctica de un careo entre el general Armada y el coronel Ibañez Inglés, solicitado por el defensor de éste, Salvador Escandell, en la decimosexta sesión de la vista del juicio que se sigue contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero. El presidente del tribunal se había opuesto la semana pasada a otro careo entre Armada y Miláns solicitado por el mismo abogado. La mayor parte de la sesión de ayer la dedicaron el fiscal y los abogados para interrogar al coronel Ibañez Inglés quien, entre otras cosas, manifestó su convicción de que fueron Armada y Miláns quienes ordenaron a Tejero que ocupara el Congreso. También reveló que, días antes del 23-F Milans le contó que ya estaba preparada la reforma de la Constitución y prevista la formación de un "gobierno mixto, presidido por un general monárquico" y el acceso a la presidencia de la JUJEM de un general cercano al Rey. En la sesión de la tarde, se inició el interrogatorio del coronel de la Guardia Civil, Miguel Manchado García.

Gerardo Quintana, defensor del general Torres Rojas, cometió ayer una imprudencia patriótica en el interrogatorio del coronel Manchado. "¿Desde cuando -pregunta- sirve usted en la Guardia Civil?". "Desde 1945" -contesta el coronel-. "¿Y alguna vez le han dado una orden ilegal a la Guardia Civil?", repregunta el letrado. Adviértase que Quintana emplea el tono de voz efectista y entusiasta de quien espera por respuesta un estentóreo "¡Nunca!". Pero Manchado vacila y termina por responder: "Pues tengo que confesar que sí..., aunque me reservo los casos". Quintana, bueno de reflejos, guillotina el silencio y plantea rápidamente otra pregunta.Pero el anterior desliz no retrata esta nueva jornada presidida por la fatíga intelectual de un fiscal titubeante ante el coronel Ibáñez Inglés -interrogatorio circunloquial; aunque vaya en descargo del ministerio público lo correoso, memorístico y entrenado del personaje- y por los comentarios oficiosos y públicos acerca del estado de salud del teniente general Alvarez Rodríguez, que preside esta causa. Tiene problemas estomacales desde el empleo de Teniente Coronel y ya en la mañana de ayer se especulaba con la posibilidad de que fuera interinamente sustituido por el consejero más antiguo, teniente general Gómez de Salazar (ex-gobernador general del Sahara y presidente del Consejo de Guerra que juzgó a los militares de la UMD), que se sienta inmediatamente a su derecha. Presumiblemente, ayer el presidente se hizo la violencia de ocupar su estrado para no dar pábulo a más rumores: el director adjunto de Diario-16 y una redactora del mismo medio se reincorporaban a los pupitres de los periodistas. No por ello se obvió algún chau-chau por cuanto el capitán Alvarez Arenas (origen del incidente con Diario) estuvo ausente de su sillón de encausado durante casi toda la manana. Al parecer, su índice de colesterol le mantuvo en manos de los servicios médicos. García Carrés, por otra parte, continúa sin asistir a las últimas sesiones. El caso es que el juicio de Campamento deviene a pasos agigantados en una suerte de ejercicio de remo en el mar de los Sargazos. El alcalde de Madrid nos ha obsequiado con banquitos para reposar los recesos y hasta para que todos se queden mirando al cielo observando una cigueña que planea el Servicio Geográfico ("¡Buen augurio!, buen augurio!"; aquello es un mierocosmos de familiares, observadores militares, periodistas, reclutas, que hay que ver). Y a la leve solana de marzo los jurídicos o abogados que allí huelgan estiman que, vueltas a echar las cuentas de los días, el proceso se puede meter en mayo, que esto es más lento que un desfile de cojos y que a estas alturas aún no se ve la luz. Con experiencia en otros consejos de guerra un letrado militar confesaba su estupor ante lo poco avanzado en busca de la verdad. "La relatoría lo va a tener muy mal -afirmaba- a la hora de redactar los hechos probados en la futura sentencia. Hasta ahora casi no hay más hechos probados que la entrada violenta de Tejero en el Congreso. Y eso porque existe una grabación de video". No es de extrañar la fatiga física y mental que -por su preeminencia- cabe destacar en el presidente, quien en la tarde de ayer permitió que el coronel Manchado nos Ilustrara sobre las inconmensurables dificultades del tráfico madrileño (que le impidieron retirar a sus guardias civiles del Congreso) o acerca de las órdenes verbales que recibe como jefe de un parque de la Benemérita, al frente del cual ha devenido antes en un jefe de empresa que en un coronel. Por lo oído, también la empresa la llevaría deficientemente.

Así, a este jefe del Ejército a quien un subordinado como Tejero convence para que le preste cincuenta guardias ni más ni menos que para tomar el Congreso de los Diputados -expende guardias como quien expende tabaco- nos relata que también ha tenido que obedecer otras órdenes de las que todavía está esperando certificación escrita. Tales como la remisión de un cuarto cocinero al ministro del Interior-, o la entrega de cincuenta mil pesetas para gasolina al director, general Aramburu, o el transporte hasta el puerto de Pasajes de un líder de UCD. "¿Puede decir su nombre?", pregunta un letrado. "No -contesta Manchado-, pero sé su dirección y puedo decir que el conductor comentó a la vuelta que no le había dirigido la palabra en todo el viaje". Ciertamente que se ignora en qué contribuye todo lo'anterior al esclarecimiento del golpe de estado de febrero. Pero fue tolerado, y allí no se cortó la palabra.

Pero donde la declaración de Manchado alcanzó cotas dignas del manifiesto de André Breton o como poco de las películas de Jacques Tati es cuando relata su odisea desde Príncipe de Vergara a la Cibeles. El teniente general Aramburu le llama por teléfono y le ordena presentarse inmediatamente en el hotel Palace para darle explicaciones de por qué sus guardias han asaltado el Congreso detrás de Tejero. Manchado es el jefe natural de esos hombres y quien mejor que nadie los puede retirar del cuartelazo. Manchado confiesa que empieza por extrañarle que su Director le cite en el Palace. Sea como fuere, monta en su auto oficial y toma Príncipe de Vergara para abajo hasta el cruce de Serrano, sigue bajando esta calle hasta la plaza de la Independencia y de ahí hasta Cibeles; se pierde en la descripción de en qué carril se hallaba su automóvil y abruma con su desamparo ante las desviaciones de tráfico a que aquella tarde procedía la policía municipal madrileña. Va de uniforme y con las estrellas en las hombreras, y en coche negro de representación militar. Aquella misma tarde el coronel San Martín hizo valer su rango para cruzar tan frágiles controles.

El coronel Manchado, que. como representante de la Guardia Civil no puede desobedecer a ninguna autoridad, aunque sea municipal, regresa ante el tapón de tráfico e intenta proveerse en su oficina de un lanzadestellos, sirena y uniformidad más epatante. Y Aramburu esperando en el Palace y un golpe de estido creciendo en el tiempo sin que este coronel opte siquiera por apearse del auto y correr de Cibeles a Neptuno para cumplir sus órdenes. Cuando vuelve por la parafernalia para que su coche cruce la barrera de los muñicipales le está esperando un general -Fajardo- para arrestarlo.

Hemos tenido que escuchar tan largo lamento de un hombre luchando con el tráfico madrileño y el callejero y la intolerancia de los guardias urbanos de Madrid. Al coronel Manchado le faltó ayer aducir en su descargo que la ORA le impidió estacionar frente al Congreso. Hizo bien; nadie interrumpió su turno de palabra.Igualmente deparó la tesis, ya expuesta en otras sesiones, de que Tejero, como disponible forzoso a las órdenes directas del director general de la Institución, era un hombre a obedecer. Argumentación curiosa. A Tejero no se le otorga destino precisamente por su nula fiabilidad tras la Operación Galaxia y se leamarra a la dirección general de su Cuerpo. Y esta depedencia directa se toma posteriormente poco menos que por muestra de confianza. Manchado, a la postre, admite que es hombre que lee pocos periódicos y que de la Galaxia -"desgraciadamente"- solo tuvo noticia y análisis por Televisión Española. La calidad informativa de Prado del Rey puede así acabar acudiendo en socorro judicial de un militar español acusado de rebelión. En la sesión matinal el coronel Ibáñez Inglés prosiguió anonadando a la Sala. Grueso, torpón de movimientos, bigotito años cuarenta, alberga tras su frente uno de los cocientes intelectuales más altos de entre los justiciables. Es una máquina de declarar: rápido, seguro, verborreico, proteico, eyector contínuo de datos, fechas, numeración de follos, recuerdos, ubicación fisica de teléfonos, otorgación de tratamientos... Impóluto hombre de Estado Mayor. Pero hay una enseñanza para estos hombres de la élite militar; una enseñanza elemental: cuando no se quiere revelar algo hay que aislarlo en la mente y, a coñtinuación, hablar incontinentemente de todo lo demás; así, cuanto más se habla menos se dice. Técnica elemental de contrainterrogatorios enseñada en las escuelas de colaboración castrense de la Zona del Canal.

Era inevltable pensarlo cuando Hermosilla (defensor de Armada) procuraba recordarle que en sus primeros 36 párrafos de declaración ante el plenario no aludió para nada al almuerzo en la Capitanía General de Valencia entre Miláns y Armada, así como otras omisiones que el coronel desdeña hábilmente como materias no preguntadas en la instrucción del sumario. Su obediencia a Miláns sí que parece ciega ("Cuando hace cuarenta años entré en el zaguán de la Academia de Zaragoza leí una estela que rezaba: Aquí la principal hazaña es obedecer"). Hombre imbuido de leyes y reglamentos admite no haber consultado la Constitución a la hora de redactar el batido de Valeticia y si la ley de Orden Público de 1959. Las consideraciones políticas las desdeña con desprecio de Aristóteles: "Yo soy militar y no animal político". Villalonga, defensor del comandante Cortina, le replicaría: "Usted es un zoom politikón de primera categoría". En otro momento del interrogatorio Ibáñez Inglés pretendió replicar a Villalonga con el argumento de que éste, por civil, no podía entender cabalmente el concepto que del honor y la lealtad se imparte en una escuela de Estado Mayor. El defensor del comandante Cortina no dudo en advertirle que en las universidades civiles se enseñaba tanto honor y tanta lealtad como en los cursos para la faja azul del Estado Mayor. Terminado el interrogatorio del militar que no quiere ser animal político, nuevamente Escandell (defensa de Miláns) solicitó careo entre el declarante y el general Armada. Prueba denegada.

Lo demás es una receta conocida: grandes dósis de obediencia al Rey, un pellizco de agravio comparativo por los tenientes de la Guardia Civil procesados -van a tener razón algunas defensas, falta por procesar a los tenientes de la Acorazada-, y todo salpicado de referencias negativas al personal político circundante. Plato indigesto que se sirve a diario en Campamento.

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