La constelación de sabios en protocolos sanitarios se asemeja, por
su falibilidad, a los “Protocolos de los Sabios de Sion”, y lo único que han
ejecutado con éxito ha sido el protocolo del perro, mientras es indiscutible
que se ha dado el primer contagio de Ebola europeo gracias a improvisaciones,
chapuzas, descoordinación y reproches mezquinos sin ápice de caridad a la
última doliente. La gente es sabia y no ha cundido pánico o histeria, con
excepción de dos televisoras entregadas al caldo gordo y el descerebramiento
usual de las redes sociales. Los animalistas han expresado moderadamente sus
criterios sin prevalecer lo cánido sobre lo humano, coincidiendo con
científicos europeos quejosos de perder a Excálibur como cobaya. Se presupone
que la auxiliar se infeccionó al quitarse el buzo. Cuando los astronautas
regresan les rodea un centón de ingenieros, médicos, biólogos, inmunólogos, que
les desnudan como bebés. No son casos equiparables pero si patético que esta
paciente se desvista sola sin compañeras que eviten el reflejo de un guante al
rostro. La única neurosis es la de responsables
gestionando con idiocia. Cuando repatriamos al primer religioso me
tiraron piedras por recordar principios de
cuarentena desde que la peste negra diezmó Europa. Cuando el enfermo es
infectocontagioso sin terapia se le
inmoviliza donde esté. Otros países han rescatado connacionales, pero ello no
anula normas ni el sentido común de los inmunólogos. Nos ha movido la
solidaridad con expatriados, pero si tenemos otro paciente en el Africa
Atlántica (que lo habrá) pensaremos dos veces enviar el avión. Junto a la
sensatez recobrada del PSOE, ilusionistas políticos insisten en la dimisión de
Ana Mato que tiene la misma culpa que el perro, aunque no especialistas bajo su
mano que han perdido hasta el oremus. La ministra ha de cargar con este su peor
problema, resolverlo, sellarlo y revisar los dichosos protocolos. Las Cortes
dirimirán responsabilidades en una Sanidad que (como la Educación) nunca debió
ser transferida por el Estado. Este drama mortuorio cuenta con tantos elementos
esperpénticos que será conocido como protocolo Excálibur, cuando no hay noticia
ni de que los lobos transmitan Ebola a los bípedos implumes. Hemos brillado con el rancio y reaccionario
refranero: “Muerto el perro se acabó la rabia”.
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