23/8/85

Las elecciones de noviembre reavivan la crisis interna peronista (23-8-1985)

La elaboración de listas electorales para concurrir a las parciales legislativas de noviembre en Argentina -un tercio del Congreso y del Senado- ha provocado, otra profunda división en el seno del Movimiento Justicialista. La escisión se ha producido en el peronismo de la provincia de Buenos Aires, la más importante políticamente, donde habita la mitad de la población del país, controlado férrea y gansterilmente por Herminio Iglesias y sus huestes.Antonio Caciero, ex ministro de Economía en uno de los Gobiernos de Isabelita Perón, un hombre moderado y culto enfrentado a Herminio Iglesias, ha promovido una candidatura independiente de la propuesta por la conducción oficial del partido.

Caciero pretende impedir la caída en picado del electorado peronista resucitando el Frejuli (Frente Justicialista de Liberación), que llevó por última vez al poder al general y al peronismo. Caciero busca alianzas

por la izquierda imposibles de fraguar con la actual dirección, recostada en la extrema derecha del movimiento.Italo Argentino Lúder, ex presidente del Congreso, ex presidente provisional de la nación bajo el mandato de Isabelita y candidato presidencial peronista derrotado por Alfonsín y el radicalismo, ha declinado inteligentemente la oferta que se le ha hecho de encabezar las listas electorales del justicialismo.

La desbandada de las personalidades más serias y sensatas del peronismo es completa, convencidas de que el reducto burocrático y sindical, eminentemente reaccionario, que ha secuestrado la herencia política de Perón, aboca a un estrepitoso fracaso electoral en noviembre, muy superior a su holocausto de 1983 a manos de la Unión Cívica Radical (UCR).

Pese al congreso unificador celebrado recientemente en La Pampa y en el que un soviet de ultraderecha volvió a retomar las riendas del partido, el peronismo continuó su declinar hasta la definitiva ruptura en dos del bloque de senadores. El sector renovador, partidarío de modernizar el partido y restaurar la democracia interna dando mayor protagonismo a los jóvenes políticos electos como gobernadores o legisladores, ha arrojado la toalla y se limita a esperar que en noviembre la actual mafiadirigente resulte aplastada en las urnas por segunda vez.

Sólo Antonio Caciero trabaja en solitario en Buenos Aires para intentar embalsar con su prestigio personal y alianzas por la izquierda el caudal de votos de tendencia peronista que -como se prevé- o se abstendrán o prestarán de nuevo sus sufragios al radicalismo o se inclinarán por opciones izquierdistas.

Todas las previsiones políticas apuntan a que en las elecciones del próximo noviembre la Unión Cívica Radical mantendrá sus escaños o sufrirá pérdidas ínfimas, que el peronismo padecerá una cruel sangría de diputados y senadores y que crecerá proporcionalmente la representación parlamentaria del Partido Intransigente, liderado por Óscar Alende, el bisonte, un anciano corajudo, médico rural, que desde una izquierda moderada ha sabido aglutinar a buena parte de la juventud argentina.

La Unión Cívica Radical mantiene aún su crédito electoral de antaño, fuertemente apoyada en la credibilidad personal de Raúl Alfonsín. Y será decisivo en noviembre el resultado, para entonces, de los planes de economía de guerra (que hasta el momento funcionan con más altos que bajos, con una eficaz sujeción de la inflación, aunque con despidos generalizados en las empresas) y la buena o mala resolución del juicio de Buenos Aires contra las tres primeras juntas militares. Si esos dos factores fueran favorables al Gobierno, la UCR podría incluso no sólo mantenerse sino aumentar sus escaños y lograr su ansiada y necesaria mayoría en el Senado.

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