Dos desdichas acompañaron a
Orson Welles: su cociente intelectual y su cultura. Hasta su matrimonio con
Margarita Carmen Cansinos (Rita Hayworth), sobrina del poliglota y polígrafo judío
español Rafael Cansinos Assens, traductor íntegro y literal del Corán, del
árabe al español, fracasó por el abismo mental que se daba en la pareja. La amó
porque “…es el ser más desgraciado que he conocido en mi vida”. Violada por su
padre, sus aparatosos maridos no evitaron la dipsomanía ni frenaron el Alzheimer.
Orson tenía interiorizado Shakespeare, y
pretendía interpretarlo, representarlo y filmarlo, lo que aterraba a
productores analfabetos. No era un extravagante sino un genio, y por ello el
sistema de Estudios le condenó al ostracismo pese a haber escrito, dirigido e
interpretado “Ciudadano Kane”, a los 24 años, quizá la mejor película de la
filmografía. Tuvo que ir y venir de Estados Unidos a Europa buscando lo que
llamaba “trabajos alimenticios” (llegó a publicitar un brandy español) que le
permitían rodar a bajo precio entre nosotros (“Campanadas a medianoche”) y
apasionarse por los toros y España. Previendo su muerte pidió que sus cenizas
descansaran en la finca rondeña de su amigo Antonio Ordoñez, y creo recordar
que Alfonso Ussía relató la ceremonia de rondar su descanso. No triunfo por
casualidad o efectísmo: “Sed de mal”, es un hito del cine negro con una
apertura secuencial que nadie ha sabido repetir. Su adaptación, dirección e
interpretación de “La guerra de los mundos”, de H.G. Welles, para la CBS, le
dio inmerecida fama de oportunista porque antes de abrir la emisión se advirtió
explícitamente a los oyentes que era una dramatización de la conocida obra del
británico. No hubo engaño alguno: pero miles de escuchas no oyeron el exordio y
cuando ardió el pánico se cortó la emisión para repetir la advertencia de que
estaban emitiendo un radioteatro y no un
informativo. Falsificar a Welles es patético. Eludir su honestidad intelectual
resulta infame.
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