Pregunté a mi oncóloga como verbalizaba un diagnóstico terminal.
“Los médicos no desahuciamos porque no hay enfermedades sino enfermos. Recuerda
a Bolinaga. No debemos jugar a ser Dios. Estoy obligada a no mentir a mis
pacientes, pero también a proporcionarles información realísta y esperanzadora.
Nadie se me ha muerto cinco minutos antes.” En sus manifestaciones, la clase
política debería atenerse a la deontología inherente al juramento hipocrático.
Charles P. Kindleberger, varias veces alto funcionario de la Reserva Federal
estadounidense, está considerado como el príncipe de los historiadores
financieros, y su libro “Manías, pánicos y cracs” es un clásico para tiempos de
crísis. El autor estudia los pánicos desde la burbuja holandesa de los bulbos
de tulipán en 1.636 hasta la implosión de la deuda griega, que engloban diez
cracs financieros desde el siglo XVII. En condiciones “normales”, las crísis se
resuelven en una media de diez años mediante curativos conservadores y
dolientes, aliviados por placebos keynesianos. Lo que sacó a Estados Unidos de
la depresión del 29 no fue el “new deal” de Roosevelt sino Pearl Harbour. Si
fechamos en 2.008 el seísmo de “Lehman Brothers” nuestros quebrantos tienen que
empezar a aliviarse este año, cicatrizándose hacia el 2.0l8, año más, año
menos, según como acierte el Gobierno y respiren los mercados. Y no volveremos
a ser tal como éramos: quedará un paro estructural que junto a la baja
demografía laboral forzarán un estado de
bienestar arisco, porque muchos recortes han venido para quedarse.
Desde Rubalcaba a su
izquierda comunísta o antisistema lo único que se propone es retrasar la
recuperación del paciente o, simplemente, matarlo por sobredosis de remedios.
Los que acusan de pasividad , cada día con menos énfasis, a Mariano Rajoy, me
recuerdan a los que preguntaban a un brillante diplomático como había llegado a
presidir la Organización de Estados Americanos: “No haciendo nada. Pero, eso
sí, hay que hacerlo excepcionalmente bien”. El retruécano del pesimista
informado.
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