El presidente argentino,
Raúl Alfonsín, se trasladó ayer a la Escuela de Infantería de Campo de Mayo,
cerca de Buenos Aires, y consiguió personalmente, a las 17.55 (22.55, hora
peninsular española), sin derramamiento de sangre, la rendición de los
militares sublevados. Poco después, Alfonsín volvía en helicóptero a la Casa
Rosada, junto a sus edecanes y una custodia civil que portaba armas largas. Inmediatamente,
salió a uno de los balcones, fianqueado por su vicepresidente, Víctor Martínez,
y por Ítalo Argentino Lúder, candidato peronista derrotado en las elecciones de
1983 Desde el balcón, apenas pudo apagar el griterío con un
'compatriotas!" para decir a continuación lisa y llanamente: '¡Felices
Pascuas!".
Desde ayer ya es san Alfonsín. "Los hombres amotinados",
dijo el presidente, "han depuesto su actitud. Todos ellos serán detenidos
y sometidos a la justicia. Son un conjunto de hombres, algunos héroes de las
Malvinas, equivocados. Su intención no era la de dar un golpe de Estado, pero
han sumido al país en toda esta zozobra (...) La casa está en orden y no se ha
derramado sangre. Id a vuestras casas y besad en paz a vuestros hijos". La
multitud le respondió: "¡Raúl, querido, el pueblo está
contigo!".Alfonsín se retiró al interior de la casa de Gobierno mientras
los presentes en la plaza y quienes ocupaban los balcones de la Casa Rosada se
tomaban de las manos y cantaban el himno nacional. Terminaban casi cinco días
de crisis militar que habían puesto a la República a los pies de los caballos.
Lo ocurrido puede resumirse
así: un grupo de jefes y oficiales del Ejército de Tierra, principalmente
adscritos al III Cuerpo de Ejército y cuyo número es indeterminado, decidió
hacer una prueba de fuerza al poder civil con un objetivo principal: lograr una
amnistía, y otros secundarios, como el relevo de Héctor Ríos Ereñú, jefe del
Ejército de Tierra.
Para ello utilizaron un
detonante: el ex comandante Ernesto Barreiro, acusado de seis homicidios, se
rebeló en Córdoba. A Barreiro se sumó un espontáneo -el ex teniente coronel
Aldo Rico-, y el Grobierno se encontró con dos regimientos alzados y la duda
sobre la lealtad de buena parte del resto del ejército.
Barreiro se fugó 37 su
unidad se rindió el viernes, pero seguía la rebelión en Campo de Mayo. Podrida
la situación, mediatizado Ríos por sus pocas simpatías entre sus camaradas,
Alfonsín determinó, en un pronto, ir al cuartel y dar órdenes personalmente.
Rico, sencillamente, no tuvo agallas (o tuvo la suficiente sensatez) para
resistir órdenes directas del presidente. Se rindió incondiclonalmente a su
jefe supremo.
En la misma mañana del
domingo las exigencias del ex teniente coronel Aldo Rico, sustentadas no solo
en su propia rebelión sino en las dudas razonables sobre la lealtad de amplios
sectores de las Fuerzas Armadas, iban desde una amnistía para los militares
condenados y por condenar por sus responsabilidades en la guerra sucia contra
la subversión hasta el cese del general Héctor Ríos Eñerú como jefe del Estado
Mayor del Ejército.Raúl Alfonsín tomó la decisión de intervenir a media tarde,
sin consultar con sus colaboradores, que fueron los primeros sorprendidos por
su gesto.
El presidente, en su calidad
de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, se reunió poco después con jefes
y oficiales leales, para dirigir directamente las operaciones.
Al mismo tiempo, frente a
los accesos al cuartel general del Ejército argentino se producían escenas de
histeria. El portavoz presidencial, José Ignacio López, lanzaba continuos
llamamientos por radio y televisión, en los que rogaba a la población que no
acudiese a Campo de Mayo.
El general Ernesto Alais,
jefe del II Cuerpo de Ejército -al que pertenecen los sublevados y al mando de
las tropas llamadas para extinguir la rebelión, puesto en pie en su jeep, suplicó "por amor de Dios" que todos
los civiles se alejaran de la Escuela de Infantería, que podía convertirse de
un momento a otro en teatro de operaciones militares.
En la plaza de Mayo, una
multitud esperaba a su presidente, tal como él lo pidió, entre sollozos,
desmayos y una tensión violenta. Periódicamente se cantaba: "No se
atreven, no se atreven, y si se atreven, les quemamos los cuarteles".
Alfonsín había dejado sin
aliento a los miles de ciudadanos que desbordaban la plaza y sus calles y
avenidas adyacentes cuando, visiblemente entristecido pero enérgico, alterando
con su voz la megafonía instalada en los balcones de la Casa de Gobierno, gritó:
"Espérenme aquí, en unos minutos voy a ir personalmente a Campo de Mayo
para exigir la rendición de los rebeldes. Espérenme aquí. Si Dios nos acompaña,
en un rato volveré y les daré las soluciones a este problema para que todos
ustedes puedan regresar a sus casas para darles un beso en paz a vuestros
hijos". Dio media vuelta y se retiró. La muchedumbre se quedó en silencio
unos instantes, hasta que la plaza de Mayo rugió como una olla hirviendo.
Antes de su retirada camino
de Campo de Mayo, Alfonsín, rodeado por dirigentes peronistas y radicales,
habló de estos días de tristeza en los que parece que "un segundo del
pasado nos ha alcanzado".
Raúl Alfonsín se dirigió a
la juventud para que recordara estos momentos de solidaridad de todos con las
instituciones democráticas.
Tenía todo el tono de un
discurso funeral de despedida. En el helicóptero presidencial y desde el
cercano helipuerto de la Prefectura Naval partió a la Escuela de Infantería de
Campo de Mayo en poder de los rebeldes al mando del ex teniente coronel Aldo
Rico. Estaba acompañado por sus tres edecanes militares y por el brigadier
Ernesto Crespo, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea.
Numerosos dirigentes
políticos, sindicalistas y empresarios, tras la partida del helicóptero
presidencial, emprendieron camino en automóvil hacia Campo de Mayo para
respaldar el gesto de Alfonsín. El jefe del Estado Mayor del Ejército, Héctor
Ríos Ereñú, ya se encontraba desde la mañana en el acantonamiento.
Alfonsín, descompuestas las
instituciones democráticas por las sublevaciones militares explícitas o
encubiertas, se refugió en su única arma: la movilización popular. Desde el
mediodía de ayer, la plaza de Mayo se encontraba desbordada por miles de
ciudadanos, familias-enteras con sus hijos, extendiéndose por las calles y
avenidas adyacentes, convocados por el Gobierno la tarde anterior.
Manifestantes
La peronista Confederación
General del Trabajo (CGT) se sumó a la convocatoria de concentración ante la
Casa Rosada. Los ferrocarriles y autobuses que unen el gran Buenos Aires con la
capital federal no cobraron pasaje para facilitar el desplazamiento de los
manifestantes.
Concentraciones del mismo
tenor se estaban produciendo en todas las provincias de la República.
Previamente en el Salón de
los Bustos de la Casa de Gobierno el ministro del Interior, Antonio Troecoli,
presidió la solemne firma de un acto de compromiso democrático suscrita por
todos los partidos con representación parlamentaria, por muchos
extraparlamentarios, por la CGT y por entidades empresariales tales como la
poderosa Sociedad Rural Argentina, la Unión Industrial Argentina o la Cámara de
Comercio.
El acta de cuatro puntos
establece la férrea decisión de los firmantes de apoyar la vigencia de la
Constitución y de la democracia como único destino de vida del pueblo
argentino; la condena de la intentona golpista; el convencimiento de que la
reconciliación nacional sólo podrá lograrse en el marco de la justicia y el
respeto por las leyes; y el llamamiento a la población para que se movilice en
las calles pacíficamente en defensa de la democracia.
Se abstuvieron de firmar el
acta por rechazo a la actual justicia argentina el Movimiento al Socialismo
Argentino (MAS) y las Madres de Plaza de Mayo. El Partido Comunista Argentino
tampoco firmó.
La CGT, a más de sumarse a
la concentración de ayer, decretó para hoy la huelga general indefinida desde
las diez de la mañana, en caso que se mantuviera entonces la situación de
rebelión militar en Campo de Mayo.
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