Los corruptos son fauna universal e incluyen a los rigoristas
jerarcas del Partido Comunista Chino, pero nuestros autóctonos son una rastra
cutre, casposa y paleta. La inmoralidad, o la amoralidad, tiene sus categorías
y su fascinación. “Lheman Bhroders” fue un prodigio de maquillaje contable,
como despierta admiración la pirámide financiera de Bernard Madof, viejo timo
que ya urdió en Madrid con menos vuelos la hija de Mariano José de Larra. Los
grandes ladrones suscitan la morbosa atracción fatal de los abismos, pero en
España se ha corrompido hasta la corrupción y Rinconete y Cortadillo no pasan
de chalanes trajeados con el único mérito de ser transversales, desde
corporaciones, politicastros, leguleyos o sindicalistas. La última Corte de los
milagros destapada en sobresueldos de plástico camuflados en tarjetas opacas es
un desconsuelo. Los malandrines gastaban por millones el dinero de los demás en
comer (y seguro que en folgar) y en gollerías de gran almacén sin molestarse en
seducir a una señora con algo de “Tiffany/s and Co.” donde siempre puedes
comprar una piececita por un dólar. He sido directivo de un gran holding y
desconocía la existencia de las tarjetas de empresa. Con mi sueldo he sufragado
viajes profesionales y almuerzos de respeto, gastos inmediatamente reembolsados
por el gerente tras justificar motivos, aportar facturas y hasta el nombre de
mis comensales y la razón del ágape. Igual que los nuevos y enésimos comunistas
afirman no ser de izquierdas, aquí las corruptelas zarrapastrosas se tienen por
justa compensación en negro por inexistentes servicios prestados a uno mismo.
Joaquín Costa incitó al regeneracionismo, pero siglos antes la picaresca generó
brillantes páginas de nuestra literatura, y ese es el poso inextinguible que
sigue floreciendo. Ya que roban que lo hagan con ingenio y grandeza y no con
esa impericia de bolsas negras de basura repletas de billetes trasladadas junto
a la amante para echarla la culpa en una aduana. Nuestros ladrones no van a la
oficina y se añora aquella “beatiful people”. Andreoti: “Manca fineza”.
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