8/1/14

UN REY IMPRESCIDIBLE (8-1-2014)

En la revirada carreterita interior de La Zarzuela un jovencísimo Jacobo Cano se mató chocando frontalmente contra el autobús de relevo de la Guardia Civil. Era el brillante Secretario de la Casa del Príncipe, cuyas memorias ni hubieran sido escritas ni habrían visto la luz. Menos los comunistas, entonces tabú, la dirigencia del antifranquismo llegaba de incógnito al palacete en el propio automóvil de Cano. Ya se lo había dicho Franco al entonces Príncipe de España: “Cuando yo falte, Su Alteza tendrá que gobernar de otra manera”. La Transición comenzó antes de 1.975 y demasiados de los que vivieron aquellos años están en la jubilación o en la muerte, y van para la cuarentena quienes no habían  nacido ni para la Constitución ni para la asonada involucionista del 81. El salto incruento que dimos desde la autocracia a la democracia parlamentaria, de leyes viejas a leyes nuevas, asombró a un mundo nada pacato. Ya se ha olvidado aquella acuñación de “…el Rey como motor del cambio”, tan cierta como que solo Don Juan Carlos podía haber movido el elefante del régimen anterior cuya cúpula militar había ganado la guerra civil y no era entusiasta del sufragio universal. Los proyectos de ley los redactaba Fernández Miranda y Suárez vendía magistralmente el producto, pero sin el Rey trenzando y empujando por detrás no se hubieran suicidado políticamente las Cortes franquistas. No conviene ser providencialistas, pero en aquella hora el Rey fue providencial y ni su padre, Don Juan de Borbón creía en la maniobra. A los reyes no hay que agradecerles nada, pero tampoco tirarles piedras por haber servido a los ciudadanos con acierto y premura. Del 23-F cabe quedarse con la frase: “No me voy de España; tendréis que fusilarme”. Las peripecias personales no hacen Historia. En este paisaje el Rey es imprescindible.

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