En España no cabe un tonto mas. El lehendakari Iñigo Urkullu tiene
buena fama de sensato porque habla con voz queda, pero su argumentario es
obsoleto, analfabeto, antijurídico y antihistórico. Recoge el deshecho del
derecho a decidir del misticísmo secesionista catalán, cree que una República
armonizaría “las naciones del Estado”, y que aquella es más representativa que
la Monarquía. Con esta cursilería del Estado plurinacional, que tiene más
matices que la paleta de Van Gogh, vamos a creernos los reinos y principados
que conformaron Alemania en el siglo XIX. Nos falta Prusia y Bismarck. A
Urkullu no le parecerá suficientemente representativa la monarquía electiva
visigótica, que dio tantos reyes por la representación añadida del puñal.
Nuestros dos experimentos republicanos no satisficieron al catalanismo y al
vasquismo. José Antonio Aguirre pensaba en Euskadi como protectorado británico,
y Azaña en sus memorias tronaba contra aquellos políticos catalanes que
contemplaron la guerra como un conflicto entre españoles al que era ajena
Cataluña. Y es que el separatismo catalán solo sabe sublevarse contra la
República. Les falta alzarse contra la Monarquía.
Afirman de Rubalcaba que no duda de la nacionalidad española y sus
fronteras como Estado, pero cada vez que se junta con Pere Navarro en Barcelona
(dos prejubilados cabalgan juntos) saca a pasear el federalismo como remedio
taumatúrgico de nuestra doliente convivencia. Ni él ni cualquier otro
federalista de ocasión explican someramente que proponen, porque hay
federaciones como coches en un salón del automóvil, y no se vende un Rolls como
un Lada soviético, igual que nada tienen
que ver los EE.UU. con las demás federaciones americanas. El federalismo que
tuvimos fue cantonal y el que se sugiere será centrípeto o no será. Todo menos
aceptar el disfraz semántico de que la Constitución que nos dimos es federal bajo
el alias de “autonómica”. Federalismo, jamás. Nos es tóxico y cainita.
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