Entre 1976 y 1982 el No te metás, frase que retrata toda una filosofía
vital porteña, fue prácticamente la consigna de una sociedad atemorizada y
profundamente confundida. La frase se completaba con otro latiguillo verbal -por algo será- cada vez que en el entorno familiar,
laboral o amistoso desaparecía un pariente, un compañero, un amigo.Pocos
argentinos, por no decir ninguno, -ni siquiera Borges, a quien en plena
represión le preguntaron por la lucha antisubversiva y contestó: "Se están
comiendo a los caníbales"-, desconocían la barbarie que se estaba
perpetrando.
El Estado militar, y con él
toda la población, pagó su precio por tanta estupidez y cobardía civil: José
Alfredo Martínez de Hoz, profesor del Colegio Militar de la nación y mago
suramericano de las finanzas, subvaluó el dólar hasta niveles ridículos y
liberalizó las importaciones para dar sustento a la barbarie de Videla, Viola y
Galtieri, Privados de libertades públicas y con miles de desaparecidos a su
alrededor, los argentinos encontraron alivio en los automóviles japoneses de
importación y en las vacaciones en Europa a precio artificial.
No es de extrañar, así, la
escasa asistencia a las manifestaciones semanales de las madres y abuelas de
Plaza de Mayo en reclamo de su o sus desaparecidos, la reducida asistencia al
juicio de Buenos Aires y la modesta atención que a la pasada barbarie dedican
los periódicos. Un extendido sentimiento de culpabilidad colectiva por silencio
y omisión, durante los años del espanto, en el que el dinero florecía fácil
como los geranios, cubre a la sociedad argentina como un poncho de ignominia
cuyo peso se pretende olvidar.
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