Un cura tridentino
amonestaba a sus fieles con terríficas descripciones de los suplicios del
infierno si no encauzaban sus vidas hacia la virtud, hasta que un feligrés se
levantó: “Padre, si hay que ir al infierno, se va, pero no nos acojone”.
Rubalcaba casi nos ha emasculado con una perspectiva del país desde la
izquierda de Bakunin. Prefiero a los marinos de Kronstadt asesinados por Lenin
por demócratas y socialistas. En algunos
momentos se le ha ido el guión a nuestro “monje negro” pasando de demonizar a
Rajoy y el PP a crucificar a la derecha como causa metafísica de las dolencias
de la Humanidad. Ya ha olvidado que el embrión del estado de bienestar y la
seguridad social lo implantó Bismark tras la unificación alemana. Las
izquierdas tuvieron que esperar. Tengo empatía por Rubalcaba, aunque tras un
almuerzo con Pedro J. Ramírez no permitió mis ósculos en sus mejillas, por ello
me dolió su puñalada de pícaro a Rajoy al final de su traca antisistema. Leyó
un párrafo de un artículo publicado por el Presidente en un diario gallego hace
31 años explicando la desigualdad como ley o fenómeno natural. Habría leerlo
entero pero no creo que marrara. Desde Sumeria, primera civilización historiada
(3.000 años a.J) el hombre va uncido a su condición desigual, característica
que no pudo resolver el socialismo real ni sus sobrevientes monarquías
castrista y norcoreana. Esa filosofía vale para el 11-M pero no para un
catedrático de química hijo de un brillante aviador franquista. Mi padre era
motorista de enlace del Quinto Regimiento (comunista) y una bomba de aviación
le dejó cojo y ciego de por vida. Rubalcaba y yo jamás tuvimos igualdad en la
raya de salida, y no se lo reprocho, ni albergo rencor social alguno. Por eso
me ofende su demagogia que es apelar, en beneficio político propio, a las dolencias
de los desfavorecidos. Su guion de párroco estricto parecía pergeñado por Elena
Valenciano, otra que tal.
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