La elaboración de listas
electorales para concurrir a las parciales legislativas de noviembre en
Argentina -un tercio del Congreso y del Senado- ha provocado, otra profunda
división en el seno del Movimiento Justicialista. La escisión se ha producido
en el peronismo de la provincia de Buenos Aires, la más importante
políticamente, donde habita la mitad de la población del país, controlado
férrea y gansterilmente por Herminio Iglesias y sus huestes.Antonio Caciero, ex
ministro de Economía en uno de los Gobiernos de Isabelita Perón, un hombre moderado
y culto enfrentado a Herminio Iglesias, ha promovido una candidatura
independiente de la propuesta por la conducción oficial del partido.
Caciero pretende impedir la
caída en picado del electorado peronista resucitando el Frejuli (Frente
Justicialista de Liberación), que llevó por última vez al poder al general y al
peronismo. Caciero busca alianzas
por la izquierda imposibles
de fraguar con la actual dirección, recostada en la extrema derecha del
movimiento.Italo Argentino Lúder, ex presidente del Congreso, ex presidente
provisional de la nación bajo el mandato de Isabelita y candidato presidencial
peronista derrotado por Alfonsín y el radicalismo, ha declinado
inteligentemente la oferta que se le ha hecho de encabezar las listas
electorales del justicialismo.
La desbandada de las
personalidades más serias y sensatas del peronismo es completa, convencidas de
que el reducto burocrático y sindical, eminentemente reaccionario, que ha
secuestrado la herencia política de Perón, aboca a un estrepitoso fracaso
electoral en noviembre, muy superior a su holocausto de 1983 a manos de la
Unión Cívica Radical (UCR).
Pese al congreso unificador
celebrado recientemente en La Pampa y en el que un soviet de ultraderecha volvió a retomar las
riendas del partido, el peronismo continuó su declinar hasta la definitiva
ruptura en dos del bloque de senadores. El sector renovador, partidarío de
modernizar el partido y restaurar la democracia interna dando mayor
protagonismo a los jóvenes políticos electos como gobernadores o legisladores,
ha arrojado la toalla y se limita a esperar que en noviembre la actual mafiadirigente resulte
aplastada en las urnas por segunda vez.
Sólo Antonio Caciero trabaja
en solitario en Buenos Aires para intentar embalsar con su prestigio personal y
alianzas por la izquierda el caudal de votos de tendencia peronista que -como
se prevé- o se abstendrán o prestarán de nuevo sus sufragios al radicalismo o
se inclinarán por opciones izquierdistas.
Todas las previsiones
políticas apuntan a que en las elecciones del próximo noviembre la Unión Cívica
Radical mantendrá sus escaños o sufrirá pérdidas ínfimas, que el peronismo
padecerá una cruel sangría de diputados y senadores y que crecerá
proporcionalmente la representación parlamentaria del Partido Intransigente,
liderado por Óscar Alende, el
bisonte, un anciano
corajudo, médico rural, que desde una izquierda moderada ha sabido aglutinar a
buena parte de la juventud argentina.
La Unión Cívica Radical
mantiene aún su crédito electoral de antaño, fuertemente apoyada en la
credibilidad personal de Raúl Alfonsín. Y será decisivo en noviembre el
resultado, para entonces, de los planes de economía
de guerra (que hasta el
momento funcionan con más altos que bajos, con una eficaz sujeción de la
inflación, aunque con despidos generalizados en las empresas) y la buena o mala
resolución del juicio de Buenos Aires contra las tres primeras juntas
militares. Si esos dos factores fueran favorables al Gobierno, la UCR podría
incluso no sólo mantenerse sino aumentar sus escaños y lograr su ansiada y
necesaria mayoría en el Senado.
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